Las mujeres lideran la última gran ola de las letras latinoamericanas
Mónica Ojeda, Mariana Enriquez, María Fernanda Ampuero, Fernanda Trías, Elaine Vilar Madruga, Samanta Schweblin, Lina Meruane… son algunas de las autoras que vienen pisando fuerte.
Texto: Gaia Tilotta Ilustración: Hallina Beltrâo
La muerte de Mario Vargas Llosa ha dejado a muchos huérfanos: la desaparición del último superviviente del boom parece haber dejado un vacío insuperable en la literatura latinoamericana. Pero, a rey muerto, rey puesto. O, mejor dicho, reinas puestas. Porque en los últimos años están brotando numerosas propuestas de literatura escrita por autoras latinoamericanas en los catálogos de las editoriales. Este artículo no se propone mapear en pocas líneas lo ancho y largo de la producción literaria de un continente inconmensurable —tarea que necesitaría la rigurosidad de los cartógrafos de Del rigor en la ciencia de Borges y que resultaría igual de inútil que el mapa que “tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”. Pero sí quiere ser el ojo de la cerradura desde el que fisgonear las letras latinoamericanas actuales. En este paseo, los lectores estarán acompañados por las reflexiones de Eduardo Becerra Grande, catedrático de literatura hispanoamericana en la Universidad Autónoma de Madrid, y de Lorena Amaro Castro, Profesora Titular de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Les he preguntado por correo electrónico si creen que hay un momento literario de escritoras equiparable a aquel denominado boom, si hay hoy en día movimientos que compartan rasgos estéticos e intenciones, y les he pedido que compartan con nosotros los nombres de las autoras que consideran más relevantes en el panorama contemporáneo. Los dos contestaron con disponibilidad y amabilidad. “No es fácil responder a preguntas tan generales sobre autores recientes, espero que te sirva”, escribe con modestia Eduardo Becerra; “El tema es de mi interés, de hecho con Fernanda Bustamante estamos por publicar un libro, que se llamará No somos boom, sobre este tema, en Fondo de Cultura Económica (Chile). Con esto te adelanto un poco mi postura, creo», respondió a mi petición Lorena Amaro.
“Tanto si recurrimos a un punto de vista de mercado como a uno más específicamente literario, sin duda sí.” Eduardo Becerra abraza la idea sugerida por Paula Corroto en el artículo El otro «boom» latinoamericano es femenino, publicado en El País ya en 2017, y comenta: “Creo que mucha de la mejor literatura latinoamericana de hoy está escrita por escritoras. La existencia de buenas escritoras en el campo latinoamericano no es una novedad, sí la abundancia de muy buenas obras escritas por mujeres. También pienso, pero es hasta cierto punto lógico, que es una dinámica de mercado que se repite siempre cuando se dan estas circunstancias, que en ocasiones se tiende a sobrevalorar algunas propuestas y no se separa el grano de la paja al meter todo en el mismo saco. Pero insisto, eso no resta ni un ápice de calidad, ambición y riesgo a un buen número de obras de autoras actuales.”
Lorena Amaro, por otro lado, rechaza rotundamente la idea de boom: “No estoy de acuerdo con la “boomización” de nada —afirma, no sin un toque de ironía—. Un boom es un estallido que surge de la nada y se dirige a la nada, y no es lo que ha ocurrido. En los 60-70 fue el boom de la literatura latinoamericana y hace unos quince años era el boom de la crónica, ahora son las escritoras, o la autoficción, o el gótico andino”. Y añade: “Lo que hacen estas etiquetas fáciles es restarle complejidad al desarrollo literario, que obedece a razones estéticas, políticas, históricas. Si repetimos demasiado esta idea de boom, el mercado va produciendo una obsolescencia del libro casi inmediata. Hoy estamos leyendo esto y mañana ya no, porque no está ‘de moda’. Es una idea que atenta contra la lectura, que es curiosa, rizomática, libre”.

María Fernanda Ampuero
De hecho, descontextualizar la producción literaria hispanoamericana significa despojar la literatura de su potencial crítico con respecto a los contextos políticos y culturales que han impulsado la escritura. O sea, sería renunciar a entender la urgencia del hecho mismo de escribir. En Chile, por ejemplo, la así llamada Literatura de los hijos reflexiona sobre la dictadura de Pinochet y cómo la sociedad sigue lidiando con su traumática historia. Entre las narrativas pertenecientes a este filón destaca Mambo (2022) de Alejandra Moffat, recientemente publicada en España por Las afueras, por la manera en que entremezcla ternura y tensión gracias a la narración desde la perspectiva de una niña de hijos de militantes en la lucha armada.
La violencia —tratada de manera más o menos descarada, pero igualmente angustiante— es otro de los hilos conductores que se pueden trazar en la producción cuentística de distintas autoras: en Pelea de Gallos (Páginas de Espuma, 2018), de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, la violencia machista que recorre los cuentos golpea al lector como una patada en el estómago. En cambio, en los relatos de Sofoco (Barrett, 2021), de la colombiana Laura Ortiz Gómez, los lectores se sienten ahogados al ver a los personajes atrapados en la realidad del conflicto colombiano.
Sin embargo, Eduardo Becerra me recuerda que todo intento de definición implica una selección al contestar a la pregunta sobre si es posible rastrear confluencias temáticas y estilísticas en las diferentes corrientes actuales: “Hay un gran número de sellos publicando obras latinoamericanas, la oferta es enorme y tiene que pasar tiempo para poder distinguir tendencias, imaginarios y poéticas comunes y suficientemente abarcadoras a la hora de demarcar lo que se está haciendo en la actualidad”. Aunque añade: “Hay algunos rastros pero no me atrevo a ser contundente: la distopía y en general la ciencia ficción en sus diversas variantes; la preocupación ecológica, la revisión y reescritura del género del terror y del fantástico, muy ligadas a las violencias de las sociedades actuales; las cuestiones de género…”.

