Macrae Burnet: “Prefiero enfadar al lector que conseguir que se olvide de la historia a los cinco minutos”
El autor escocés prosigue su personalísima aproximación al «noir» zarandeando de nuevo al lector con «Caso clínico» (Impedimenta), donde la verdad y la cordura juegan al escondite.
Texto: Antonio LOZANO Foto: Cj MONK
Graeme Macrae Burnet se ha levantado a las cinco de la mañana para coger un vuelo desde Glasgow a Barcelona. Aún quedan ocho horas hasta que visite el Camp Nou pero en el rostro del escritor ya asoma un cansancio que no es incompatible con la calidez inmediata ni con la locuacidad entusiasta. Uno esperaba encontrarse a un turista despistado a la espera de ser reconocido por el periodista y ha ocurrido lo contrario: el protagonista se ha adelantado saludando desde la distancia, previa admisión de que había googleado a su interlocutor (artículos y obra publicada incluidos).
El restaurante de la librería Laie se lo ha ganado desde el momento en que ha puesto el pie dentro, porque en la planta inferior aparece destacado en la estantería de novedades Caso clínico, la novela cuya promoción lo ha obligado a madrugar. Al tomar asiento ruega hacerlo de cara al comedor, petición que cobrará sentido a lo largo de la conversación, y sondea si el periodista va a tomar alcohol en la comida pues la coincidencia lo haría sentirse más cómodo (y, profesional que es uno, accede). Con cuatro novelas, Macrae Burnet se ha ganado un puesto de honor en el muy competitivo marco del noir escocés aunque insiste en no reconocerse en semejante etiqueta y no le falta razón: aunque tiene dos títulos más identificables con lo policíaco —su debut, La desaparición de Adèle Bedeau, y su secuela, The Accident on the A35— tanto Un plan sangriento como Caso clínico han apostado por formas muy personales de abordar la intriga y jugar a difuminar las fronteras entre la realidad y la ficción. “Si entendemos noir en esa acepción francesa que lo vincula con la creación de una determinada atmósfera y no con seguir unos códigos genéricos específicos, podría verme de algún modo en él”, señala.
Donde no se vio de forma temprana fue perteneciendo a la comunidad literaria. Uno pensaría que haber dedicado parte de su juventud a enseñar Literatura Inglesa por diversas ciudades europeas debió suponer un hervidero de ricas experiencias que, de algún modo, acabarían filtrándose en sus libros, pero él descarta su vertiente formativa para reducirlo a una mera labor alimenticia. Mucho más fructífera para su creatividad resultó ser la inmersión en conceptos como secretos de Estado y terrorismo que le proveyó el hecho de cursar un posgrado en Seguridad Internacional. “El atentado del vuelo 103 de Pan Am que cayó sobre Lockerbie en 1988 disparó mi interés por cómo funcionaban las agencias de inteligencia del mundo y ello me llevó a indagar en conceptos como teorías de la conspiración, la volatilidad de las presuntas verdades históricas, en las diferentes versiones de un acontecimiento, en el modo en que la repetición de un discurso solidifica lo que no es más que una hipótesis…”.
Aquí, en efecto, radica la piedra de toque de su corpus, la imposibilidad de alcanzar verdades irrebatibles en el campo de los hechos humanos, dada nuestra naturaleza subjetiva y muchas veces fabuladora. Sin embargo, aún llovería bastante hasta que esos intereses cristalizaran en el ámbito de la ficción literaria. Primero trabajaría como documentalista para una productora escocesa de televisión especializada en contenidos culturales, donde también esbozaría las versiones iniciales de algunos guiones, labor que, si bien se ajustaba a su pasión por bucear en fuentes informativas —a día de hoy asegura que prácticamente solo lee ensayos y libros de historia relacionados con los temas de sus obras—, acabó por cansarlo y privarle de la tranquilidad necesaria para completar algunas de las diversas novelas que había empezado a lo largo de los años.
“Entonces decidí buscarme una ocupación a tiempo parcial que me exigiera sobre todo físicamente. Acabé pintando casas mientras escribía por placer, sin mucho convencimiento de llegar a ser publicado”, comenta dando cuenta de un risotto e intercalando su relato con preguntas de cara a aumentar su vocabulario en castellano y catalán. Que Graeme Macrae Burnet no tenía entre ceja y ceja subirse al caballo ganador de la novela negra escocesa que tan excelsa cosecha de autores ha servido en las últimas décadas lo demuestra el que sus referentes en aquel momento de la verdad fueran los de costumbre: los filósofos existencialistas franceses, con Sartre a la cabeza —asegura leer La náusea cada diez años—, y entre los que habría incluido a su adorado Georges Simenon de no haber sido belga.
El ascendente del creador del comisario Maigret sobre su ópera prima, La desaparición de Adèle Bedeau, es tan marcado que algunos pasajes parecen dictados en sesiones de espiritismo. Carta de presentación del melancólico inspector Gorski, quien debe investigar el paradero de una camarera que se ha esfumado de una pequeña ciudad de provincias francesa, es un estudio del siempre esquivo y contradictorio género humano, plagado de interrogantes profundos acerca de nuestro paso por la Tierra y cocido a fuego muy lento. “Igual que tantas veces hizo Simenon, buscaba retratar el efecto de un hecho desconcertante en una comunidad cerrada y de qué manera hace aflorar la naturaleza invisible de un conjunto de individuos. Para mí todo está en los personajes, no en la trama. Uno recuerda antes la marca de cigarrillos que fumaban que los desenlaces de los hechos en los que estaban implicados. El acontecimiento más destacado durante las primeras veinte páginas de La desaparición… es que una mañana el inspector decide cambiar su desayuno habitual. Además, me niego a servir resoluciones blindadas y explicaciones pormenorizadas, prefiero enfadar al lector que conseguir que se olvide de la historia a los cinco minutos”.
