Liz Moore: “Ni siquiera un nivel de riqueza excepcional puede aislar a nadie de la tragedia”
La autora de “El largo río de las almas” cambia los ambientes urbanos más turbios de Filadelfia por los, aparentemente, idílicos parajes de las montañas al norte del estado de Nueva York, que guardan también sus secretos. Viajamos hasta Filadelfia para sentarnos a hablar con ella frente a unos bagels.
Texto: Leticia Vila-Sanjuán Foto: Maggie Casey
Tomo el tren desde Penn Station en Nueva York en dirección a Filadelfia un sábado gris de otoño a media tarde. En el trayecto hacia Pensilvania, repaso El largo río de las almas, la última novela publicada antes de El dios de los bosques de la escritora Liz Moore, a quien entrevistaré el domingo por la mañana a propósito de El dios de los bosques. Aunque ya había publicado varios libros antes, El largo río de las almas fue su salto al estrellato en EEUU: un bestseller instantáneo. El programa Good Morning America lo escogió para su popular club de lectura, y Barack Obama lo nombró como uno de sus libros favoritos de 2020. La adaptación audiovisual está en plena producción, con la actriz Amanda Seyfried como protagonista.
El largo río de las almas, publicado en España por ADN, transcurre en la ciudad de Filadelfia, especialmente en el barrio de Kensington, y retrata las complejidades de una de las áreas más golpeadas por la crisis de opiáceos. Al llegar a la ciudad me dirijo a conocer el barrio, viendo en primera persona el enorme contraste de sus calles. En Kensington cohabitan una enorme cantidad de adictos con calles llenas de gente escuchando música y charlando en el quiosco, y me siento a comer en una taquería con carteles proKamala Harris.
Inmersa en el ambiente de su anterior novela, releo fragmentos de su nuevo lanzamiento, El dios de los bosques, recién publicada en España también en ADN, que tiene lugar en un escenario muy distinto y nada urbano: las montañas Adirondack al norte del estado de Nueva York. Una región donde tradicionalmente familias ricas de la costa este han asentado sus segundas residencias, y una reserva natural protegida donde no todo es lo que parece. Me cito con Liz Moore el domingo a las 9 de la mañana en The Bagel Place en Society Hill, una zona residencial y familiar que queda bastante al sur de Kensington. Esta es una versión condensada de la conversación que tuvimos acerca de su última novela, rodeadas de familias con niños comprando sus bagels del fin de semana.
¿Qué le dirías a alguien que no sabe nada del El dios de los bosques para que se interese en leerla?
Técnicamente, El dios de los bosques es la historia de los Van Laar, una familia muy adinerada de las montañas Adirondack (al norte del estado de Nueva York) que fundó un campamento de verano al pie de la colina debajo de Autosuficiencia, su mansión en mitad de la naturaleza. Es la historia de Bárbara, su hija de 13 años, que desaparece cuando la envían al campamento de verano. Pero el secreto es que 14 años antes, Bear, el hijo de esa familia, también había desaparecido. Así que se trata de una especie de doble misterio, en el que el pasado realmente afecta al presente. El anterior tiene que ser resuelto para que el actual también se pueda desenredar. Y aborda temas como la clase, la desigualdad económica, el machismo y las diferentes formas de desempoderamiento a las que se enfrentan las mujeres en los años 70 a través de distintas capas de la sociedad.
¿De dónde surgió la idea original?
Cuando empiezo una novela sólo sé unas cuantas cosas: sé el lugar donde se desarrollará y conozco los personajes principales. Y sé también cuál es el principal problema al que se enfrentan. En este caso, sabía que la familia tendría una hija de 13 años que desaparece. Pero no sabía, por ejemplo, a dónde habría ido o, ya sabes, si estaba… Lo dejaré así. (Risas) Pero la idea del libro surgió tanto del lugar como de la trama. Crecí yendo a las montañas Adirondacks, y tengo una larga historia familiar en ellas. Mis antepasados se trasladaron allí a principios del siglo XX; mis abuelos construyeron una cabaña en la naturaleza, a la que todavía vamos, y donde yo llevo a mis hijos. Así que gran parte de la inspiración para el libro surgió de esa sensación de lugar y atmósfera. También investigué mucho sobre familias ricas que poblaban la región y tenían casas de veraneo; algunas de ellas vivieron tragedias muy profundas. Me interesaba la idea de que ni siquiera un nivel de riqueza excepcional puede aislar a nadie de la tragedia, ni proteger del todo a una persona de la pérdida y el dolor.
¿Por qué decidiste que la trama transcurriese durante los años 1970?
