La Venezia de Joseph Brodsky

Siruela reedita «Marca de agua», del escritor ruso Joseph Brodsky.

Texto: Enrique VILLAGRASA

 

Venezia era la casa y ciudad de invierno del poeta y Premio Nobel de Literatura (1987) ruso Joseph Brodsky (San Petersburgo, 1940 – Nueva York, 1996) y  desde 1997 descansa en la Isla de los Muertos, San Michele.  Ahí reside el poeta, con otros poetas, músicos y demás muertos, nativos o no, para hacernos vivas preguntas, también hoy: pues, la muerte no lo acaba todo, Propercio dixit. Pues bien, el poeta en este su libro, esta pequeña joya, Marca de agua (Siruela), traducido del inglés por Menchu Gutiérrez, nos muestra su particular y a la vez universal Venezia, pues es en ella donde desconociendo todo descubrió todo, desde el más silencioso de los anonimatos. Descubrió la eternidad de esta ciudad cálida y generosa, acogedora: 17 veces estuvo en ella y con ella, siempre en invierno: la luz, su luz es distinta afirmó: “Era como llegar a provincias, a algún lugar insignificante y desconocido –que podría ser nuestro propio lugar de nacimiento- después de años de ausencia. Esta sensación se debía no en escasa medida a mi propio anonimato, a la inconsistencia de una figura solitaria sobre los peldaños de la stazione, materia fácil para el olvido. Hay que añadir que era un noche de invierno. (…) De haberme girado, simplemente habría visto la stazione en todo su esplendor rectangular de neón y urbanidad, habría visto las grandes letras en las que se leía VENEZIA. Pero no lo hice”.

Creo que Brodsky en y con Venezia se fundió, encontró esa soledad elegida, buscada, perseguida, que es la gloria, donde nadie sabe quién eres ni saben dónde encontrarte. Y así debió ser, pues, a través de los sentidos: vista, oído, tacto y olfato, encontró o se encontró con su yo anónimo y fue, no cabe duda, golpeado por el sentimiento de felicidad absoluta y tal es así, que quiso que lo enterrasen allí, en Venezia.

No hay que dudarlo: viajar, conocer mundo y leer poesía es medio y fin para encontrarnos a nosotros mismos y o para descubrir esas partes ocultas que tenemos. Y en este libro, Marca de agua, el poeta se descubre y nos descubre, en este espejo silencioso que es Venezia y sus canales. Seguramente Venezia pueda decirnos muchas cosas sobre nosotros mismos, queridas personas lectoras. Y este libro nos puedo ayudar a descubrir quiénes somos. Venezia te arropa, envuelve: pero, en ella y con ella te recuperas. El poeta fue expulsado de Rusia (1972) y acogido en Estados Unidos. Y se exilió en Venezia, por temporadas invernales: semanas, mes, meses, e ilumina la cincuentena de breves estampas de este libro con la belleza sensorial de llegar, estar y partir de allí: su hogar lejano, de deseada elección. Creo que él no llevaba la marca de agua de Venezia, él fue, es y será su marca de agua. Venezia está y posee y el poeta quería estar, simplemente estar, en Venezia. Y hoy está.

El libro, de 104 páginas, contiene muy diversas alusiones autobiográficas, como no podía ser de otra manera; como el encuentro de Susan Sontag y él con la viuda del poeta Ezra Pound, quien también reposa en la isla de San Michele. Este hecho y otros son relatados con suficiente ironía. Son encuentros, paseos, visitas, que le sirven o las utiliza para reflexionar sobre la cultura contemporánea (el libro fue escrito en 1989): poetas, narradores, películas: algún título reconocido que a todos nos viene a la cabeza, las corrientes intelectuales decadentes, la tiranía marxista rusa y otras más brillantes ironías que plasma. Por este centenar de páginas desfilan muchos nombres propios y es la opinión del poeta; pero, a mí lo que más me ha llamado la atención de esta traducción son las brillantes estampas que describen la ciudad de Venezia: “¡Ah, el antiguo y sugestivo poder del lenguaje! ¡Ah, esa legendaria habilidad de las palabras para comunicar más de lo que realmente dicen!” Aquí es el ojo del poeta el que manda: mirada fascinante, sugestiva, conmovedora, con bellas descripciones de lugares, arquitectura, calles, canales con juegos de luz y agua, día y noche de invierno: “Esta ciudad nos maravilla bajo cualquier clima, aunque estas variaciones sean un tanto limitadas”: riqueza de metáforas en arte, de la belleza, de los bípedos que la transitan, del amor, de las intuiciones entre el relativismo y la trascendencia. Hay que pensar que es una ciudad donde no se oye nada, se descansa, se sueña, no hay vehículos, solo góndolas, vaporettos y lanchas. Venezia es la ciudad del silencio y la esperanza. Y Marca de agua es justo y necesario y hay que leerlo y releerlo mirando el mar, para saborearlo en la quietud de esas y otras olas. O leerlo en la misma Venezia. El libro lo requiere y más en esta excelente y sugestiva traducción de Menchu Gutiérrez.

 

Permítanme que repita algo: el agua es igual al tiempo y proporciona un doble a la belleza. Hechos en parte de agua, nosotros servimos a la belleza de la misma forma. Al rozar el agua, esta ciudad mejora la imagen del tiempo, embellece el futuro. Ése es el papel de esta ciudad en el universo. Porque, mientras nosotros nos movemos, la ciudad es estática. La lágrima es prueba de ello. Porque nosotros partimos y la belleza permanece. Porque nosotros miramos hacia el futuro y la belleza vive en un eterno presente. La lágrima es un intento de permanecer, de quedarse rezagado, de fundirse con la ciudad. Pero eso va contra las reglas. La lágrima es una vuelta atrás, un tributo del futuro al pasado. O es el resultado de sustraer lo mayor a lo menor: la belleza al hombre. Lo mismo sucede en el amor, porque nuestro amor es también más grande que nosotros mismos”.