Esta apuesta por el retrato de nuestras zonas de sombra morales en las que la ambigüedad y la sugerencia llevan el paso y lo más crucial parece ocurrir entre líneas se demostró acertada cuando su segunda novela, Un plan sangriento. El caso Roderick Macrae, devino un éxito de ventas que acabó finalista del Man Booker Prize y cosechó numerosas traducciones. Las manos de su responsable dejaron de permutar de la brocha gorda al teclado del ordenador para concentrarse exclusivamente en este último. True crime (¿o no?) con varias capas de lectura en torno a un presunto antepasado del escritor acusado de tres brutales asesinatos a mediados del siglo XIX en las Tierras Altas Escocesas, el libro acude al recurso del “manuscrito encontrado” y juega al despiste con el lector, no solo acerca de su propia naturaleza (¿exactamente qué artefacto literario tenemos entre manos?) sino con la enigmática personalidad del individuo llamado a acabar en la horca y el crédito de los testimonios que se entrelazan.
Caso clínico puede verse como el destilado más puro hasta la fecha (aunque esperemos que no el definitivo) de estas técnicas narrativas —multiplicidad de puntos de vista, testimonios controvertidos, fuentes documentales de origen sospechoso…— con las que Graeme Macrae Burnet va tejiendo una red intrigante y atmosférica en cuyo centro hay un individuo enigmático que nos atrae con la misma fascinación perturbadora que Madeleine al detective Scottie Ferguson en De entre los muertos. Aquí es una mujer anónima, si bien adopta un nombre falso tan metafóricamente resonante como Rebecca, que acude a la consulta de un psicoanalista de métodos poco ortodoxos, A. Collins Braithwaite, para confirmar sus sospechas de que estuvo implicado en el ¿suicidio? de su hermana, a la que trató en el pasado. El escritor reconstruye la turbulenta trayectoria personal de ambos, figuras especulares en excentricidad y disfuncionalidad, al tiempo que sus encuentros teóricamente terapéuticos adoptan la forma de retorcidas partidas mentales (o performances maliciosas) de ocultación y manipulación.
Parecía escrito en las estrellas que el psicoanálisis y la literatura de Macrae Burnet debían unir fuerzas pues sus modus operandi están cortados por patrones muy similares. “Los casos clínicos resultan con frecuencia de lo más novelescos porque el paciente acostumbra a inventarse su historia y los terapeutas a llegar al tipo de conclusiones que encajen con sus teorías predeterminadas. Uno nunca sabe qué ocurrió realmente en aquella habitación pues solo dispones de la versión del doctor, que no deja de ser un narrador parcial, cuyas obsesiones y prejuicios quedan registrados en su diagnóstico. No es un método científico, la objetividad es inalcanzable, siempre se impone un único relato interesado. Me interesaba mostrar el punto de vista del cliente y que nos preguntáramos qué ocurre si el terapeuta está tan loco como el paciente”. Al hilo de esto, el autor detesta el concepto de narrador no fiable. “¿Acaso no lo somos todos? Todos reconstruimos un mismo hecho de formas diferentes, no por mentir sino porque aplicamos filtros intransferibles”, apunta.
El personaje de Braithwaite está inspirado en R.D. Laing, un rock star de la psiquiatría en los años 60 que puso patas arriba la disciplina, desafiando buena parte de sus convenciones con métodos provocadores. Estrella de la contracultura a la que acudían artistas y famosos, defendió la idea de que nuestros traumas pasan por intentar sofocar las múltiples personalidades que contenemos. Desvelar la personalidad múltiple de Rebecca, un monstruo de represión y paranoia, es uno de los placeres de una novela que nos revela otro lado de los Swinging Sixties. “Esos aires de modernidad, hedonismo y rebelión impactaron sobre una porción diminuta de la sociedad británica. Entre la mayor parte de la población continuaba dominando la austeridad de la posguerra y la represión sexual de siempre”.
Asimismo, Caso clínico pone en entredicho el cliché del viaje a la identidad que alimenta tantas ficciones. “Cuando se habla de ir a encontrarse a uno mismo queda implícito que hay una identidad única y sólida que nos define de verdad, lo que cierra la puerta a la heterogeneidad y la reinvención. ¿Pero acaso somos los mismos con nuestra familia que con nuestros amigos, en una entrevista de trabajo que con una primera cita? Contenemos multitudes y esto es por lo que abogan Laing y Braithwaite, que es normal mostrar diferentes caras dependiendo de la situación y el contexto. Los problemas surgen cuando una que es falsa domina sobre las demás hasta anularlas y tomar el control absoluto”.
Sea como fuere, no hay forma humana posible de conocer a fondo a los otros ni a uno mismo, este es el tema troncal de su obra. “Quizá suponga un desafío creciente porque el narcisismo lleva a formas cada vez más sofisticadas de generar avatares, a lo que se añade una posible pérdida de la capacidad de levantar la vista de nuestras pantallas y observar al otro. Para Georges Simenon cada mesa de un bistró contenía una novela”. Y de este modo queda resuelto el misterio de asiento en la mesa escogido por el escritor, cualquiera de los comensales presentes en la sala podría filtrarse en sus futuros proyectos, inspirar, sin saberlo, su siguiente criatura memorable.
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