Fabiano Massimi: “El nazismo me repele, nunca hubiera pensado que escribiría sobre él”

Fabiano Massimi publica la novela «Los niños de Winton» basada en la historia real de Nicholas Winston que salvó a niños checos perseguidos por el nazismo por la condición étnica, religiosa o ideológica de sus padres.

Texto: David VALIENTE

 

“El nazismo me repele, nunca hubiera pensado que escribiría sobre él”, comienza a responder Fabiano Massimi (Módena, 1977) a las preguntas planteadas por Librújula. Fabiano ha escrito hasta el momento cuatro novelas y tres de ellas están ambientadas en esa época tétrica de la andadura de nuestra especie: “Tengo una gran pasión por la historia, no tanto por ese periodo tan terrible, pero de repente me topé con los acontecimientos narrados en mi primera novela, El ángel de Múnich (Alfaguara), y me asombró que nadie los hubiera contado antes. Entonces, después de documentarme, me lancé a la escritura de la novela y descubrí similitudes entre esos años y los nuestros”, reflexiona Massimi que, aparte de escribir thrillers, es director de la biblioteca Formigine, traductor, editor y profesor universitario.

Fabiano Massimi está escribiendo una serie sobre esos años y en su última publicación, Los niños de Winton (editorial Alfaguara), se retrotrae a la penosa Conferencia de Múnich, donde las potencias aliadas vendieron a una nación joven y moderna como lo era la Checoslovaquia del periodo de entreguerras. En esos momentos de indecisión y miedo, antes de la anexión completa del país, no solo de los Sudetes, como se acordó, sino del total de su territorio, Nicholas Winston viajó a Praga para ayudar a los niños que corrían serio peligro por la condición étnica, religiosa o ideológica de sus padres. Allí, colaboró con Doreen Warriner y Trevor Chadwick, también cooperantes humanitarios, que trataron de salvar al mayor número de niños posibles. Estos tres personajes, ahora de ficción, tuvieron carne y huesos, fueron héroes caídos en el olvido porque a veces da la sensación de que la única villana es la historia que nos obliga a recordar con vehemencia las abyecciones de los malísimos. “Me topé con esta historia cuando estaba escribiendo mi segunda novela, Los demonios del Reich. Dentro de lo horrible que fue la Shoah, estos acontecimientos dan una nota positiva, porque si superponemos los espacios históricos, podemos aprender que siempre hay un lugar para la esperanza en tiempos oscuros”.

Las historias literarias ambientadas en esa época a menudo son oscuras y terribles, comprensible porque no fueron momentos buenos para el mundo. Sin embargo, ¿no está cansado de leer novelas que siempre hablan sobre las borrascas y no dejan ver aunque sea un pequeño rayo de sol?

Es difícil responder a esta pregunta. Los años desde 1933 a 1945 son los más criminales de la historia. El Estado fomentó el asesinato, la traición, la violencia contra grupos específicos. Se cuentan historias truculentas de las cuales tenemos constancia porque sus protagonistas sobrevivieron gracias a personas maravillosas y bondadosas que escondían a judíos, comunistas o gitanos en el desván de sus casas. Esta es la parte de la historia que me interesa, además es una parte importante porque, cierto es, el mal da mucho miedo y también mucho de qué hablar, pero el bien es la gasolina del mundo y le permite seguir hacia delante. Por lo tanto, no solo debemos recordar que existió el nazismo.

 

Se ha escrito mucho sobre el nazismo, ¿la literatura aún tiene algo que aportar a la formación del relato?

¡Por supuesto! Aunque disponemos de una amplia historiografía, testimonios y hechos sobre el nazismo, nos falta comprender lo acontecido y solo lo podemos lograr centrándonos en los detalles y entrando en el corazón y la cabeza de los personajes. No se explica con facilidad cómo un hombre de unos 30 años, corredor de bolsa, sin antecedentes heroicos previos en su historial, de repente y tras recibir una llamada de un amigo, anula sus vacaciones en Suiza y viaja a Checoslovaquia, país con el que no tenía ninguna especie de lazo sentimental y que ni siquiera conocía, para salvar a unos niños de lo que ya se intuía que iban a padecer una crisis humanitaria. Pasó tres semanas en Praga organizando el traslado de los niños y luego continúo su labor en Londres hasta que terminó la guerra. Sin embargo, con el fin de la contienda le embargó el mutismo y no volvió a hablar con nadie del asunto. Esto es inexplicable. En cambio, desde un punto de vista literario, entramos en el corazón del personaje, hacemos que las emociones afloren y establecemos una consonancia con él, que nos permite entender sus motivaciones. La literatura hace precisamente esto desde la época clásica: en Las Troyanas de Eurípides se narra la guerra desde el punto de vista del perdedor, demostrando al vencedor que los vencidos tienen también condición humana. Cosas de este tipo solo lo pueden hacer grandes narradores como Dostoyevski, que consigue encariñar al lector con el protagonista de Crimen y Castigo, un homicida. Con esto no quiero decir que debamos querer a los nazis, pero en Italia siempre nos preguntamos cómo fue posible que en Europa fuéramos de cabeza a una guerra por el crecimiento del fascismo y el nazismo. Y la respuesta la hallamos cuando accedemos a la vida y las decisiones erróneas que se tomaron, en muchas ocasiones, de buena fe.

