La literatura como juego. 1.995 palabras para Georges Perec

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Si Erno Rubik es un arquitecto apasionado de la geometría y los rompecabezas que acabó construyendo un juguete que fantasea con la cuadratura del círculo, el escritor Georges Perec, destacadísimo miembro del grupo Oulipo, fue un apasionado de la narrativa en forma de puzle, el cálculo combinatorio y la literatura como juego. Se acaba de publicar “Por qué Georges Perec”, escrito por su amigo Kim Nguyen.

Texto: Texto: Hilario J. RODRÍGUEZ   Ilustración: Hallina BELTRÂO

  

Abril de 1981. La embajada de Francia en Polonia invita a tres escritores a una estancia de varias semanas, para promocionar sus obras en diferentes pueblos y ciudades, hablando en clubes de lectura, institutos y teatros decrépitos y medio vacíos. Son Claude Roy, Serge Faucherau y Georges Perec. Viajan en un viejo cuatro latas, dos en los asientos delanteros y el tercero en el asiento intermedio de atrás, para mantener entre todos el equilibrio del coche por carreteras poco transitadas con el asfalto en un estado deplorable. Hacen el camino oscilando levemente de izquierda a derecha, en especial cuando alguno cuenta un chiste y los otros dos «se descolocan» mientras ríen. Muy a menudo se ven obligados a pasar la noche en pequeñas pensiones, a veces en la misma habitación e incluso en la misma cama.

En Pulawy, un pueblo del distrito de Lublin, Perec juguetea con la posible pronunciación del nombre y dice «Pour la vie, Pour la vie» (que en francés significa «Para toda la vida», «Para toda la vida»). Su familia era originariamente de aquella zona, los Peretz; se habían ido a París en los años 1920, ante el creciente odio que la gente mostraba hacia los judíos. Cyrla, su madre, comenzó a hacerse llamar Cécile, incluso en familia; y Judko, su padre, cambió su nombre por el de André ante sus jefes y compañeros de trabajo. Cuando nació Georges ya habían adaptado convenientemente el apellido familiar, ahora eran los Perec: bretones, franceses; hablaban su nueva lengua tan bien como para no despertar sospechas. Sin embargo, él murió en el frente de batalla y ella en Auschwitz, gaseada. Todo esto nos lo cuenta el propio Georges en uno de los libros autobiográficos más delicados que he leído nunca: W o el recuerdo de la infancia; también nos cuenta que sus progenitores descendían de judíos sefardíes, los Pérez, expulsados de España por la inquisición y que «Peretz» en hebreo quiere decir «agujero». Pérez, Peretz, Perec.

Al parecer, Perec toma notas de manera constante durante su viaje por Polonia con sus dos compañeros, toma notas y hace fotografías. Se detiene ante casas sin ningún relieve, observa las farolas, las tapas del alcantarillado, los adoquines, los parterres, las huertas; olisquea en pucheros y cacerolas, y en el desayuno siempre pide magdalenas proustianas, por si le avivan los recuerdos. Ventanas, puertas, arbustos, setos, florecillas. Nada mundano le es ajeno. Su mirada ve donde otros se extravían en pensamientos inesperados. Cuando pasan por pueblos en cuya iglesia se oficia una boda, Perec pide que frenen el coche y aparquen. Arrastra entonces a sus compañeros y enseguida se mezclan entre los invitados, mientras se van apretujando a la puerta de la iglesia para hacerse la inexcusable foto de grupo. Juntos sonríen ante la cámara, él de verdad y sus compañeros porque él se lo pide. Para la posteridad. Luego, de vuelta al cuatro latas y las oscilaciones de la carretera, les explica que dentro de unos años los novios o alguno de sus familiares, al ver en un álbum cualquiera las fotos de aquella boda, harán observaciones sobre algún tío de Varsovia, sobre un primo venido del extranjero u otro que emigró poco después, se sorprenderán con el enloquecido velo de la novia o la aflojada corbata del novio, hasta llegar a ellos, a Claude, Serge y Georges, cuyos rostros no les sonarán de nada y entonces se preguntarán quiénes demonios eran y quién los había invitado.

Georges Perec murió al año siguiente, de un cáncer diagnosticado antes de su viaje a Polonia, y sé que este no es el mejor comienzo para un texto sobre Por qué Georges Perec (editado por La Uña Rota), de Kim Nguyen, pero si lo he utilizado es porque sé que con Perec todo final es en realidad un comienzo, como sucede al final de Casablanca cuando Humphrey Bogart le dice a Claude Rains: «Presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad». Kim Nguyen habla de amistad en varios momentos de su libro, como si fuese la mejor mediadora para introducirse en el universo literario de Perec. Así, al recordar su primera lectura de ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio?, piensa que leerlo fue como haberle dado la mano a todos sus amigos porque en ese breve texto los amigos del protagonista le rompen el brazo a este último para evitar su alistamiento durante la guerra de Argelia y una muerte bastante probable.

