Hannibal Lecter, el psiquiatra psicópata

Las posibilidades del doble, de las dobles vidas, del espía, del adúltero, del enfermo mental, del criminal… recorrerán el festival de novela negra de Barcelona a partir del 6 de febrero. 

Anthony Hopkins en el papel de Hannibal Lecter en «El silencio de los corderos»

 

Texto: Milo KRMPOTIC

 

Sin el menor ánimo de restarle méritos al bueno de Thomas Harris, debemos comenzar por reconocer que Hannibal Lecter no disfrutaría de la misma presencia en el imaginario colectivo de los últimos treinta y pico años, perturbadora y fascinante a partes iguales, de no ser por la interpretación que de él hizo para el cine Sir Anthony Hopkins en El silencio de los corderos. Aunque Hopkins repitiera papel en dos ocasiones (el Hannibal de Ridley Scott y el Dragón rojo de Brett Ratner), aunque otros dos grandes actores hayan dado vida a Lecter (Brian Cox en Manhunter, de Michael Mann, primera adaptación de Dragón rojo, y Mads Mikkelsen en la serie de televisión Hannibal), el clásico de Jonathan Demme y ese primer baile entre el actor británico y el psiquiatra caníbal tienen el noventa por ciento de la culpa de que, en 2003, el American Film Institute escogiera a Lecter como el mejor (por peor) villano de la historia del cine de las barras y estrellas. Es meritorio, porque desde entonces ni Harvey Weinstein ha logrado arrebatarle ese título.

Pero vayamos por partes (poco hechas, sin hacerle ascos a ninguna víscera). Thomas Harris, formado en el periodismo, ha firmado solo seis novelas en sus 48 años de trayectoria literaria, y cuatro las ha protagonizado Lecter (las excepciones son la primera, Domingo negro, sobre un atentado contra la SuperBowl, y la última, Cari Mora, sobre la relación entre la refugiada colombiana del título y un psicópata paraguayo, con un tesoro del narcotráfico de por medio). Al parecer, ese ritmo lento de producción se debe a que Harris tiene una relación complicada con la escritura, que le lleva, en descripción de su colega Stephen King, a “retorcerse de dolor en el suelo a causa de la frustración”. En un quid pro quo perverso, la actividad que tantos sufrimientos le causa ha acabado helando la sangre y poblando las pesadillas de millones de lectores.

Lecter nació a imagen y semejanza del médico Alfredo Ballí Treviño, el último condenado a muerte de la historia de México (aunque se le conmutó esa pena por la de veinte años en prisión), responsable del asesinato de su amante y, se supone, también del de varios autoestopistas durante los años cincuenta y sesenta, a quien Harris entrevistó cuando trabajaba como periodista. Pero es posible que la comprensión que Ballí Treviño demostró sobre la mente criminal fuera solo una de las piezas de un monstruo de Frankenstein de la psicopatía internacional que también debe bastante al norteamericano Albert Fish, al llamado “Monstruo de Florencia” y a Andréi Chikatilo, el “Carnicero de Rostov”, caníbal soviético condenado por la muerte de, al menos, 52 mujeres y niños. Un auténtico “Nightmare Team” de los asesinos en serie, vamos.

Para comenzar por el principio hemos de apuntar hacia el final… En Hannibal: el origen del mal, novela y guion que Harris escribió para impedir que Dino de Laurentiis, propietario de los derechos cinematográficos del personaje, escarbara en el pasado de este a sus espaldas, descubrimos el trauma que convirtió a Lecter en el monstruo que todos conocemos, admiramos y sobre todo tememos. En la Lituania de la Segunda Guerra Mundial, siendo apenas un preadolescente, Lecter es testigo del asesinato de su hermana pequeña a manos de un grupo de colaboracionistas nazis, quienes proceden a comérsela y, sin que él lo sepa, le alimentan con las sobras de la niña. Años más tarde, tras haber realizado sus pinitos en el sangriento arte de hacer picadillo al prójimo, Lecter buscará a los responsables de su dolor y demostrará que la venganza, en efecto, es un plato que se sirve frío.

Hay un notable exhibicionismo morboso en la elaboración del personaje, claro que sí. Pero, junto a su carácter psicópata, dos son los aspectos que le suman profundidad y capacidad de resonancia. Uno es su naturaleza sibarita, elegante, culta, gourmet y sofisticada, debida tanto a sus orígenes nobiliarios como a la educación que recibió en la adolescencia con sus tíos. Y el otro es una elección profesional, la psiquiatría forense, que le lleva a: 1) Alcanzar una comprensión muy precisa de la locura de quienes cazan a sus semejantes; y 2) Compartir esa comprensión, cuando le conviene y por tanto de manera harto tramposa, con los representantes de la Ley. De ahí, el encuentro con el agente del FBI Will Graham que provoca la caída en desgracia de ambos en Dragón rojo. Y de ahí, también, el encuentro con la agente del FBI Clarice Sterling en El silencio de los corderos, que transformó a todos los implicados (los personajes, Harris, la novela y por supuesto la película, galardonada con los cinco Oscars principales de aquel 1991, incluidos uno para Hopkins y otro para Jodie Foster) en el material del que están hechas las leyendas.

En cambio, pese a ser una secuela directa de la anterior, Hannibal es una obra algo más delirante, que sacrifica la ambigüedad de la relación entre Sterling y Lecter convirtiéndolos en amantes, pero que se cierra con una ironía maravillosa: ambos acaban viviendo en Buenos Aires, la capital mundial de la psiquiatría; rodeados, por tanto, de miles de profesionales que se alimentan escarbando en la sesera de sus pacientes… claro que no de manera tan literal como el siempre aterrador y memorable Hannibal Lecter.