Candaya: haciendo del margen un lugar
La editorial Candaya celebra su 20 aniversario con Olga Martínez al frente en solitario tras la muerte en 2023 de su socio de libros y vida, Paco Robles. La editora nos habla de insistencia, tenacidad y milagros cotidianos.
Texto: Antonio Iturbe
¿Qué tiene que ver una editorial de referencia en autores latinoamericanos con una casa de pescadores en Canet de Mar?
Era una casa modesta, castigada por los años y muy estrecha, 138 metros cuadrados distribuidos en tres plantas, pero fue el sueño de dos jóvenes de poco más de 30 años: tenía un patio delante -con porche, un níspero y una higuera-, la posibilidad de un huerto detrás (lo que era muy importante para Paco Robles) y un desván que enseguida visualizamos como nuestra biblioteca. Alcanzamos a proyectar y a pagar los planos, pero no a reconstruir la casa. La llamábamos «La Ruina» y como estaba en Canet de Mar imaginamos (íbamos trazando, poco a poco, un mito privado) que había sido una casa de pescadores. Trece años después -a principios de 2003, cuando el delirio de la burbuja inmobiliaria- nos llegó, sin buscarla, una oferta de compra y decidimos aceptarla. Liquidamos las dos hipotecas que pagábamos (la de La Ruina y la del piso en Arenys de Mar donde vivíamos) y con los 6.000 euros que sobraron, en diciembre de 2003, creamos la editorial.
¿El fin de un sueño fue el inicio de otro?
Cuando nos preguntaban por cómo empezó todo, Paco siempre recordaba un verso de la inmensa poeta venezolana María Auxiliadora Álvarez: «El derrumbe nos ha dado una nueva montaña». «A nosotros, el derrumbe nos dio Candaya», decía.
Cuando empezasteis, ¿cuál era el plan?
Candaya nació cuando una doble fascinación (por un poeta paraguayo, Elvio Romero, y por un novelista de los Andes venezolanos, Ednodio Quintero) confluyó con la indignación, al comprobar que tras 473 años de relación colonial (el primer asentamiento español en Paraguay, organizado por Sebastián Gaboto, fue en 1527) nunca un poeta paraguayo había sido publicado en España. Era el año 2000 y todavía resonaba en nuestros oídos la infame y hueca retórica de los fastos de las celebraciones de los quinientos años del «Descubrimiento» de América. Pensamos que había un espacio editorial por cubrir y que publicar a esos escritores excepcionales (y a otros que ya teníamos en mente) podía ser una manera de saldar una deuda inmensa: devolverle a Latinoamérica unas migajas por lo menos de lo mucho que, durante tantos años, nos había aportado, literaria, pero también humanamente.
Pero en vuestro catálogo también hay muchos autores de esta orilla…
Nuestro «plan» inicial era publicar solo autores latinoamericanos, pero enseguida descubrimos que los escritores que a nosotros nos interesan -comprometidos, arriesgados, que apuestan por una literatura de calado poético, que complejizan más que simplifican- también tienen muchas dificultades para publicar en España y que de alguna manera debíamos, sin olvidarnos nunca nuestra modestia, contribuir a trazar el tejido cultural de nuestro país, del aquí y del ahora. Así que Candaya se convirtió pronto (desde el cuarto libro) en un espacio de diálogo y encuentro de los escritores más desafiantes de los dos lados del atlántico, un espacio en los márgenes, pero que nos gustaría que fuese muy generador y muy cálido. Por eso el lema de este 2024 de celebraciones ha sido: «Candaya: 20 años haciendo del margen un lugar».
¿Por qué nace Candaya con un guiño quijotesco que hace referencia a un reino imposible?
La palabra Candaya aparece en la segunda parte de El Quijote, cuando los otros personajes que han leído ya El Quijote de 1605, son los que, contagiados por la adictiva fantasía del caballero andante, le brindan ahora el germen de sus aventuras: en la patraña ideada por los duques de Aragón, Candaya es el remoto reino al que debe viajar Don Quijote, con los ojos vendados y a lomos del caballo de madera Clavileño, para desfacer los entuertos y maleficios del gigante Malambruno. Es un reino muy lejano, pero que pueden alcanzar en pocas horas aquellos que conserven intacta la capacidad de soñar. Nos pareció una buena metáfora de lo que queríamos que fuese nuestra editorial: un intento de vencer las distancias geográficas y los maleficios del presente (todavía más perversos que los de Malambruno: las draconianas imposiciones del mercado, los quiebres económicos, los delirios políticos…) que condenan a la incomunicación y a la atomización la literatura escrita en español, siempre desde la convicción de que en literatura la única patria es la lengua y que, aunque muy plural y llena de peculariadades, la literatura en español es heredera de una misma tradición, comparte ADN e identidad, es, en definitiva, una sola literatura.
