El escritor Antoine de Saint-Exupéry maltratado por una periodista del diario El País

Un artículo lanza sobre el autor de “El Principito” o “Correo Sur” graves acusaciones como maltratador, torturador y manipulador que ofrecen, como mínimo, dudas razonables.

 

Texto: Antonio ITURBE

  

Hace un par de días recibí un email de una buena amiga, fiable e inteligente, que me decía:

 

«Si se nos siguen cayendo mitos…»

Y me adjuntaba el link a la noticia del diario El País redactada por Nora Fornés con el siguiente titular:

“Consuelo de Saint-Exupéry: la mujer maltratada por el gran héroe de la literatura francesa”.

 

Un mito que no se cae, que lo descabalgan. Últimamente vemos muchos escritores descabalgados. Hace poco fue Roald Dahl al que se le retocaron los libros para que no resultaran dañinos. Mirar al pasado con las gafas del presente para impartir justicia se ha convertido en una tendencia.

Al leer el artículo, vi que la cosa iba de la reedición del libro de la que fuera esposa de Saint-Exupéry, Consuelo Suncín, titulado Memorias de la rosa. Fue publicado en España por Ediciones B en noviembre del año 2000 y ya entonces me pareció detectar numerosos errores después de haber estado cuatro años leyendo biografías, correspondencia y revistas de la época en torno a Saint-Exupéry. Este es un libro que ella no quiso publicar en vida y acabó publicando la persona a la que dejó todo tras su muerte en 1979, su mayordomo y jardinero.

Nora Fornés en el arranque del artículo señala que “estas memorias, recién reeditadas en español por la editorial Espinas, desvelan la tortura emocional a la que la sometió su marido”

El inicio del artículo nos dice:

“Desde su primer encuentro en Buenos Aires en 1930 y hasta la muerte del piloto en una misión de la Segunda Guerra Mundial en 1944, Antoine la ignora a propósito para castigarla, la chantajea —en numerosas ocasiones le dice que se morirá si lo deja—, la humilla delante de sus amigos y familia, la manipula para que se sienta culpable de sus propias infidelidades con actrices y autoras, la controla, la aísla de las amistades que ella teje y la intimida. Se podría cantar bingo con todas las situaciones del libro en las que se presentan signos de lo que hoy consideran los psicólogos una relación tóxica, en la que la mujer maltratada no es capaz de salir de su situación de abuso.

¿Por qué es tan desconocida la faceta de maltratador del autor francés? Para Alicia de la Fuente, la editora de este libro y fundadora de la editorial Espinas, dedicada a resucitar textos de autoras olvidadas por el canon, está muy claro: “No interesa que se sepan las cosas que ella cuenta porque Saint-Exupéry es un héroe nacional en Francia y casi un mártir que murió combatiendo en la Segunda Guerra Mundial”.

Suena realmente épico decir que “no interesa que se sepan las cosas que ella cuenta”, pero la realidad es que se saben hace mucho. Podría ser (hay la posibilidad, aunque parezca remota) que simplemente no interesase ese libro cuando se publicó en varios países por contener demasiadas inexactitudes. El artículo de El País se centra en la relación conyugal entre Consuelo Suncín y Saint-Exupéry, un asunto privado de dos personas fallecidas que siempre tiene sus complejidades y en el que no es tan fácil meter cucharada, aunque lo hagamos con mucha, a veces excesiva, facilidad.

Consuelo Suncín  y Antoine de Saint-Exupéry se casaron en 1931. Él desapareció en el mar en misión de guerra en 1945. En esos años pasaron muchos periodos distanciados, por cuestiones laborales o emocionales. Al poco de casarse, él fue destinado por la compañía aérea en la que trabajaba a Casablanca y Consuelo se quedó un tiempo en Francia. Después, se reunieron. Esto se repetiría a menudo. Sus 14 años de matrimonio fueron un continuo de idas y venidas. Los dos eran culos inquietos. Posteriormente, cuando fue destinado a Argelia, Consuelo también pasó un tiempo en Francia para la venta de una pequeña villa que había heredado. Se dice en el artículo que ella sacrificó su juventud y su dinero por él. El dinero de esa villa no fue para comprarle un avión a su esposo sino para pagar la indemnización en un juicio por un accidente de tráfico que tuvo ella en Niza.

