Blas Piñero: “Hong Kong es hoy la piedra angular que explica China y su situación actual en el mundo”
El traductor de chino y escritor Blas Piñero Martínez publica «Hong Kong bajo la lluvia» (La Línea del Horizonte Ediciones).
Texto: David VALIENTE Foto: Wikipedia
“No he querido darle a mi libro un tono político, es una tendencia muy extendida cuando se escribe sobre Hong Kong. Por eso, me he centrado en la ciudad y en comprender su estilo de vida”, dice el traductor de chino y, ahora también escritor, Blas Piñero a través de la pantalla del ordenador. “Las personas que nos establecemos en Hong Kong sentimos la necesidad de levantar el ánimo a la ciudad y de mostrar al resto del planeta sus maravillas. Por ese motivo, me irrita que los trabajos que se publican tengan habitualmente ese marcado corte político. Así no le hacen ningún favor a la ciudad, más bien le están haciendo mucho daño”, dice desde la ciudad retratada en su libro, Hong Kong bajo la lluvia (La Línea del Horizonte Ediciones).
Hong Kong bajo la lluvia puede satisfacer muchos géneros literarios, desde la literatura de viajes al ensayo, pasando por el diario o la crítica literaria. De hecho, este hibridismo tan particular y rico en matices convierte a su libro en una auténtica declaración de amor a una ciudad que no deja de fascinar a millones de personas alrededor del mundo, las cuales creen conocer hasta el más mínimo detalle. En este sentido, también es una cura de humildad intelectual muy contundente. En el volumen se pueden encontrar fotografías de David J. Clarke, quien “también participa de ese espíritu que trata de sacar a la ciudad de ese bucle político que todo la pudre”.
Cuando Blas se planteó la posibilidad de escribir un libro sobre Hong Kong, tuvo que buscar la manera de enfocarlo y halló la solución en el planteamiento de un filósofo francés, Michel de Certeau, en La invención de lo cotidiano. “Michel de Certeau dice que las ciudades se pueden ver a través de dos perspectivas. Los edificios ofrecen una visión en altura, mientras que las calles dan otra desde abajo”. El traductor de Mo Yan, Can Xue y Jia Pingwa, entre otros, se interesó por las diferentes miradas que habían descrito o definido los perfiles de Hong Kong, y, como si de un ducho mosaiquista se tratara, construyó un gran mosaico de miradas que pudieran contradecir, matizar o reforzar su propia visión argumentativa, que hace las veces de yeso. “Cuando enfrentas un tema tan complejo, debes guardar cuidado y prestar una especial atención a la hora de representarlo”.
¿De dónde nace ese interés por Hong Kong?
Hong Kong es una ciudad muy especial, entre muchas cosas, por su manera de constituirse. Durante un largo periodo de tiempo fue una colonia británica y es el gran ejemplo de retrocesión pacífica (por lo general, los procesos de descolonización suelen ser violentos). Ha pasado de formar parte de un imperio en decadencia a pertenecer a la nueva potencia mundial que se está fraguando en el Pacífico. China debe mucho a Hong Kong (un 70% de la inversión extranjera que entra al país es por la ciudad), pero su retrocesión ha generado mucha incertidumbre entre los hongkoneses debido al sistema político autoritario de los nuevos amos; aunque, seamos sinceros, la educación en valores marcados por un fuerte tono inglés que se implementó en la ciudad no les permitió a los hongkoneses alcanzar libertades plenas durante las décadas que fue colonia británica. Ya bajo dominio chino, se produjeron conatos revolucionarios exigiendo más dosis de democracia y de libertad, pero estos han resultado infructuosos porque Pekín hizo todo lo posible para que no se produjera ninguna consecución. Se habla mucho de las revoluciones que han triunfado a lo largo de la historia, pero casi siempre nos olvidamos de las que fracasaron, la de Hong Kong es un claro ejemplo de revolución fallida que sigue latente. Hong Kong es hoy en día la piedra angular que explica China y su situación actual en el mundo.
En el libro hace referencia a que Hong Kong puede ser un infierno para unos, pero el paraíso para otros, ¿cuál es su caso?
