Kyung-sook Shin y el misterio de las madres
Destino publica la novela de la coreana Kyung-sook Shin «Por favor, cuida de mamá».

Texto: David Valiente
En un mundo cambiante, las relaciones personales experimentan transformaciones profundas. A veces, La velocidad del presente resulta irreconciliable con realidades pasadas. Por favor, cuida de mamá (Destino), de la novelista surcoreana Kyung-sook Shin, se hace eco de esta situación de una manera muy particular: “He querido hablar sobre los cambios políticos y culturales experimentados en Corea del Sur, en los cuales hemos perdido los valores que representaban a las madres”, dijo la autora en una entrevista para Sampsonia Way.
En el mismo medio continúa: “Nuestra época ha perdido el sentido de la figura de la madre. Esto es lo que me motivó a escribir la novela y la primera oración: ‘Hace una semana que desapareció mamá’”. La historia comienza con la desaparición de Park So-nyo en la estación de metro de Seúl. Pero su búsqueda no será el propósito principal de la obra; esta tarea queda en un segundo plano, subsumida por el intento de unos hijos de comprender a su progenitora.
La pregunta, pues, pertinente ahora es: ¿qué son las madres? O, aún más importante: ¿qué misterio ocultan? La narradora surcoreana intenta responderlas mediante la voz narrativa de los miembros de la familia, que conocen partes diferentes de la trayectoria vital de Park So-nyo. Por eso, cada testimonio es tan esclarecedor como complementario. De entre todos los narradores, la primera voz expuesta en la historia resulta sugerente y apropiada para el arranque, aunque también marca una distancia antinatural con los personajes: parece contar lo sucedido desde una burbuja donde el tiempo no transcurre, mientras afuera las horas sucumben ante la angustia y la frenética búsqueda de los hijos. Ese primer narrador conoce todo lo referente a la relación con la desaparecida y su hija mayor, la escritora Chi-hon, y sabe el momento preciso para echar a volar esas preguntas de reproche que todos se hacen ante una gran tragedia: ¿qué estaba haciendo mientras su madre desaparecía entre la concurrencia de la estación de metro de Seúl?
¿Cómo no se iba a perder la pobre señora? Park So-nyo no está acostumbrada a la vorágine rítmica de la gran ciudad; ella nació en el campo y los aldeanos entienden sobre otro tipo de cadencia, aquella que marca el cansino crecer del trigo o el arroz. Además maduró en tiempos turbulentos, cuando las grandes potencias imperialistas de la Guerra Fría se repartían el mundo para evitar un nuevo choque y tomaron la decisión de dividir la península coreana en dos mitades a través del paralelo 38. Park So-nyo conoce la dura vida del campo surcoreano así como los avatares de la guerra, pero el asfalto y el aluvión de personas vestidas con traje y corbata o con falda y chaqueta corriendo para no perder el tren la sobrepasan.
La autora quiere profundizar en las disonancias que las brechas generacionales provocan en las relaciones familiares que además quedan acentuadas al mudarse los vástagos a la ciudad y asumir una vida diferente. Hablando con propiedad, quizá sería más correcto emplear el término repudiar: eso es lo que hacen, de forma inconsciente pero implícita, los hijos de la campesina, rechazar el mundo donde se hicieron adultos.
Otro personaje relevante es el padre, quizá el más atormentado por los remordimientos. En español, existe un dicho popular que sintetiza los sentimientos que genera en el hombre mayor llegar a casa y solo obtener por respuesta el eco de la voz al anunciar su llegada: ‘no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde’. Él fue un hombre de su época (nada que reprochar en este sentido) que prestó poca atención a su mujer y acaparó la de sus hijos aun cuando las dolencias de la esposa eran de gravedad mortal. Kyung-sook Shin construye un personaje realista que despierta en el lector sentimientos contradictorios de desagrado y pena. No deja de ser una víctima de una época histórica convulsa, aunque la decencia no debería atender a las coyunturas.
Por supuesto, el esposo no conoce a Park So-nyo, pero sus hijos tampoco. Ignoran cosas fundamentales como las enfermedades que acosan su cuerpo avejentado por las décadas. Sin duda, el sentimiento que nunca abandona a la mujer es la soledad. Shin la muestra como un gran misterio de la naturaleza, pero quizá lo sería menos si se sintieran menos aisladas y sus familiares las prestaran más atención. Desde la niñez se dibuja a las progenitoras como personas fuertes, indestructibles, y sin duda una de las grandes propuestas de la novelista es caracterizar un personaje menos rudo y más humanizado, necesitado de un oído que la escuche (aunque pueda parecer lo contrario), llena de sueños y deseos. Por este motivo, sospecho que los secretos que rodean a la desparecida no son una mera licencia creativa, sino la trampa de la indiferencia que teje la realidad inmisericorde.