Se dice en el artículo que Saint-Exupéry “la controlaba”. Lo cierto es que volaron mucho los dos por libre. Entre separaciones, sus vuelos ordinarios de ruta de varios días, los raids aéreos de largo recorrido, sus separaciones sentimentales, la etapa en que él trabaja en unos prototipos en Saint-Laurent-de-la Salanque y ella se queda en París o el periodo de guerra en que estuvo en el frente, pasaron mucho tiempo a distancia. Creo que a Consuelo Suncín se la minusvalora cuando se dice que se la controlaba. Parecía una mujer muy libre, anárquica, que tomaba la vida como venía, atrevida, valiente. No parece que se dejara controlar fácilmente. No soportaba el aburrimiento.

En el artículo se cita al biógrafo francés Alain Vircondelet, que realizó la corrección (el editing) y escribió el prólogo de estas memorias de Consuelo.  Esa cercanía le permitió el acceso a los papeles que le facilitó el heredero universal, José Martínez-Fructuoso y pudo escribir un libro sobre el momento en que Saint-Exupéry escribió El Principito durante el exilio en Nueva York, La véritable histoire du Petit Prince (publicado en España por Roca Editorial). Para apoyar la tesis del artículo del monstruoso comportamiento de Saint-Exupéry se inserta una cita de Vircondelet donde afirma que: “exhibía un narcisismo enorme. Las cartas muestran cómo Saint-Exupéry se escucha a sí mismo, cómo quiere ser amado antes que amar. Y a pesar de todas sus palabras de amor, nunca dejó de engañar a su mujer”.

De que Saint-Exupéry era un gran egocéntrico parece que no cabe duda, como todos los escritores. Puede que por encima de la media, que ya es alta. Sin embargo, parece algo escaso que en este artículo donde se lo acusa directamente de maltratador se use como argumento de que quiere ser amado antes que amar. Vircondelet ha sido su biógrafo y sabe que era una fórmula que usaba en las cartas con Consuelo y con mucha más gente: despedirse pidiéndoles que lo amasen. Lo hacía, por ejemplo, en cartas a su madre, a la que no parece que maltratase, más allá de ser un hijo despegado y tarambana.

También en esa cita de Vircondelet se le reprocha públicamente que, a pesar de su amor, “no dejó de engañar a su mujer”. Si empezamos a considerar el adulterio como maltrato y delito, empezaremos a parecernos a esa España de una época de no muy agradable memoria. Saint Exupéry tuvo amantes. Bastantes. No parece que se enorgulleciera de eso, pero las tuvo. Pero… ¿y Consuelo? ¿Era una monja de clausura? En este artículo la pintan como una esposa sacrificada que estaba todo el día en casa planchándole las camisas. Eso no parece cuadrar mucho con su activa vida social y sus ocupaciones como artista. En el mismo artículo se señala su amistad con Dalí y Picasso. En distintas biografías, a la vez que se señalan las infidelidades de él se apuntan también unas cuantas de ella. El propio Vircondelet, tan afín a Consuelo, señala un par en el prólogo: el arquitecto Bernard Zehrfuss y Denis de Rougemont. Su relación con Denis de Rougemont es en la etapa de Nueva York donde estaban separados, o más o menos, como hicieron tantas veces. Acabaron muchas tardes en la misma casa Consuelo, Saint-Exupéry y Denis de Rougemont. En La verdadera historia de El Principito, Vircondelet explica que hubo gente que hizo mucho daño a Saint-Exupéry en Nueva York al propagar la idea de que simpatizaba con los colaboracionistas franceses durante la ocupación nazi: “rumor que alimentaron aunque de manera confusa, es cierto, determinadas amistades muy cercanas como Denis de Rougemont, que envidiaba su talento y que, por añadidura estaba enamorado de Consuelo”. Esa bestia parda, manipulador y torturador, que era Saint-Exupéry nos cuenta el biógrafo que a veces cuando coincidía con De Rougemont en la casa, se sentaba con él a jugar al ajedrez.

Pero, en realidad, todo esto no tiene importancia periodística. Deberíamos estar hablando de las pinturas de Consuelo y de los libros de Saint-Exupéry; no solo El principito, sino el conjunto de su obra que funde en una sola fascinación literatura y vuelo: Correo Sur, Vuelo nocturno, Tierra de hombres, Piloto de guerra, los textos y crónicas de Un sentido de la vida. Pero el titular de El País nos arrastra al nido de su privacidad y nos lleva a debatir de manera mezquina sobre los amantes de uno y de otra como si tuviésemos derecho a hacerlo. Yo, personalmente, pido públicamente disculpas por hacerlo.

