Los nombres de mi padre

Los nombres de mi padre
Daniel Saldaña París
Anagrama
224 págs. 18’90€
La narración arranca en Nueva York cuando la pandemia ya lleva un año encarnizándose. Nuestro protagonista y narrador acaba de llegar a la Gran Manzana empujado por una obsesión, un nombre, Miguel Carnero, y siguiendo un hilo que asomó del ovillo por un sutil lapsus lingüístico de la madre al evocar el nombre de su padre biológico. Solo una posible hermanastra, que regenta una librería anarquista en Queens, podrá confirmar o refutar la corrosiva sospecha que ya viene insinuada en el título del libro. ¿Es mi padre realmente mi padre? Pocas preguntas con un mayor poder de atracción desde que nos estremeció nuestro reflejo en un lago.
Hay varios aspectos que rozan la perfección en este libro, como por ejemplo el equilibrio entre el ritmo con que avanza la acción en presente, minuto a minuto, paso a paso, por las calles de Brooklyn rumbo al Lower East Side, y la inserción de los flashbacks justos, bien medidos, y escritos con una mezcla de soltura y profundidad asombrosa que nos retrotraen a las broncas y convulsas décadas de los sesenta y setenta en la Ciudad de México. Masacres impunes como la de Tlatelolco en el 68 o la de El Halconazo en el 71 daban un claro mensaje al mundo, pero el movimiento estudiantil, herido, se resistía a desaparecer. La ciudad se expandía monstruosamente, a caballo entre la miseria de la autoconstrucción y pioneras promociones habitacionales de aires utópicos. En medio de este panorama, emerge como un imán irresistible la historia del tal Miguel Carnero, arquitecto obsesionado, a su vez, por algunas figuras capitales de la arquitectura mexicana de la época que, para más inri, aparecen extrañamente conectadas con un antiguo nazi.
La mejor de las perfecciones del libro, sin embargo, es la rotunda convicción que acompaña al lector mientras se adentra en la historia: esto es verdad; la fuerza de la realidad será la que le otorgue tanta solidez. Estamos, ni más ni menos, que ante esa maravillosa variante de la verdad que logra la literatura cuando realmente es literatura: la verdad literaria. Guillem Borrero