Madres, hijas y cambios generacionales
Desde China se introdujo en Corea la moral confuciana, que imprimió una carga patriarcal en la sociedad, una herencia que perdura aunque de forma más atenuada en nuestros días. Hasta bien entrado el siglo XX, a las mujeres se les prohibía participar en la esfera pública. La emancipación se logró tras demostrar poseer los mismos arrestos que los hombres. Durante la colonización japonesa participaron en las emboscadas a las tropas niponas o se infiltraban en las redes de espionaje de sus rivales para tratar de destruir desde dentro el sistema imperial —de hecho, el cine coreano reivindica las figuras de estas mujeres en películas como Phantom (2023)—. Una figura femenina de esta época que hoy recibe un gran reconocimiento por su coraje es la activista y líder del Movimiento Primero de Marzo Yu Gwan-sun, ejecutada por los japoneses cuando solo tenía 18 años de edad.
Bajo la presión de los invasores y en medio de la lucha política por la libertad, las intelectuales coreanas libraron su guerra particular para conseguir ser reconocidas en una sociedad que ponía como prioritarias las necesidades de los hombres. Na Hye-seok o Kim Myŏng-sun escribieron en defensa del derecho de las mujeres a educarse, trabajar y escoger a sus maridos. Con su ideario prepararon a las generaciones futuras para saber sortear los temporales de una ruptura del orden que se precipitó con la Guerra de Corea (1950-1953).
Mientras los varones se dejaban la piel en el frente, las mujeres hacían lo propio en las calles buscando la manera de mantener a las familias. Por supuesto, la mentalidad patriarcal no desapareció de la noche a la mañana, pero para las mujeres ya no habría vuelta al calor de los fogones exclusivamente. De mantener los lazos intrafamiliares vivos, han pasado a ocupar más plazas en las universidades que sus pares masculinos (aunque los puestos directivos todavía se les resisten).
Teniendo en mente este contexto, la madre representa el arquetipo de mujer que queda atrás. La hija mayor de Park So-nyo, lejos de querer replicar la vida de su madre en el campo, viaja por el mundo con el único compromiso estable de promocionar sus libros. Pero quizá esta brecha generacional se entiende mejor con la hija menor, quien tiene tres hijos, pero manifiesta su intención de lograr desarrollar su actividad profesional. Lo que expone Kyung-sook Shin es una síntesis narrativa de las transformaciones, el choque de valores y las tensiones que los vientos de la modernidad generan dentro de las estructuras familiares coreanas.
A pesar de esto, en Corea del Sur no siempre valoran el papel activo de la otra mitad de la población: una madre no es solo una cuidadora desde que se levanta hasta que se acuesta, sino que también es un ser humano, con su propia proyección de futuro, a tiempo completo, incluso en sueños. Sin embargo, la literatura no siempre atina a la hora de esbozar a las progenitoras. Recientemente, he leído Canción celestial de Balou del escritor chino Yan Lianke, donde también el tema central es la madre. Sin embargo, el personaje que retrata es poco creíble, demasiado estereotipado. Nos presenta una mujer todoterreno que solo vive para cumplir la misión de conseguir que sus cuatro hijos (“los cuatro imbéciles”) consigan el mejor matrimonio posible y se curen de los problemas mentales que los afectan. A lo largo del texto, You Sipo, la protagonista, olvida mostrar otras facetas de su humanidad. Más allá de esa obsesión, el personaje se desdibuja, no existe. En cambio, Park So-nyo también se compromete con mejorar el futuro de sus hijos, pero las líneas de su vida se desvían por otros derroteros que la convierten en un personaje creíble. La pluma de Lianke parece limitada por lo poco que un hombre puede conocer de las mujeres, y aún menos de sus propias madres.
Una madre también necesita de su madre
Perdóneme, lector, porque voy a revelar partes de la última escena, pero debo hacerlos para transmitir la fuerza simbólica y literaria que la coreana ha sabido plasmar con tanto acierto en su obra. El final de la novela es apoteósico y nos traslada al Vaticano. Chi-Hon visita la Ciudad Santa y, durante la visita a la Basílica de San Pedro, se detiene delante de la Pietà de Miguel Ángel. Contempla la boca cerrada de María, esos ojos encarnación del dolor, incapaces de apartar la vista del cadáver de su hijo, pero que a la vez buscan mantener la serenidad. Chi-Hon, en un momento de éxtasis, se funde con el sufrimiento de la Virgen y comprende una de las grandes verdades de la naturaleza humana: una madre también necesita de su madre. Con esta escena, la autora trasciende lo meramente religioso y universaliza el dolor y el amor maternos.
Como últimas palabras, cabe señalar que Por favor, cuida de mamá ayuda a entender un poco más a esas grandes personas a las que debemos la vida: nuestras madres. Sin embargo, nunca seremos capaces de descifrar del todo ese gran misterio que entrañan.



