El cataclismo de Azahara Palomeque
«Huracán de negras palomas», editado por La Moderna, convoca algunos de los temas mayores de esta autora del Sur.
Texto: Pedro RUIZ PÉREZ
¿Qué sutil línea une la crisis climática y la crisis de identidad? ¿Cuál vincula la ansiedad de una adolescente de color, las de sus padres adoptivos y las que actúan en nuestra sociedad? ¿Cómo un huracán que sopla desde las páginas de Lorca pone todas estas cuestiones en juego narrativo con una eficacia enorme, con tanta belleza como ácida profundidad? En su novela, Azahara Palomeque extiende las posibilidades del género y ofrece al lector los mimbres necesarios para componer su respuesta, los hilos de una trama que, con cuidada disposición interna y formal, se imbrican dejando libre la lectura, abierta al placer del descubrimiento, a la aventura de adentrarse en un mundo aparentemente lejano y que se acaba identificando con el que nos rodea.
La obra trae desde su título el estremecimiento de Poeta en Nueva York y lo singulariza en un relato de desarraigo y soledad, dominantes en los personajes y motor de sus acciones, entre la tragedia y el patetismo. La protagonista se muestra en carne viva, mientras en su entorno tratan de ocultar esos sentimientos con una pátina inconsistente de ritualidad conyugal, vida familiar y estabilidad socioeconómica. Tan débiles defensas ceden ante el cataclismo que sacude y descompone este mundo. El huracán que asola la ciudad es el impulso argumental y su imagen metafórica, sin dejar de ser una denuncia directa de la crisis climática, ominosa y creciente amenaza para la vida que conocemos y en la que pensamos tener un refugio seguro.
En este punto Huracán da cuerpo narrativo a temas mayores en la obra de la autora desde su primera entrega lírica, American Poems (2015), explícitos en ensayos de tanta repercusión como Año 9: Crónicas catastróficas en la Era Trump (2020) y, sobre todo, Vivir peor que nuestros padres (2023). Es un universo ideológico cruzado por las preocupaciones medioambientales, la difuminación de la identidad o la relación con el pasado; en la novela el imaginario estadounidense se concreta y actúa como paradigma, no solo con una función emblemática; la autora levanta un escenario concreto para explorar en la ficción una multiplicidad de voces; en el juego narrativo la linealidad racional del ensayo deja paso a una visión dialéctica, a un desdoblamiento en el que perseguir una forma renovada de construcción de la identidad.
Las voces de los personajes revelan más por su tono que por los datos que aportan a la historia. Sus discursos no pueden separarse de su relación con la situación material. La empoderada Ashley la sublima en su deseo de maternidad (en clave de imagen social) y la canaliza en una adopción sostenida por sus recursos económicos y justificada en una presunta salvación del gueto. Su esposo la formula como balance de daños para cuantificar el fracaso de sus sueños. Entre sus padres adoptivos, Violet reacciona impulsivamente contra el intento de soborno mediante bienes y comodidades materiales, origen y objeto de la violencia de la adolescente, apenas represada cuando se encauza en la escritura; en la respuesta agresiva se incluyen sus impulsos autodestructivos, antes de canalizarlos en el abandono del hogar adoptivo. Con ello se invierte la épica de la fábula odiseica, pues no asistimos al heroico retorno al hogar, sino a la trágica razón de un impulso de recuperación de raíces, que nos mantendrá en vilo hasta el final. La afirmación propia del género clásico es definitivamente desplazada por la problematización característica de la novela como género de la modernidad.
La técnica narrativa aplicada es más que coherente con el universo de la fábula y de los personajes. La sucesión de monólogos materializa la naturaleza del conflicto y la incapacidad de los personajes para permeabilizarse a los demás, para trascender los límites de un egoísmo dispar en su superficie y aunado en su carácter alienante. La crisis alcanza al lenguaje, y el desmontaje de los mecanismos discursivos enmascaradores abre una puerta de renovación en el relato novelesco. Las voces individuales muestran en distinto grado el alejamiento de la naturaleza y el triunfo de una convención que esta novela viene a sacudir y a hacerlo desde su seno mismo, desde las voces solipsistas y circulares de los personajes. La alternancia de monólogos, con resultados formales de polifonía, o, más bien, de disonancia, evidencia la situación de incomunicación de los personajes, pero habla también de las propias limitaciones del lenguaje impuesto.
La alternancia de parlamentos disecciona a las figuras familiares y muestra sus limitaciones; implícitamente, lo hace con un entorno asfixiante. Con su fuerte carga metafórica, evidencia las raíces del conflicto o de los conflictos a punto de estallar. La disposición polifónica de un trío de voces directas deja, junto a sus valores expresivos, un espacio vacío. No es posible una voz narrativa que haga las funciones de demiurgo en un universo caótico, que traslade con su punto de vista traducido en la convención de la omnisciencia un argumento de razón, un punto de resistencia a la disolución, tal como puede ofrecer una perspectiva autorial y su latente carácter normativo en el espacio de la fábula. Tanto por sus presupuestos ideológicos como por la forma de su realización, la novela de Palomeque sortea con acierto y productividad la atracción intervencionista sin incurrir en la equidistancia o la indiferencia. Desde la primera página el lector percibe el alto grado de compromiso que el relato plantea y exige; sin embargo, la renuncia a una voz narrativa dominante, correlato de la autorial, genera un ámbito de indefinición que ha de ser ocupado por el lector, sin dejar de estar cruzado por la presencia, la actitud y los valores de la novelista. El aire de asepsia hace más descarnados los comportamientos, porque la autora se resiste a la moraleja. Solo hace que el huracán que sacudió la ciudad y la vida de los personajes se cierna también sobre un universo de valores, incluidos los literarios, con tantos efectos de demolición como posibilidades de reconstrucción.