Por dos razones. Una es que la Reserva del Parque Adirondack se fundó en 1892, y no quería que hubieran pasado demasiadas generaciones entre su creación y el presente de la novela. Me interesaba que todas las familias del libro tuvieran recuerdos generacionales de cómo afectó a las distintas clases sociales. A los ricos les dio la posibilidad de tener tierras protegidas, a las familias trabajadoras les dio sustento y bienestar a través de la industria maderera, que sin embargo destruyó gran parte de la naturaleza y de la reserva. Así que las Adirondacks se me presentaban como una situación éticamente complicada. En la ficción me atraen las situaciones éticas complejas, las preguntas que no tienen respuestas fáciles. Y en los años setenta en Estados Unidos se estaban produciendo muchos movimientos sociales; el de los derechos civiles, el feminista… Pero en las comunidades rurales fueron mucho más lentos y tardaron en llegar.
Después de El largo río de las almas, tu penúltima novela publicada, ubicada en el barrio de Kensington, Filadelfia, en el centro de la crisis de opiáceos, el cambio de escenario a los Adirondacks resulta sorprendente.
Para mí, como escritora, es muy importante complicar el relato que el país o el mundo tiene sobre un lugar concreto. Cuando escribí sobre Kensington tenía mucha experiencia personal por mi trabajo comunitario en el barrio, y por haber escrito mucho sobre él. Conservo muchos amigos ahí, y me importaba retratarlo de una manera compleja, no sólo como una zona arruinada que sufre una especie de malestar social. Puede ser y es un barrio muy vibrante, lleno de espíritu de comunidad y con una historia muy larga e interesante, que intenté transmitir. No quería perpetuar el estereotipo negativo vinculado a la droga. Creo que lo contrario podría decirse de los Adirondacks, un lugar precioso en la naturaleza que históricamente ha atraído mucha riqueza y gente por su belleza. Y sin embargo, es una zona muy marcada por cuestiones de desigualdad de ingresos y de pobreza rural. En realidad, son como dos caras de la misma moneda.
¿Cómo te planteaste la relación del bosque con los personajes que lo pueblan, esa tensión entre hombre y naturaleza?
Los bosques suelen representarse como una especie de escenario de pesadilla donde los humanos pasan mucho miedo, en la mitología y los cuentos. Carl Jung tenía la idea de que el arquetipo se podía encontrar en muchas formas diferentes de narración. Y creo que el arquetipo Jungiano del bosque es el de un lugar de peligro, pero también de tentación e intriga. Disponer cualquier forma de civilización humana, ya sea un campamento de verano o una mansión, en la periferia del bosque, tiene mucho sentido para mí como novelista, porque brinda todas estas interacciones con el espacio. Un lugar que puede percibirse como oscuro y peligroso, pero también hermoso, como los bosques de las Adirondack, me sirven de símbolo de la condición humana. Y mucho de eso sucede literalmente en el bosque justo al lado del Campamento Emerson. Hay una especie de asesino en serie que merodea por ahí, pero también un viaje de supervivencia que los niños tienen que hacer cuando se les pide que actúen como adultos por primera vez y que cuiden de sí mismos en la naturaleza.
En el centro de la novela hay una familia muy rica, los Van Laar, que creen que se merecen todo lo que les ha tocado en suerte, y piensan que pueden salirse con la suya sin asumir ninguna responsabilidad por sus actos ni aceptar consecuencias. Al hacerlo, arrastran con ellos a personas inocentes de estratos más desfavorecidos. La tensión de clase parece muy importante en tu escritura.
Es un gran motor de la tensión narrativa, y en casi todos mis textos hay cuestiones de clase. Crecí en una gran ciudad de clase trabajadora de Massachusetts, fui a la escuela pública donde estaba rodeada de gente que sentía superioridad solo por su proximidad con la riqueza. Y luego, cuando me trasladé a Nueva York para ir a la universidad, descubrí por primera vez lo que es la verdadera opulencia. Como sabes, vivir en Nueva York te hace pensar en el dinero que te rodea en todo momento. Pero también entendí que cuando coges el metro, todos los estratos económicos ocupan el mismo espacio común, donde se reúne gente de todas las clases sociales. Una de las razones por las que me encanta Filadelfia es porque presenta muchas intersecciones entre gente rica y pobre, y entre distintas religiones, razas y niveles de educación. Me siento muy a gusto en zonas que no están segregadas por una clase social concreta, y es un valor que quiero inculcar también a mis hijos. Quiero que estén expuestos a distintas formas de vida.
¿Podrías hablarnos un poco del concepto de “Autosuficiencia”, que da nombre a la mansión de la novela?
