El toro luminoso
Uno de los acontecimientos del próximo verano de 2026 será el eclipse total que podrá verse en agosto. Para ir preparándonos, Lluís Vergés nos invita a levantar la cabeza en la noche y asombrarnos en “Estrellería” (Plataforma Editorial).
Texto: Antonio Iturbe Foto: Darío González
El astroturismo es una opción en vacaciones para los que no son de playa y sol achicharrante. Se trata de buscar otra luz que, en vez de cegarnos, nos abre los ojos en las largas noches de verano. Han proliferado las opciones (algunos lugares ofrecen cenas+observación nocturna comentada) y se ha establecido una red de lugares con la consideración de “starlight”, como miradores ideales para la observación estelar. Pocos lugares tan idóneos como el de la imagen de larga exposición que abre estas líneas que nos envía nuestro astrofísico de guardia con la puesta de la luna en el desierto de Atacama desde el observatorio astronómico de Paranal, Chile.
Lluís Vergés, que anteriormente publicó Tenis en la luna, nos invita a levantar la cabeza en la noche y perseguir estrellas. Para denominar a los observadores del firmamento nocturno reivindica, frente a la opción inglesa, el término “estrellero”, que no es un palabro nuevo que se saque de la manga sino que ya era la manera en que definían la pasión nocturna del rey Alfonso X, el Sabio, ocho siglos atrás.
El universo a día de hoy es infinito. Pero incluso lo poco que alcanzamos a ver en una noche oscura sin luna a simple vista es inmenso, entre 2.500 y 3.000 estrellas. A veces, cuando queremos verlo todo, ese cielo tan grande nos emborracha y no vemos nada. Por eso Vergés se centra en algunas constelaciones para iniciarnos en el camino hacia las estrellas, especialmente la constelación de Tauro: “tiene forma de tirachinas, de varita de zahorí o, por supuesto, de los cuernos de un bóvido”.
La estrella más brillante de esos cuernos de luz es Alderabán, que en los mapas astronómicos antiguos se representaba como el ojo del toro. Vergés nos sugiere, para identificarla en la noche, “buscar la vecina constelación de Orión, el cazador, con esa llamativa silueta en forma de cafetera o de reloj de arena”. Nos recuerda algo que sabemos, pero enseguida apartamos de nuestra mente porque resulta ciertamente extraño: esa bella constelación de Orión, a 1.500 años luz, no ilumina el presente sino un pasado remoto. Lo que vemos allá arriba es el universo hace quince siglos. Alderabán, la gigante roja del ojo del toro, está un poco más cerca, a 65 años luz. La luz que podremos ver una noche de este verano nació en la estrella en 1960, cuando muchos de nosotros todavía no habíamos nacido.
Vergés nos invita a un viaje que no solo es astronómico sino también histórico y cultural. Nos introduce una tarde 1940, entre juegos de niños exploradores, en la grieta que llevó a descubrir las Cuevas de Lascaux, con esas sorprendentes pinturas de toros de cuernos larguísimos en las paredes. Señala la hipótesis de un investigador alemán al visualizar el cielo de hace 18.000 años y se plantea si lo que quisieron plasmar esas manos de nuestros ancestros no sería esa constelación del toro celeste. La pista de esa fascinación por la figura del toro se encuentra también en la floreciente cultura mesopotámica y hay testimonios al respecto en tablillas asirias. La que está considerada la primera narración escrita de la historia, Gilgamesh, con más de cerca de cinco mil años de antigüedad, ya nos habla del “toro celeste”.
También nos introduce en algunos estrelleros de referencia, como Edmund James Webb (1852-1929), al que actualmente se rinde homenaje al haber bautizado con su nombre al gran telescopio que observa desde el espacio. O Edmond Halley, autor de observaciones novedosas en el siglo XVII, entre ellas la del comenta más célebre de la historia. El autor, en este breve manual muy surtido de asuntos, nos lleva a revolver entre los mapas celestes del archivo de Salamanca y otras derivadas nos llevarán hasta la villa del cardenal Alejandro Farnesio, en Italia, para ver un mapamundi pintado de las Pléyades o la China del siglo X, donde se detectó en la constelación de Tauro una espectacular supernova ocho veces más masiva que nuestro Sol.
Vergés nos recuerda que las estrellas se observan y se ven, pero también se sienten, incluso se escuchan. Para ello acude a un aviador soñador, Antoine de Sant-Exupéry. Ese príncipe suyo que llega de un planeta minúsculo con baobabs, volcanes y una rosa difícil nos dice: “Por la noche me gusta oír las estrellas. Son como quinientos millones de cascabeles”.