El antiheroísmo en la obra de Manuel Puig

Hace ya unos cuantos meses que la editorial Seix Barral inició la actualización del catálogo de las obras de Manuel Puig en un esfuerzo por recuperar a este interesante escritor. También en el teatro vuelve a estar en cartel. Eusebio Poncela e Igor Yebra están protagonizando una de sus obras más conocidas “El beso de la mujer araña”, que estrenaron a finales del año pasado en Madrid y desde entonces ha girado por varias ciudades españolas. A partir del 6 de junio podrá verse en el teatro Goya de Barcelona.

 

Texto: Mercedes SERNA

  

Cuando Manuel Puig (General Villegas, Buenos Aires, 1933-1990) finalizó La traición de Rita Hayworth (1968), Juan Goytisolo la presentó a la edición del premio Biblioteca Breve de Seix Barral de 1965. Quedó finalista tras Últimas tardes con Teresa, de Marsé. Al parecer, Vargas Llosa, que formaba parte del jurado, amenazó con abandonarlo si se premiaba a ese “argentino que escribe como Corín Tellado”. Cabrera Infante, con su típico humor inglés, comentó que solo por el título merecía ese premio. Puig, inserto en la cultura camp (cuyo origen se encuentra en la subcultura de la homosexualidad), sabía que la renovación que estaba llevando a cabo no iba a pasar inadvertida y que tendría consecuencias no siempre agradables. Dicha renovación, tan mal encajada por parte de la academia, inició un camino que ha llegado hasta hoy.

Ciertamente, el escritor argentino fue un visionario porque su obra a lo largo de los años pasaría del desprecio inicial a su ensalzamiento, no solo por parte de la comunidad queer, sino, mucho antes, por escritores como el propio Vargas Llosa, Roberto Bolaño o Pedro Lemebel. Vargas Llosa seguiría la estela de Puig en el rescate del folletín decimonónico con La tía Julia y el escribidor, construida a base de retales de seriales radiofónicos. El escritor como personaje mediático no solo en la presentación de sus libros, sino también en las redes sociales y en programas radiales y televisivos, se repite en novelas como Tinta roja, de Alberto Fuguet, y en Los últimos días de La Prensa, de Jaime Baily.

Asimismo, el lenguaje oral o conversacional, una de las claves de la obra del argentino, será esencial tanto en la novelística de Vargas Llosa como en la de Bolaño. Lo mejor precisamente de Los detectives salvajes es el trabajo con el lenguaje y los registros que Bolaño realiza con todos los personajes. Otra característica de la obra de Puig, que es la explotación de la cursilería, llegará a la obra de Bolaño con Estrella distante.

Otro de los fenómenos de la postmodernidad, clave en la obra de Puig, que va a cobrar particular fuerza en dicho contexto es la omnipresencia de los medios de comunicación de masas: la vida cultural se modela a partir de un imaginario formado por los productos de la industria cultural que tiene su origen en Estados Unidos; se trata de una actitud híbrida ante la cultura de masas y que integra las manifestaciones literarias marginales. Esta hibridez aflora por la disolución de los límites convencionales entre artes y géneros. Dicha coexistencia de estilos, tendencias, intenciones… hace desaparecer la obra de arte canónica y plantea nuevos criterios que determinen lo que es la literatura.

La narración de películas es un recurso presente en la narrativa hispanoamericana ya desde los autores del “Boom”, y alcanzó su máxima expresión en las novelas de Puig, entre las que recordamos El beso de la mujer araña, por su construcción nuclear en torno al relato de películas, o La traición de Rita Hayworth, en donde el mortal aburrimiento provinciano de Toto le lleva a refugiarse en el cine, con cuyos dramas se identifica. En Buenos Aires Affair (1973), novela de detectives, las escenas aparecen presentadas con epígrafes que provienen de viejos tangos o de melodramas del cine norteamericano. Las relaciones entre literatura y cine borran las nociones de alta y baja cultura.

Si Carpentier comentó que toda novela, por seria que parezca, esconde una historia folletinesca, Puig sostiene una obra, Pubis angelical, en la cultura del sentimiento: películas de serie B, novela rosa, tangos y boleros y canciones populares, novelones radiales que reflejan, en su caso, los gustos de la clase media argentina de los años 30 y 40, y que contrastan con la cultura intelectual que entiende que lo sentimental debe ser reprimido o camuflado. Puig escribe a corazón abierto, pero con clara conciencia escritural. Y es que muchas de las técnicas que utiliza el autor son propias del subgénero del folletín, como la habilidad para manejar el suspense, la suma de acciones truncas en el momento más crítico, la develación del misterio postergado o la necesidad de fragmentar el relato por entregas para mantener la intriga. Boquitas pintadas, por ejemplo, usa el suspense desde la disposición temporal de la acción, el uso del aplazamiento, el flashback operado entre las entregas tercera y decimoquinta, la diversidad de textos o la pluralidad de escrituras poliédricas que facilitan solo una información parcial.

Los de Puig son personajes-masa, nada solemnes, antiintelectuales, superficiales, tiernos, de inteligencia mediocre, grises, frustrados. Lejos estamos de los diálogos que entablan los personajes de Rayuela, de Cortázar, o de muchas otras novelas pensantes o denominadas totales. Puig plasma sus propios problemas en los personajes de sus novelas. En una entrevista dirigida por Jorgelina Corbatta, en 1979, declaraba el autor: “Escribo novelas porque hay algo que no comprendo, un problema muy especial y entonces se lo achaco a un personaje, a un tercero y, de ese modo, a través de ese personaje trato de aclararlo”. Y continúa: “La génesis de toda mi obra ha sido esta: no me atrevo a enfrentar el problema directamente porque sé que hay defensas inconscientes, hay frenos que no me dejan llegar a ciertos enfrentamientos dolorosos”. El título de Pubis angelical es banal, populachero, sus personajes hablan a ritmo de tango y sus preocupaciones son pasionales. La novedad radica, como señala J. Goytisolo, en que usando el sublenguaje ha logrado promoverlo a dignidad artística. Logra profundizar en una interpretación crítica, en una sátira sutil, que pasa de la melancolía al humor.

Puig nos da la imagen condensada del antiheroísmo que reina en la vida de la provincia argentina, invadida, como tantas otras zonas del subcontinente, de la nueva mitología de los medios de comunicación de masas. Antiheroísmo, no obstante, que reina en toda vida y del que Puig, con ternura e ironía, con humanismo, se hace eco.