Perec no solo dejó una obra, también dejó amigos; Perec no solo dejó lectores, también dejó amigos. Como nos recuerda Kim Nguyen, Perec «nunca escribió en soledad, sino en la complicidad de todos los escritores a quienes admiraba y releía», sus amigos. La amistad, de hecho, fue su gran pasión. En Por qué Georges Perec nos lo encontramos cuando a su amigo Pierre Getzler ninguna galería le quiso exponer sus cuadros y entonces Perec transformó su apartamento de la rue du Banc en una improvisada sala de exposiciones. También cuando el propio Perec, a punto de tirar la toalla después de los rechazos editoriales de sus inicios, escuchó a sus amigos Jean Duvignaud y Maurice Nadeau, que le animaron a seguir.

Sus amigos compensaron la ausencia de sus padres, le proporcionaron algo parecido a la ternura que le arrebató la Segunda Guerra Mundial, fueron «su familia». Una familia entre cuyos miembros está Kim Nguyen, que reconoce su congoja cuando Georges Perec intentó suicidarse, como si en parte hubiera sido culpa suya, por incapacidad, por despiste. Insinúa en su libro que Perec no fue de esos que mudó de costumbres y amistades, se mantuvo fiel a todas y cada una a lo largo de su vida, por eso Hercule Poirot continuó siendo uno de sus grandes «amigos» después de haber leído todas las novelas de Agatha Christie donde aparece, seguramente porque entonces comenzó a releerlas.

Por qué Georges Perec es un libro breve en extensión pero inagotable. Cuando uno llega al final, solo piensa en volver al principio o en extraviarse en sus páginas intermedias. Sus 237 fragmentos son en realidad piezas de un puzle: juntas describen el efecto de Perec en sus lectores y proponen que nos animemos a seguirlas, escribiendo nosotros mismos algunas más en las páginas en blanco que hay tras el último fragmento.

En Especies de espacios, Perec describía escribir como el deseo de «tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava de manera continua, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos». Recuperar fragmentos y agruparlos. Coleccionar. Quien colecciona se ancla a las cosas para huir del proceloso sinsentido de la vida, desea dar forma a lo que no lo tiene uniéndolas. Primero las extrae de su destino, de su función, de su contexto, les da un nuevo sentido, las convierte en alegorías y no en simples objetos, y luego las secuencia para que juntas se conviertan no en una simple colección sino en una máquina que funciona y que hace funcionar a quienes operan con ella. Así actúa la obra de Perec para Kim Nguyen, que reconoce haber descubierto París al leerlo, al interesarse por las casas donde vivió el escritor francés, las habitaciones donde escribió, leyó o pensó, las calles por donde paseó o se extravió. Resulta misterioso cómo Por qué Georges Perec parece abarcar por completo la obra y la vida de un escritor inagotable y de hacerlo en unas pocas páginas, y al mismo tiempo nos da la libertad a sus lectores para continuar, desviar o incluso corregir sus páginas si nos da por ahí. «Yo ya recorrí el camino, ahora es vuestro», nos susurra. No hay libros cerrados y, si los hay, desde luego no son los libros de Perec, tampoco el de Kim Nguyen.

La vida instrucciones de uso, que podría ser el Everest de la obra de Perec, tiene 99 capítulos, más un prólogo y un epílogo, 101 piezas para dar forma a un rompecabezas narrativo, una cifra que por supuesto nos recuerda a Las Mil y Una Noches. Una cifra que consiguientemente nos invita a pensar en cuestiones matemáticas pero también en la magia de las antiguas narraciones orales, a la manera de la serie Perdidos o del cómic Building Stories de Chris Ware, donde la forma libre del conjunto no invalida la precisión escrupulosa de cada uno de sus elementos.

En las obras de Perec conviven siempre dos lenguajes antitéticos, uno para dar cuenta de los hechos con sus respectivas permutaciones, y hacerlo de manera exacta; y otro para alternar trazos imaginativos y extravagantes sobre personajes diferentes, sin acabar de perfilar ninguno de ellos. Así pues, podríamos hablar de alguien que se toma más en serio lo que hace que a sí mismo. Como dice Paul Auster, «quizás no sea un escritor profundo como Lev Tolstói o Thomas Mann, y sin embargo es tan entretenido como Lawrence Sterne o Lewis Carroll». Aparentemente, no usaba el lenguaje con los fines que persiguen los intelectuales, solo lo usaba con el celo y la exactitud de los científicos. No olvidemos entonces que a veces la literatura más sesuda puede resultar cómica, ridícula incluso, y que la literatura más cómica puede resultar seria, trágica incluso.