Mónica Ojeda
Efectivamente, el ámbito de la ficción hispanoamericana se ha visto sacudido por la aparición de novelas distópicas, como Mugre Rosa (Random House, 2021), donde la protagonista tiene que enfrentarse a una peste misteriosa que amenaza la ciudad portuaria donde vive, y con la que Fernanda Trías obtuvo los premios Bartolomé Hidalgo y Sor Juana Inés de la Cruz; y Cadáver Exquisito (Alfaguara, 2018), de la argentina Agustina Bazterrica que plantea una sociedad de canibalismo legalizado con todas las implicaciones éticas que eso conlleva. Al mismo tiempo, la preocupación ecológica se manifiesta también en una presencia y agentividad creciente del fondo natural. Parece, pues, que la naturaleza pasa de ser paisaje a personaje en Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House, 2024), de la ecuatoriana Mónica Ojeda, donde la lectura está marcada por el ritmo psicodélico de la música electrónica y de las erupciones volcánicas; y más aún en El cielo de la selva (Lava, 2023), de la cubana Elaine Vilar Madruga.
Por otro lado, Lorena Amaro Castro reflexiona: “La literatura escrita por mujeres y por escritorxs que militan en movimientos disidentes nos ha abierto a unas dimensiones de la corporalidad, de la experiencia cotidiana y de la imaginación utópica habitualmente suprimidas o reprimidas por un campo literario misógino”. Y, al leer su respuesta, la mente se va a Las malas (Tusquets, 2020), en que la argentina Camila Sosa Villada da cuenta tanto de la violencia a la que se enfrenta la comunidad travesti en Argentina, como de los rincones de amor, alegría y cuidado recíproco que en ella se construyen, a través de una prosa delicada y explosiva. Pero también a la recién publicada Esta cuerpa mía (Alfaguara 2025), de Uri Bleier; o al ejemplo de periodismo gonzo que nos provee Sexografías (Random House, 2023), de Gabriela Wiener, solo por mencionar algunos.
Sin embargo, la profesora chilena mira más allá de la ficción: “Lo que me parece más importante considerar es lo que se está pensando sobre la escritura. Esto último es muy interesante en las autoras más recientes, porque varias de ellas están publicando ensayos sobre la escritura y sobre cómo resistir al neoliberalismo en sus características más salvajes y deshumanizadoras. Proponen reflexiones sobre la comunalización del trabajo, el barroquismo literario, el exceso, la desaparición, el montaje literario, la apertura de la literatura hacia otras artes y la necesidad de proyectar a través del lenguaje otros futuros posibles. Es fundamental Cristina Rivera Garza, pero hay también muchas otras, anteriores y contemporáneas, como Tamara Kamenszain, Sylvia Molloy, Hebe Uhart, Patricia de Souza, Diamela Eltit, Julieta Marchant, Nadia Prado, Alicia Genovese, Verónica Gerber, Daniela Catrileo, Betina González… que, siendo escritoras de ficción o poesía, han incursionado en el pensamiento sobre la escritura, la lectura y la crítica. Esta dimensión me interesa particularmente: que las voces de las mujeres irrumpan en el ámbito probablemente más difícil, el pensamiento literario, porque la autoridad masculina lo ha escamoteado”.
Y concluye: “En este tiempo de resurgir de los fascismos, que suelen censurar la alteridad y el pensamiento, hace falta pensar las resistencias de las propias escritoras a estas etiquetas, que pueden ser verdaderas trampas. Es bueno hacer explotar todo esto, darle vuelta, sacudir las taxonomías y las etiquetas y no distraernos, creo, de los cambios profundos que se están gestando. La escritura es una forma de intervenir este presente y proponer otras formas de entender el mundo con procedimientos que subviertan el lugar común, ejercicio literario por excelencia”.

Mariana Enriquez
Por otro lado, Becerra cuestiona el criterio de la relevancia antes de contestar: “Depende de qué hablamos cuando hablamos de relevancia. De impacto mediático o mercantil o de asuntos más específicamente literarios. A mí puede parecerme relevante una propuesta de un escritor o escritora que apenas se conozca y se lea. Pero bueno, diría que tres escritoras que reúnen ambas facetas serían Lina Meruane, Samanta Schweblin y Mariana Enríquez, algunas de las obras de las tres me parecen extraordinarias y creo que es posible seguir su rastro en la obra de muchas autoras recientes”. A los lectores les queda la tarea de leerlas y dejarse seducir.
Así que, más allá de etiquetas que nunca muestran todas las complejidades, algo es seguro: la literatura latinoamericana está viva e inquieta, y tiene nombre de mujer.