Blanca Riestra: “No puedo soportar el monolingüismo, me deprime”
Blanca Riestra publica «Aquí empieza el mar» (Reino de Cordelia), novela que apareció primero en gallego y con la que ganó el premio Blanco Amor.
Texto: Hilario J. Rodríguez
Como los modernistas, que en lugar de puntos de vista crearon prismas múltiples para dar voz a las ciudades; como el Camilo José Cela de La Colmena o el Antonio Soler de Sur, que trabajaron con un coro de voces para describir los espacios donde se movían sus personajes, Blanca Riestra plantea la voz literaria de Aquí empieza el mar como un fenómeno plural. Su novela no la narra un solo personaje, la narran muchos o quizás el mismo siempre pero metamorfeándose a lo largo del tiempo, en los casi cincuenta años que dura la acción. Cincuenta años que comienzan durante la Transición, cuando los jóvenes intentaron conquistar el espacio público y hacerse un hueco en él, y que llegan a nuestro presente, después de muchos avatares que acabaron con la vida de muchos miembros de la generación de la narradora de esta novela, que se alzó con el premio Blanco-Amor, el más prestigioso en lengua gallega.
Aquí empieza el mar, publicada por Reino de Cordelia, es una historia de amor, pero también es una novela sobre el paso del tiempo, la decadencia de la familia, el matrimonio y las relaciones entre padres e hijos. Es una novela sobre el mundo donde vivimos y al mismo tiempo es una novela sobre la nostalgia por el mundo donde deberíamos vivir. Es una novela sobre lo que tenemos y sobre lo que perdimos, sobre la vida y la muerte, sobre el esplendor y la decadencia. También es una novela sobre cuál es la función de la literatura, de tenerla, en pleno siglo XXI. ¿Para qué sirve fabular? ¿Fabularnos? ¿Imaginar?
La ciudad es una de los temas a los que regresas una y otra vez en tu obra.
Sí, quizás porque me interesa la coralidad y los mundos cerrados, y las ciudades me permiten trabajar con esto. Son micromundos con leyes autónomas.
¿Cuál es la diferencia entre A Coruña en Aquí empieza el mar y en Pregúntale al bosque?
La caída, el desplome están más presentes en esta última. Hay once años de diferencia entre ambas novelas, aunque Aquí empieza el mar ya estaba en germen en Pregúntale al bosque.
¿Y entre A Coruña donde naciste y las ciudades donde viviste hasta ahora, que aparecen en Anatol y dos más, Madrid blues o La noche sucks?
Creo que la llamada de la autodestrucción está más presente en A Coruña que en ningún otro lugar. El mar y el alcohol lo impregnan todo, es una ciudad muy dionisiaca, exaltada y trágica –al mismo tiempo burguesa y punki- o al menos yo la vivo así.
También has escrito otras novelas urbanas y corales como Aquí empieza el mar, pero en esta la voz de la narradora parece capaz de metamorfosearse y adoptar diferentes puntos de vista, dependiendo de si piensa, recuerda, observa…
Este narrador polimorfo ya estaba en Pregúntale al bosque, pero ahora se ha extremado y hace lo que quiere. Bueno, yo ya no puedo escribir de otra manera, ese es mi realismo; odio los dictados de la narratología y hace tiempo que decidí hacer de mi capa un sayo.
Esta novela, que acaba de publicarte Reino de Cordelia, apareció primero en gallego, después de ganar el premio Blanco-Amor en 2021, el más prestigioso en esa lengua.
Fue el premio del que más orgullosa me siento: cambiar de sistema literario y que te reciban así fue un logro increíble, me hizo muy feliz. Blanco-Amor era un novelista bestial, A esmorga (La parranda) es un ingenio lingüístico duro y hermosísimo.
Has vivido largas temporadas en Francia, España y Estados Unidos, además de viajar con regularidad. ¿Habías escrito antes ficción en otra lengua que no fuese el castellano?
