«Karaoke», de Gonzalo Campos

Gonzalo Campos, finalista del Premio Andalucía de la Crítica con su primer libro de relatos, regresa cinco años después con su segundo libro de cuentos «Karaoke», publicado por la editorial Sloper.

Texto: Diego PRADO

 

Gonzalo Campos, curtido como dramaturgo y con varias obras premiadas, editadas y estrenadas, mostró su habilidad con el relato y su especial querencia por el cuento en Mi bello Fauvel (2018), un primer libro notable que ya contenía muchos de los rasgos temáticos del autor (el absurdo, el humor, lo fantástico…). Las once piezas que componen Karaoke vienen ahora a mostrarnos la incuestionable madurez creativa del autor malagueño (aunque nacido en Mallorca en 1976). Campos sabe combinar a la perfección el drama con el humor y la parodia, utilizando un lenguaje cuidado pero alejado de barroquismos innecesarios, y con unos diálogos estupendos que desvelan su trabajo teatral.

Siempre repito que un libro de cuentos, lo firme Cortázar o Perico los Palotes, tiene inevitables altibajos puesto que los relatos funcionan como piezas de creación autónomas y unos se destacan más que otros. No obstante ha de establecerse una necesaria línea de flotación en la calidad de los mismos, de la que Karaoke nunca desciende. Por otro lado, Campos ha aprovechado para dar rienda a la experimentación de técnicas en este libro, no conformándose con utilizar la plantilla habitual. Si el cuento que da título al conjunto es un delicado ejercicio de sutileza oriental, el titulado “El sonido que hace el cristal al romperse” nos sitúa en la opulenta Venecia palaciega. “Un día de lluvia”, en cambio, nos devuelve al presente con una concatenación de hechos aparentemente fortuitos que concluyen en el mismo punto en que despegaron, una técnica ésta más habitual en el cine y con cuya estructura el hoy injustamente olvidado José Mª Riera de Leyva compuso toda una novela en Territorio enemigo (Anagrama, 1991).  En cuanto al absurdo, no tarda en asomar en “Soviética”.

Es a partir de “Un lugar en el mundo” donde se observa un progresivo fluir hacía el surrealismo y lo simbólico, y donde se entrevén influjos (quizá guiños u homenajes) de autores como Pirandello o Beckett en un sutil intento de los propios personajes por interpelar al lector y al propio autor, de manera que Campos se esfuerce por insertar los códigos propios del mundo teatral en el relato. Esto se evidencia sobre todo en el divertidísimo cuento Nessun Dorma, donde dos castizos Vladimir y Estragón buscan a su Godot particular colándose en una fiesta de la alta sociedad. El libro se cierra con Tríptico del Medio Oeste compuesto por tres piezas de ecos jonbilbaínos (válgame la definición) que demuestran no sólo la solvencia de Campos como narrador, sino también su pericia a la hora de crear personajes y situaciones a partir de hechos supuestamente anodinos.  

Este libro, en definitiva, nos lleva de viaje de un lugar a otro (Japón, Venecia, Bayreuth, Norteamérica…) para mostrarnos cómo la mediocridad, lo irracional y lo disparatado conforman un único y afín patrimonio entre personajes de toda índole, como si todos cantáramos la misma letra en un desafinado karaoke.