Julio Llamazares: “Nunca he tenido que perder la dignidad, en literatura no he escrito ni una línea que no quisiera escribir”

Julio Llamazares se ha desahogado reflexionando sobre la literatura, el paso del tiempo, el periodismo… echando la mirada atrás y revolviendo en sus propias emociones y recuerdos en «Vagalume» (Alfaguara).

Texto: Begoña PIÑA  Foto: Asís G. AYERBE

 

Glorieta de Bilbao, cruzando hacia Trafalgar. Julio Llamazares va recordando una entrevista que hizo a Camilo José Cela, cuando había ya cambiado su residencia a Mallorca. Aquello fue a finales de los ochenta, para el semanario El Globo. Buscando un lugar tranquilo donde poder seguir charlando, paseamos por debajo de los carteles electorales colgados en las farolas del barrio. Me cuenta entonces Llamazares la respuesta que Yolanda Díaz dio a Espinosa de los Monteros en un debate de televisión a propósito de la Inteligencia Artificial. Y de ahí, casi inevitable, y ya sentados cómodamente, hablamos de tanto odio que destila esta sociedad. “Solo hay que escuchar lo que hablan en las bodas. Yo voy a muy pocas; a funerales, más. Pero ves de lo que habla la gente y… es que yo soy un marciano aquí, es que el que sobra en el mundo soy yo”.

El Día del Libro, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, compró en una librería de Fuenlabrada tres libros. Uno era Vagalume, la nueva novela de Julio Llamazares. Los amigos le enviaban la foto que se había publicado en redes sociales. “Yo no tengo redes”, apunta el escritor mientras cuenta la historia. “Me pongo a leer el hilo que se veía en la pantalla y menos uno que decía ‘feliz Día del Libro, presidente’, todo lo demás eran amenazas de muerte”. ¿Dónde nace toda esta inquina? “Esa es la pregunta, porque, vamos a ver, que odien los que estuvieron cuarenta años sometidos por la dictadura, lo entiendo; pero estos ¿por qué odian?”.

Las elecciones, la vida en el barrio, la situación que está viviendo la enseñanza, las redacciones de los periódicos ahora, la angustiosa necesidad de acaparar likes… Llamazares es un magnífico cuentista y hasta el más pequeño suceso, narrado desde su mirada, abre puertas inesperadas. Ahora, este «desubicado» de la sociedad del rencor, tal vez justamente por esa sensación de «desahucio» de esta realidad, se ha desahogado reflexionando sobre la literatura, el paso del tiempo, el periodismo… echando la mirada atrás y revolviendo en sus propias emociones y recuerdos.

¿Da la impresión de que ha escrito esta novela como un desahogo de escritor?

Sí, es una reflexión sobre mi vida y sobre por qué he dedicado tantos años a esta profesión tan extraña, a escribir, cuando hay gente que no escribe ni una sola línea en su vida.

Y después de escribir el libro, ¿ha llegado a responderse?

Tengo sospechas, unas cuantas intuiciones más que certezas. Es la frase de Heráclito, “el carácter forja tu destino”, pues supongo que es por mi carácter. Un poco melancólico, un poco escéptico, un poco romántico, un poco pragmático, sintiéndome dentro y fuera del mundo a la vez, con un pie en la realidad y otro en la fantasía.

En el libro se detiene también en la vida secreta que tenemos todas las personas, pero ¿los escritores, dedicados a la impudicia emocional, la tienen menos secreta, no?

Y yo, que estoy todo el día largando… Por eso digo que no entiendo que los escritores escriban sus memorias, porque ya lo estamos contando todo indirectamente, y algunos directamente, en lo que escribimos. Es la materia con la que trabajamos los escritos, esa vida secreta, no la vida pública ni la privada, que no tienen tanto interés. Esta novela es un homenaje a la literatura y al oficio de escribir, que ha sido tan tergiversado y tan trivializado últimamente.

Y hay más libros que nunca…

Es que de repente, como todo el mundo escribe, parece que escribir es una cosa que no tiene ningún interés ni ninguna importancia. En realidad, esta novela es un ensayo sobre la pasión de escribir, un ensayo literario envuelto en una trama de suspense. Y dentro hay una serie de homenajes a escritores que han hecho de la escritura su vida. Es lo que me dijo Cela en aquella entrevista: “Mire usted, es que yo fui el que dignificó el oficio de escribir en España, porque antes escribir era algo de desdichados, bohemios”. Y me dijo: “Lo peor que le podía ocurrir a una señora decente era tener un escritor por yerno, porque entonces sabía que su niña iba a pasar hambre”. Más allá de la arrogancia y la caricatura de la frase, es verdad que hay algo de eso. Durante toda la historia, escribir fue un oficio marginal, de gente que no era productiva. Y, de repente, ha habido un cambio y escribir ahora da prestigio y puede dar dinero. Digo escribir, no la literatura.

