Corea del Norte, donde todo el arte es propaganda

Las periodistas Macarena Vidal y Sara Romero publican «El país más feliz del mundo. Corea del Norte bajo el puño de hierro de Kim Jong-un» donde entrelazan sus vivencias en el país asiático con observaciones sobre la sociedad norcoreana y un análisis de la historia y los conflictos regionales derivados de la división de la península.

Texto: David VALIENTE  Foto: KMA

 

Antes de la pandemia, el conocido como el país más hermético del mundo, Corea del Norte, comenzaba a permitir el acceso a grupos de turistas y corresponsales. Eso sí: rigurosamente vigilados. Un grupo de Virgilios se encarga de guiarlos por los lugares más icónicos; es decir, los emplazamientos que el Partido quiere que vean. Entre los privilegiados que han pisado suelo norcoreano y han podido contemplar la modernización de Pyongyang se encuentran dos periodistas españolas, Macarena Vidal, corresponsal de El País en Estados Unidos, y Sara Romero, actual jefa de la sección internacional de Antena 3 Noticias. Las dos trabajaron como corresponsales en Asia antes del ataque del Covid-19, y precisamente han plasmado las experiencias de los sucesivos viajes que hicieron a Corea del Norte en un libro titulado El país más feliz del mundo. Corea del Norte bajo el puño de hierro de Kim Jong-un (Editorial Península). El prólogo ha corrido a cargo del corresponsal en Oriente Medio Mikel Ayestaran.

El libro entrelaza las vivencias de ambas con observaciones rigurosas de las condiciones materiales del pueblo norcoreano y análisis de la historia del país y de los conflictos regionales desde que la península se dividiera. Ellas conocieron de primera mano el día a día de los ciudadanos de Pyongyang (dentro de lo permitido por sus “niñeras”) y vislumbraron también el ecosistema cultural que rodea a los norcoreanos.

Durante la charla que mantuvimos vía Google Meet, Macarena da la clave para comprender a fondo ese panorama cultural: “En Corea del Norte todo arte es propaganda”. “Sí, es cierto, todo lo que leen, escuchan y ven son propagandas y loas al líder”, agrega Sara. La alfabetización se encuentra muy extendida por todo el país: “En este sentido, continúan con la estela de la Unión Soviética, educan al pueblo mediante una cultura accesible para todos, pero muy censurada”, dice Macarena, que nos recuerda que el edificio más emblemático de Pyongyang es el Palacio de la Cultura.

Los norcoreanos estiman el conocimiento y la cultura, aunque la preferencia del líder de turno marca el género y las tendencias preponderantes: “Todos sabemos de la afición de Kim Jong-il, padre del actual líder, por el cine. Dicen que mandó construir una especie de miniHollywood para filmar sus propias películas”, aunque se puede detectar cierto escepticismo en las palabras de Sara porque, “pese a que lo hemos pedido multitud de veces, nunca nos lo han dejado visitar”. No obstante, la afición del Querido Líder llegó a ser tan grande que secuestró a una actriz y a su marido, director de cine, ambos surcoreanos, para que protagonizaran y dirigiera algunas de sus películas. Estuvieron ocho años en Corea del Norte antes de conseguir escapar.

Kim Jong-un ha descubierto el poder de las canciones pegadizas y lo ha insertado en su propio aparato propagandístico; a instancias de él se han creado varios grupos de pop femeninos”. En Corea del Norte pudieron observar que la pasión por la música está muy extendida: “La formación musical es muy importante, todos los niños saben tocar algún instrumento”, destaca Macarena Vidal.

Ambas tuvieron la oportunidad de asistir a un concierto de música pop en Pyongyang. “Un concierto de este tipo es el gran acontecimiento en la capital, solo se puede asistir por invitación”. Los asistentes no son los típicos jóvenes vestidos con ropas estridentes que ocuparon las gradas de los grandes conciertos en los años ochenta: “En Corea del Norte, la mitad del público son militares de unos 60 años, ataviados con sus ropas de gala: sus charreteras, sus condecoraciones y sus gorros de plato de tres o cuatro pisos. También asisten los miembros del Partido, atildados con ropa elegantísima; parece que, más que a un concierto pop, asistieran a una ópera en el Metz”, aclara la corresponsal destinada en Washington.