De adolescente, empecé a escribir en gallego, pero cuando me fui de Galicia lo abandoné por completo y me puse a escribir en castellano. Mi vida es plurilingüe desde hace muchos años, viví casi treinta con un francés, y no puedo soportar el monolingüismo, me deprime. Cuando regresé a Galicia entendí enseguida que tenía que volver al gallego: vivir en Galicia y escribir en castellano es un acto político y tiene unas implicaciones ideológicas con las que no me identifico en absoluto. Tenemos la tendencia a creer que una lengua literaria es un compendio de vocabulario, pero eso no es así, la lengua es, sobre todo, sintaxis de la página, colocación de palabras en el paradigma, en un determinado orden, y para eso la oralidad ayuda algo, pero no mucho, sirve más leer literatura. No existen manuales sobre el tema, tuve que deducir mi propia sintaxis textual e inventarla a partes iguales. La verdad es que fue un trabajo hermoso.
Al traducirla tú misma del gallego al castellano, ¿cuáles fueron tus mayores problemas?
Fue complicado, por lo mismo que te decía antes, no se puede traducir palabra por palabra, hay que darle la vuelta a las frases, reformularlas. Los párrafos, las páginas se construyen de manera distinta. El gallego es el reino del hipérbaton, por eso el castellano de los autores gallegos es tan especial, algo de ese orden invertido permanece, se agarra y se te pega.
¿Cuáles son las diferencias más significativas entre la literatura en castellano y en gallego?
Para mí, el sistema gallego es mucho más tolerante con la excentricidad y la heterodoxia que el sistema castellano, que yo considero castrador, uniformizador, sometido al mercado y a las modas, y dominado por un realismo decimonónico mal entendido y aburridísimo. En el sistema gallego, la experimentación y las derivas entre realidad y fantasía no se castigan, puesto que venimos de una historia hecha de individualidades muy fuertes, resistentes, construidas sobre la relación entre la oralidad y la vanguardia.
Supongo que, dependiendo de dónde vivieses en cada momento, tu lengua social, mental y literaria cambiaría.
Como te decía, mi lengua íntima durante casi treinta años ha sido el francés, ahora quizás también, porque enseño en francés y leo mucho en esta lengua. Además, uso mucho el gallego, en el trabajo y con los amigos, aunque la lengua familiar en casa de mis padres fue siempre el castellano. Ahora leo menos en castellano, curiosamente. El inglés no lo he sentido nunca como propio, mi relación con él es mucho menos visceral.
Esta novela es un ejercicio rememorativo muy poderoso. Hubo momentos en los que me dio la sensación de que, como podría suceder con el Ulises de Joyce y Dublín, si A Coruña desapareciese de pronto, podría reconstruirse a partir de Aquí empieza el mar, al menos A Coruña de los años ochenta.
Sí, eso me emociona, es como si, en algún pliegue del tiempo, toda esa gente que ya no está, salvaje, iconoclasta y hedonista, siguiese discutiendo, desesperándose, siendo feliz. Siempre pienso que nuestros cuerpos adolescentes se han independizado de nosotros, y siguen bailando en Punto Tres, en Mar adentro, o en la Marimba, el bar fantasma.
¿Tuviste que consultar archivos y contrastar recuerdos con otras personas?
Me pasé más de un año hablando con gente, la maraña de discursos que es el libro nace de un verdadero estruendo de voces que añadían, desmentían, sacaban conclusiones. Volví a sitios, rescaté libros, música, películas y fotos. La gente aún me sigue parando por los bares para contarme cosas, es como si la historia no quisiera dejarme ir y me persiguiese.
¿Qué sensación te provoca ahora mirar hacia atrás? ¿Lo haces con ira, como el dramaturgo John Osborne, o sin ira, como el grupo Oasis?
Con ira no, ni siquiera sé si con nostalgia. Me gustaría entender la razón de las cosas, pero acepto que el único sentido de todo fue el chisporroteo inútil, la noción de gasto que diría Bataille. Arder por los dos lados, como diría Kurt Cobain.
En la primera parte hay muchos temas cruzándose, como los diferentes aprendizajes que se hacen durante la juventud, pero a mí me llamó mucho la atención el que le dedicas a la muerte, en los ochenta a causa de las drogas, porque luego aparece durante el resto del libro, por otras causas pero igualmente dolorosa porque pone la vulnerabilidad incluso de los jóvenes más salvajes, la vulnerabilidad de los poetas y la vulnerabilidad de todos.
