Educación emocional en tiempos de confinamiento

Durante el confinamiento ha habido sed de formación. Las plataformas de contenidos educativos de las editoriales han visto incrementar su tráfico en un 250 por ciento. El portal EduCaixa, que ofrece recursos pedagógicos para alumnos y docentes para colaborar de manera activa en la transformación y el empoderamiento de la educación, tuvo un incremento de más del 270 por ciento. EduCaixa ha observado cómo, durante el confinamiento, los cinco recursos más consultados estaban relacionados con la educación emocional. La pedagoga Eva Bach nos explica por qué.

Texto:Antonio ITURBE  Foto: Asís G. AYERBE  21/10/2020

Eva Bach ha sido ponente del Emocionatour, que ha llevado la educación emocional por diversos auditorios de España con el patrocinio de Fundació La Caixa, y es una de las personas más implicadas en su divulgación a través de libros, cursos y ponencias. Le trasladamos algunas cuestiones para entender cómo conjugar las emociones en el ámbito de la enseñanza.

Cuando hablas de tender a una “educación más humana”, ¿a qué te refieres exactamente?

A atender lo que pasa por dentro de las personas, en su corazón y en su vida interior. En la docencia estamos transmitiendo valores importantes, pero se quedan en valores pensados. Para lograr que sean valores sentidos necesitamos que ese conocimiento vibre dentro de esa persona y para eso hay que atenderla. Hay personas delante nuestro que tienen una herida que han de disimular o han de sufrir solas porque su entorno no las acoge. Alguien que no es atendido en su desamparo emocional no va a poder desarrollar empatía por el desamparo emocional de los otros.

Si los sentimientos son lo que nos define, ¿por qué tendemos a enmascararlos?

Porque se le pone la etiqueta de “correcto” a una serie de sentimientos y de “incorrecto” a otros. Vamos escondiendo los que nos parece que no se aceptan. Pero es inevitable, las personas tenemos dentro sentimientos que incluso querríamos no tener, como la envidia, la rabia, la animadversión, el miedo, el amor en según qué circunstancias adversas… Virginia Satir decía que una de las libertades más importantes es la de sentir lo que sientes y no lo que crees que deberías sentir. Si uno no es quien es, lleva una máscara y el otro lleva otra, y eso nos deshumaniza a todos.

En una conferencia explicabas que tú misma, en un cierto momento, también tuviste que mirar hacia adentro y poner orden en tu propio caos de emociones…

¡Yo hice mi ITV emocional! Eso es fundamental. No puedes arreglar nada a nadie si no has arreglado primero lo tuyo con humildad y sentido autocrítico.

De forma afectuosa les decías a los maestros que tú hiciste tu revisión, que ellos también han de hacer la suya, que dar el temario está bien, pero hay algo más…

El crecimiento emocional no puede ser optativo para los que educamos, porque constantemente hacemos transferencia emocional voluntaria o involuntariamente. A través de la manera en que escucho, de la mirada o de la manera de hablar estoy haciendo una transmisión emocional con la que estoy realizando una validación o rechazo a esa persona. Y por eso hay que revisar esos elementos.

Eso de decirle al docente que se active y sea autocrítico con su propia emotividad tal vez no agrade a todo el mundo…

Ahora se rebota menos la gente, pero hace unos años tenías que pedir perdón por dedicarte a la educación emocional. Yo he procurado siempre en mis exposiciones tener un rigor técnico y psicopedagógico. Intento transmitir cosas fundamentadas y consistentes. Al transmitirlo con fundamento la gente lo acepta mejor. También es verdad que muchas veces viene a las sesiones y ponencias gente que ya está reconociendo la necesidad de todo esto.

¿Y a quienes no les interesan esas ponencias y recursos pedagógicos de la educación emocional, qué les dices?

Yo respeto la libertad de cada uno, por supuesto, pero si en este momento no queremos saber nada de la educación emocional es para que nos lo hagamos mirar. Los cinco recursos más consultados en el portal de EduCaixa durante estos meses de confinamiento estaban relacionados con la educación emocional. La ONU está avisando de que la próxima crisis puede ser de salud mental. Le llama de salud mental porque todavía hacemos la división entre cuerpo y mente, pero ahí están incluidas, junto a la salud mental propiamente, la salud social y la salud emocional.

¿El confinamiento ha puesto a prueba nuestro equilibrio emocional?

Sin duda. Se está hablando de fractura emocional ante la situación que hemos estado viviendo a causa del impacto psicológico del coronavirus. Una encuesta muestra que el 49 por ciento de los habitantes de Barcelona han calificado el confinamiento de “duro” o “muy duro” desde el punto de vista personal. Está claro que hay una parte de trabajo de las emociones que no hay que descuidar.

Siempre hemos insistido en ponernos etiquetas de sapiens-sapiens, haciendo hincapié en nuestra capacidad reflexiva… ¿Hemos menospreciado la parte menos racional?

