Manuel Rivas: “La imaginación nos ayuda a escuchar lo que oculta el ruido”

Manuel Rivas recupera en «Detrás del cielo» (Alfaguara, 2024) /»Tras do ceo» (Xerais) aquellos paisajes con alma tan característicos de su literatura. El lector reconocerá fácilmente esos ecosistemas naturales en peligro de extinción y se identificará con esos habitantes de la dificultad de la novela.

Texto: Javier Pintor  Foto: Asís G. Ayerbe

 

Detrás del cielo (Alfaguara, 2024) recoge bastantes de los temas que están en los orígenes de la literatura de Manuel Rivas. Son aspectos sobre los que él ha reflexionado en textos como Contra todo esto: un manifiesto rebelde (2018), Zona a defender (2020) o Los habitantes de la dificultad. De esta forma, en esta novela está presente la depredación del medio natural, el viraje de nuestra sociedad hacia radicalismos reaccionarios, la discriminación hacia el foráneo, el menosprecio de la condición femenina y los abusos de poder.

Me cito con Manuel Rivas en una cafetería que enfoca al puerto coruñés una mañana soleada de otoño con nubes negras en el horizonte que auguran lluvia vespertina. Esos mismos presagios de tormenta sacuden su novela. La cadencia calma de su discurso hace que la conversación se dilate en el tiempo. Rivas tiene el don de la palabra, como los personajes de sus novelas. Me enseña el manuscrito de la novela, muy manoseado y con multitud de notas y subrayados hechos a lápiz. Él denomina estas anotaciones lepismas, esos insectos, pececillos de plata, también en extinción que el autor reivindica en su novela. Cuando finaliza esta entrevista uno sabe que ha tratado de temas trascendentales.

 

Se percibe una comunión entre el narrador y los espacios naturales en los que discurre la novela ¿Estabas pensando en algún lugar concreto cuando la escribiste?

El espacio de la novela es tan real como imaginario. Sus límites los establecen los nombres de una pareja de cuervos que tienen bastante importancia en el discurrir de la historia: Xallas, un río en la Costa da Morte, y Navia, una localidad de la sierra oriental de Os Ancares. Es la Galicia que discurre entre valles profundos y montañas escarpadas en donde abundan especies como la del jabalí que persiguen los cazadores o las gallinas que cuida Mundi en su cabaña. También es la Galicia de otras especies que se encuentran en peligro de extinción.

 

El año pasado la editorial Alfaguara editó bajo el título de La tierra oculta las novelas Un millón de vacas, Los comedores de patatas y en Salvaje compañía, tres historias que tenían en común el compromiso con una naturaleza en crisis. En Detrás del cielo este es uno de los motivos centrales de la historia.

En Detrás del cielo están presentes algunas de las preocupaciones que me rondan desde hace tiempo. Hay un capítulo titulado El Ministerio de la Soledad que ejemplifica claramente la relación de los personajes con su entorno natural. Mundi, que ha regresado de la emigración y habita la última palloza de su pueblo, es perseguido por una funcionaria de ese ministerio que está realizando una encuesta sobre la gente solitaria. Ella le comenta que no es bueno vivir aislado y Mundi le responde: “Los animales y los árboles también son gente, a su manera, ¿no le parece?”. Este diálogo revela detalles significativos sobre lo que quería contar con esta historia de extinciones.

 

¿Qué papel juega entonces la naturaleza en la novela?

En la novela la naturaleza no es un paño de fondo, ni un lugar bucólico. No es tampoco una escenografía como contrapunto a lo urbano. Intenté representar una naturaleza que grita porque está en crisis existencial. La naturaleza es un espacio de resistencia que me permite hablar de su fortaleza salvaje. Es un espacio que dice mucho de nosotros, de nuestro lado más inexplorado y desconocido. El mundo del bosque fue un mundo de miedos en nuestra educación sentimental y hoy en día vuelve a ser ese lugar de refugio que expresa nuestra propia angustia. La naturaleza aquí tiene esa condición de rebeldía. En el mundo actual es difícil establecer una frontera entre el mundo urbano y el mundo rural. Yo prefiero hablar de la frontera que separa lo domesticado de lo indómito, lo que aún resiste.

Por otra parte, la naturaleza trata de evitar que se desencadenen los acontecimientos, quiere detener la historia y, de hecho, la niebla se adensa por momentos para proteger a los animales y a los habitantes del bosque. Se presenta así una naturaleza en convivencia con sus habitantes.

 

Otro de los capítulos de la novela se titula Apuñalar las palabras. En una ocasión te escuché decir que, en tiempos de crisis, la primera víctima es el lenguaje.  ¿Ese proceso de degradación que sufre la naturaleza también lo sufre el lenguaje?

Las palabras son los seres más vulnerables de la naturaleza. Mi forma de conectar con la naturaleza se da muchas veces a través de la literatura. Para mí escribir es un proceso de desextinción, relacionado con el momento de emergencia que vivimos. Las palabras nos ayudan a levantarnos del suelo cuando conforman una literatura insurgente. La literatura y la propia historia de las palabras luchan contra la extinción. La literatura causa un desequilibrio y pone en duda nuestras convicciones. Nos ayuda a ver lo que está oculto. Vivimos un momento de contaminación continua del lenguaje. Kapuściński ya nos alertaba al decir que las guerras comienzan siempre con un cambio de vocabulario. Es necesario combatir esta tendencia con «una ecología de las palabras» que permita devolver a estas su sentido original. Son las palabras, es la poesía, las que proporcionan la luz necesaria para seguir andando el camino. Escribir es una manera de zurcir este mundo hecho añicos.

