Josep M. Colomer: «De los 230 años de historia de los Estados Unidos, la mayor parte del tiempo la conflictividad y la polarización han marcado la pauta política y social»

El politólogo y economista español, Josep María Colomer, publica el ensayo «La polarización política en los Estados Unidos: Orígenes y actualidad de un conflicto permanente» (Editorial Debate).

 

Texto: David VALIENTE  

 

En La polarización política en los Estados Unidos: Orígenes y actualidad de un conflicto permanente (Editorial Debate), el politólogo y economista español, Josep María Colomer, aborda la compleja y conflictiva maquinaria de la democracia más poderosa del mundo (hasta el momento) y los muchos inconvenientes internos que su articulación institucional genera. A Josep M. Colomer le abala una dilatadísima carrera académica y docente: ha publicado o editado más de 30 libros, además de impartir clases en la Universidad de Georgetown y ser miembro investigador del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de Barcelona y de la Academia Europea, entre otras cosas.

“De los 230 años de historia de los Estados Unidos, la mayor parte del tiempo la conflictividad y la polarización han marcado la pauta política y social”. El punto culmen de los desencuentros se produjo durante la Guerra de Secesión cuando una violencia incontrolable sesgó 750 000 vidas en una sociedad de 30 millones de habitantes, según estimaciones. Por lo tanto, la polarización no es un fenómeno reciente, y su origen no reside en los factores sociales, sino en el sistema político, asegura Josep M. Colomer.

La Constitución de Estados Unidos y el sistema que desarrolló después, según palabras del politólogo, fueron “un experimento novedoso sin precedentes, una aventura muy creativa y audaz que, en cierto modo, ha sido exitosa”. Sin modelos previos en los que inspirarse, los padres fundadores cometieron errores graves: “Es conflictivo que la elección del Congreso y del presidente se haga por separado, y los problemas se acentúan por las fricciones que generan los dos partidos encargados de manejar los hilos de la política estadounidense. Demócratas y republicanos se apalancan en las instituciones y bloquean las propuestas del contrario”. Pagaron la novatada, asegura Colomer.

El experimento buscaba, entre otras cosas, evitar la ‘tiranía de la mayoría’: “Quienes se reunieron en Filadelfia rechazaron un sistema puramente democrático, tampoco querían implantar una monarquía, sus pretensiones sistémicas iban dirigidas a una forma de gobierno poco común en ese momento, la república”, desarrolla Colomer. Para reforzar la separación de poderes, las competencias del Congreso son limitadas con el contrapeso ejercido por el Senado, electo por los estados, y por la figura del presidente que “al principio podía aspirar a más de dos mandatos”. En la Convención de Filadelfia, los padres fundadores debatieron sobre las limitaciones temporales del ejecutivo; algunos fueron partidarios de establecer a un presidente vitalicio y otros de dotar al ejecutivo de la potestad de designar a un heredero. “Si George Washington, el primer presidente de EE.UU., no hubiera renunciado después de dos candidaturas además sin hijos reconocidos, quizá la limitación de dos mandatos actual no existiría”. Josep M. Colomer recuerda que  en cuatro ocasiones Franklin D. Roosevelt ocupó el cargo de presidente y que ha habido intentos de instaurar dinastías presidenciales a través de hermanos, esposas e hijos. Aunque en nuestros tiempos el voto en Estados Unidos está muy democratizado, los contrapesos de las instituciones han logrado, precisamente, salvar al sistema de la ‘tiranía de la mayoría’.

De lo que no se han podido librar ha sido de la ‘tiranía del bipartidismo’, y eso que los padres fundadores advirtieron de lo perjudicial que para el nuevo gobierno podrían ser los partidos: “Calificaron a los partidos literalmente de ‘facciones corruptas’. El mismo Washington antes de abandonar su cargo reparó en el peligro que corrían si los partidos se consolidaban en el juego administrativo”.

Pero, ¿por qué los padres fundadores cometieron errores tan garrafales y que han perdurado en el tiempo?“Porque malinterpretaron el sistema político británico por la falta de fuentes apropiadas: para ellos, el rey contaba con la capacidad de vetar y emprender acciones ejecutivas, pero ya en el siglo XVII el monarca había perdido muchas de las funciones ejecutivas de antaño y las había asumido el primer ministro elegido a la vez que el Parlamento. Las atribuciones del rey eran meramente simbólicas”, explica el politólogo y profesor.

