Mo Yan, el campesino que ganó el Nobel de Literatura

La editorial Kailas publica Flores tardías”, la última obra del escritor chino Mo Yan tras recibir el Premio Nobel de Literatura.

 

Texto: David VALIENTE

 

Hace 10 años, la Academia Sueca galardonó al escritor Mo Yan con la máxima distinción de las letras internacionales. Con seguridad fue uno de los ganadores más polémicos pero a la vez más merecedores del premio. Los jueces no pudieron resistirse a su prosa en apariencia sencilla y cargada de palabras soeces, que se adentra en temas polémicos desde una perspectiva un tanto escatológica; para ellos su capacidad de aunar  “el realismo alucinatorio con el cuento tradicional, lo histórico y lo contemporáneo”, lo convierten en un autor insoslayable. Blas Piñero, su traductor al español, reconoce que es uno de los premiados más merecidos de los últimos tiempos, pero advierte al lector de que su prosa es demasiado cruda: “No creo que Mo Yan sea un autor para todos los públicos”,

Ya hay vertidas a la lengua de cervantes libros tan valiosos como El clan del sorgo rojo, El suplicio del aroma del sándalooRana. Recientemente, la Editorial Kailas ha publicado Flores tardías, obra que vio la luz en 2020 y llega ahora a nuestro país, la primera escrita por el autor chino tras recibir el Premio Nobel. Este último libro está compuesto de varias historias personales del autor en distintos estadios vitales de su vida, dando una especial importancia a su niñez y adolescencia, “momentos de aprendizaje, en los que no juzga, solo observa y se deja guiar por sus familiares”. Blas Piñero la define como “una síntesis de la obra de Mo Yan”.

Mo Yan, que se traduce como “no hables”, nació en Gaomi, en la actualidad una pequeña ciudad en la provincia de Shandong, en 1955. Su infancia y su adolescencia fueron duras, marcadas por las penurias y el estigma social. En tiempos de Mao Zedong, aquellos que antaño poseyeron tierra automáticamente se convertían en unos parias, unos reaccionarios y unos enemigos del pueblo. El padre de Mo Yan, antes de la llegada de los comunistas al poder, era dueño de unos pequeños terrenos. La ‘mancha’ la heredaban los hijos y en el caso de Mo, como el de tantos otros, cargó con las culpas de algo de lo que ni su progenitor era culpable. Su situación le impidió ir al colegio y formarse, pero eso no fue un obstáculo para el joven Mo Yan que encontró en el Ejército Popular de Liberación una manera de salir de la extenuante vida rural y un aliento para dedicarse a la literatura.

Aunque parezca irónico por la confrontación actual entre China y los Estados Unidos, sin las traducciones del prestigioso Howard Goldblatt y las presiones de un grupo de intelectuales americanos, “Mo Yan no hubiera obtenido el Premio Nobel”. Y eso que “nunca ha dejado de escribir para chinos”. De todos modos, “Mo Yan tiene esa maravillosa cualidad que solo unos pocos literatos consiguen desarrollar en su obra y es esa capacidad de convertir los temas locales en paradigmas universales”.

En Mo Yan, especialmente en Flores tardías, se aprecia una contundente crítica a la modernidad y a la búsqueda de la riqueza: “Ese deseo exacerbado de posesiones materiales obliga a las personas a salir de sus provincias y abandonar su hogar, acrecentando, por un lado, la ya honda brecha entre la gente que vive en el campo y la que vive en la ciudad, y, por otro, socavando la tradición y el sustrato cultural chino que se diluye en los circuitos de la modernidad”. Mo Yan añora los antiguos lazos sociales, destruidos por los comunistas, que se cimentaron sobre la base del yin-yang y trajeron armonía y orden a la idiosincrasia china. “Aunque no lo pueda parecer, Mo Yan es un reaccionario, anticosmopolita y antimoderno”.