Yo admiro la generosidad, el desasimiento que implica autodestruirse, es una manera de exploración casi mística, ser capaz de desdeñar la supervivencia del cuerpo y no tener miedo. El precio que se paga es alto, claro. Pero somos los más mediocres o los más cobardes los que sobrevivimos. Que somos frágiles, lo sabemos, pero también –curiosamente- somos poderosos. Creo que el libro está lleno de toda esa energía colectiva de gente que ya no está pero que se comía el mundo a dentelladas, a mí me sigue estremeciendo recordar esa furia y esa libido que lo inundaba todo. Por otro lado está la idea de que todo acto, todo movimiento, todo deseo son maneras de combatir la inexistencia, que avanza desde las esquinas y nos va devorando lentamente, escribir es eso, oponerse a la desaparición de todo.
El dinero también me parece uno de los motores narrativos de tu novela.
El dinero era despreciable a finales de los 80, entre los jóvenes. A nadie nos interesaba, se valoraban otras cosas: la diversión, la creatividad, reinaba una especie de sentido trágico, cierto romanticismo negro, una suerte de malditismo. Ahora todo ha cambiado, el dinero lo atraviesa todo, pero el dinero y el miedo no hacen nuestra vida más intensa sino mucho más aburrida.
Y las reflexiones sobre el feminismo, a medida que la protagonista va cobrando conciencia de que, además de una superviviente, es una mujer.
Las mujeres de nuestra generación vivimos en una ficción durante años, crecimos creyéndonos iguales a nuestros compañeros, pero el paso del tiempo ha sido brutal. Tardamos en comprender que las reglas del juego para nosotras iban a ser distintas: tuvimos que entrar en el mundo del trabajo, emparejarnos, tener hijos para entenderlo. El mundo que narro, en los ochenta y noventa, era exclusivamente masculino, y no nos molestaba en absoluto, nos parecía bien, nosotras éramos simples espectadoras, mirábamos desde los márgenes. Luego nos dimos cuenta de que, además, éramos subalternas, un cuerpo especializado en el servicio de la otra mitad de la población. Para mí, desde hace mucho tiempo es esencial la pugna por ser sujeto, no objeto, por hacerse oír, por significarse. Las mujeres han sido educadas para callar, de ahí la importancia de hablar, de escribir, de gritar, de no dejarse ganar por la afasia. Tengo la impresión de llevar toda mi vida tirando de la manga del de al lado y pidiéndole que me escuche.
El libro se hace más nítido a medida que el tiempo avanza en él, como si fuera un organismo que crece. Sus temas y los personajes van definiéndose más, algo que sucede de una manera extraña y que a mí me produjo la sensación de que la propia novela, liberada de ti, los creó sola.
El libro funciona, creo que se ve, de una manera orgánica como un cuerpo vivo, aún no entiendo bien cómo fue avanzando: por impregnación, citando a Andrés Ibáñez, como una mancha de vino sobre un mantel de papel. El motor quizás sea la perplejidad.
Creo que eres una maestra en el uso de los adjetivos y del lirismo contenido, algo que convierte tu obra en una fuente de felicidad a nivel global, en los libros y al pensar en las imágenes que se desprenden de ellos, pero también en la página, escrita siempre con unas imágenes y un lenguaje deslumbrantes. ¿Crees que Aquí empieza el mar es tu novela más perfecta en ese sentido?
Aquí empieza el mar fue un libro que salió bien, porque es un libro escrito a quemarropa, pero yo pienso siempre que el mejor libro aún está por venir. No puedo escribir sin poner toda la carne en el asador, entonces la intensidad que resulta, a veces, me deja horrorizada. Por eso, cuando termino un libro, mi plegaria suele ser doble: «que me lean, por favor, pero: ¡mejor que no me lean!». Siempre me cuesta sacar libros, aunque no me permito no hacerlo, no me permito esa flojera, el fantasma de la afasia de las autoras lo sobrevuela todo.
Al igual que en los ritornellos que se producen en la obra de Thomas Bernhard o Javier Marías, entre esta novela y el resto de tu obra se abren muchos diálogos.
Veo la novela, en sí misma, formalmente, como una ópera hecha de refranes y de temas que vuelven, una construcción en el espacio, una pieza musical muy insistente. Y después, partiendo de que comparto la opinión de Blanchot cuando hablaba de que siempre escribimos el mismo libro -ese libro de Kerouac, mecanografiado sobre un rollo de papel infinito- Aquí empieza el mar dialoga especialmente con Pregúntale al bosque, con Todo lleva su tiempo, y con Una felicidad salvaje, que es un poemario donde habla Vilano. Es curiosa la reaparición de este personaje, del mendigo. Persiste, vuelve, asoma la cabeza. Y supongo que también dialoga con mi segundo poemario, que también es de 2024, All Things Must Pass, que bebe un poco de los mismos temas.