“En algunos momentos teníamos la sensación de asistir a un concierto de Michael Jackson en sus buenos años: unos ritmos pegadizos eran pulcramente complementados con letras patrióticas, donde el líder, el partido y la doctrina juche reciben todas las loas posibles”, asegura Sara con cierta sorpresa. A Macarena le llamaron mucho la atención los atuendos del grupo pop más de moda, la Orquesta de Moranbong: “Ellas van perfectamente uniforma[1]das con un look muy parecido al que se gastaba en los musicales de Hollywood de los años 50 y 60, con taconcitos, minifaldas, que no sabes muy bien si van de enfermeras de noche o marineritas, todo muy modoso y atrevido para ser Corea del Norte”. “Sí, además, con sus violines de un rojo Ferrari tocan algunas melodías muy cercanas a la sicodelia”, destaca Sara. Detrás de la orquesta se proyecta, en una gran pantalla, imágenes de lanzamientos de misiles, de las grandes cosechas obtenidas ese año, el emblema del partido “y, al final del concierto, ponen una foto de Kim Jong-un… Vamos que se lleva todas las ovaciones de los miembros del Partido y de los altos cargos del ejército”, remarca la periodista de El País.

En lo relacionado a la literatura, dice Sara Romero: “Hemos visto los cuentos y los guiones escritos por Kim Jong-il, periódicos y revistas”. “Sabes que un libro ha tenido éxito porque está muy sobado y ten en cuenta que cualquier cosa que escriban los tres dirigentes del Régimen se va a posicionar en el número uno de los 40 Principales”, afirma Macarena, que continúa: “Las obras que se publican alaban al líder. Si se crean otro tipo de expresiones literarias, se hace en casa y con mucho cuidado de no ser descubierto. De cualquier forma, sabemos de la existencia de libros considerados subversivos y que han logrado llegar a nuestras editoriales; me viene a la mente Bandi”. La acusación fue un libro publicado por la Editorial Asteroide en el 2017. En él se recogen una serie de cuentos que narran las penurias que viven los norcoreanos, Bandi es el pseudónimo de un autor desconocido.

¿Creen, entonces, que el arte norcoreano tiende hacia la occidentalización?

Sara: No, pero no podemos obviar que Kim Jong-un es joven y se ha formado en el extranjero, donde ha vivido otras tendencias. El hecho de que le guste el baloncesto en un país sin tradición baloncestística es remarcable, sobre todo por lo que te comentábamos antes de que los líderes marcan las pautas del arte. También, por mucho que sea un país blindado, las fronteras son porosas.

Macarena: Yo tampoco lo creo. Lo de la música es algo anecdótico, ha calado en la sociedad porque proviene del líder y todo lo que venga de su persona los norcoreanos lo consideran bueno. Aun así, esta “occidentalización” de la música no se puede extrapolar a otros géneros artísticos. Por ejemplo, la pintura se mantiene al ajustadísimo canon soviético-comunista. No hay una escena alternativa y si alguien quiere crear fuera del rígido estilismo, lo hace en su casa y a escondidas.

¿Se podría decir que en Corea del Norte hay curiosidad por lo que ocurre más allá de sus fronteras?

Macarena: Mucha. De hecho, lo foráneo cala más de lo que pensamos en Corea del Norte. Te asombra escuchar a los guías diciendo que sus hijos ven los dibujos de Bugs Bunny por la televisión o que les gusta Frozen. Incluso hemos visto mochilas decoradas con personajes de Disney.

Sara: Nos sorprendió mucho que conocieran Verano Azul. Una guía que había estudiado español en la universidad nos contó que les ponían esa serie para que aprendieran el acento de España. Pero ellos no sabían nada del “No nos moverán” ni de la muerte de Chanquete. Ese capítulo lo habían eliminado y se enteró porque una compañera periodista hizo el comentario. Su curiosidad les llevaba a preguntarnos a nosotras.

