Máximo Pradera: “No puedo escribir sin algo de ironía”

Tras haber pasado por un cáncer, Máximo Pradera relata su proceso e invita a que reflexionemos sobre nuestros hábitos de vida para defender nuestra salud en «El cáncer y la madre que lo parió» (Navona).

Texto: Gaia Tilotta  Foto: Asís G. Ayerbe

 

El cáncer y la madre que lo parió es un título que pone de manifiesto algunos de los rasgos cumbre del texto: el tema, la carga emotiva que conlleva contar una experiencia personal tan intensa como la de padecer un cáncer y la ironía que marca las casi cuatrocientos páginas de un libro que, no por ser informativo, deja de entretener. Una ironía con toques de sarcasmo que no nos sorprende: el humor de Máximo Pradera es conocido desde los tiempos de Lo + Plus, el programa televisivo que conducía a lado de Fernando Schwartz y que marcó una época. Él se ha movido siempre en el territorio de la televisión, la escritura de guiones o la crítica musical (es un gran melómano), pero llama la atención en el prólogo de la nutricionista Ángela Quintana y la reseña en la contraportada del Dr. Javier de Castro, vicepresidente de SEOM, el grado de documentación sobre conceptos médicos y bioquímicos que despliega y su capacidad de trasladarlos a un lenguaje claro y asequible.

Máximo Pradera nos lleva en su viaje a través de la enfermedad y del tratamiento, pero también en su recorrido de investigación: nos muestra sus hallazgos para que nosotras y nosotros mismos podamos tomar elecciones informadas sobre nuestros hábitos y estilo de vida. No por ser el reflejo de una experiencia personal, el libro deja de ser muy informativo al entremezclar conocimientos bioquímicos, píldoras de filosofía estoica y anécdotas propias.

 

La primera parte del libro abarca su experiencia con el cáncer pero, contrariamente a lo que se podría esperar, resulta un texto muy divertido: ¿El humor ha salido de manera espontánea o se lo propuso al empezar a escribir?

Es que no puedo escribir sin algo de ironía, rasgo que he heredado de mi padre, Javier Pradera; es un humor vasco, socarrón, un poco a la manera de Aitor Esteban, un sarcasmo que a mí me resulta muy gracioso. También es un rasgo que compartía mi abuelo materno, Rafael Sánchez Mazas.

 

¿Cuál ha sido el proceso de escritura?

Se suele decir: si quieres aprender, enseña y si quieres enseñar, aprende. Como al principio no sabía nada de bioquímica, me planteé cómo hacer para que mis lectores no tuvieran que realizar el mismo esfuerzo que hice yo. Así que opté por usar muchas metáforas. Por ejemplo, en el tercer capítulo, que se titula “¿Qué es el cáncer?” Antes de adentrarme en la explicación de qué es lo que ocurre a nivel celular, me sirvo de Triki, el monstruo azul del Barrio Sésamo y su debilidad por las galletas para explicar que el tejido epitelial es el más vulnerable a los tumores. Hay muchas analogías con el mundo del cine que es un campo que domino gracias a haber presentando Lo Que Yo Te Diga, aunque no me considero un experto.

 

Hablando de cine, hay muchas referencias a Robert De Niro: ¿Película favorita?

Película favorita de Robert De Niro… Uno de los nuestros y, por supuesto, Taxi Driver. Aunque, ahora que lo pienso bien, diría que es El cazador porque lo tiene todo: ternura, coraje, solidaridad con sus compañeros, romanticismo. Me encantaron las escenas románticas con Meryl Streep.

 

Usted muestra tanto lo que funcionó como lo que descartó. ¿Por qué mostrar los errores?

Porque en mi vida aplico el método científico: hago hipótesis y pruebas. Newton no habría descubierto la gravedad sin haber dejado caer la manzana. A veces he caído víctima de la sugestión, de lo que parecía científico y, en realidad, no tenía fundamento, como es el caso del calzado Masai Barefoot Technology. Sin embargo, al seguir buscando, me encontré con las ventajas del calzado minimalista, al que dedico dos capítulos. Además, las informaciones que recibimos sobre temas médicos no siempre son las más acertadas o completas. A principios de febrero salió en El País un artículo que hablaba de la alerta de sobredosis de vitamina D del Sistema de Farmacovigilancia. Considero que este artículo es un ejemplo de mal periodismo científico porque los casos de hospitalización no dependen de la absorción de vitamina D en sí, si no de no haberla acompañado con la vitamina K2 que es la que permite su asimilación. Las vitaminas D3 y K2 forman un dúo indisoluble, igual que Marcello Mastroianni y Sofia Loren, como digo en el libro.