Vircondelet explica en el prólogo de las memorias de Consuelo que “ha vivido junto a Saint-Exupery una vida  libre de compromisos y de reglas sociales, una vida que halagaba a su naturaleza excesiva, sensible y desordenada”. No sé si este prólogo de Vircondelet, muy favorable a Consuelo pero sin exageraciones, se mantendrá en la nueva edición o irá únicamente el prólogo encargado a la monologuista Pamela Palenciano. Al final de su prólogo Vircondelet dice algo que resume muy bien todo: (Consuelo) “escribió para contar su verdad”.

Memorias de la rosa es un libro donde interviene eso que Vircondelet califica como de “aptitud imaginativa”.  Tomar este libro al pie de la letra para condenar a la deshonra a Antoine de Saint-Exupéry puede no ser una buena idea por cierta tendencia fantasiosa de la autora. En cualquier caso, ella nunca habla de Saint-.Exupéry en esos términos que la redactora Nora Fornés utiliza. No habla de maltrato, ni de manipulación, ni de chantaje.

Ya que comenta el libro y lo toma como fuente de información, podría señalar que es una fuente de información bastante inexacta. Para no tirar la piedra y esconder la mano, señalo alguna de esas inexactitudes. Quizás no parezcan enormemente trascendentes para alguien que no conozca con detalle su vida, pero dan la medida de la fiabilidad de estas páginas para apuntalar cualquier tesis de cualquier tipo.

Pág. 52 (edición de Ediciones B/2000): Explica Consuelo que su marido le habló de su primera novia: “estaba prometido a una novia que estaba paralítica y escayolada. El doctor decía que lo más probable era que no volviese a andar”. Esta describiendo al primer y eterno amor de Saint-Exupéry, Louise de Vilmorin. Vilmorin nunca estuvo paralítica, padeció una coxalgia que le hizo caminar con dificultad temporalmente y parece difícil que no lo supiera porque Vilmorin fue durante años la comidilla de la alta sociedad parisina.

Dice unas líneas más adelante que Saint-Exupéry le contó que en el servicio militar “elegí la aviación, tenía la edad límite y hube de hacer milagros. En Marruecos un coronel me tomó bajo su protección. Desde entonces no he dejado la aviación”. Consuelo acostumbra en este libro a explicar cosas que le contaba su marido con entrecomillados para hacer ver que son palabras literales, pero parece raro que se las contara de manera errónea. Durante su estancia en el servicio militar en aviación Saint-Exupéry estuvo un tiempo en Marruecos y después continuó su actividad en el cuartel de Le Bourget, a las afueras de París. Fue precisamente ahí, en un vuelo descuidado que se estrelló y fue hospitalizado, y la familia Vilmorin lo presionó para que dejase la aviación. Claro que dejó la aviación después de Marruecos. Estuvo trabajando en una fábrica de tejas y vendiendo camiones como representante, con escasísimo éxito antes de retomar su profesión de piloto en las líneas aéreas Latecoere.

En estas memorias raramente hay fechas y es difícil leer dos páginas seguidas sin encontrar imprecisiones. Por ejemplo en la pág. 111 explica que al director de explotación de la Aeropostale, Didier Daurat, “se encontraba bajo la peor amenaza: la cárcel. Pruebas falsas, falsos testimonios, Lo acusaban de haber robado el correo”.  Daurat nunca estuvo en riesgo de ir a la cárcel ni fue acusado de robar el correo. Es verdad que Daurat sufrió una maniobra retorcida por parte de los nuevos propietarios de la compañía para deshacerse de él y proceder de manera más libre al proceso de nacionalización de pequeñas compañías que derivaría en Air France, pero no querían meterlo en la cárcel (de hecho, tiempo después lo contratarían de nuevo para trabajar en Air France) y no lo acusaron de robo sino de quemar sacas de correo. Cosa que sí sucedió. Pero sacas vacías para comprobar la resistencia de los materiales. Crearon confusión con ese episodio para extenderle la carta de despido. La cosa era tan burda que Daurat ganaría el juicio tiempo después, pero ya estaba en la calle, que es lo que querían. Insisto, no son imprecisiones capitales, pero no se sabe si por juego o por distracción, el libro que su editora se asombra de que no tuviera más repercusión es un prodigio de inexactitud.