¿De dónde viene esa atracción por la cultura latinoamericana? ¿Qué encontráis en la otra orilla que nos falta en esta?
Candaya fue otra forma de concretar algo esencial en nuestra vida, en la de Paco Robles y mía: nuestro amor a América, nuestro activismo americanista, y en esa pasión compartida se superpusieron experiencias muy distintas: el influjo de las lecturas iniciáticas que nos hicieron como somos (en mi caso, Cortázar, Onetti, Pizarnik, Donoso, y posteriormente, Fernando del Paso y Bolaño); Sololiteratura.com, una página web, que llegó a tener 40.000 visitas diarias (más que la web de Corte Inglés o del Barça) y en la que, antes de Google, Paco Robles se propuso primero ordenar toda la información dispersa por las redes de los escritores que le gustaban y posteriormente cartografiar la literatura latinoamericana país por país; siete años de cooperación internacional en una zona indígena maya-quitxé en la Bocacosta de Sololá de Guatemala (83 comunidades de una población total de casi 57.000 habitantes) ; muchos años de viajes por buena parte del continente americano, en el que descubrimos algo muy importante: casi nunca el canon literario contemporáneo de cada país (de México a Puerto Rico) coincidía con los nombres que, a menudo por factores extraliterarios, circulaban por Europa, en las grandes editoriales y en los grandes Festivales. Americanismo que se refleja también en la composición de nuestro equipo editorial: Víctor Minué es chileno; Eduardo Ruiz Sosa, mexicano, María Laura Padrón, venezolana; Francesc Fernández, nuestro diseñador, nació en Arenys de Mar, pero vive en Argentina. Solo Miquel Robles y yo somos actualmente la parte local.
¿Ese puente con Latinoamérica es la espina dorsal de Candaya?
Ser testigos, difusores y un poco hacedores de la explosión y del momento de plenitud que está viviendo la literatura latinoamericana estas dos últimas décadas, de su prodigiosa vitalidad y estimulante diversidad se ha ido convirtiendo en una de nuestras señas de identidad. Nos sentimos muy orgullosos de que nuestro catálogo lo refleje : desde los cuentos de oscuridad luminosa de Giovanna Rivero, indagando, con extraña sutileza, en algunas heridas contemporáneas (la pobreza y la desigualdad, el extrañamiento y la emigración, las más innombrables violencias: la violación, la homofobia, el racismo, la furia destructora de las maras, los hundimientos en el alcoholismo y la locura), al reverso de la narrativa noir en ese bestiario existencial sobre los sueños rotos de una generación de artistas migrantes que es Una fábula sencilla de Matías Néspolo. De la radical escritura de la intimidad de Daniela Alcívar en Siberia. Un año después, que aunando dolor y deseo de una manera muy singular es capaz de convertir una novela sobre la pérdida de un hijo recién nacido en una apuesta por la vida de luminosa belleza, a la reformulación de la literatura política de Eduardo Ruiz Sosa que en El libro de nuestras ausencias explora, con gran riesgo emocional y estético, la atroz realidad de los desaparecidos en las fosas clandestinas de la sierra y de los desiertos del Noroeste de México, enlazando el presente extremadamente violento del narcotráfico con el pasado enloquecido de la colonia y el delirio sangriento de José de Gálvez, visitador de la Nueva España.
¿Sois una editorial de equilibristas?
Cada novela, cada poemario, cada ensayo que publicamos es una apuesta de riesgo y una pelea a cuerpo partido para que los lectores los descubran, para visualizarlos en las librerías, en los medios, en las redes.. Y pese al esperanzador impacto de alguno de nuestros libros (diez ediciones de Mandíbula, de Mónica Ojeda, cinco ediciones de Vivir abajo, de Gustavo Faverón, cinco ediciones de No era esto a lo que veníamos, de María Bastarós…), a otros libros buenísimos incomprensiblemente no les ha ido tan bien, por lo que cada año me parece un milagro que sigamos aquí.
Erais profesores de literatura y durante muchos años compaginasteis los dos trabajos, siempre corriendo arriba y abajo. ¿Llegar hasta aquí, con la editorial consolidada y con prestigio, ha sido un esfuerzo descomunal?
Durante 13 años, hasta que nos jubilamos, fuimos a la vez editores y profesores de literatura (aunque a media jornada). Fue un sobreesfuerzo (recuerdo viajar de Barcelona a Madrid varias veces las tres semanas de la Feria del Libro, corrigiendo exámenes en los buses y en las casetas), pero tener por lo menos un sueldo fijo nos ayudó a publicar en Candaya solo aquellos libros que de verdad nos enamoraban, sin regirnos nunca por las tendencias o exigencias del mercado. Y además, también nos gustaba mucho ser profesores, sobre todo los primeros años, cuando la libertad, el rigor y la pasión eran valores centrales en los institutos, cuando la enseñanza no estaba tan condicionada por criterios económicos ni la creatividad de los profesores tan sepultada por el alud de burocracia.
