David Torres hace tablas con Sonja Graf

Narrador, guionista, poeta y columnista de prensa, David Torres rescata esta vez, en una suerte de biografía novelada, la figura de una casi olvidada campeona del ajedrez, la alemana Sonja Graf (1908-1965), dos veces ganadora del Campeonato Femenino de Estados Unidos y, por encima de todo, una mujer que vivió a su aire y se enfrentó a las convenciones sociales de su tiempo.

 

Texto:  Diego PRADO   Foto: Asís AYERBE

 

Hubo una época, antes de que quien esto escribe se viera arrastrado a las horas extras de la paternidad, en la que David Torres y un servidor solíamos jugar a contarnos argumentos de futuras novelas que íbamos (o no) a escribir. De este modo supe yo de boxeadores tronados, ochomiles casi imposibles o de una famosa pianista rusa a la que Stalin adoraba, y él de hospitales raros o de ídolos del rock and roll que morían dejando su guitarra en el maletero de un taxi. Pero, aunque yo conocía también su devoción por las historias y leyendas del mundo del ajedrez, nunca antes le había escuchado hablar de la protagonista de esta novela con la que regresa a las librerías después de tres años de silencio (su última obra salió justo en plena pandemia, con la falta de promoción que eso supuso para tantos escritores). Lo hace ahora de la mano siempre elegante de Reino de Cordelia con La mujer que no entendía el mundo.

 

Sabía de tu enorme afición por la música, que ha sido tema de algún libro tuyo, lo mismo que el montañismo y el cine, pero ¿de dónde te viene ese interés por el ajedrez?

Aprendí a jugar de pequeño y hacia los veinte me empezó a interesar más en serio, quiero decir que un día vino un Gran Maestro alemán a la Universidad Autónoma de Madrid, donde yo estudiaba, a una sesión de simultáneas. Llegué a llevar dos peones de ventaja y a mi lado jugaba el campeón de Castilla, quien consiguió ganarle, el único que lo hizo en veinte tableros, pero el público que me rodeaba y la tensión del juego me hicieron cometer una pifia que me costó la partida. En esos días estaba tan obsesionado con el ajedrez que empecé a soñar con posiciones y aperturas. Fue entonces cuando decidí dejarlo. Hoy día mi afición no pasa de disfrutar con los videos de algunos youtubers de ajedrez y a jugar partidas con amigos en una aplicación del móvil.

 

Ahora entiendo que le debieras un libro al ajedrez pero, ¿por qué con Sonja Graf de protagonista?

Porque me enamoré de ella, me pareció un personaje fascinante, increíble, no solo con detalles asombrosos como su bisexualidad, su rebeldía y su huida del nazismo, sino con las suficientes zonas en sombra como para permitir la escritura de una novela.

 

Sonja Graf fue una mujer atípica para su época, que vivió a su modo, codeándose con estrellas de cine y gente de la cultura. ¿No temiste que ese peso biográfico pudiera acabar eclipsando la parte de novela puramente ficcional?

No. De hecho empecé a escribir casi al pie de la letra su biografía, pero desde el principio introduje una voz en contrapunto, un personaje de ficción, Elsa, que le pide una entrevista y que en seguida produce un juego de espejos con la vida de Sonja. Solo al final me di cuenta de que Elsa había hecho posible la novela.

 

Dada la poca información que debe existir sobre ella te habrá costado mucho documentarte, ¿no?

La documentación vino, básicamente, de los dos libros que escribió la propia Sonja Graf en un castellano bastante defectuoso, que el editor argentino no quiso o no supo corregir. Encontré Así juega una mujer en la Biblioteca Nacional de Madrid, pero su autobiografía, Yo soy Susann, fue realmente un trabajo de detectives; estuve meses detrás de ella, preguntando aquí y allá, hasta que mi mujer, Virginia, encontró un ejemplar en una biblioteca de Australia.

 

Corrígeme si me equivoco, pero en La mujer que no entendía el mundo me ha parecido observar una línea estilística similar a la de tu obra Palos de ciego (2017), es decir, una mezcla dosificada de ficción e historia real. ¿Esto es premeditado y obedece a un proyecto narrativo en curso o es pura casualidad?

