El beso incisivo de la poesía de Celia Carrasco
Olifante publica Rupestre, el cuatro libro de la poeta.
Texto: Enrique VILLAGRASA
La poesía feroz, atrevida y madura de Celia Carrasco Gil (Tudela, 2000) está en Rupestre (Olifante). O sea, una cuarentena de poemas para gritar desde el silencio la crudeza de la poesía o lo que es lo mismo, la crudeza de la vida, de la realidad: “o ese beso incisivo/ con que te vampiriza la palabra”. El cuarto poemario de esta inteligente poeta, pletórico de calidad y belleza, cuenta con un espléndido delantal de Alfredo Saldaña y una brillante solapa de María Ángeles Pérez López. No se puede pedir más. ¡Vaya padrinos!
Leer a Celia Carrasco es echarle un pulso a la realidad y a la propia poesía, sin ir más lejos. Y hablar sobre ellas es hablar de algo que es fruto del trabajo, del azar y la necesidad, con muchas dosis de ilusión y entusiasmo juvenil. ¿Quién se atreve a definir realidad o poesía, o las dos? Supongo que hablar de poesía y realidad o viceversa es un intento de aproximarnos, con temblor y temor, a conocer la vida, paisaje y paisanaje, el amor, el dolor, el sufrimiento, la muerte; también lo lúdico y lo lúcido, desde la experimentación y la creación para ponernos en el camino del conocer, del ser siendo: “Ser órgano escindido/ que alguien toque a solas y en sordina cada noche/ en otra forma nueva/ de fiel masturbación,/ siempre al ritmo del aria y de su fraga”.
Y es que la poesía es la búsqueda arriesgada de llegar y entrar, penetrar, en un espacio velado: ese espacio de los casi imposible y que para muchos es el espacio de lo indecible hasta que no lo ves reflejado en el poema. Es que por azar o por necesidad, y amarrados al duro banco, llegamos al poema buscando esa iluminación, esa revelación, que nos ayude a sobrevivir, en esta tragicomedia que nos ha tocado en suerte, pero estas revelaciones no son la mayoría de las veces sobre lo inaudito, sino sobre lo que está a nuestro alrededor, lo que conocemos bien. Olvidado o no, o sin ser visto, al igual que no vemos lo que tenemos delante o pasa desapercibido, pero que quiere que lo encontremos y quiere expresarse: la poeta quiere iluminar lo que siente y sufre, pero y ahí está lo bueno, no sabe que lo siente ni lo sufre hasta que consigue expresarlo en el poema escrito, en y con el lenguaje: “En el entierro nace la semilla”.
¿Azar, necesidad? O de todo un poco: es difícil transmitir con inteligencia y emoción, lúcida y lúdica, la experiencia del encuentro, de la pérdida, de la destrucción de lo vivido y de lo aún por vivir, de lo que nos hace ser en este paisaje vivo. Todo esto me lleva a pensar que tal vez y solo tal vez la poesía perseguida consista en pergeñar dibujos que son retratos de la persona lectora de los poemas. Para que encuentre en ellos la conciencia del mundo y la suya propia, y las relaciones con esa realidad con el poder del lenguaje, de la palabra: que es o que se significa como palabra redentora, palabra comprometida con la belleza y la verdad: “la entraña en floración/ y el despertar apócrifo/ del cielo”.
Creo que es justo y necesario vivir en los márgenes, no creo equivocarme si afirmo que ese y no otro es el lugar donde más le place vivir a la poesía. No es necesario dejar huella o sí, no lo sé; pero sí ser insurgentes y como todas aquellas personas que saben de inteligencia emocional tememos no dejar huella, dicen, y por el hecho de militar en la insurgencia pensamos que una vida humana da para poco, para demasiado poco, y que todos los cambios perseguidos y deseados están desplazados y aplazados en la maraña del azar y la necesidad.
Dudamos si acaso nuestro conocimiento explicado en letras más bien ciegas, aun buscando la iluminación, el resplandor, quedará destruido por el tiempo. Necesitamos construir como colectivo una memoria propia. Pero, nadie quiere que construyamos nuestra memoria, nadie quiere que tengamos un pasado. De ahí nuestra confianza en la poesía, en esa realidad real, pues es su utilidad frente a lo gregario, frente a los analfabetos útiles, a los hemorrágicos verbales, a los anémicos cerebrales y tontos motivados: “el término al que aspiras,/ el clamor de un latido prematuro,/ garganta de tus liras/ y del laúd oscuro/ que plañen con las cuerdas del futuro”.
Nosotros que solo somos una múltiple sucesión de fugaces momentos, por azar y necesidad, en busca de la poesía y su realidad, para equilibrar el mundo y su paisaje. Y es ahí donde anida ese verso que abre esa puerta enclavada en la realidad: mientras más ahondamos en la poesía, más nos alejamos del ruido y la bulla: “El nimbo pedregoso/ de un ensueño hacia afuera,/ pirita que se comba y que proclama/ el residuo precioso de su vida”.
Ahondamos en la poesía porque no se puede no hacerlo y lo mismo es por lo que escribimos, no podemos no hacerlo. Si pensamos para existir a través de la poesía, estamos siendo escritores, pues escribimos, y la poesía necesita del lenguaje, de la escritura. Necesitamos de la poesía de Celia Carrasco Gil pues: “Es son de humus azul y es armonía”.
EL PÁJARO
Toda brisa horada algún cuerpo,
hasta aventar su luz,
el cereal rescoldo que aún le quema.
La sangre se evapora en la memoria
de la fiebre.
Y en ese punto nómada del centro,
el pájaro de arcilla
-hálito de qué odre-
en su torpe cantar
Se defenestra.