¿Ha habido algún momento en que se os pasara por la cabeza cerrar la persiana?
Hubo también tres momentos de crisis extrema, donde la frase más terrible, «Hasta aquí hemos llegado», nos rondó con insistencia: en 2010 cuando quebró Arc de Berà, nuestra primera distribuidora, y tuvimos que enfrentar importantes impagos y una avalancha de devoluciones; en 2020, cuando la pandemia cerró las librerías, las carreteras y los aeropuertos (recuerdo el dolor que sentimos cuando Fernanda García Lao no pudo coger el avión desde Buenos Aires y hubo que anular la planificadísima y emocionante ruta de Nación vacuna) y sobre todo, el terrorífico primer trimestre de 2023: tras la inesperada muerte de Paco Robles, cuando estábamos literalmente rotos y la tristeza era inmensa, decidimos seguir adelante (la editorial era uno de los legados de Paco y había que mantenerla viva) pero incomprensiblemente las librerías empezaron a devolver masiva y compulsivamente libros de Candaya, Fueron meses de devastación, económicamente. En las tres ocasiones, fue el compromiso, el arrojo, la imaginación y la inmensa capacidad de trabajo del equipo de Candaya lo que nos rescató y mantuvo a flote.
Creo que la editorial recibe alrededor de 700 originales al año (en la web tenéis un canal de recepción muy abierto). ¿Cómo se maneja esa avalancha de historias?
Leemos originales sobre todo en verano, cuando el vertiginoso ritmo editorial se apacigua un poco, pero siempre, los 12 meses del año, allá donde vamos nos acompaña un manuscrito. En las muchas horas de carretera de las ya míticas rutas Candaya, mientras Paco conducía el Hiunday, yo leía en voz alta un original. Recuerdo que en nuestra última ruta (de Madrid a Barcelona, octubre de 2022) devoramos alucinados muchas páginas de Los que escuchan, una novela excepcional y muy política, que indaga en los diferentes tipos de ansiedad del mundo contemporáneo. Recuerdo que detuvimos el coche para transmitirle en caliente a Diego Sánchez Aguilar nuestro entusiasmo y también algunas sugerencias sobre la estructura. Sin embargo, es imposible leer los dos originales de media que nos llegan al día. No queda otra que seleccionar y al final es la propia dinámica de la editorial la que decide. Nuestra prioridad de lectura es lo que nos proponen nuestros escritores, pues Candaya ha querido ser siempre una editorial de autor. Y como son ya 92 autores y casi siempre nos gusta mucho lo que escriben, sus libros ocupan buena parte de nuestra programación (de los 11 libros que, si todo va bien, publicaremos en 2024, 6 serán de autores de Candaya). Luego, leemos los libros que nos recomiendan nuestros escritores, que son nuestros principales prescriptores y también a los novelistas y poetas que vamos conociendo en las rutas Candaya y que forman parte de nuestra comunidad de afectos (recorrer de punta a punta la península y las islas varias veces al año , y siempre que podemos también los países de América Latina, nos permite ir descubriendo lo que se está escribiendo en la periferia, más allá de los centros editoriales, más allá de Barcelona y Madrid). Puede parecer poco profesional (una vez leí que Jaime Salinas, cuando dirigía Alfaguara, pensaba que lo peor que le podía pasar a un editor es hacerse amigo de sus autores), pero nosotros siempre decimos que para publicar en Candaya primero hay que enamorarse de un libro, y luego del escritor. Vamos a pasar juntos muchas horas de carretera, dormiremos en nuestra casa, en las casas de nuestros amigos o de nuestros escritores… ¿Y qué es si no la amistad?
¿Qué crees que le habría dicho Paco Robles a la gente cuando se hubiera dirigido a los asistentes en esta celebración de estos 20 años?
Me lo imagino sonriendo, apuntando al cielo con el dedo índice y diciendo de nuevo un verbo que le gustaba mucho, tal vez porque encriptaba su generosidad y su entusiasmo contagioso: «Insisto», «Insisto: hay que arriesgarse. Pelear por los sueños vale la pena. Han sido 20 años de fragilidad y de vivir tambaleantes al filo del trapecio, pero Candaya ha valido la pena. Como dice premonitoriamente el título de nuestro primer libro, que es un verso de Alberti: «Contra la vida quieta» siempre.
¿Y qué fue de aquella vieja casa de pescadores de Canet de Mar?
Los nuevos propietarios demolieron enseguida el esqueleto de piedra que quedaba -las paredes interiores ya las habíamos derribado nosotros- y durante muchos años ese pequeño tramo de la calle Sant Isidre de Canet, fue un solar abandonado y verde, de vegetación irredenta y salvaje. Justo ahora, 34 años después, parece que se pudo con la maldición y se ha empezado a construir una casa.