Le respondo de una manera muy hongkonesa: las dos cosas. Una de las grandes enseñanzas que te puedes llevar de esta ciudad es que no todo tiene que ser blanco o negro; en realidad, Hong Kong no se comprende sin los matices grises. En este momento, estamos obsesionados con el control de las narrativas, lo vemos con la guerra en Ucrania y los intentos de definirla como rusa o no rusa. Hong Kong nos demuestra que los relatos no son tan evidentes ni simplones. Incluso, me ha hecho plantearme si es correcto hablar de una identidad marcada y unívoca en el siglo XXI, en pleno proceso de globalización, porque la propia ciudad va más allá de los problemas tribales o identitarios, y creo que esta característica tan especial es muy saludable. El proceso identitario previo que experimentó ha causado que los discursos que trataban de adjetivarla, bien como china o británica, o bien como occidental o asiática, hayan fracasado. Para muchos hongkoneses, su ciudad es un infierno por su dureza y su tendencia a los extremos. Aquí se encuentran las mayores fortunas de Asia y a la vez una gran masa de gente con una renta similar a la de los ciudadanos de Brasil. Es la ciudad más desigual del mundo. En este escenario tan complejo, yo soy un privilegiado, no ser ni hongkonés ni chino me introduce dentro de un estatus todavía muy vivo y bien definido por los rasgos raciales; una herencia de la época colonial que nos hace saber a cada uno de los ciudadanos dónde nos encontramos y quienes somos. En Las ciudades invisibles, Italo Calvino nos dice que hay dos maneras de afrontar el infierno: puedes formar parte de él e intentar cambiarlo (no creo que sea lo más oportuno) o tratar de ver los atisbos de paraíso que lo conforman, y en Hong Kong terminas por encontrarlos.
Es interesante eso que comenta de la identidad…
Hong Kong se configuró gracias a las grandes masas de refugiados chinos que llegaban del continente huyendo del maoísmo y a unos pocos funcionarios desganados venidos de una isla lejana para ocupar los puestos de poder político. Este desequilibrio demográfico positivo para la comunidad china propició que el sector económico estuviera monopolizado por ellos y obligó a los británicos a mantener ciertos beneficios del peñón estratégico para que sus intereses no se vieran especialmente dañados. De esta dualidad ha nacido una sociedad con unos rasgos muy particulares y una cultura muy ligada al cantonés y a la sabiduría que traían los intelectuales y artistas procedentes de Shanghái, que llegaban con el temor, sobre todo a partir del 49, de que la cultura china pudiera ser arrasada por el comunismo. Ellos asumieron la responsabilidad de salvar todos los vestigios culturales posibles y en el proceso crearon algo diferente porque tampoco podían obviar que su nuevo hogar era una colonia británica con tintes occidentales. Es algo muy interesante, fascinante…
Y paradójico.
Creo que la cultura nace de la paradoja. Asumimos, por lo general, que la cultura es estática, pero nos equivocamos, la cultura germina con el movimiento y el intercambio, y mucho más en un lugar como el sur de China, tan vinculado a tantas partes del mundo por la cuestión financiera. De hecho, no es la excepción que confirma la regla, porque podemos observar el mismo fenómeno en las culturas que nacen en Europa, Norteamérica o América Latina.
¿Cómo ha sido la recepción que tuvo por parte de los hongkoneses?
En Hong Kong, tengo un estatus privilegiado. Vivo en un barrio popular y soy el único blanco de la zona. Hablo chino cuando casi nadie lo hace y quien sí conoce la lengua se expresa de una manera rudimentaria, así que me tocó aprender el cantonés. La recepción ha sido correcta, aunque también es cierto que no es igual el trato que te ofrece un hongkonés rico y formado que el que te dispensa uno de clase más baja, quien, sobre todo al principio, te mira con algo más de recelo. De todos modos, la población de expatriados no es muy elevada y, por lo general, viven en guetos con gente de su misma comunidad. Yo no. Quise vivir el Hong Kong más puro, por así decirlo.
Menciona a la escritora Jan Morris y escribe sobre ella una frase que me parece muy interesante y en la cual me gustaría ahondar más: “El Hong Kong de Jan Morris posee una belleza que la autora intuye que va a desaparecer y es la belleza de haber sido una creación británica”. ¿La belleza de Hong Kong depende del toque británico?