El dios de los bosques originalmente se titulaba Autosuficiencia (SelfReliance). Me parece un tema muy americano: la gente se burla de los estadounidenses por lo mucho que trabajamos y lo poco que nos valoran quienes nos emplean. Nuestra mentalidad considera que ser trabajador es una virtud, y ser totalmente autosuficiente constituye una muestra de integridad. Pero eso también va en nuestro detrimento, porque no tenemos confianza en lo colectivo de la forma en la que, hablando en términos muy generales, tienen muchos países europeos. Creo que los Van Laar comparten este concepto, piensan que son los únicos responsables de su propio éxito, cuando en realidad lo han construido sobre las espaldas de la comunidad que les rodea. Saqué el título Autosuficiencia de un ensayo de Ralph Waldo Emerson, que forma parte de la escuela trascendentalista, con otros autores como Thoreau. Tenían buenas intenciones y trabajaron por la preservación de la naturaleza. Pero creo que su filosofía fue adoptada por los ricos de Estados Unidos para explicar su éxito de una forma que les permitiera justificar que se quedaran con todo ese dinero. Y eso es exactamente lo que hacen los Van Laar cuando llaman a su propia casa Autosuficiencia y a su campamento, Campamento Emerson. Los Van Laar solo aprueban un sentido de autosuficiencia muy concreto, el que les beneficia y les ayuda a conservar su capital. Y cuando su propia hija Bárbara amenaza con mostrar una forma distinta de autosuficiencia, están totalmente en contra.
Esta es una gran novela coral con muchos puntos de vista, narradores diferentes y líneas temporales que saltan de un lado a otro. La mayoría de voces en El Dios de los bosques son femeninas, y construyes un retrato profundo y complejo de la psicología femenina a través de las mujeres tan diferentes que la pueblan.
Existe el dicho “escribe de lo que sepas” y, obviamente, yo soy mujer, así que estoy segura de que muchos de mis personajes femeninos están impregnados de sensaciones o emociones o experiencias que yo he experimentado, aunque no siempre sea así. De hecho, mi primera novela, Heft, estaba escrita desde dos puntos de vista en primera persona de dos hombres. Allí exploraba algunas cosas con las que había estado lidiando, pero las sentía demasiado cercanas a mi propia vida si los personajes eran mujeres. Así que los hice hombres. Fue una forma de distanciarme para que no me preguntaran, ya sabes, ¿cuánto de esto está basado en tu vida? No sé si eso dejó de importarme al hacerme mayor, pero desde entonces he escrito principalmente desde puntos de vista femeninos, con algunas pocas excepciones. Mi universo es de mujeres, y creo que eso se refleja en la novela de forma natural.
¿Cuál es tu relación con los secretos?
La respuesta es simplemente técnica: para contar una buena historia, hay que ocultar algunas partes al principio. Pero además me interesan especialmente los secretos generacionales, cómo una generación afecta a las siguientes, y cómo las más jóvenes pueden llevar consigo la carga de secretos de la generación anterior, aunque ni siquiera sepan cuáles son. Es un tema que he tratado en casi todas mis novelas.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro?
La primera semilla de El dios de los bosques fue un relato que publiqué en la revista Tin House en el año 2013. Esa historia era diferente en algunos aspectos, pero transcurría en un campamento de verano en los Adirondacks, y tenía como protagonistas a niñas de 12 y 13 años. En 2019 estaba en Yaddo, una colonia de artistas en Saratoga Springs, y era pleno invierno, me acuerdo porque estaba embarazada de mi hijo, que nació en mayo. Fue ahí donde empecé a formar la historia de este libro. Y tuve que dejarlo un poco de lado porque llegó la pandemia y estábamos en casa con dos niños pequeños, y no había forma de escribir. Pero al final encontré mi ritmo y continué. Así que la respuesta corta es unos cuatro años, pero en realidad, la atmósfera se gestó en mi cabeza desde 2013.
Diriges un máster de escritura en la Universidad de Temple y también estás trabajando en la adaptación televisiva de tu novela. ¿Cuáles son tus hábitos de escritura cuando escribes una novela o cómo encaja eso en tu día a día?
Cuando estoy en una fase generativa, lo que significa que todavía estoy descifrando la historia, escribo todos los días. Me levanto muy temprano por la mañana y escribo. Intento pasar del sueño a la escritura, sin interferencias entre medias, sin mirar el teléfono, sin consultar el correo electrónico, nada. Para mí, esa es la mejor manera de acceder a un estado puramente creativo. Últimamente como el clima es todavía agradable y tengo acceso a la azotea de mi casa, subo a las 5.30 de la mañana, y me siento y escribo y veo salir el sol. Cuando haga más frío, no podré. He estado trabajando en mi habitación los últimos años, pero ahora, por primera vez, he alquilado una oficina en mi barrio. La estrené hace sólo dos semanas, pero me encanta marcar una separación entre mi casa y mi lugar de escritura.
¿Estás trabajando en una nueva novela?
Estoy trabajando en algo, pero no he hablado de ello, ni siquiera con mi editora. Así que, sí, lo estoy. Siempre estoy trabajando en ficción, pase lo que pase.