Harald Jähner: “Después del ataque alemán contra la URSS, los alemanes orientales apenas soportan ver nuevamente sus armas utilizadas contra soldados rusos”
El periodista alemán Harald Jähner cuenta cómo fueron los primeros diez años de posguerra en Alemania en «Tiempo de lobos. Alemania y los alemanes 1945-1955» (Alianza Editorial).
Texto: David Valiente
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando el polvo se disipó, las ciudades alemanas se mostraban ruinosas. Basta con echar un vistazo a las fotos de Dresde, tras ser bombardeada por los aliados, para comprender los niveles de destrucción que afrontaron los sajones. Quizá nunca podremos hacernos una idea (nuestros abuelos seguro que sí) de lo que significa perderlo todo. Sin embargo, de esos escombros y de ese dolor renació un país completamente nuevo, o casi nuevo. La Alemania de posguerra atesoró muchos aspectos de su idiosincrasia social y rechazó otros. Esto le permitió, tras años de duro trabajo y reunificación, convertirse en un país referente a nivel mundial en cuanto a la industria se refiere. Otro aspecto a destacar es su rechazo frontal a la violencia (al menos hasta la invasión de Ucrania); una lección que aprendieron después de haber sido la causante de las dos guerras más destructivas, tanto a nivel moral como material, del Viejo Continente.
El periodista alemán Harald Jähner cuenta cómo fueron esos primeros diez años de posguerra, que encaminó a Alemania por la misma ruta de las democracias liberales (u oligarquías liberales, que cada cual las designe como prefiera) en Tiempo de lobos. Alemania y los alemanes 1945-1955 (Alianza Editorial). Este ensayo se acerca a la historia del país desde los postulados de la intrahistoria unamuniana. Por eso, los grandes políticos y sus trapicheos de salón no tienen cabida en el texto de Jähner, que apuesta por contar la cotidianidad y el arte del quebrado volksgeist alemán para entender lo que supuso ser el país que inició el conflicto y lo perdió, victimario y víctima en un mismo juego en el que se sobrepasaron todos los límites marcados por el pacto social que desde tiempos bíblicos dan un valor trascendental a la vida.
“Me he dedicado muy intensamente a estudiar todos los aspectos de la difícil vida cotidiana de la posguerra, porque me interesaba saber cómo fue posible que los alemanes, fuertemente influidos por el régimen nazi, aceptaran los valores de la democracia en un plazo relativamente corto una vez concluida la guerra. Durante el proceso de investigación descubrí que las actitudes políticas no solo están conformadas por consideraciones racionales, sino también por experiencias procesadas emocionalmente, por miedos y anhelos, y, también, por la actitud hacia el sexo opuesto y el propio”, comenta el autor en una entrevista por escrito ofrecida a Librújula.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de las ciudades alemanas se convirtieron en escombros y polvo. ¿Cómo afectó la destrucción física de las ciudades a la vida y al espíritu de los alemanes?
Los enormes paisajes de escombros parecían aterradores, pero también fascinantes. Desarrollaron los géneros de «fotografía de escombros» y el de «película de escombros». Los pintores se adentraron en el paisaje en ruinas y retrataron las espantosas escenas al óleo. Los fotógrafos de moda colocaron a sus modelos entre los restos de casas destruidas. Muchas personas se sintieron atraídas por los barrios hechos polvo porque los veían como un reflejo de su estado mental.
¿Y literariamente? ¿Cómo valoraría el resurgir de las letras que tuvo lugar tras 1945?
Inmediatamente después de la guerra, hubo una literatura de palabras concisas. Muy escéptica, sobria, recelosa de todas las ideologías, reducida al mínimo. Por supuesto, hubo excepciones, Wolfgang Koeppen, por ejemplo, que fue más atrevido. Pero, sobre todo, Günter Grass y su Tambor de hojalata reintrodujeron la imaginación desbordante y el grotesco exuberante. Un impulso liberador.
Los españoles consideramos al pueblo alemán como uno de los más disciplinados, al menos de Europa. Más allá de la exageración del estereotipo, ¿la sociedad alemana consiguió mantener su legendaria disciplina durante la posguerra?