El arte está ligado a la pasión, ¿dirían que los norcoreanos son pasionales?

Sara: Tampoco tienen más opción que ser gente racional, por decreto es así. De todas formas, sabemos que sus vecinos del sur son muy pasionales.

Macarena: En Corea del Norte siempre estás acompañada de unos guías; son personas muy formales que se ajustan a un programa de visitas. Sin embargo, el último día con nosotras se suelen soltar la melena. En dos de los viajes que realizamos, nos llevaron a una cervecería y a una pizzería. Nos pidieron vino español, de tetrabrik, pero español. Cuando se sentían más confiados se mostraron abiertos, divertidos, pasionales; se emborrachaban como cualquier persona de otra región del planeta. Es más, hay una marca de cerveza que recibe el nombre del río que pasa por Pyongyang, Taedong, que corre como la espuma entre los ciudadanos. Nosotras lo pudimos comprobar desde el autobús al pasar por delante de restaurantes o cervecerías.

Una unificación que no llega

1945 fue un buen año para la humanidad. La guerra más terrible vivida hasta el momento llegó a su fin. No así las ansias belicosas de las dos potencias que salieron victoriosas. Estados Unidos y la Unión Soviética siguieron pugnando, en una guerra fría, por robarle a su némesis la mayor cantidad posible de territorios. De dicha confrontación salió un gran damnificado, un pueblo hermano, separado y herido por la ideología y las aspiraciones hegemónicas de otros. Desde el 17 de agosto de 1945, la península coreana está divida en dos Estados enfrentados y con una cosmovisión de la política, la economía, la sociedad y la cultura antagónicas.

“Los surcoreanos te dicen que son parte de una misma familia, y, sin embargo, si hoy se unificaran la gran perdedora sería el Sur”, afirma Sara. Algunos analistas se aventuran a calcular cuánto dinero tendría que desembolsar Corea del Sur para que la península volviera a ser una, y las cifras rondan los 3 billones de dólares, es decir, casi el doble del PIB que Seúl generó el año pasado, según datos del Banco Mundial. “Se tendrían que realizar muchas inversiones para transformar y equiparar a Corea del Norte, un país obsoleto, con su vecina sureña”. Sin duda, “el choque económico, político, social y, por supuesto, cultural sería tremendo”, matiza Sara. “Lo mismo ocurre en Corea del Norte, la población te dice: ‘Sí, queremos unificarnos’, pero en la práctica prefieren mantenerse igual, ni se les pasa por la cabeza someterse a Corea del Sur. La diferencia es abismal y en caso de una unificación, no quieren perder ni su régimen ni su independencia”, agrega Macarena.

En 2018, se dieron pasos acertados hacia la unificación. Los gobernantes de las dos Coreas se reunieron en un par de ocasiones: “El expresidente Moon Jaein es descendiente de norcoreanos, hizo mucho por la unificación, al igual que lo hicieron sus antecesores en el cargo a principios del 2000. Pero las cumbres de Trump se quedaron en el limbo y el nuevo presidente surcoreano, Yoon Suk-yeol, no quiere correr riesgos; al fin y al cabo, es una medida política que no gustó a un sector de la población”, desarrolla la periodista de Antena 3.

Por otra parte, ninguna de las dos grandes potencias regionales desea que se lleve a cabo la unificación, asegura Macarena. “A China no le interesa tener en la puerta de su casa a las tropas americanas ni que la influencia occidental se siga filtrando hacia China. Tampoco quiere que caiga el Régimen de los Kim, eso significaría que su frontera, donde hay una importante población norcoreana, podría sucumbir al caos por la llegada masiva de refugiados. Eso no lo quiere”.

Pero a Estados Unidos tampoco le interesa la unificación: “Es una cuestión geopolítica, ninguno de los dos quiere perder un área de influencia que le separe del otro. Asimismo, para Washington, es primordial mantener la tutela sobre Corea del Sur, pues de ello depende su presencia militar en la región. La unificación supondría negociar con un Gobierno nuevo, que seguramente jugaría con otras reglas”, concluye Sara.