 

En la novela aparecen representados los distintos estamentos del poder que entran en confrontación con distintos personajes de la novela…

Hay una presencia constante del poder depredador que se manifiesta, en primer lugar, a través de la cacería del Solitario, ese jabalí que arrastra una leyenda de criminal. El grupo humano de esos cazadores encarnan una serie de poderes entrelazados muy visibles en nuestra sociedad y que representan la codicia y el control sobre el subalterno. Aquí estaría también el poder que ejercen sobre el lenguaje. El lenguaje que utilizan personajes como Estanis y Duroc es un lenguaje imperial, imperativo, apodíctico. Estos personajes manipulan el lenguaje para ejercer su control sobre los que consideran sus súbditos.

 

¿Qué papel desempeña la imaginación, ingrediente fundamental en muchas de tus ficciones, en una novela tan apegada a la realidad como esta?

En esta novela la imaginación está al servicio de la realidad. La imaginación es una herramienta que nos puede llevar a descubrir la realidad, que nos ayuda a pensar lo impensable, a ver lo que no está bien visto, a escuchar lo que oculta el ruido.

 

Las mujeres son los personajes más vulnerables de esta historia, pero al mismo tiempo son las únicas que intentan cambiar las cosas.

En la novela aparece representada la condición femenina de diferentes formas. Los personajes femeninos observan la realidad de distinta manera según su edad, sus circunstancias personales y su lugar de procedencia. Por ejemplo, Maimai representa la resignación de una serie de mujeres que no han podido huir y han aceptado unas condiciones de vida en las que apenas se cuenta con ellas. Sin embargo, su hija Chelo es el único personaje de la historia que se enfrenta a su padre, uno de los caciques del pueblo. Y tiene el coraje de abandonar el hogar para buscar una nueva vida. Este tipo de personajes me van apareciendo cuando me pongo a escribir. Todo lo que sucede en la novela tiene que ver con mi experiencia personal. Las mujeres son las que resisten e intentan seguir su propio camino.

Me preocupa mucho la corriente reaccionaria que se cuela por todos los poros de nuestra sociedad. Este nuevo Trento en el que nos encontramos se da porque vivimos sumidos en una especie de estupor paralizante que nos impide actuar. Quise que algunos de mis personajes femeninos, como Chelo y la madre e hija perseguidas por los cazadores, fuesen las que se rebelasen.

 

Quería también que habláramos sobre la etiqueta de novela negra que aparece en la contraportada del libro. ¿cómo definirías tú esta novela?

La novela podría leerse como una novela negra de la naturaleza o incluso como un western crepuscular. El término de novela negra me permite describir la degradación creciente de una sociedad carente de valores. Aunque a esta novela también le valdrían otras denominaciones genéricas ya que la historia admite múltiples lecturas. Quizás podríamos hablar de una historia contra la fatalidad. Esa dualidad que se da en la novela tiene mucho que ver con la condición bifaz de la gente. La novela no deja de ser una especie de caldero en donde hierven muchos ingredientes lentamente. Quien empieza escribiendo la novela es un rostro pálido y quien termina la narración es un piel roja.

 

La novela hierve a fuego lento y se encamina hacia un desenlace en donde se intuye la tragedia. ¿Qué significó para ti escribir esa escena de violencia que se encuentra el lector al final de la novela, tan poco común en tu literatura?

Durante la novela hubo momentos de perturbación que me hacían plantear hacia dónde me encaminaba. Antes de construir esa escena me detuve y me planteé si dejarlo en la agresión verbal o de alguna manera pasar a la descripción de la agresión física. Este fue, quizás, el momento que me generó más dudas durante todo el proceso creativo. Tuve un conflicto interior muy fuerte en esos momentos. Era necesario trasmitir la violencia y el dolor en toda su magnitud y no convertir la agresión en un mero espectáculo. Tenía que intentar describirlo como contrapunto a la banalidad con que se narra la violencia hoy en día. Quise reflejar con nitidez el conflicto que se desata entre el poder y sus subalternos. Al desencadenar la violencia verbal y la agresión física estaba anticipando el proceso que nos lleva a la destrucción de la condición humana.

 

Y en medio de esta historia de tanta adversidad se eleva el humor, como en un hilarante capítulo titulado La fiesta de las batallas.

Hubo momentos en que lo pasé mal escribiendo esta novela, pero hubo muchos otros en los que disfruté. Uno de esos momentos de goce fue el de la recreación de las batallas. En Galicia se han convertido en una moda y no hay pueblo que no celebre la suya. Dombodán participa en estos espectáculos haciendo de inglés o francés según la ocasión. En una ocasión se caracteriza de romano para enfrentarse a los galaicos, paradojas de la vida. Ante la desconfianza de Maimai, él con su carácter inocente le explica que se trata de hacer que nos matamos, pero no nos matamos a lo que ella le responde, con su lucidez habitual, que todas las guerras comienzan con simulacros.

Intenté recoger esa veta de humor y de tradición popular tan importante en nuestra literatura gallega. Es una veta que bebe de las cantigas de escarnio y que tiene a Cunqueiro y a Blanco Amor como fuentes de inspiración para algunos de los episodios de la novela. Las primeras veces que recuerdo reír de niño es al escuchar esos cuentos de tradición popular. Este es también un libro contra la extinción del humor.