Jan Morris es una leyenda en el mundillo de la literatura de viajes; escribió libros maravillosos y, precisamente, el dedicado a Hong Kong es uno de los grandes clásicos que se han escrito sobre la excolonia. Sin embargo, tiene un tufillo ideológico algo desagradable cuando asegura que el paraíso financiero que los británicos han construido rodeados de chinos y en un clima tan caluroso va a desaparecer por la contracción del imperio. Con lo cual, a ratos, se le va la pluma. Eso no quita que el libro desprenda mucha belleza y mucho interés. Aunque haya sido un poco duro con Jan Morris, recomiendo a los lectores leer su libro, tiene una gran prosa. Pero tampoco podemos olvidar que los chinos aparecen muy pocas veces y cuando lo hacen su descripción es muy negativa. Al fin y al cabo, la mayoría de personas que leían los libros de Jan Morris eran británicos. Ella no podía escribir una crónica prochina, hubiera vendido muy poco, por no decir nada.
En uno de los capítulos comenta que Hong Kong es una ciudad de paso…
Incluso las personas que llevan 40 años aquí aseguran que se acabarán marchando. Forma parte de la idiosincrasia social, una cultura de la inmigración y el movimiento. De todos modos, esta tendencia ha ido disminuyendo. Cuando la administración británica controlaba la ciudad, los chinos que llegaban lo hacían con la mirada puesta en marcharse al Suroeste Asiático o a Estados Unidos en cuanto tuvieran la más mínima oportunidad. En la cabeza de un hongkonés siempre está el salir de aquí y, por supuesto, hubo momentos en la historia que las condiciones invitaban más a coger la maleta y emigrar. Es curioso, cuando hablas con un hongkonés, y da igual que sus padres o sus abuelos sean de la ciudad, te dicen que provienen de otra región de China continental. Te lo dicen las mismas personas jóvenes que hablan perfectamente el cantonés y cuentan con una educación que les ha formado esa identidad tan particular. Esto es muy hongkonés. Claro, la desigualdad hace que muchos se planteen si quedarse tiene futuro. No sé qué pasará. Estos últimos 26 años hemos estado bajo el paraguas chino, lo que implica que la sociedad esté expuesta a un proceso de sinización que, tal vez, haga que los hongkoneses se sientan verdaderamente de este lugar del mundo.
Es curioso, no tenía a Hong Kong por una ciudad que albergara tanta pobreza…
Es una realidad. La población de Hong Kong asciende a 7,5 millones de habitantes, no es de las más densas de China, pero sí se formó de una manera muy abrupta. También es cierto que la situación ha mejorado mucho. Antes podías ver a grupos de personas viviendo y desarrollando su día a día en los puertos, incluso en los barcos y los sampanes. Aún ves algunos cuantos, pero el número ha bajado y quienes siguen cuentan con mejores condiciones. La lucha de Pekín contra la pobreza ha hecho que la situación mejore. Por eso la fisonomía de la ciudad está desapareciendo.
Resulta también paradójico que sea una ciudad tan densamente poblada y a la vez pueda sentir una soledad tan profunda, ¿cómo es posible?
Eso mismo me he preguntado muchas veces. El libro de Olivia Laing, La ciudad solitaria, me ayudó mucho a comprender este tipo de soledad en este contexto tan determinado. A Olivia, británica de nacimiento, le dieron un puesto de trabajo en Nueva York. Estaba muy entusiasmada, pero, cuando tuvo que afrontar la realidad neoyorquina, empezó a sentirse sola. La gente no le hacía mucho caso, le costaba hacer amigos; salía a pasear por una ciudad masificada de gente, pero no se sentía acompañada. La relación social con las personas es muy particular, tanto es así que parece que no existieras, y se crea una especie de ‘autoconciencia de uno mismo’ (el concepto parece redundante). Yo he experimentado este proceso en Hong Kong: te das cuenta de que estás rodeado de una multitud, pero caminas en soledad como el resto de personas que aparecen en tu campo visual. Llegas a la conclusión de que la única relación posible es la que puedas mantener con la ciudad. Una sensación antitética a la que experimentas en China, donde todo el mundo está unido. Olivia Laing se dio cuenta de que los grandes artistas originarios de Nueva York estaban inspirados por la soledad, y en Hong Kong ocurre algo parecido: el arte tiene una relación íntima con la soledad. En el libro he intentado recrear la relación personal que mantengo con la ciudad. Es un tema muy interesante y complejo y no descarto hacer otro libro sobre él.
Muy ligado a la soledad está la melancolía, y, de hecho, es un sentimiento que impregna todo el libro, ¿sería capaz de definirla?