Vaya por delante, yo a Perec no me lo tomo en broma y no porque su vida hubiese comenzado en medio de la calamidad. Su escritura juguetona y aérea quizás fuese un muro de contención para sobrevivir a ciertos recuerdos (como el de la temprana muerte de sus padres), que luego él suplantó por otros menos dolorosos en Me acuerdo, donde habla de la vida pero no de su vida, tal y como fue durante su infancia y juventud. Da igual. Lo que importa es que todos los guiños y citas encubiertas o tergiversadas a lo largo de su obra no nos expulsan ni nos hacen sentir como unos idiotas, a veces nos recuerdan algo tan simple como que los hechos han de ser descritos e inventariados antes de su interpretación. Y con sus simples inventarios de elementos de una calle, sueños, postales de viaje, inquilinos de un inmueble o formas de ordenar libros, nos proporciona a nosotros mismos la libertad de entrelazar esos elementos como nos parezca, para producir así nuestro propio relato, que es lo mismo a lo que nos invita Kim Nguyen en Por qué Georges Perec.

A veces sueño que alguien me pregunta cuáles son mis diez libros favoritos y yo respondo:

 

1º LA VIDA INSTRUCCIONES DE USO, de Georges Perec.

2º ESPECIES DE ESPACIOS, de Georges Perec.

3º EL GABINETE DE UN AFICIONADO, de Georges Perec.

4º LO INFRAORDINARIO, de Georges Perec.

5º LAS COSAS, de Georges Perec.

6º PENSAR/CLASIFICAR, de Georges Perec.

7º UN HOMBRE QUE DUERME, de Georges Perec.

8º ME ACUERDO, de Georges Perec.

9º EL SECUESTRO, de Georges Perec.

10º W O EL RECUERDO DE LA INFANCIA, de Georges Perec.

 

Y después de haber hecho la lista (seguramente sin darme cuenta de que casi acabo de repetir la misma que hizo Alejandro Zambra en una entrevista), lloro en ese sueño porque aún me faltan muchos otros libros de Georges Perec para poder considerar la lista un círculo perfecto. En mi sueño suplico que me permitan incluir algunos títulos más, pensando que, si no los incluyo, podría suceder algún tipo de hecatombe.

En Un paseo por la literatura, Roberto Bolaño también cuenta un sueño con Georges Perec, que tiene tres años y llora desconsoladamente. Bolaño intenta calmarlo: lo toma en brazos, le compra golosinas, libros para pintar. Luego se van juntos al paseo marítimo de Nueva York y, mientras Perec juega en el tobogán, Bolaño se dice a sí mismo: «No sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte». Después comienza a llover y vuelven tranquilamente a casa. El problema es que ninguno de los dos sabe dónde está su casa. Tampoco Kim Nguyen lo sabe. Ni yo.

 

Perec y el grupo Oulipo

«Oulipo» significa Taller de Literatura Potencial. Lo creó Raymond Queneau con la ayuda del matemático François Le Lionnais en 1960, cuando entre los dos propusieron 99 variantes del mismo texto, recogidas en el libro Ejercicios de estilo. Aunque su apariencia pueda resultar lúdica y humorística, uno de sus objetivos fue y sigue siendo el rigor científico. En otras palabras, se trataba y se trata de jugar con reglas, de acotar la libertad total porque a menudo la libertad juega en contra de los creadores. Como diría Thomas Pynchon, «diviértete pero no te despistes».

Antes de escribir, hay que poner restricciones: semánticas, estructurales, formales, vocálicas, sintácticas… Georges Perec, que se unió al grupo en 1967, escribió La disaparition sin utilizar la letra “e” en sus más de 300 páginas. Todos sus miembros se autodefinen como «ratas que construyen el laberinto del que pretenden huir». Nadie puede abandonar el grupo una vez dentro, solo se acepta el suicidio ante un notario que certifique el deseo de uno de sus miembros de abandonarlo. Morir al grupo le resulta inaceptable como excusa para dejar de pertenecer a él, por eso Georges Perec, Italo Calvino, Marcel Duchamp o Jacques Roubaud siguen siendo miembros aunque se hayan muerto.