No debería despreciarse ni una ni otra. En nosotros hay una parte instintiva animal y otra reflexiva-cognitiva. Pero también una parte límbica de la sensibilidad que se suma a las otras. No es que tengamos que ser animales emocionales, sino tricerebrados, como dice Claudio Naranjo basándose en el cerebro triuno de Paul MacLean, que hablaba de los tres cerebros: el reptiliano, el mamífero y el racional. Y yo digo que aún falta un elemento más: la conciencia que ejerce de director de orquesta. Es la que armoniza y va dando voz a uno u otro según la situación: ni tanta rabia como la del instinto ni tanta frialdad como la del cerebro racional.

¿Gestionar mal las emociones qué consecuencias tiene?

La neurociencia de los años 1990 nos advierte de lo perjudicial que es para cualquier individuo la mala gestión de las emociones. Lo que nos dice el paradigma de la inteligencia emocional es que puedes tener un expediente académico de sobresaliente pero puedes tener unas pésimas relaciones humanas que te hagan ser infeliz y hacer infelices a los que tienes a tu alrededor. Puedes tener una mente intelectualmente brillante pero una vida desastrosa.

En los últimos tiempos se ha reivindicado mucho la necesidad de devolver al maestro su autoridad para que no se le vaya el aula de las manos. ¿Cómo puede el docente tener una actitud emocional sin perder el timón?

Con el equilibrio emocional justo. En las emociones hay una calificación ideal que es la de “suficiente”. Cuando tú reconoces tu vulnerabilidad, ha de ser en la medida suficiente. Si tú la quieres esconder y haces ver que no tienes ninguna vulnerabilidad, no se lo van a creer porque la gente a tu alrededor va a ver que a veces no tienes la respuesta o flaqueas. Lo contrario, tampoco: si llevas al exceso el estar diciendo todo el día que eres vulnerable y la razón que das a tus alumnos para que no hagan algo es porque te hacen sufrir, o a tus hijos que no hagan algo porque te pones triste, entonces estás poniendo tu educación en manos de tu vulnerabilidad. Si la vulnerabilidad es tu razón para educar, tus alumnos no van a poder confiar en ti. Hay que buscar un punto medio. Hay momentos en que flaqueo, pero otros en los que me sostengo y eso lo has de mostrar sin falsa humildad ni prepotencia.

¿No hay que confundir educación emocional con buenrollismo?

En absoluto. Hay que aprender de los chicos, si quieres ayudarles les tienes que preguntar a ellos, pero con ese “suficiente”, sin excesos. Yo soy la persona encargada de tu educación y tu voz es digna de ser escuchada. Después, yo paso esa información por mi filtro, reflexiono y, tras escucharte y conocerte, voy a ejercer mi responsabilidad.

Todos recordamos algún maestro con devoción. ¿Tú guardas memoria de algún viejo maestro?

He tenido muchos buenos maestros, sería injusto quedarme con uno. Desde la primera señorita de parvulario hasta la universidad, hay unos cuantos que me han dejado huella. Claro, algunos han tenido más peso en encaminarme hacia los estudios de pedagogía, como un profesor muy bueno de COU que me transmitió el gusto por la filosofía. Mi gran maestra en muchas cosas ha sido y es mi madre. No es que coincida en todo con ella, pero sí en unas cuantas enseñanzas vitales: en ver cómo ha llevado perder a mi padre muy joven y cómo nos encaminó a la alegría de vivir a pesar del dolor, sin victimizarse, sin amargarse ni amargarnos. También me acuerdo mucho de mis abuelos, que eran muy sabios. Para las grandes cosas de la vida voy a parar a las enseñanzas de casa.

En tus conferencias nombras a grandes sabios de la pedagogía y grandes docentes, como Xavier Melgarejo, a quien muchos echamos tanto de menos. Lo citas cuando decía que “el maestro que no quiera a los niños, que son el gran tesoro, que lo deje”.

Decía Xavier Melgarejo que trabajamos con el tesoro de la nación y el profesor que no lo entienda así, no vale como profesor. Estoy muy de acuerdo y así lo reflejé en un libro, Educar para amar la vida. Creo que todas las personas que estamos en la docencia debemos amar a aquellos a quienes educamos y debemos también amar la vida. Si no les transmito que la vida vale la pena a pesar de las penas, ¿cómo voy a motivarles para que hagan algo bonito con su vida? Hay gente que ha sufrido pérdidas de familiares, personas con problemas de trabajo y económicos. Hay momentos en que se pasan malos tragos, pero uno ha de querer no contagiarlos a los demás.

¿Estos meses de encierro se ha notado más la tentación de descargar nuestra frustración en los demás a través de las redes sociales?

Ha sido interesante observar la situación en un momento como este porque las emociones son tan contagiosas como los virus. La parte emocional requiere responsabilidad: cuando en algún momento por una mala situación estemos desenamorados de la vida, hemos de tener la generosidad de no desenamorar a los demás. Un profesor puede estar ya de vuelta, pero puede decirle a su alumno: “A mí ya me pilla todo tarde, no tengo la fuerza que tenía, pero tú persigue tu utopía y quizá te salga a ti mejor”. Frente a ese tipo de honestidad emocional una se saca el sombrero. El bienestar emocional no significa alguien pletórico de amor, alegría y entusiasmo a tope constantemente. Eso es falso, nadie está así en todo momento. La honestidad es aceptar el mal momento y hacerse cargo de él.