Mujeres del fantástico en Latinoamérica
Mónica Ojeda, Elaine Vilar Madruga y Laura Ponce participarán en el festival 42, que se celebrará en Barcelona del 6 al 10 de noviembre.
Texto: Isabel del Río Ilustración: Hallina Beltrâo
Lo extraño, aquello que rompe con las leyes que gobiernan nuestra rutina y transmutan cómo vemos el mundo, está en una muy buena época y las voces de las autoras latinoamericanas nos fascinan.
Tal vez sea por su manera de contar las cosas, desvinculada de la narrativa anglosajona, creando un panorama que, más allá del gótico, nos muestra otro tipo de fantasmas y casas-vidas infestadas. Puede que se deba a su propio legendario, entre lo ancestral y lo que recorre las calles de la ciudad a pleno día, entre lo paranormal y místico, mezclado con sangre y hambre de libertad. Quizá es más la ambientación o el lenguaje, la selva y las haciendas que nos resultan ajenas a nuestras narrativas del horror, las abuelas que blanden el padrenuestro mientras sirven a espíritus devoradores, la magia que palpita desde las entrañas de la tierra, el volcán en erupción en nuestro pecho…
En artículos anteriores he hablado del futuro del terror y del horror en clave femenina, sin embargo, en esta ocasión, ahondamos en el presente de un miedo que es carne, mito que mastica nuestras pesadillas. Parafraseando a las editoras de Fera Editorial, vinieron las vendettas de Elaine Vilar Madruga, las visiones de Mónica Ojeda, la religión como arma de Liliana Colanzi y el infierno que pueden atravesar las infancias en Verena Cavalcante y Mariana Enríquez.
Autoras como la boliviana Giovanna Rivero y su Tierra fresca de su tumba (Candaya, 2021), la argentina Fernanda García Lao con su Teoría del tacto (Candaya, 2023) o Sulfuro (Candaya, 2022), la también argentina Mariana Enríquez, ganadora del premio Herralde con Nuestra parte de la noche y que ha publicado en 2024, con Anagrama, su última antología de relatos Un lugar soleado para gente sombría —escritora ya convertida en estrella del rock de la literatura de terror—, nos han embrujado con la crudeza de unas realidades que nos horrorizan por ser demasiado palpables, un fantástico que se aleja del sueño para internarse en la cotidianidad que nos gustaría ignorar.
Y es que sin importar su procedencia, su voz impone porque procede de las vísceras, de un feminismo arraigado en las tripas y en lo que el mundo nos ha hecho masticar de niñas, con las encías al rojo, sin dientes de leche siquiera. No hay mejor definición que la ofrecida por la escritora y periodista ecuatoriana María Fernanda Ampuero en el prólogo para su antología de autoras Dantescas. Cuentos de mujeres que descendieron a los infiernos (Fera, 2024): “las mujeres de esos cuentos —sus narradoras y sus personajes— han bajado, de una forma u otra, al infierno, como Dante, pero lo han hecho solas, para salvarse ellas mismas, para salvar a otras mujeres o, simplemente, porque las mujeres transitamos los infiernos no porque se nos haya perdido allí un amor, sino porque somos mujeres y hay algo —mucho— de infernal en el lugar que nos ha relegado la sociedad”.
Tras la fiesta de las brujas, llega de nuevo el 42 Festival de Géneros Fantásticos de Barcelona, celebración que ya han visitado algunas de las autoras mencionadas y donde, en esta ocasión, podremos encontrar a Mónica Ojeda, Elaine Vilar Madruga y Laura Ponce para hablarnos de sus narrativas.
La escritora ecuatoriana Mónica Ojeda se caracteriza por una sensorialidad extrema, una exploración poética y alterada de las emociones y los sentidos que nos sumerge en pesadilla. Buceando en el miedo y el dolor, se adentra en las relaciones de poder —especialmente familiares— y en aquello perverso que subyace, en los tabúes y experiencias conflictivas, tales como el despertar de la sexualidad en la infancia.