No. La escasez, las penurias y el caos de principios de la posguerra obligaron a muchas personas a obtener ilegalmente los alimentos y los recursos para la calefacción y el asueto. El orden estatal estaba, afortunadamente, roto en su totalidad. La gente se organizaba por su cuenta porque la mayor parte de la policía había abandonado sus puestos. Los aliados, durante los primeros compases de la posguerra, seguían luchando en los frentes y tenían poca capacidad para garantizar la seguridad de los ciudadanos en las zonas ya liberadas. Había bandas de niños huérfanos y muchos delincuentes. La gente tenía que valerse por sí misma; incluso los buenos ciudadanos saqueaban las tiendas, entraban en los almacenes de carbón, robaban comida de los campos y comerciaban en el mercado negro ilegal. Los alemanes tuvieron que aprender a aplicar la ley con mucha flexibilidad y eso les vino bien. Tras los años de dictadura nazi, de repente tuvieron que ser radicalmente independientes en la anarquía.
Hablando de los aliados, ¿cómo fue su relación con la población civil alemana?
Los alemanes fueron al principio escépticos y temerosos; luego se sintieron deslumbrados, finalmente cayeron rendidos de admiración. La cultura pop británica y estadounidense ejerció una enorme influencia en los jóvenes de la posguerra. Pero también el jazz, la pintura abstracta de Estados Unidos, el cubismo de Francia y la filosofía existencialista tuvieron un enorme impacto en la vida intelectual de la República Federal. Tras doce años de dictadura hitleriana, existía una verdadera hambre de cultura y una enorme disposición a absorber la cultura occidental.
Comenta en el ensayo que, por razones obvias, el número de hombres alemanes era bastante inferior al de las mujeres que quedaban, en muchas ocasiones, prendidas de sus rescatadores. Imagino que estos romances provocarían una fuerte competencia entre las mujeres que querían conseguir un buen novio, marido o amante…
Por supuesto, era una ventaja tener un amante americano, británico o francés. Te regalaban cigarrillos, chocolatinas, conservas de carne o detergente. Pero es un error pensar que a las muchas jóvenes que tuvieron romances con los aliados solo les interesaban los Lucky Strike y las chocolatinas. Muchas mujeres sentían curiosidad por el modo de vida extranjero de los soldados. Los estadounidenses, en particular, parecían muy informales y relajados, completamente diferentes de los disciplinados y rígidos alemanes. Los estadounidenses tenían fama de ser muy desenvueltos y sus mujeres se consideraban muy emancipadas. Un hombre empujando un cochecito, como hacían los estadounidenses, seguía siendo inimaginable para un alemán en la posguerra. Las jóvenes amantes de los aliados exploraron una cultura nueva y liberal; fueron pioneras en el camino político hacia Occidente.
En la posguerra, se produjo un desplazamiento masivo de personas a la Alemania destruida. ¿Cómo afectó este hecho a su reconstrucción?
La gente tuvo que reorganizarse y emprender caminos desconocidos. Más de la mitad de la población no estaba donde debía o donde quería estar. La guerra los había expulsado a algún lugar. Estaban los millones de trabajadores forzados que tenían que ser transportados a sus hogares, una tarea que llevaría muchos meses, a menudo años. Aun así, tuvieron que vivir en campos, aunque abiertos, durante todo ese tiempo. Estaban llenos de odio hacia los alemanes y cometieron una serie de crímenes y delitos por venganza, pero en mucha menor medida de lo que cabría esperar. Los desplazados de los antiguos territorios alemanes del Este tenían que ser alojados en algún lugar. Esto era difícil en el resto del país, que estaba en gran parte destruido; había muy poca comida y no había suficiente espacio para vivir. Esto provocó muchas tensiones entre la población local y los refugiados que, a menudo, eran tratados de forma francamente racista, a pesar de que eran alemanes, aunque con dialectos diferentes, costumbres ligeramente distintas y gustos culinarios particulares. Este rechazo, a menudo duro y cruel, de los refugiados del Este tuvo un efecto positivo: la «comunidad nacional de la raza superior», que Hitler había invocado, resultó ser una quimera total. Las élites nazis tuvieron que volver a ser ciudadanos normales, con todas las animadversiones que ello conllevó. Un proceso de aprendizaje democrático que se negoció en el Parlamento: ¿Cuánto tenían que pagar los que habían conservado su casa y su granja a los que lo habían perdido todo? Decenas de miles de funcionarios trabajaron en ello durante muchos años.