 

¿Usted cree que el periodismo científico debería ser reservado a quien tenga un grado de especialización?

Sin duda. No son argumentos de comprensión inmediata y necesitan de un nivel de conocimientos elevado para relatarlos sin equivocaciones. De la misma manera que no cualquiera puede reportar sobre el funcionamiento del congreso.

 

Conociendo mucho los diferentes medios de comunicación, ¿por qué optó por el libro y no, por ejemplo, por un podcast?

Escribir te permite más seguridad en el sentido de que a la hora de poner negro sobre blanco tienes que estar muy seguro. Me parece que el libro es algo que se queda de forma más permanente, a pesar de que ahora ya parece que no hay diferencia entre lo que se imprime y lo que se publica en redes sociales, mira lo que le ha pasado a Karla Sofía Gascón y sus tuits. Aunque por ahí entramos en el debate sobre la cultura de cancelación que es otra cuestión…

Sin embargo, el haber escrito un libro no excluye el crear un podcast; no descarto la posibilidad. También es cierto que me parece que esta opción obliga a más continuidad, y un podcast basado en mi propio viaje se agotaría pronto. Los veo más como herramientas para los divulgadores, para alguien que sepa latín.

 

En el libro hay un elogio a la sanidad pública en España (precisamente por el hecho de ser pública), los descubrimientos científicos y los avances en los tratamientos.

Quiero aclarar algo por si no he sido lo suficientemente claro en el libro: dentro de la mala suerte, he tenido suerte porque tenía seguro privado, lo que me ha permitido tener acceso más rápido a los exámenes que si me hubiera puesto en espera de la pública o, por ejemplo, me dio la posibilidad de optar por la resonancia magnética en lugar de una biopsia. La resonancia es una prueba mucho más precisa que la otra tanto que le pregunté a mí uróloga de la Seguridad Social por qué se hacían tantas biopsias inútiles en lugar de resonancias útiles. Ella me contestó: “El sistema público de salud no podría soportar el coste.” Sin embargo, me pregunto qué es más caro: una resonancia o tener que repetir una biopsia dos o hasta tres veces. Aún así, me siento muy agradecido por vivir en un país con sanidad pública que me permitió acceder a los tratamientos a un precio abordable. Por ejemplo, tuve que empezar una terapia hormonal con Zoladex; como las inyecciones son un medicamento subvencionado por la Sanidad Pública, me salieron como a diez euros en lugar de cuatrocientos.

 

Critica la línea más curativa que preventiva del sistema médico en Occidente. ¿Cree que el libro puede provocar un debate?

Espero que sí, la verdad. El libro refleja la crítica que he ido desarrollando en estos años contra los protocolos médicos. Siempre te preguntan si fumas o si tienes alergias, pero no te preguntan por lo que comes o cuanto te mueves en tu día a día, ni te derivan para realizar pruebas de inflamación… ¡Cuando la inflamación es la causa principal de cáncer! De hecho, el título esconde un doble sentido: primero, el cáncer es algo muy chungo que se merece la maldición; segundo, apunta a la inflamación como matriz de los tumores o a raíz de hábitos nefastos, como una mala alimentación, o de una exposición prolongada a factores de estrés y su consiguiente producción continua de cortisona. Más aún, la inflamación es madre de casi todas las enfermedades: problemas coronarios, dolores articulatorios. En fin, controlar las inflamaciones, significaría poder tener mucho más bajo control nuestra salud.

 

¿Los protocolos médicos se siguen de manera demasiado mecánica?

Los protocolos médicos son como leyes viejas: nadie se anima a cambiarlos. Creo que depende de una combinación de inercia y del poder de la parte mafiosa de la medicina y de la industria farmacéutica: los protocolos médicos están viciados por los intereses financieros. Hace solo unos años, el New York Times en colaboración con ProPublica reportaban las relaciones económicas entre casas farmacéuticas y el Dr. Baselga. El Dr. Balsega fue considerado pionero en la investigación de la lucha contra el cáncer, además de haber sido el primer director del Instituto de Oncología de Vall d’Hebron, en cuya filial madrileña yo mismo me he curado. Tras descubrimientos como estos, es lícito preguntarse cómo los intereses financieros influyen en los tratamientos y los fármacos prescritos. El debate entre los bioquímicos y los médicos es el debate cumbre de nuestros tiempos: entiendo que los médicos tienen a su cargo la vida del paciente y confío en ellos, pero para tomar mis decisiones siempre cruzo lo que dicen los médicos y los bioquímicos.