¿Y la literatura dónde queda?

Escribir requiere talento, trabajo y sobre todo vocación, es una forma de estar en el mundo. Todos pueden escribir, claro, pero no pueden escribir literariamente. En  la Feria del Libro y ves un diluvio de presuntos escritores y, además, hay una relación inversamente proporcional al interés literario con su éxito en forma de grandes colas. Mañana van Messi o Cristiano Ronaldo y las colas dan la vuelta al Retiro… o Rosalía o… Esto conviene recordarlo de vez en cuando, ahora que estamos en esta especie de prostitución de la literatura, porque la literatura es algo más allá.

¿Y tendrá que ver con que ahora no existen maestros de la literatura o del periodismo como los que aparecen en su novela?

Es que antes había lo que se llamaba la maestría en los periódicos. La experiencia, que ahora parece tan denostada y que tampoco hay que sacralizar, porque la experiencia no es más que la acumulación de errores… pero bueno, la maestría, la experiencia están en la novela, que es una historia de escritores y periodistas.

Su territorio, ¿no?

Sí, en ese territorio fronterizo es donde yo me he movido, porque he escrito en periódicos y he escrito muchas cosas casi periodísticas en libros. Esa frontera entre el periodismo y la literatura a mí me encanta, porque te permite vivir aquello que decía Cervantes de que el que vive en la frontera tiene dos patrias y ninguna. Yo, como escritor, tengo dos patrias y ninguna. Ni soy periodista titulado ni soy escritor titulado porque no hay título de escritor, y yo me muevo como pez en el agua en esa ambigüedad.

Vagalume es una reflexión sobre el hecho de escribir, pero también es la memoria, el paso del tiempo…

Sí, está llena de reflexiones sobre el misterio de la literatura, sobre el misterio de la vida, sobre el paso del tiempo, sobre cómo el tiempo nos va cambiando. Y a algunos los hace más escépticos, como al viejo periodista que sigue en el periódico y que solo habla sentenciando en las barras de los bares, porque está ya de vuelta de todo. Ese es el personaje que más me gusta de la novela. Y en la novela también está el tema universal de la juventud perdida, como cuando volvemos a los lugares en los que vivimos un tiempo y tienes una sensación de extranjería que es un poco inquietante. Es un sentimiento que te produce una gran melancolía: el ser forastero en tu propia patria, forastero en tu propia memoria.

La historia comienza con un funeral, con la muerte. ¿Piensa mucho en ella?

En la muerte, no, en el paso del tiempo, sí. Al fin y al cabo, el tiempo es la materia de la literatura. La literatura se escribe desde la memoria y desde el deseo, se escribe de lo que no se tiene o de lo que se ha perdido. Es como las canciones de amor, que nunca son de amor. No es que a mí me obsesione el paso del tiempo, sino que el tiempo es la materia prima, la sustancia útil de la literatura. Escribimos porque el tiempo pasa, hacemos muchas cosas porque el tiempo se va y escribir es una forma de salvar cosas del olvido. Si el tiempo no pasara, no haríamos la mitad de lo que hacemos.

El personaje escribe para iluminar las vidas de las personas que no escriben. ¿De qué manera piensa usted en los lectores?

Yo escribo por la noche normalmente, por el día escribo artículos o cosas así. Necesito aislarme y concentrarme. Cuando en la noche se apaga toda la casa y tú enciendes una luz, entras en otro territorio, que es el de la imaginación, y ahí lo que yo intento es iluminar mis sueños, iluminar mi vida. En ese momento el único lector en el mundo soy yo. De hecho, si yo escribiera para otros o con una visión comercial, no le daría tantas vueltas a lo que escribo. Intento escribir la novela que a mí me gustaría leer, pero sé que detrás hay personas que están ahí y que lo que tú estás escribiendo les va a pertenecer a ellos, no a ti.

¿Nunca le ha tocado escribir, como a uno de sus personajes, para ganarse la vida?

Periodismo, mucho. Yo soy un escritor que me he ganado gran parte de mi vida escribiendo en periódicos… bueno, combinando las dos cosas. Pero, sobre todo cuando llegué a Madrid, escribí muchas cosas, que no es que fueran indignas ni mucho menos, pero eran trabajos alimenticios. Siempre he sido un privilegiado y no porque me haya ido mejor o peor con la escritura, sino porque he tenido una pasión y he podido vivir de ella. Tú sabes que en la vida hay muchos factores, están el azar, la suerte… y sí, he sido un privilegiado, y nunca he tenido que perder la dignidad… En literatura no he escrito ni una línea que no quisiera escribir.