La melancolía hongkonesa no es fácil de describir y eso que empapa las grandes obras literarias y artísticas de la ciudad. Esa melancolía, que no llega a ser nostalgia, te hace ver cosas que ya no existen. Se puede apreciar en la relación que los hongkoneses mantienen con sus difuntos; es muy cercana a la sensación de duelo, cuando aún sigues viendo y oyendo al ser querido que falleció como si nunca se hubiera ido de este mundo. El estado de ánimo es de hipersensibilidad; los hongkoneses lo perciben como desaparición. Una buena manera de explicar esta sensación es a través de los neones. El neón era uno de los símbolos más identificativos de la ciudad, pero ha dejado paso a las luces led, que son más baratas y contaminan menos. Sin embargo, da la sensación de que el neón sigue iluminando las noches hongkonesas de lluvia. Esto que estoy narrando tiene mucho que ver con una especie de simulacro de lo fantasmagórico, algo muy posmoderno. La representación de las cosas supera a la realidad y en este punto es donde se une lo genuinamente chino con la modernidad. Algo fue y ahora solo se puede explicar a través de las lentes de la melancolía.
En la novela Intersection de Liu Yichang, una joven de nombre Ah Xing piensa continuamente en el futuro, en contraposición a Chunyu Bai, un hombre de cierta edad, quien no puede dejar de rememorar el pasado. Entiendo que ella tiene toda la vida por delante y él mucha vida a las espaldas; pero, más allá del sentido narrativo, ¿Hong Kong invita a pensar o vivir el presente?
El libro que cita es un clásico de la literatura hongkonesa escrita por el padre de la literatura hongkonesa y es un texto muy interesante porque refleja la realidad de la ciudad. Efectivamente, no existe el presente y esto es clave. La novela muestra la simbiosis entre el pasado traumático, objeto constante de recuerdo del señor mayor, y la modernidad representada en la chica joven. Ambos sentimientos han formado la actual ciudad. ¿Cuál es, entonces, el presente de Hong Kong? Hay personas que están convencidas de que va a desaparecer y es un pensamiento que viene de antaño. Se percibe una sensibilidad muy especial por el tiempo histórico. En el libro, muestro lo complicado que resulta crear un relato histórico, porque si somos francos nunca ha habido una intención de crearlo. La ciudad nos hace cuestionar a quien cuenta la historia. En las narrativas hongkonesas el tiempo entra de lleno a construir una sensibilidad muy especial de nuestro momento actual. Cada cultura vive el tiempo de distinta forma.
¿La mejor manera de conocer Hong Kong es leyendo sus historias de amor?
Creo que sí. Y quizá guarde relación con el asunto de la soledad y los complejos procesos de adaptación. Cuando estás solo, resulta más fácil enamorarte a primera vista. He leído mucho sobre Hong Kong y me he dado cuenta de que su literatura alberga muchas historias de amor (aún siguen siendo muy populares estas novelitas románticas que venden por fascículos en los quioscos, introducidas vía Shanghái, y que mantienen un toque de melodramatismo americano). No es descabellado asegurar que en las historias de amor es donde Oriente y Occidente se dan más estrechamente la mano en Hong Kong. No tengo aún una tesis estructurada al respecto, pero cada vez estoy más convencido de ello.
Existe una obsesión por documentar todo lo que hemos comentado hasta el momento.
Desde sus orígenes, a Hong Kong le cubre un relato mítico, como si fuera un manto: tarde o temprano va a desaparecer. Todos los ciudadanos creyeron que la ciudad se iba a convertir en cenizas con la llegada de los ingleses, les ocurrió lo mismo cuando los japoneses y los chinos plantaron después su pica. Ellos han asumido ese relato, que les hace vivir constantemente en una especie de ansiedad melancólica y que a su vez contribuye a alimentar una cultura de la desaparición. David J. Clarke, el autor de las fotografías que ilustran el libro, obsesionado con este mito, documenta cada rincón de Hong Kong y ha llegado a componer un archivo fotográfico de la ciudad con miles de fotos. De hecho, en Hong Kong, el género literario por excelencia, del que ahora yo también participo, es la crónica sobre la ciudad. Vas a una librería y encuentras los estantes llenos de estos libros, además todos los años se publican muchos títulos. Se aprecia la necesidad de recrear la memoria que se solapa con una especie de obsesión muy impregnada en el carácter de los hongkoneses.
¿La ciudad invita a mantener la identidad propia del individuo?