 

¿Por qué no tuvimos noticias de estos personajes antes?

Esta historia cuenta con dos grandes misterios. El primero es por qué arriesgaron su vida para salvar a esos niños, aun a expensas de haber podido fracasar y haber sido olvidados por la historia. Lo hicieron porque era lo justo y tenían la obligación moral de hacerlo. El segundo misterio es por qué Winton, Dooren y Trevor no hablaron con nadie sobre el rescate de los niños. Trevor tenía dos hijos que desconocían esta historia. Uno de ellos escribió una biografía bastante conmovedora tratando de seguir el rastro de su padre. Doreen recibió una condecoración de la reina por los servicios prestados durante la guerra, la guardó en un cajón y tampoco habló sobre el asunto con nadie. No tenía hijos, pero sí un sobrino al que adoraba y que descubrió la historia de su tía querida el día después de su muerte en The Times (ya sabes, The Times lo sabe todo). Nicholas Winton siguió la estela de sus compañeros hasta que su mujer un día por casualidad limpiando el desván de la casa descubrió la heroicidad de su marido. Sí, fueron olvidados, y no creo que quisieran serlo, pero tampoco querían pasar a la historia por su hazaña. A nosotros, esta mentalidad nos resulta rara, ya que colgamos en las redes sociales el día a día. Considero que hay miles de sucesos como estos escondidos en los recovecos del pasado.

 

En su novela, algunos de los personajes deciden quienes recibirán la ayuda y quienes no, o dicho de otro modo, escogen a los individuos que serán salvados, mientras otros deberán encomendarse a la suerte…

Así es. Cuando los americanos abandonaron Afganistán, mis hijos preadolescentes vieron por televisión como en el aeropuerto de Kabul los afganos daban a sus criaturas a los soldados americanos para que los pusieran a salvo fuera del país, pero estos solo escogían a unos pocos, no a todos. Mis hijos se indignaron y me preguntaban cómo eran capaces de elegir a unos niños y dejar a los otros; les parecía injusto. En ese momento recordé las palabras de la Madre Teresa de Calcuta cuando una vez le preguntaron cómo elegía a las personas que tenía que ayudar en una ciudad con un millón de pobres y desesperados. Ella respondió que salía de casa, abría los brazos y salvaba a todos los que entraban en ellos. Los niños son más fáciles de rescatar: una familia los adopta con más facilidad, además representan el futuro y los padres, por lo general, prefieren que los niños sean los primeros en ser salvados. Sucede lo mismo en los barcos, el capitán, en caso de accidente, abandona el último la nave. Los seres humanos estamos organizados por una escala de valores que no computa en la naturaleza. Y creo que fue el motivo de Winton para acudir al rescate de los niños en Praga y también por lo que después se quedó callado y no quiso volver a hablar del tema. Rescató a 669 niños, pero no pudo hacer lo mismo con los 2000 restantes que había en su lista. Ahí decidió la historia.

 

La narración del rescate de los niños ocurre en un momento de preguerra, de tensión mundial. Salvando las distancias, parece que ahora estamos viviendo un estado similar al de finales de los años 30. ¿Cree que hemos aprendido de los errores del pasado?

El poeta italiano y nobel de literatura, Eugenio Montale, decía en uno de sus poemas que “la historia no es maestra de nada que nos ataña”. Resulta una actitud algo cínica, una especie de declaración de desesperanza. Sin embargo, Edmund Burke dijo: “Aquellos que no conocen la historia están condenados a repetirla”. ¿Quién tiene la razón? En 1938, la población de Checoslovaquia pasó un momento complicado cuando las grandes potencias, Francia y Reino Unido, regalaron al Tercer Reich una parte del país, los Sudetes, porque consideraron que así el lobo iba a saciar su sed expansiva. 85 años después, comienza una nueva guerra en la que otro actor internacional, Vladímir Putin, quiere un pedazo del país vecino, Ucrania. ¿Y cuál es la respuesta? Una nueva conferencia de paz en Múnich. ¡Otra vez en Múnich! Tal vez no hayamos aprendido, tal vez no haya nada que aprender o, simplemente, los gobiernos sí saben que la historia se repite con ciertos matices en su desarrollo. La historia de Winton nos dice que el mal regresa, pero seguido de cerca por el bien; quizá no seamos capaces de aprender a evitar el mal, pero sí podemos aprender a hacer el bien con ejemplos positivos, como los de mi novela.