¿Qué diálogos se establecen con obras de otros escritores? A mí, por ejemplo, el título de tu novela me recordó a un verso de Camões que dice: «donde termina la tierra y empieza el mar».
Yo creo que todos mis libros están escritos por encima de Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, y de El bosque de la noche, de Djuna Barnes, los parafrasean. Me gusta mucho Duras, también. En este libro, supongo que todo ello también está presente. Al escribir Aquí empieza el mar, también fueron importantes para mí textos faro del atlantismo, como O retorno do home mariño, de Xurxo Souto, Conversa ultramarina, de Lois Pereiro, En concreto, de Luisa Villalta, y Textos varios, de Antonio Blanco. Además, yo desde hace unos años leo mucha filosofía, me gusta sobre todo formalmente, la leo como quien lee ficción, hay muchos textos filosóficos que son verdaderos embudos ficcionales: supongo que algo de eso se verá también ahí. Me gustan Deleuze, Bachelard, Merleau-Ponty o Bergson, pero también Bataille y Barthes. Todos ellos me gustan como novelistas, claro.
Poco a poco, el amor se coloca en el centro del relato y en el corazón de la novela. El amor entre amigos, entre amantes, entre hermanos, entre cónyuges y entre padres e hijos.
El amor, que es más bien la imposibilidad del amor. En algún momento la narradora habla de que -desmintiendo a Dante- el amor no fue nunca el motor que movió el mundo. Si intentamos averiguar cuál fue ese motor, no se entiende, hay algo caótico, explosivo y trágico en el funcionamiento de todo, hay algo que falla.
Sin embargo, no puedo quitarme de encima la sensación de que el libro es una meditación sobre la memoria y el tiempo, sobre sus mecanismos y su funcionamiento; sobre la literatura como arte narrativo pero también como arte polifónico, donde la pintura y la música se fusionan, donde lo visual y lo musical se disuelven y entran en una simbiosis perfecta.
Sigo creyendo que vivimos en un ingenio polífonico y contradictorio, la novela intenta reproducir eso. Mi abuelo materno, además de ser arquitecto, componía óperas, yo creo que heredé de él el culto por la estructura y por la polifonía. Desde hace mucho, sueño con estructuras, pero no de escaleta, sino estructuras caóticas y arquitexturales. Y sí, veo el mundo como un musical, una ópera rock, donde los unos nos respondemos a los otros cantando, con refranes que se metamorfosean y que regresan.
Aquí empieza el mar me parece una especie de revisión de toda tu obra hasta el momento, su resumen y una posible pincelada para acabar de perfeccionarla por completo e iniciar otra etapa en tu carrera. Este año apareció Tritón en gallego y creo que ya tienes otra novela acabada. ¿De qué manera continúan o dan un giro a tu carrera?
Aquí empieza el mar forma parte de una serie que ya terminé. Su última parte –As augas interiores– aparecerá en 2025, y sí, ahora ya estoy con otra cosa distinta. No puedo parar de escribir últimamente, tengo una especie de horror vacui, que a ratos me preocupa, no puedo tomármelo con calma. Realmente Aquí comienza el mar, Tritón y As augas interiores son la misma novela, un texto polimorfo sobre el mar –que está debajo, y alrededor de la ciudad y del mundo, pero también dentro de nosotros-. Así, el mar resulta ser una figura del enigma, como el bosque, un ente fantasmal, una especie de estado de ánimo, una realidad interna. El giro se venía fraguando en Pregúntale al bosque. Yo ahora escribo lo que me da la gana y como me da la gana, y eso se nota, me gusta estar en la periferia, ya no tengo miedo ni admito figuras de autoridad, soy ya muy mayor, me lo sé todo, y tengo muy claro lo que me interesa y lo que no. Las modas me traen al pairo. Escribo porque tengo que hacerlo. De hecho, estoy convencida de que, si yo dejase de escribir, el mundo desaparecería. Escribo para que todos vosotros sigáis existiendo, esa es mi religión, cada uno tiene la suya: yo estoy apuntalando el mundo. El resto no me importa.