Es autora de las novelas Nefando (Candaya, 2016) y Mandíbula (Candaya, 2018), así como de la recopilación de cuentos Las voladoras (Páginas de espuma, 2020). Su última publicación, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House, 2024) es un ritual poético que nos hace entrar en un trance de sueños proféticos y escenas imposibles, una imaginería que nos induce al terror a través del clima de inestabilidad y violencia desgarradora que azota el Ecuador y la alarma de las posibles erupciones volcánicas. Una celebración mística que invoca la transformación.
Sus protagonistas, Noa y Nicole, viajan a un festival de música experimental al pie del Chimborazo que convoca a miles de jóvenes cada año a lo largo de ocho días y siete noches. El Ruido Solar —así se llama el festival— combina sustancias psicodélicas y música electrónica en una suerte de rito chamánico en masa en busca del olvido y del cambio.
Sin embargo, en el momento en que descubrimos lo que realmente busca Noa y hallamos al personaje que nos falta en la historia, esta novela, que es profundamente musical, se interna en el silencio, se balancea del fuego y la vida al agua y la muerte, en una dicotomía contradictoria en busca del equilibrio, en una especie de purgatorio en el que bailamos en círculos.
La escritora cubana Elaine Vilar Madruga tiene una prosa salvaje y profundamente feminista, con personajes complejos que muestran sus capas según nos dejamos seducir por la historia, y una forma de narrar que te deja las frases tatuadas en el hueso.
Es autora de La tiranía de las moscas (Barrett, 2021) y, el más reciente, El cielo de la selva (Lava, 2023). Con este último huimos junto a la primera mujer de su historia hacia la selva, un lugar, un Dios, que ofrece al igual que arranca. Un pacto de muerte a cambio de vida. A través de múltiples narradores —que pasan de la primera persona a la segunda, según quién protagonice el capítulo— nos embate una historia que se te mete en las entrañas, en el útero, allí de donde nace la carne que alimenta a las fauces de la selva, de la familia, de la sociedad que oprime.
Abuelas, madres, hijas, nietas, perras, locas, putas… Una oda a las maternidades, porque si no hay partos no tiene qué mascar y beber la selva. Personajes movidos por horrores y sueños truncados que, como supervivientes, son capaces de cualquier cosa.
Crítica, no sólo al sistema patriarcal y al lugar de la mujer —como máquina o animal para el placer, los cuidados y para engendrar—, sino también al trato que damos a los niños, a veces más pertenencias que personas, ofrendas al futuro.
Con la escritora argentina Laura Ponce cambiamos de registro y dejamos el pasado atrás para reflejarlo en un futuro distópico. En Cosmografía profunda (La máquina que hace ping, 2018), la autora recopila diez relatos escritos a lo largo de diez años.
Su narrativa, cercana y con una cohesión global entre todos los cuentos, combina el sentido de la maravilla con la especulación científica para adaptarnos a lo que ha de venir, a lo que hemos de encontrar. Nos habla de los sueños y de la soledad de los individuos en dos bloques bien delimitados: el primero está acotado por la ciudad de Buenos Aires, pero en un futuro distópico donde las diferencias sociales se convierten en fronteras reales; y el segundo nos lanza a la conquista espacial y las colonias alejadas de la Tierra.
Desde el ciberpunk hasta el transhumanismo, la autora nos ofrece una metáfora del mundo en decadencia dentro de una distopía capitalista con manipulación de la memoria, división de clases y espacio, viajes espaciales, intentos de colonización y exploración de mundos. Lejos de la epicidad que se suele relacionar con la space opera, y dejándose de tópicos, sus personajes son personas de a pie que cumplen con las órdenes de sus superiores y que, por motivos aleatorios e imprevistos, son testigos de las maravillas del universo.
Ellas, mujeres, escritoras, autoras que escriben como en cantos de sirena, desde una ventana a su propia cosmogonía y cultura, sobre la vida y la muerte, a lo sagrado y la naturaleza, que nos lleva a meditar sobre la intranscendencia de la existencia del ser humano. Individuos-herramientas desechables o mercancías para los poderes que rigen el mundo, en analogías de la vida y de la sociedad donde las mujeres no tienen más salida que estar sometidas a una cárcel física y mental, a un entorno hostil que te obliga a callar o morder, en una continua lucha por la supervivencia o la transformación.
Sus historias, sean cuentos góticos o viajes por el espacio profundo, son medicina para curar heridas que llegan a nosotras desde generaciones remotas.