 

Describe a muchos héroes, y no sé si podría apelar tanto a figuras heroicas en una novela ambientada en nuestros tiempos…

Por supuesto que podría. En Ucrania, Gaza y Siria hay nuevos Winton, Doreen o Trevor y los conoceremos dentro de 50 años. Muchas personas son voluntarias en asociaciones no gubernamentales, tipo UNICEF o Save the Children, que sale en mi novela. Las sociedades levantan su voz para que algunas decisiones políticas injustas no lleguen a puerto; nuestras protestas han conseguido que en Israel dimitan ministros dentro del contexto de la invasión terrestre. Asimismo, al final del libro digo que personalmente puedo hacer poco, pero entre las cosas que están en mi mano, estoy contribuyendo a la causa donando dinero a Save the Children, convirtiéndome en accionista de su labor y, por lo tanto, formando parte de los agentes del bien.

 

Pero esos héroes están rodeados de espías, ¿dónde queda la confianza si las personas que te rodean no son de fiar?

Es otro aspecto importante de mi novela (en realidad, de toda mi obra ambientada en ese periodo). En esos años, no se podía confiar en nadie, ni en uno mismo. En este volumen, hay personajes de buena fe que piensan que han tomado una correcta decisión y han valorado las consecuencias, pero cometen un error enorme. Una persona se puede perdonar aun cometiendo esos errores si la causa que lo impulsó fue justa. Respecto a si podemos esquivar la traición… Es la gran pregunta. En nuestra cultura judeocristiana encontramos una de la historia de traición más atávica, la cometida contra Jesús de Nazaret. A veces parece que no se debería confiar en nadie, pero en alguien debemos confiar, por eso en nuestras decisiones siempre hay un pequeño apunte de riesgo.  Entonces, solo nos queda aprender a perdonarnos a nosotros mismos y a la historia. Hace un tiempo leí una novela japonesa y me fijé que en su sociedad, cuando ocurre un problema, no buscan responsables, sino soluciones. Una actitud muy diferente a la nuestra.

 

¿Sin embargo, la historia podría ser indulgente con algunos de sus personajes?

La historia no existe, ni el lector; solo existe un lector que lee la novela.

 

Entonces, ¿usted los perdonaría?

Tampoco tengo que perdonar. El perdón es un autorregalo, nadie puede perdonar a otra persona. En las últimas páginas del libro hablo del perdón y cuando el lector, que ha sido de los personajes de la novela por un tiempo, llegue a esa parte decidirá si los perdona o no. La novela es una gran máquina de tomar decisiones: yo puedo decidir, pero no soy más que un lector. El mito del control está muy extendido: creemos que si nos informamos correctamente, reflexionamos con objetividad y dejamos el orgullo a un lado, podemos llegar a tomar decisiones acertadas, pero no es verdad; porque se toman decisiones erradas pensando que son justas y correctas. Y ahí radica la razón por la que hay que aprender a perdonar a los demás y, sobre todo, a nosotros mismos, y buscar soluciones aprendiendo de las meteduras de pata ya cometidas.

 

A las puertas de Europa llaman con desespero miles de personas huyendo de la situación negligente de sus países. En el pasado, nuestro continente generó inmigrantes y refugiados, ¿nuestra buena situación actual nos ha hecho olvidar lo que fuimos en el pasado?

Cuando la situación es ventajosa todos somos hermanos, no así cuando el contexto se complica. Hace unos años, Ursula von der Leyer defendió el derecho y el deber de Europa de conservar su estilo de vida. No dijo la ‘vida’, dijo su ‘estilo de vida’. En Europa, Estados Unidos, Australia, hay mucho espacio y paradójicamente no resulta fácil acceder a ellos. A Italia llegan miles de inmigrantes, pero, aunque tenemos donde acogerlos, la fuerza política no los aceptan. En mi país no encontramos cierta categoría de trabajadores y esas personas que llegan, podrían desempeñar esas labores. El campo se está despoblando, llegamos a encontrar auténticas poblaciones fantasmas, y esto es un problema porque el campo y la montaña necesitan de cuidados; ¿por qué ellos no pueden ocupar ese espacio? Tenemos miedo a perder nuestro estilo de vida. Las consecuencias de ese miedo ya las sufrimos los italianos en el siglo XX cuando llegábamos a Estados Unidos. La población local nos consideraba una raza inferior porque nuestro color de piel era algo más oscuro, en las trifulcas sacábamos enseguida la navaja y nos reproducíamos como conejos. Sin embargo, ahora la población que hace décadas causaba miedo está integrada y participa del sueño americano. ¿Por qué no podemos adoptar la misma actitud con las personas que llegan de África y Oriente Próximo? Nuestra ingratitud y ceguera nos impide comprender que es imposible parar este movimiento masivo de personas, al igual que tampoco se puede esquivar las consecuencias del cambio climático. En los dos escenarios solo nos queda adaptarnos.