Le ofrezco una nueva paradoja: ni siquiera en época británica existió la democracia en Hong Kong. No quisieron implementarla porque muchos ciudadanos simpatizaban con el comunismo o la izquierda y no refrendaban el sistema colonial británico, en el cual el neoliberalismo campaba a sus anchas en el mercado. El acceso a la práctica política estaba limitado, pero eso no era un impedimento para que los alumnos se formaran en un sistema educativo que divulgaba los valores democráticos. Crearon una farsa democrática mientras una clase china, educada y pragmática se enfocó en hacer dinero, en generar infraestructuras y en el desarrollo científico. Esta misma clase, al llegar los chinos y ante el temor de perder su estilo de vida, empezaron a exigir aquello que anteriormente no había existido: democracia, libertad y mayor autonomía. En definitiva, esta disonancia entre política y educación creó algo que tarde o temprano estallaría. Cuando Reino Unido devolvió Hong Kong a China, las tornas habían cambiado: la ciudad entraba en un proceso de empobrecimiento, mientras que algunas regiones de la China continental empezaban a despuntar económicamente. Los hongkoneses se sintieron marginados y los hijos de esa clase alta china enriquecida durante la etapa colonial comenzaron una serie de manifestaciones, en algunos sentidos un poco tonta, en respuesta a las reformas implementadas desde Pekín del sistema educativo, que no era más que enseñar historia de China con un enfoque patriótico, porque el resto de elementos de los planes de estudio lo respetaron. Ahora la situación está calmada, pero las heridas de lo ocurrido no han sanado todavía. Muchos ciudadanos se exiliaron a Reino Unido, Estados Unidos y Australia.
Bueno, tanto Hong Kong como la China continental buscan lo mismo, prosperidad, riqueza, estabilidad… ¿Qué es aquello que verdaderamente los separa?
El problema, bajo mi punto de vista, debemos enfocarlo en Basic Law (Ley Básica de Hong Kong). Desde un principio, Pekín mantuvo la idiosincrasia de la ciudad, es decir, no cambió el nombre de sus calles, mantuvo el inglés en los currículos educativos… Sin embargo, la Ley Básica, de cierto carácter ambiguo, dice que cualquier crítica o comentario a China o al Gobierno puede ser interpretado como un acto antipatriota o un ataque a la Seguridad Nacional. Esto presupone que las decisiones políticas que se toman en la ciudad deben pasar primero por Pekín. De esta forma, las respuestas a los intentos de crítica o las protestas se responden con mayor efectividad. Han terminado con la libertad de expresión y de prensa, que tampoco es que hubiera mucho antes, pero ahora estamos hablando de periodistas que han terminado en prisión y de libros que han sido censurados. China ha puesto una mordaza a la sociedad hongkonesa. De todos modos, la gente común vive su día a día y no se preocupa por el tema político, el desafío proviene de esa élite de la que le hablé con anterioridad, que sí ha intentado revertir el sistema. Cada día pasan 150 nuevos chinos desde el continente a la ciudad por motivos de trabajo, ya que desde Pekín les convencen de que en Hong Kong hay muchas oportunidades económicas. Esto ha generado un clasismo que enfrenta a los que llegan con los que tienen que irse porque las oportunidades de las que habla Pekín no existen y el nivel de vida ha bajado. Como comprobará, China explota el problema sociológico. Cuando se produjeron las últimas manifestaciones en contra de las medidas, en paralelo salieron a la calle grupos de manifestantes propekín. Y, en cierto modo, la narrativa y la actuación de China han ganado la batalla, pues tengo amigos que aseguran vivir mejor desde que Hong Kong está bajo el paraguas chino.
Entonces, ¿el modelo de “un país, dos sistemas” ha fracasado?
La narrativa oficial de Pekín le dirá que no, que todo lo contrario, es muy exitoso. Sin embargo, en estos momentos, Hong Kong vive su segundo mayor éxodo de su historia, así que si preguntara a las personas que se están yendo le dirán que es un fracaso total, pues el modelo que ellos quieren no encaja con el que tienen pergeñado desde la capital. Pero, para otros, el modelo que ahora se está desarrollando es genial porque tienen más posibilidades de establecerse en ciudades, como Shenzhen, creada por Deng Xiaoping con el estatus de Zona Económica Especial (ZEE) y con unas condiciones de vida mejores que en Hong Kong. Además, las dos ciudades están muy cercanas y se conectan a través de la estación de Lo Wu. Ahí va otra paradoja: por Lo Wu entraban a Hong Kong los chinos que huían del gobierno de Mao y ahora los hongkoneses hacen el camino contrario para ingresar en la China continental. Fracaso o no, la respuesta dependerá del espectro político en el que se sitúa la persona a la que preguntes.