Eduardo Mendoza, el caso del humorista serio

En nuestro espionaje literario al hilo del inicio del Festival BCNegra, el próximo lunes 5 de febrero, ponemos la lupa sobre los secretos de uno de sus más ilustres participantes, el escritor Eduardo Mendoza.

Texto: Sabina FRIELDJUDSSËN  Foto: Iván GIMÉNEZ

 

Seguimos calentando motores para el festival BCNegra 2024, que reunirá en Barcelona cerca de un centenar de autores y especialistas en narrativa criminal, uno de ellos el premio Cervantes de Literatura, Eduardo Mendoza.

Mendoza ha tenido que aguantar durante años que algunos que querían alabarlo hablasen de las novelas mayores (como La verdad del caso SavoltaoLa ciudad de los prodigios) y las menores de tono humorístico, como Sin noticias de Gurb o las novelas protagonizadas por ese investigador sin nombre que no sabemos si está loco o se hace el loco en libros como El laberinto de las aceitunasoEl secreto de la modelo extraviada. Mendoza, el hombre más agudo de las letras españolas del último medio siglo, ante esa esgrima de suplemento literario se encoge de hombros, entrecierra sus ojos de zorro y sonríe.

Él es enemigo de la grandilocuencia, pero no hay nada menor en su literatura. El humor, como bien saben los que han intentado ponerlo sobre el papel sin éxito, es el género literario más difícil de todos. Hacer llorar matando a la persona más querida del protagonista o inquietar al lector cortando a trozos los brazos de una niña con una navaja suiza no es excesivamente difícil; ahora prueben a hacerlo sonreír y que cuando termine de reír se quede pensativo.

Eduardo Mendoza celebra este mes de enero sus 81 años con la publicación de una novela que promete no tener desperdicio: Tres enigmas para la organización (Seix Barral). En medio de la ingente cantidad de departamentos, subdepartamentos, direcciones y subdirecciones, gabinetes y sub-gabinetes, hay negociados que hibernan entre los engranajes del Estado. En fechas tan modernas como los años 2020 sigue funcionando un grupo secreto de investigación de la vieja escuela que cuelga de los tiempos del franquismo conocido como la Organización, perdida en el limbo de la burocracia institucional del sistema democrático. El grupo sobrevive malamente en su invisibilidad, con una reducida plantilla de personajes heterogéneos, extravagantes y mal avenidos. Este grupo de nueve agentes secretos cuyo parecido con James Bond sería no solo una coincidencia, sino un milagro, se va a poner manos a la obra para resolver una compleja investigación en Barcelona. Lo dicho, la sorna con causa de Mendoza está en buenísima forma.

Mucha gente se pregunta cómo consigue esos diálogos rápidos y certeros, esa economía de palabras que con poco dice mucho, ese fraseo de sus personajes que suena como suena la vida. Vayamos a ello en modo espías. La censura franquista lo tenía fichado. En 1975 él iba a publicar una novela sobre los tiempos del pistolerismo anarquista en Barcelona que iba a titular Los soldados de Cataluña, pero Franco todavía coleaba en sus últimos estertores y los censores le prohibieron ese nombre, que les olía a chamusquina catalana y acabó publicándola como La verdad del caso Savolta.

Colándonos en su completa ficha de sospechoso habitual, observamos sus estudios con las monjas de Nuestra Señora de Loreto, las Mercedarias y en el colegio de los Hermanos Maristas, una formación tan pía que entre unas y otros le inyectaron para siempre la hormona del escepticismo. Pero hay un dato anotado a lápiz que seguramente resuelva la incógnita sobre el fraseo de sus personajes: harto de la grisura de la Barcelona franquista, se fue a trabajar a Nueva York y allí fue traductor simultáneo en la ONU durante cinco años. ¡Ahí está! Imaginemos la velocidad que hay que desplegar para convertir frases hechas, expresiones e ideas de un idioma a otro en menos de un segundo en uno de los foros de más peso internacional, donde uno no se puede equivocar. Esa presión debió ser una escuela de voz para Mendoza, que imprime a sus diálogos un ritmo de baile endiablado.

Cuando les hablen de las novelas menores de Mendoza, no se lo crean. De hecho, si les hablara el propio Mendoza les diría, como hace tantas veces, que no se crean nada.