Y ¿le pasa lo que dice su álter ego en esta historia, que ya no le emociona tanto escribir, ni siquiera ver editado un nuevo libro?

No, a mí me emociona como el primer día. Es curioso, a mí me ocurre que los libros de viaje, que soy yo, los escribo en tercera persona y las novelas, que no soy yo exactamente, las escribo en primera persona. Cuando el personaje se acerca mucho, la gente piensa que eres tú. Con Las lágrimas de San Lorenzo me pasó una cosa genial. En la novela, el personaje cuenta todas las mujeres con las que estuvo cuando era joven. Un día en mi portal, un señor de unos ochenta años, que siempre iba con La Razón debajo de un brazo y la mujer debajo del otro, me saluda y me dice que ha leído mi libro. Ese día no iba con la mujer. Me dijo: “¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Todas esas mujeres de las que habla se las pasó por la piedra?”. Una expresión que no había oído desde que era niño. “No, hombre, no. Esto es una novela”. “Pues que decepción”, me contestó. “Yo pensé que teníamos un playboy en la finca”. Los escritores queremos reflejarnos en el personaje principal, que siempre suele ser el más guapo, el más listo, el que mejor parado queda, y al final te reflejas mucho mejor en los secundarios. A mí me encantan los personajes secundarios, que son esos que salen, dicen lo que tienen que decir y no vuelven. Aquí, yo soy, en parte, el narrador, pero también soy el escritor secreto, el que escribe por las noches, el padre, soy la mujer, las hijas…

¿Tiene libros que no haya querido publicar?

Tengo un librito sin acabar que es una especie de diario, pero he decidido que no lo voy a publicar porque… es complicado, es que no sabes cómo se toma la gente lo que escribes, que a veces se creen que es un acta notarial y muchas veces son impresiones… Lo que estábamos hablando.

¿El dolor que puede provocar en las personas próximas al escritor?

Sí, porque hay gente que se da por aludida. Pero, no. Este librito es por otros motivos. Es lo único que tengo por ahí y algunos poemas que he ido escribiendo y que, tarde o temprano, seguramente publique.

Hay algo en lo no publicado de silencio del escritor…

Ahora colaboro en El Periódico de España y he escrito un artículo que se titula Hablar de más. Yo llevo un mes hablando de más, muchísimo, y de repente te das cuenta de que el silencio es un ideal. Hablamos mucho de más y escribimos mucho más de lo que deberíamos, pero no solo yo, todos los escritores.

¿No son un poco sus novelas reivindicación del silencio?

El silencio en el cine, en la música, en la literatura es tan importante como el lenguaje, las palabras existen porque entre ellas hay silencio, si no, no existirían las palabras… y ¡es tan importante en el ritmo de un relato! Ahora faltan muchos silencios, en la sociedad y en la propia literatura. Y eso es algo que también permea esta novela, que muchos personajes son muy silenciosos o muy lacónicos o han callado. Así que sí, esta novela es una reivindicación del silencio como sustrato de la literatura.

Y es una novela de suspense, ¿de dónde salió esta decisión?

No sé cómo surgió esto. El origen de la novela es un impacto, como el de todas mis novelas. Un impacto emocional que se produce al conocer una historia o escuchar algo o vivir una experiencia. En La lluvia amarilla fue el impacto que me produjo entrar por primera vez en un pueblo en ruinas. Esta novela surgió al conocer la historia de Mario Lacruz, que fue el editor de mis primeras novelas. Era un hombre que había escrito de joven y que, según él, luego dejó de escribir. A mí me impresionó que alguien que escribía tan bien lo hubiera dejado. Cuando murió, al cabo de medio año, un día recibo una llamada de Luxemburgo y era su hijo. Me dijo que, recogiendo el despacho de su padre en Barcelona, en un armario que tenía cerrado siempre con llave porque guardaba, según él, las herramientas de bricolaje, habían encontrado doce o catorce novelas, no sé cuántos guiones de cine, alguno en inglés, una biografía de Gaudí… Me llamó para pedirme un prólogo para una de esas novelas, porque el hijo creó la editorial El Funambulista, también para publicar algunas cosas a su padre. Me dijo que ni él ni su madre ni nadie lo sabía. Ese hombre, que era el editor más poderoso de España, que podía haber publicado todo lo que hubiera querido, decidió voluntariamente dejar sus libros en un armario. Y eso a mí me impactó muchísimo, que hubiera seguido escribiendo sin intención de publicar nunca. Y ahí vi que era realmente un escritor vocacional, que es alguien que sigue escribiendo, aunque no vaya a publicar.

Pero que no se lo diga a su familia, a las personas más próximas…

Es que, muchas veces, los que menos nos conocen son los que tenemos cerca. A los que tenemos cerca les explicamos menos o pensamos que lo entienden sin que se lo expliques.