¿Qué diría que contribuyó al despegue económico del país?
La guerra de Corea (1950-1953) y la Guerra Fría en general. Los aliados occidentales necesitaron muy pronto a sus antiguos enemigos alemanes como socios en la lucha contra el comunismo. Los productos de la industria de Alemania Occidental eran necesarios porque los países occidentales pronto tuvieron que rearmarse. Como país dividido, Alemania estaba en el centro de la atención mundial. Los dos Estados alemanes hostiles fueron tratados con el cuidado correspondiente por Estados Unidos y la Unión Soviética.
Una parte de la historiografía asegura que el proceso de desnazificación no fue todo lo efectivo que debió ser, que las cabezas más destacables del movimiento cayeron, pero que la gran masa administrativa del Gobierno siguió aferrada al ideario del nacionalsocialismo. ¿Está de acuerdo con este punto de vista?
La mayoría de los alemanes se sentían víctimas de Hitler. Se sintieron traicionados, engañados, influenciados por la propaganda nazi como una droga. Esta es una forma barata y moralmente poco noble de eludir la responsabilidad, pero funcionó. Permitió a la gente declarar su apoyo a la democracia sin sentirse traidora. Las verdaderas víctimas, los judíos, pasaron a un segundo plano. Al principio casi nadie hablaba de ellos. Lo realmente lamentable fueron los numerosos miembros de la élite nazi de la judicatura y las ciencias que simplemente continuaron con sus antiguas profesiones y se hicieron una carrera sin muchas dudas.
Pongamos un poco los pies en la actualidad: ¿cuál es la relación de la sociedad alemana con los acontecimientos durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Vergüenza, crítica, desprecio, indiferencia…?
El peso del Holocausto nunca abandonará a los alemanes. Nunca se superará esa losa. Cada generación luchará de nuevo con la cuestión de cómo sus antepasados pudieron cometer o tolerar semejante crimen no hace tanto tiempo.
Usted cuenta las numerosas atrocidades cometidas por los soviéticos en Alemania Oriental después de la guerra. ¿Cómo reaccionó la sociedad alemana ante el inicio de la guerra en Ucrania? ¿Se despertaron antiguos fantasmas? ¿Ha aumentado el sentimiento antirruso?
Los alemanes tienen una relación muy complicada con Rusia. Muchos alemanes del Este conocen bien a los rusos y saben que es posible hacer las paces con ellos. Bertolt Brecht la llamaba la «pequeña paz». No eran libres, pero estaban vivos. Y ahora muchos piden lo mismo de Ucrania: que valore más la paz que la libertad. La mayoría de los alemanes orientales comprende la necesidad de apoyar a Ucrania con armas, y Alemania aporta muchos recursos; pero al mismo tiempo la población tiene un muy mal presentimiento al respecto. Después del ataque alemán contra la URSS de Stalin, con muchos, muchos millones de muertos, apenas soportan ver nuevamente armas alemanas utilizadas contra soldados rusos. Sin embargo, se acepta a regañadientes, porque podría detener la agresión rusa y evitar escaladas bélicas peores. La mayoría de los alemanes occidentales piensan de otro modo, pero debido a la guerra contra la antigua URSS, iniciada de forma agresiva y criminal, los alemanes también siguen experimentando una gran inhibición para oponerse con la determinación necesaria a la agresión que emana hoy de Rusia.
¿Qué pueden aprender los Estados de Alemania, un país que pasó de ser uno de los más beligerantes a abrazar el pacifismo y exportarlo?
Es difícil aprender de la historia, pero no tenemos nada más. La lección más importante es simple: no se comporte como lo hizo Alemania bajo el mandato de Hitler. La segunda es complicado y se refiere a la cuestión de cómo deberían tratar los países victoriosos a las dictaduras derrotadas. El compromiso financiero y cultural, la paciencia y la tolerancia que los aliados occidentales mostraron con Alemania, el equilibrio entre ayuda y persecución legal, es un ejemplo que también nos gustaría ver hoy. No quiero decir lo que se puede aprender de nosotros, los alemanes. No le desearía a ninguna nación tener que asomarse tan profundamente al abismo de la culpa.