La unidad nacional mostró solidez en los años correspondientes a la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra Fría. “Son las décadas de las largas autopistas, los coches gigantes, la Coca-Cola, el Rock and Roll; la gente vivía feliz y prestaba poco interés a los asuntos políticos, ya que casi todo el mundo estaba de acuerdo con la política exterior del país”. Los índices de participación electoral eran bajos; no así en el 2020, cuando se ha registrado la participación más alta de la historia, un 66,7% de los ciudadanos, es decir, algo más de 158 millones de personas. Los datos demuestran la asociación existente entre el elevado grado de polarización y la participación electoral: “En la sociedad bullen muchos temas conflictivos que han propiciado la creación de movimientos sociales (Me Too, Black Lives Matter, Tea Party…), que presionan al estamento político que, uno, no tiene soluciones para los retos que se les presentan y, dos, son incapaces de digerir estos movimientos. Conclusión: la polarización se acentúa y, por supuesto, la participación en las urnas se dispara”.

Josep M. Colomer refuta a quienes asegura que la polarización tiene su simiente en la sociedad: “Los diferentes grupos socioeconómicos y raciales viven en buena sintonía, sí es cierto que existen tensiones históricas acumuladas, pero no se desarrollan grandes conflictos violentos”. Más bien es la política la encargada de activar los resortes de la polarización social: “Podemos observar que la polarización política implica un grado menor de polarización social, en cambio cuando las casta política se une, los distintos actores sociales tienden lazos, aunque siempre es más difícil convencer a todos los colectivos”.

“El origen del problema es la incapacidad del Congreso de legislar sobre esos temas conflictos y delicados”. Josep M. Colomer está en desacuerdo con quienes sostienen que el Tribunal Supremo no es independiente, “por supuesto que lo es”. La pregunta del millón es si Joe Biden cuenta con alguna posibilidad de revertir la situación actual: “No, el problema es sistémico- continua Colomer-. El Partido Demócrata ha hecho todo lo posible para paliar la crisis de la Covid-19, pero ahora los azueles han perdido la influencia que tenían sobre la Cámara de Representantes”. De nuevo los mismos escollos en el camino legislativo: “Aprobar leyes resulta muy difícil porque, aunque la Cámara baja del Congreso apruebe las reformas, estas deben pasar por el filtro del Senado y, no olvidemos, que el presidente cuenta con la capacidad de vetar las leyes, y la realidad es que casi ninguna propuesta ha superado el veto presidencial”. Ante tremenda parálisis, la tentación de dar más poder al presidente (“la tentación monárquica”, dice Colomer) se hace más fuerte: “Las órdenes ejecutivas (algo parecido a los decretos en España) en teoría se deberían de emplear para gestionar los recursos administrativos previamente aprobados por el poder legislativo, no obstante, en la práctica, se están empleando para cambiar leyes o incluso inventarlas”, comenta el politólogo.

Bill Clinton dijo eso de que le hubiera gustado gobernar en tiempos de la Segunda Guerra Mundial o la Guerra Fría. El enemigo exterior hacia las veces de analgésico a los conflictos internos: “Durante los años de guerra, el presidente y el Congreso cooperaban, los motivos, lógicos, había un enemigo exterior que ponía en jaque la seguridad del país”. En un país tan grande y poderoso las prioridades se centran en la política exterior, cuando desafían la seguridad de Estados Unidos, los puentes y los vasos comunicantes se vuelven a estrechar y todos contribuyen a defenderse del enemigo externo.  Por eso, no desparece la tentación de crear nuevos enemigos, lo intentó Bush hijo con el terrorismo internacional y parece que se quiere repetir la jugada con China: “La tentación de crear una especia de segunda guerra fría o guerra medio caliente contra China está ahí, pero por el momento el conflicto no ha trascendido de los estadios económicos. Con quien sí tiene un conflicto armado es con Rusia, pero esta no supone un reto lo suficientemente arriesgado para unir a la sociedad estadounidense”.

¿Tan grave fueron los acontecimientos sucedidos el 6 de enero del 2021 en el Capitolio?

¡Por supuesto! Para que tengamos una imagen de referencia, se podría decir que hubo una especie de autogolpe a la latinoamericana. Un coche de los servicios secretos fue a buscar a Mike Pence, si el exvicepresidente hubiera salido del Congreso en ese coche, hubiera sido catastrófico, pues no se habría podido confirmar la elección de Joe Biden. Menos mal que Pence se mantuvo en su sitio. Donald Trump tiene muchos frentes judiciales abiertos, no solo el caso de la actriz de cine para adultos. Se espera que también sea procesado por ‘mover y esconder documentos confidenciales en su casa y por el intento demostrado de falsificar las elecciones en el estado de Georgia. Pero, sin duda, el más grave de los cargos que va a tener que afrontar es lo sucedido en el Capitolio.