«La vida suspendida», de Eduardo Laporte
El escritor navarro, residente en Madrid, publica su último libro, «La vida suspendida», en la nueva editorial Sr. Scott.
Texto: David Pérez Vega
La vida suspendida empieza con un prólogo del propio Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), escrito ya próximo a la publicación del libro, y con más de un año de diferencia respecto a la finalización del texto principal. En este prólogo, Laporte, después de conversar con su nuevo editor en Sr. Scott, Alberto Beceiro, nos expone la idea de «publicar a su pesar». Es un concepto que me interesa, porque alguna vez yo también he sentido ese pudor que parece experimentar Laporte ante la idea de que los demás vayan a leer su texto. «Lo publicaría, por tanto, a mi pesar, porque ya estaba escrito y porque me cansaba de acumular manuscritos en el cajón.» En este prólogo, quizás a modo de advertencia, el autor le adelanta al lector que su obra trata sobre una IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo). Adentrarse en sus páginas –unas páginas en gran medida dolorosas y conflictivas– va a ser, por tanto, un acto que dependerá de la responsabilidad del lector.
Todos los libros que he leído de Laporte – La tabla (2015), Diarios 2025-2016 (2017), Tiempo ordinario (2021) y Navarra-Madrid (2024) así como el resto de los que tiene publicados- están escritos desde el «yo»; o bien son diarios, recopilaciones de artículos o novelas que hablan desde su propia experiencia. La vida suspendida, nos dirá el propio Laporte, también habla de una experiencia personal, pero el autor le ha añadido algunas dosis de ficción: «Es lo que aprendí de esta áspera experiencia y que, de mejor o peor manera, trato de reflejar en este escrito tan verdadero que tuve que recurrir a injertos de ficción, para hacerlo creíble.» (pág. 13). En cualquier caso, a mí, que he leído los diarios de Laporte me resultará complicado (aunque el autor, como veremos, nos va a dar alguna pista), leer este libro pensando que tiene ficción añadida, porque sigo viendo la voz narrativa del autor, y reconozco algunos de sus episodios vitales, ya comentados en otros libros.
Laporte conoce a María, a la salida de un cine, alguien que leyó, en algún momento, alguno de sus artículos periodísticos, le agregó a Instagram y, al fin, le ha reconocido ese día azaroso. Empieza una relación con ella y, solo unas pocas semanas después, recibe la noticia de que se ha quedado embarazada. Durante un breve lapso de tiempo, Laporte va a fantasear con la idea de tener ese hijo y convertirse en padre. De hecho, apuntará que, tras un largo periodo de inestabilidad económica, quizás sea este su momento. Sin embargo, la falta de planificación y la fase tan inicial en la que se encuentra su relación con María harán que ambos tomen la decisión de iniciar una Interrupción Voluntaria del Embarazo en un hospital público de la Comunidad de Madrid. La vida suspendida nos va a hablar de este proceso, desde una perspectiva que puede resultar insólita o impúdica: la voz narrativa de Laporte se va a dirigir de forma directa al feto que no pudo convertirse en persona, en su hijo; al que se referirá con varios nombres, destacando el de «Serafín». «Vuelvo a ti en este ejercicio de literatura de duelo, extremo quizá patético, gratuito y pornográfico. (…) Quizás quiera volver a ti para cerrar también los duelos y quedarme para siembre en la celebración.» Uno de los libros de Laporte que me falta por leer es Luz de noviembre por la tarde (2011), donde homenajea a sus padres, que murieron de cáncer, cuando él era bastante joven, con una diferencia de pocos meses. Así que este nuevo libro se emparentaría con ese otro por temática, pero también con sus diarios. De este modo, La vida suspendida tiene una fuerte filiación con Tiempo ordinario (2021), un diario del que Laporte quitó las referencias a fechas concretas y que se lee como una narración de unos cuantos momentos vitales, sobre los que el autor va reflexionando, como apuntes poéticos de su propia vida. En La vida suspendida la voz narrativa es similar, pero, en este caso, las escenas evocadas son más intensas, al tener más fuerza narrativa y más conflicto.
En la novela existe una escena central, la de la visita a la clínica abortista, que va a coincidir con el día del Padre de 2022, y la narración se irá demorando al acercarse a los días previos y a los posteriores, basculando sobre ese día clave en esta historia, en el que un aspirador acabará succionando al feto de escasas semanas.
En gran medida, me ha sorprendido la capacidad de Laporte para mostrarse sin pudor en esta obra. Desde hablar de sus problemas financieros y la necesidad de recurrir a empresas, fuera del circuito bancario habitual, de micropréstamos, hasta sus inquietudes religiosas, de las que nos había empezado ya a hablar en sus diarios, pasando con sus problemas con los clientes de grandes empresas para los que trabaja de autónomo, escribiendo textos corporativos.
Quizás la nota de ficción (el propio Laporte así lo insinúa) sea la creación del amigo Petrus (varios de los personajes del libro aparecen aquí con un nombre ficticio), que hará sentir culpable a Laporte, al enfrentar su decisión a sus ideas religiosas. Y este personaje tiene la labor, por tanto, de generar más tensión narrativa a un texto ya bastante tenso y triste.
Como ocurría en sus otros libros, Laporte llena con fruición su texto de citas literarias; y su lenguaje tiende a ser reflexivo y poético, con algunos detalles hacia el deje más moderno, como «ese espermatozoide y óvulo que habían logrado ese match» (pág. 20), que otorgan la texto, a veces, un raro deje humorístico; y, en algunos casos, elige mezclar un registro culto del idioma con otro más vulgar: «Miembros de Hamás se han cargado a cientos de jóvenes» (pág. 135) o «sabios del pasado que no se habían coscado de nada» (pág. 147). Sé que estas características son rasgos del estilo de Laporte, pero en algunos casos son construcciones lingüísticas que no me acaban de convencer.
Me han gustado las reflexiones que hace Laporte sobre el propio sentido de la obra en marcha: ¿la escribe para pedirle perdón al hijo que nunca nacerá? ¿La escribe para tratar de conseguir algo de reconocimiento literario? O, en cualquier caso, ¿qué sentido tiene enfrentar su dolor al dolor real de un padre que ha perdido a un hijo de quince años, con el que a compartido una cantidad ingente de recuerdos, como le llega a ocurrir al corregir el texto de un cliente?
De las cuatro obras que llevo leídas de Laporte, La vida suspendida es que la que más me ha emocionado. Ya me pareció que Tiempo ordinario daba un salto respecto a su anterior libro de diarios, titulado sencillamente Diarios 2015-2016, y creo que ahora se vuelve a dar un salto desde Tiempo ordinario a La vida suspendida, que me ha parecido una obra desgarrada, sentida, impúdica y bella.