Más bien obedece al material empleado. Como te decía antes, utilicé los dos libros publicados de Sonja Graf, ciertamente escritos en un castellano bastante torpe que se disculpa porque acababa de exiliarse a Argentina tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

 

En el libro cuentas que Graf tuvo una infancia dura, llena de malos tratos por parte de los padres, algo bastante similar a lo que le sucedió a su interlocutora de ficción en la novela. En varias obras tuyas está muy presente el tema de la infancia, ¿a qué crees que es debido?

Bueno, la infancia es donde se cuece todo, hasta el punto de que a veces pienso que el niño es una especie de maqueta del adulto, que en esos primeros años se concentra en clave todo lo que se desarrollará después a lo largo de la vida, si hay tiempo, suerte y posibilidad de desarrollo. Lo que se le hace a un niño, los maltratos, los castigos, no tiene posibilidad de arreglo: creo que eso es lo que siempre me ha aterrado a la hora de tener hijos y por eso he preferido no hacerlo.

 

Por cierto, parece que Graf podría haber sido campeona del mundo de ajedrez. ¿Qué se lo impidió?

Se lo impidió la presencia de Vera Menchik, una jugadora fortísima a la que estuvo a punto de derrotar en el Torneo de las Naciones, en una partida con negras que tenía prácticamente ganada y en la que al final cometió varios errores incomprensibles. Aun así, tras la muerte de Menchik, en Londres en 1944, por una bomba V1 alemana, algunos dicen que heredó el título hasta la llegada de las grandes campeonas soviéticas. Entre ellos, su amigo, el excampeón mundial Max Euwe.

 

El mundo del ajedrez, aunque no muy frecuentemente, ha sido el leitmotiv de algunas importantes obras literarias (pienso ahora en la clásica Novela de Ajedrez de Zweig o La torre herida por el rayo de Fernando Arrabal). ¿Qué piensas que posee de literario este juego?

La belleza, la complejidad, la armonía. Es el juego que más se parece a la vida, por el hecho de que es irreversible: no hay manera de dar marcha atrás y deshacer un error, y luego nos quedamos examinando la partida para ver el momento en que se desbarató todo. Aun así, a diferencia de la vida, en el ajedrez no existe la intervención del azar.

 

Como escritor nunca has querido encasillarte en el género negro, donde eres quizá más conocido, y por ello has dado a la imprenta libros muy distintos entre sí. Sin embargo, tus lectores se preguntan por la suerte de Roberto Esteban, ese exboxeador, perdedor nato, reciclado en guardaespaldas, vigilante y lo que se tercie. Sé que ahora acaban de traducir en Francia El gran silencio, la primera novela de esa saga. ¿Veremos en España un próximo regreso de Esteban o andas metido en otras cosas?

Tengo acabada una novela de Roberto Esteban, ya mayor y cojeando después de su última aventura, que espero que salga publicada el año próximo, si hay suerte y oportunidad.

 

Hace ya veintitrés años largos que publicaste tu primer libro, la estupenda novela corta Nanga Parbat. Desde entonces, con casi una veintena de títulos y diversos premios a tus espaldas, ¿cómo ves la deriva del panorama literario español? ¿Crees que ha cambiado para peor?

No estoy muy al tanto del panorama editorial español de los últimos años, ni siquiera lo estaba cuando trabajaba en una librería de viajes de Madrid (Altair, la filial de Barcelona), que cerró hace ya tiempo. Ocurre que cuando entro en una librería, casi siempre que abro un libro al azar, uno de esos libros publicitados y bendecidos por la crítica y el público, suelo encontrarme con una prosa anémica o unos personajes de chiste que me obligan a cerrarlo de inmediato. A veces, buceando entre estos grandes éxitos editoriales, me pregunto si quizá yo ya no sé nada de literatura o si la novela habrá pasado a ser una rama menor de la papelería. Afortunadamente, de vez en cuando aparece una obra de arte extraordinaria en un pequeño sello (por ejemplo, Estatura, de Daniel Díez Carpintero) que me devuelve la fe en el oficio.