Esta actitud encuentra en la vulgaridad su mejor aliado: “En China, se le critica su falta de filtro, no en el sentido ideológico, sino en el empleo del lenguaje, muy escatológico, carnavalesco y barroco, con una crudeza insoportable para algunas personas. Aun así, tras la vulgaridad del lenguaje subyace un nivel cultural que muy pocos autores pueden alcanzar”.

“No podemos olvidar que Mo Yan pertenece al pueblo y en su obra transmite esa forma de pensar y de hablar tan típica de la gente de rural”. A Blas la escritura del autor le recuerda a la picaresca española, “vulgar en su forma pero profundamente crítica en su contenido”. Ese aspecto carnavalesco con grandes toques polifónicos es su manera de transgredir y romper con los cánones social: “No quiere saber nada de lo funcionarial ni de la élite cultural, su lenguaje es una herramienta para reírse de ellos”.

Dentro de la algarabía de voces que destacan en las obras de Mo Yan, encontramos a los “peleones”. “A primera vista, el primo de Mo Yan parece romper con el esquema de justicia distributiva planteado a lo largo de la novela, pero en realidad es un luchador, alguien que tiene de guía la ética del combate y el valor de los artistas marciales; sus esfuerzos por sobrevivir, al final, son bien recompensados”. En Flores tardías, Mo Yan indaga en la importancia de la responsabilidad individual y colectiva dentro de un orden social y de cómo las acciones serán retribuidas positivamente o negativamente según actúen las personas. “Se aprecia un intento de buscar justica cuando ninguna institución es capaz de mantener el orden”.

Su adhesión al PCCh exacerba las diatribas de ambos lados del espectro político: para ciertos grupos críticos con el establishment comunista, Mo Yan forma parte de la ristra de esbirros del partido único que intenta con su obra adoctrinar a sus lectores; mientras que para algunos compañeros políticos, sus juicios resultan irritantes. “¿Te parece poca crítica llamarles ignorantes a los cargos oficiales del partido? Mo Yan los retrata como gente que no se entera de nada, llegan al campo con sus ideas revolucionarias y abstractas, pero en realidad no comprenden a los campesinos, ni les defienden ni les dan voz”, dice Blas.

Aun con todo, Blas desmiente que la obra de Mo Yan esté politizada, si entendemos politización como una defensa ideológica: “Mo Yan nos enseña que toda ideología acaba fracasando porque es incapaz de abarcar la complejidad del mundo real”. Blas nos recuerda que en La mirada del terrateniente, una de las historias recogidas en Flores tardías, Mo Yan siente pena por la muerte del ‘diablo terrateniente’, no cumple las exigencias sociales y políticas, no puede odiarlo. Demuestra una gran empatía y humidad y con su acto cuestiona cualquier ideología. “Para Mo Yan la falta de comprensión hacia otras personas es la causa de nuestra complicada situación actual”.

Durante un tiempo, esta postura tuvo consecuencias nefastas para el autor. Sin embrago, el éxito internacional de El clan del sorgo rojo, tanto literario como fílmico, le cubrió las espaldas de los ataques de sus compatriotas. “El libro y la película abrieron las puertas de Occidente a la cultura china, en un momento dulce para ambos, pues había una gran curiosidad por conocer al país donde se deslocalizaban las fábricas y los chinos querían saber todo lo posible sobre aquel conjunto de países lejanos que invertían en su floreciente sistema financiero”. Pero lo que definitivamente lo protegió de cualquier ataque fue la concesión del Premio Nobel: “En China era conocido, pero no vendía tanto; en cambio otros autores más conocidos dentro del país, a nivel internacional no los conoce nadie”.

Su origen rural acrecienta su aura marginal: “La gente de campo son considerados ciudadanos de segunda, el comunismo no ha sido capaz de terminar definitivamente con la dicotomía campo-ciudad”. Esta condición, sumado a su éxito literario, ha despertado la envidia de sus compañeros de letras, que no perdonan que tales logros provengan de un campesino sin formación reglamentaria: “Por ese motivo, se puede apreciar en la obra de Mo Yan una faceta revanchista, tampoco soporta a los compañeros que escriben por dinero”, concluye Blas Piñero.