Los intelectuales españoles nazis

«La España nazi. Crónica de una colaboración ideológica intelectual 1931-1945», de Marco Da Costa, (Editorial Taurus), un ensayo que versa sobre las relaciones ideológicas que los intelectuales conservadores y antiliberales españoles mantuvieron con el nacionalsocialismo desde la llegada al poder de Hitler hasta la caída del Tercer Reich al final de la Segunda Guerra Mundial.

 

Texto: David VALIENTE

  

“Uno de los objetivos de mi libro es mostrar que los intelectuales de derecha de los turbulentos años treinta y cuarenta no formaban un bloque de pensamiento homogéneo, sino que cada uno respaldaron con distinta intensidad las ideas que se importaban de la Alemania nazi. Al fin y al cabo, los conflictos de interés y los acontecimientos en Europa también potenciaban un mayor o un menor apoyo de la comunidad intelectual española”, comenta Marco Da Costa, autor de La España nazi. Crónica de una colaboración ideológica intelectual 1931-1945 (Editorial Taurus), un exquisito ensayo que versa sobre las relaciones ideológicas que los intelectuales conservadores y antiliberales españoles mantuvieron con el nacionalsocialismo desde la llegada al poder de Hitler hasta la caída del Tercer Reich al final de la Segunda Guerra Mundial.

Marco Da Costa es profesor del Departamento de Ciencias Políticas de la Saint Louis University (en el campus de Madrid) y tiene publicados varios estudios en revistas académicas y editoriales. Entre esos trabajos, podemos destacar El cine japonés bajo el peso de la tradición (Azul Editorial), Ideología y propaganda en el cine del Tercer Reich (Comunicación social, Ediciones y publicaciones), El cine del III Reich en cincuenta películas (Notorious Ediciones) y Hollywood contra Hitler (Notorious Ediciones). Atendiendo a la tendencia de sus anteriores publicaciones, el nuevo libro de Marco se encuadra en una subcategoría de la historia conocida como historias de las ideas. “Los puntos de vista políticos, diplomáticos y bélicos entre la España de entreguerras y la Alemania nazi ya están muy trillados, de ahí que la columna vertebral de mi ensayo lo compongan los intelectuales y las referencias al nazismo que desprenden sus escritos”.

La España nazi es la adaptación a todos los públicos de su tesis doctoral que fue galardonada con un premio extraordinario. “Desde hace un par de décadas, en el mundo académico el estudio de las ideas fascistas (con un fin investigador, por supuesto) está bastante normalizado, a diferencia del mundo editorial, que si bien divisamos algunos títulos, como Falange y literatura de José-Carlos Mainer, Leyenda del César visionario de Francisco Umbral o Las armas y las letras. Literatura y guerra civil (1936-1939) de Andrés Trapiello, donde es mucho menos habitual”, asegura Marco Da Costa.

Andres Trapiello dijo que ‘los franquistas ganaron la guerra pero perdieron los manuales de literatura’, y seguramente los nombres que encontrará el lector en las cuatrocientas páginas del libro le sonarán de muy poco: “Sin quererlo he escrito una especie de cara B de la edad de plata de la cultura española, la historia había olvidado a estos intelectuales (filósofos, juristas, profesores, periodistas, corresponsales, ensayistas, religiosos…) derechistas, antiliberales y anticomunistas, aunque precisamente no carecían de talento literario”. Ha ocurrido en otras ocasiones, “si escribes propaganda, tus posibilidades creativas quedan muy limitadas; Giménez Caballero, González Ruano o Tomás Barra poseían un gran talento narrativo y poético, sin embargo, han pasado a la historia como los adalides de una serie de ideales denostados. Pero no por ello debemos olvidarlos”. En este sentido, recuerda Marco, el mejor Rafael Alberti no es el que escribió sus poemas durante la Guerra Civil, sino que su auténtico genio literario, su marca identificadora la dejó impregnada en Marinero en tierra, Sobre los ángeles, Ora marítima seguido de Baladas y canciones del Paraná o Coplas de Juna Pandero. “De todos modos, tampoco podemos comparar el talento de los intelectuales que recojo en mi trabajo con la magistralidad que desprendían los escritores que nutrieron la Generación del 27”.

Tal vez su capacidad más destacable fuera enardecer los ánimos en las calles, en un momento, durante el Gobierno de la Segunda República, un tanto conflictivo con continuas huelgas, manifestaciones y peleas callejeras entre miembros de diferentes facciones políticas. La sociedad era como un polvorín a la espera de una cerilla que la hiciera saltar por los aires. “Por supuesto, sobre los intelectuales derechistas y antiliberales recae la responsabilidad ética de haber incendiado las calles, diseminando una especie de receta patriótica, autoritaria y anticomunista que paliara, así lo veían ellos, los efectos nocivos del anárquico Gobierno republicano”, comenta el autor del libro, quien nos recuerda la predisposición histórica de nuestro pueblo a adoptar el caudillismo: “De los tres principales dictadores europeos del siglo XX, Franco es el único que no escribió libros o artículos defendiendo su ideología, tan solo era un jerarca militar”.