Las exageraciones están a la orden del día en estas páginas. Por ejemplo, en la pág. 172  cuando va a visitar a su marido tras un accidente y cuenta que “Me costó reconocer a Tonio de lo hinchada que tenía la cabeza. Sin exagerar, había aumentado el quíntuple de su tamaño”. Bueno, es hasta divertido.

O en  pág. 116, cuando relata un accidente de Saint-Exupéry con un hidroavión en la Costa Azul.

“De repente, un ruido intenso resonó en la ciudad, Un ruido seco. Todos corrieron a las ventanas. Yo solo vi que el mar se elevaba en el aire como una nube y volvía a caer, como si lo estuvieran cañoneando. Mientras miraba la superficie del agua, mi perro se escapó. Corrí a buscarlo. El muy bandido se había encontrado otro pequinés. Agarré a Youti encolerizada. Y mientras miraba el mar desde mi ventana empecé a comprender, a la vez que el día iba muriendo sobre el agua helada, que la nube de agua que había alarmado a la población de Saint Raphael era el monstruoso hidroavión de mi marido. (…) El agua se había elevado varios metros para caer con un ruido terrible, alarmando a toda la ciudad”.

Es un bonito párrafo, pero el accidente, que se produjo el 21 de diciembre de 1933 frente a la costa de Saint-Raphaël, sucedió a la hora de amerizar por una mala angulación de los patines del hidroavión por parte de Saint-Exupéry, que era un piloto distraído, más bien mediocre. No era un avión gigantesco que pudiera levantar una ola de varios metros que formara una nube que aterrorizara a la ciudad, sino un Laté 293 con dos personas a bordo, y no cayeron en picado desde gran altura para crear ese estallido sino que simplemente fue un amerizaje defectuoso.

En ese accidente, Saint-Exupéry quedó atrapado dentro del avión hundido y estuvo a punto de ahogarse, pero finalmente pudo salir al exterior. Consuelo explica que fue ella quien le salvó la vida tras ser rescatado. Ella dice que su marido  le explicó que “El enfermero, el buzo y el mecánico me prestaron los primeros auxilios. Se olvidaron de la máquina de respirar. Mi corazón se había detenido… era demasiado tarde. Así que me llevaron a la habitación del hotel y allí la fricción de amoniaco que me administraste despertó mis bronquios dormidos. Te debo la vida, Consuelo, mujercita mía”·

Cuenta en su artículo Nora Fornés la egolatría de Saint-Exupéry, que nadie pone en duda. Pero no se dice nada de la de Consuelo. En ese libro ella nos cuenta cómo Saint-Exupéry le debe la vida varias veces. También sucede en un episodio bastante confuso tras un grave accidente en Guatemala (varios biógrafos lo relatan con variaciones, aunque coinciden en que en esa época Consuelo y Saint-Exupéry estaban distanciados y ella tarda bastantes días en llegar al hospital). Los médicos le quieren amputar un brazo y él se niega durante días. La propia Consuelo explica en su libro que cuando llega al hospital el médico le dice que “El peligro, el gran peligro, me refiero al de la muerte, ya ha pasado”. Aun así unos párrafos después, cuando él sale del hospital ella afirma “acababa de salvar a Tonio de la muerte”. Aquí ni siquiera le ha dado friegas.

Si uno lee el libro al pie de la letra, queda claro que él es un pobre diablo que se lo debe todo a ella. En un episodio en el que Saint-Exupéry quiere aceptar un trabajo estable en la Renault para pagar los gastos (cosa rara, porque él era más bien inconsciente, manirroto para el dinero y poco constante para cualquier trabajo que no fuera pilotar) ella le hace ver el verdadero camino. En la pág. 87 explica cómo él le dice que sólo ella comprende todo  y que es ella la que lo espolea. Vale la pena leer el diálogo.