 

La segunda parte está dedicada a hábitos que ha ido asumiendo tras sus investigaciones para conseguir un estilo de vida más saludable. Entre otros, se encuentra lo de sentarse en el suelo en lugar de la silla por sus beneficios musculares y articulatorios: ¿Este libro lo escribió en el suelo?

Casi todo, o si no, de pie. Lo que es seguro es que no fue escrito en la silla, que es un invento burgués, como los zapatos. En Occidente rechazamos sentarnos en el suelo o los zapatos de planta ancha por nuestra actitud clasista. Por eso, cuando alguien me ve con mis zapatos minimalistas piensa “Pobre, no le llega para unas Clarks”. En realidad, estamos sacrificando las ventajas que proporciona ir con unos zapatos minimalistas simplemente por cánones estéticos. Y si no os convenzo yo, os invito a que miréis los videos de Daniel E. Lieberman, el profesor descalzo de Harvard.

 

Usted afirma que el libro está “a caballo entre la crónica de mi enfermedad y el manual de autoayuda para gordos, diabéticos y cancerosos”…

En mi opinión, hay que aspirar a cambiar los hábitos de los lectores. Espero que, por lo menos, el libro genere curiosidad en quién lo lea, y que entre los lectores y las lectoras nazca la inquietud por consultar algunos de los temas que expongo con sus médicos. Uno de los temas es el ayuno intermitente y remarco sus múltiples beneficios para la salud. No digo que el ayuno intermitente sea para todos: por ejemplo, para alguien que está intentando ganar masa muscular no le va a servir. Pero sí que me gusta insistir en sus ventajas y me suelo preguntar por qué alguien no debería intentarlo, por supuesto, siempre bajo tutela médica. Además, en 2016 el biólogo japonés Yoshinori Ohsumi ganó el Nobel de Medicina por sus descubrimientos en el campo del proceso (en términos técnicos, autofagia celular) y de los beneficios que genera para la salud esta práctica. Por eso, no entiendo cómo podemos seguir debatiendo la legitimidad del ayuno intermitente.

 

Un libro que ahonda en una experiencia como pasar un cáncer no debe haber sido fácil escribirlo…

El libro fue un escrito de celebración cuando me dijeron que no tenía metástasis. Es posible que si me hubieran detectado metástasis, no me habría puesto a escribirlo, no habría encontrado las fuerzas. Lo empecé al acabar las sesiones de radioterapia; eso fue una etapa muy importante, significaba que ya había superado una parte. La escritura fue paralela al tratamiento de bloqueo hormonal: el tratamiento te hace sentir como si vivieses por dos años seguidos en un cuerpo más pequeño que tú, como vivir con zapatos que te oprimen. El libro refleja mi actitud tanto hacia el cáncer como hacia los tratamientos: me puse a investigar mucho por mi cuenta y a interesarme por la bioquímica, lo que me ha permitido comportarme durante el tratamiento como el comandante jefe y que sintiera a los médicos como mis generales. Hay muchas elecciones que he tomado yo solito; embarcarme en el ayuno intermitente, por ejemplo, o el reducir el tratamiento de bloqueo hormonal de tres a dos años porque consideré las ventajas que esto tendría para mí y para mi calidad de vida, a pesar de que seguir por un año más reduciría las posibilidades de recurrencia entre un 10% y 15% más.

 

¿En un relato de asuntos tan íntimos, se ha impuesto algún límite?
En fin, para citar a Ramón Lobo, a quien está dedicado el libro y que fue muy abierto a la hora de hablar públicamente sobre su experiencia con el cáncer: “Hay una delgada línea entre el exhibicionismo mórbido y el deseo de ayudar a los demás: yo espero no haberla cruzado”. Espero que el libro vaya más allá de la exhibición egocéntrica y estimule a los lectores y a las lectoras a repensar sus hábitos.