Buscando modelos alternativos a la República, los intelectuales miraron hacia Europa con la seguridad de que encontrarían los principios políticos y sociales que casarían con sus prioridades de gobernanza. “El fascismo italiano influyó en el pensamiento de estos intelectuales porque ambos España e Italia compartían una raíz católica”. El nazismo despertó también alguna que otra pasión, pero el asesinato de católicos en la Noche de los Cuchillos Largos y el incumplimiento por parte de los nazis de algunos de las cláusulas del concordato firmado con la Iglesia católica en 1933 “provocaron que a muchos intelectuales españoles se les cayera la venda y vieran al nacionalsocialismo con otros ojos”.

Sin embargo, nunca faltaron admiradores de Hitler. Sin ir más lejos, uno de los fascistas españoles más reconocido, Ramiro Ledesma Ramos, lo sabía todo sobre él. “Creo que los intelectuales españoles fueron más proclives al hitlerismo que al filonazismo, incluso después de muerto sus plumas no dejaron de elogiar al Füher”. Sus ‘fans’, cuando no justificaban, pasaban de soslayos en sus crónicas todo lo referente a las políticas raciales y antirreligiosas o directamente culpaban de todos esos crímenes a lo que ellos denominaban el ala izquierdista de la cúpula nazi: “Según sus argumentos, Hitler había sido criado en una comunidad católica y era un hombre de Estado que tarde o temprano frenaría las salidas de tono de Joseph Goebblels, Heinrich Himmler, Hermann Göring y demás”.

A pesar de lo fuerte que resonaban las ideas fascistas en Europa, los intelectuales patrios de derechas, antiliberales y antirrepublicanos construyeron un pensamiento genuino con el suficiente convencimiento para aplacar las inquietudes sociales. “José Antonio Primo de Rivera repetía una y otra vez que Falange no era una copia exacta de los movimientos intelectuales fascistas europeos; Falange se arraigaba en la tradición española y en la idiosincrasia del pueblo, y esto lo podemos apreciar en el rechazo a la divinización del Estado y del antisemitismo alemán”.

La independencia intelectual se aprecia, por ejemplo, en su forma de entender el antisemitismo: “Partamos de la base de que todos en la Europa de finales del siglo XIX y principios del XX eran antisemitas, pero el antisemitismo que imperó en nuestro país se alejó por completo del modelo biologicista y racial planteado por los nazis. En España, hubo un antisemitismo de carácter ambiental o materialista si se quiere; para nuestros intelectuales el problema con el judío no era la raza, sino la fe que procesaban y sus capacidades para nadar por el mundo de las finanzas”. El historiador Gonzalo Álvarez Chillida,  uno de los mayores especialistas en el judaísmo español, sostiene en su libro El antisemitismo en España que la historia del antisemitismo en España es una historia de clérigos y sacerdotes: “Y comparto sus argumentos, los antisemitas españoles más representativos del periodo de entreguerras vestían túnica talar y respondían al apelativo de sacerdote”.

Entonces, “el catolicismo hizo de muro ante los delirios raciales”. Eran conservadores, sí; pero por encima de todo creían en Dios y en una vida eterna llena de glorias  accesible a cualquier persona que abrazara el credo de la cruz: “No entendían la cuestión racial con los mismo códigos del nazismo por su fe y su mochila de lecturas que incluía a pensadores como Ortega y Gasset y Ramiro Maeztu”. De ellos aprendieron que la conquista de América no fue un acto racial, pues los colonos se mezclaron con la población autóctona. Mostraban orgullo por el mestizaje, pero especialmente por haber diseminado la lengua española y los valores morales y espirituales del catolicismo por gran parte del Nuevo Continente. “Lo más parecido a un antisemitismo racial se encuentra en la obra de Misael Bañuelos, Antropología actual de los españoles, publicada en 1940, donde, a través de la fisionomía, analiza el carácter de las razas hispánicas. Pero Misael Bañuelos fue la excepción que confirmó la regla”.

Franco se apoyó en los intelectuales falangistas para legitimar el Estado que nació después de la guerra. Entre 1936 y 1943, se construyeron los cimientos ideológicos del régimen. “Al franquismo las cuestiones ideológicas le traían sin cuidado, le interesaba más construir un corpus jurídico sin fisuras, pero cuando en 1943 dejan de llegar noticias con las victorias de Hitler, los intelectuales entre bambalinas emprenden la labor de quitar el maquillaje totalitario y ponen todos sus esfuerzos para que la ideología resultante convenza a los ganadores de la Segunda Guerra Mundial”. La maquinaria nacionalcatólica echa a andar.