Ella es la heroína que le salva la vida, la que está siempre esperándolo humildemente, la que lo espolea, la que sufre todo… y, encima, es la coautora de sus libros, injustamente ocultada. En Buenos Aires, él le leía por las noches pasajes de su segunda novela, Vuelo nocturno y ella le hacía comentarios. Así pues, fue coautora de ese libro. No lo digo yo, lo dice la periodista de El País “Esta coautoría silenciada”. Cualquiera que conozca la obra de Saint-Exupéry se da cuenta de que Vuelo nocturno es una obra (como todas las suyas) extremadamente personal. Los asuntos de pilotaje de noche, una novedad para la época cuando muchos aeródromos ni siquiera estaban electrificados y habían de aterrizar con una pista balizada con dos hileras de bidones con leña ardiendo, tienen aquí un protagonismo crucial, inspirados en la tenacidad de su colega piloto y amigo Jean Mermoz. Pero también hay un profundo debate sobre los límites del deber y la exigencia, un asunto que fascinaba a Saint-Exupéry, con un jefe de explotación (Riviére) inspirado en su jefe real, Didier Daurat. Una novela muy centrada en el mundo de los aviadores y en sus recovecos mentales. Seguramente Consuelo hizo algunas observaciones y aportaciones, probablemente atinadas, porque era muy inteligente. Pero afirmar que es coautora, parece un tanto excesivo. Todo vale para apuntalar el titular.

Se cita en el artículo de El País a la editora del libro: “Memorias de la rosa es, admite De la Fuente, difícil e incluso desagradable de leer: “Muchas mujeres se enfadan de que Consuelo sea tan pasiva, tan permisiva con él, pero creo que es importante que genere ese rechazo en la lectura de hoy”. La monologuista Pamela Palenciano (No solo duelen los golpes) denuncia en el prólogo del libro que las mujeres hayan sido educadas para mirarse a través de los ojos de los demás. “Somos la otredad, porque salimos de las costillas de Adán. Nos entrenan en la espera porque nuestro lugar es la pasividad”, escribe”

¿De verdad creen que Consuelo Suncín era una mujer pasiva? La infravaloran. Era una mujer con mucho carácter y mucha personalidad, una persona muy creativa y salta a la vista que tenía un enorme sentido de la libertad. Podrían decirse muchas cosas de ella. ¿pero pasiva? Fue escultora, pintora, dibujante, ceramista, no paraba quieta en casa, le encantaba viajar y organizar cenas, tenía montones de amigos. Nació en El Salvador, estudió en San Francisco y en Ciudad de México, vivió en Francia, en Argentina, en el Norte de África, en Nueva York. Saint-Exupéry fue su tercer marido. Explicaba su sobrina nieta, Abigail Suncín, con motivo de una muestra sobre Consuelo realizada en El Salvador que “era una persona increíble, adelantada a su época”. “Dijo que no se quería casar a los 20 años porque quería conocer lugares, conocer países, aprender idiomas. Era increíble”.  La autora del artículo está tan ocupada en el martirologio de Consuelo que se olvida de contar que era una persona brillante en muchos aspectos, con una poderosísima creatividad e intuición. No ninguneen a Consuelo Suncín, no era una mujer ni sumisa ni pasiva.

Que ni ella ni Saint-Exupéry estuviesen hechos para el matrimonio y tuvieran trifulcas monumentales, cabreos y distanciamientos (algo no tan infrecuente en una pareja) no significa que no tuvieran sus buenos momentos, que también los cuenta ella en estas memorias, aunque eso no se mencione. Ella, en medio de ese relato a veces embarullado, impreciso, sin fechas, fantasioso (también Saint-Exupéry contaba así las cosas) es capaz de mostrar en cuatro líneas la cara más oculta de su marido que su docena de biógrafos no son capaces de hacer emerger en cientos de páginas: sus dolorosas contradicciones, su misticismo de viene y va, su egocentrismo, su fascinación infantil por los mapas y las ensoñaciones… Nos dice en estas páginas:

“En medio de todas sus preocupaciones cotidianas que lo asediaban y en medio de todos los que no adivinaban aún que algo en su corazón había entrado en diálogo con Dios. En esa época yo era aún muy joven y no entendía muy bien aquello. Espiaba a mi marido como se constata el crecimiento de un gran árbol, sin tomar nunca conciencia de su transformación. Lo tocaba como se toca un árbol del jardín, un árbol a cuya sombra yo habría deseado adormecerme más tarde, en mi último sueño. Sin embargo, me había acostumbrado a los milagros de mi árbol. Su desinterés por los bienes materiales había llegado a ser algo casi natural para mí. Esperábamos siempre el descubrimiento de un mundo mejor que nos parecía imposible de alcanzar”.

Explica cómo desplegaban los mapas en la mesa de sus modestas habitaciones del hotel de Pont Royal y él le contaba sobre Bagdad, sobre ciudades por descubrir, sobre los indios blancos que se decía que existían en el Amazonas, y ella le contaba que las ballenas y peces gigantes quizá no fuesen otra cosa que piedras del océano. Volaban con la imaginación.  Seguro que su relación tuvo muchos momentos amargos, pero yo no estoy seguro de que a Consuelo Suncín le hubiese agradado que calificasen su relación de tóxica. Ella no lo hace. ¿Debemos juzgar nosotros por ella?

Las conclusiones que saca la periodista en este artículo al hilo de las memorias de Consuelo son que él la maltrataba, la humillaba, la torturaba. Escribe: “Antoine la ignora a propósito para castigarla”. Pensar eso es considerar a Saint-Exupéry alguien muy mezquino, una especie de sádico que la ningunea. Es raro porque precisamente una línea después se le reprocha que “en numerosas ocasiones le dice que se morirá si lo deja”. ¿En qué quedamos? ¿La ignora o la quiere retener a toda costa? Ya sé, dirán que las dos cosas, que todo. Porque nos gustan los malos con todos los defectos sin faltar uno: él “la tortura”, “la chantajea”, “la humilla”, “la manipula”, “la maltrata”. Alguien execrable.

Por su parte, de Consuelo Suncín se nos dice que “era un personaje franco, frontal, exuberante, que asumía su poesía y su faceta excesiva”. Una maravilla.  Ella lo hace todo bien y él lo hace todo mal.  Todo blanco o todo negro. Vivimos una era en que no soportamos los grises. Cuando algo nos parece mediocre se dice que es gris. Es el color del aburrimiento, de la gente sin imaginación ni ambiciones, de los días nublados. ¡Pero cuánta falta nos hacen los grises!

Los malos tratos sufridos en el ámbito cerrado del matrimonio, muy mayoritariamente por mujeres, han sido y sigue siendo algo que una sociedad sana no puede consentir y hay que rebelarse contra eso. Necesitamos seguir fortaleciendo los mecanismos legales y de soporte social a las personas que lo sufren. La gravedad del asunto hace que frivolizar con él, subirse a la ola y aprovechar algo que causa mucho sufrimiento para ganar titulares rentables en número de clicks resulte bastante triste. La acusación a alguien de maltratador por mostrarse egocéntrico, ser adúltero, tener una relación conyugal inestable, amar a su pareja pero ser inconstante extiende el concepto de maltrato, lo diluye, y eso viene muy bien a los maltratadores ruines que han actuado con inquina contra sus parejas hasta hundirlas, arruinarles l vida o incluso matarlas. En ese totum revolutum esa gente sádica, dañina, rencorosa, que busca hacer daño, quedaría diluida en un conjunto más amplio y no se los señalaría de manera tan clara.

El artículo de El País ya se ha replicado en internet con esa facilidad que tenemos para para la copia. En una entrada veo que el amigo Heberto Corrales fusila el artículo de El País, sin citarlo, por supuesto, y se exclama en sus altos valores éticos “ ¿Por qué se conoce tan poco la faceta culpable del autor francés?” Ya lo ven: Saint-Exupéry ya es culpable. Ha sido condenado por los titulares. Culpable de delitos penales: de manipulador, de chantajista, de maltratador, de torturador. Pero peor aún. Porque de la cárcel se sale, pero la deshonra, la sombra de la duda, queda para siempre. Saint-Exupéry ha sido condenado por un diario ávido de clicks en su noticia a la deshonra de haber cometido esos delitos repugnantes sin que pueda defenderse. Los hombres llevamos practicando la bajeza de hundir en el barro de la indignidad al que no se puede defender, a menudo mujeres, también emigrantes y gente de condición humilde, durante siglos. Por favor, no perpetuemos esos hábitos. Acusar a alguien de maltratador es algo muy grave. Por favor, lean a Consuelo Suncín y lean a Saint-Exupéry y saquen sus propias conclusiones. Ambos eran mentes muy creativas, les aseguro que leerlos les ensanchará la mirada. Y si los juzgan, traten de ser piadosos con ellos. No eran perfectos. Nosotros, tampoco.