Bernard Minier, funambulista entre dos mundos

El escritor francés participa el 10 de febrero en el festival BCNegra y viene con nuevo thriller, “El valle” (Salamandra).

Texto: David VALIENTE  Foto: Laura MUÑOZ

 

La agencia de detectives de Librújula ha investigado al escritor de thrillers francés Bernard Minier a petición un cliente misterioso que quiere conocer los secretos más oscuros e inconfesables del galo. Día y noche hemos seguido su rastro por diferentes puntos de la geografía universal, y estas son algunas de las conclusiones a las que hemos llegado.

No parece tener vicios inconfesables ni estridentes; salvo, si se puede considerar una adicción, su afición a las bebidas energéticas. Coincidimos con Minier “por casualidad” en la cafetería de un hotel muy céntrico y conocido de Madrid. Ni corto ni perezoso se dirigió al mesero que custodiaba la barra para pedirle una bebida (cuyo nombre no vamos a desvelar por razones obvias) cargada de azúcar y de estimulantes varios. Para desgracia del autor (pero por suerte para su salud), en esa conocida cafetería no disponían de existencias. A lo largo de nuestro seguimiento, se agenció un bote y lo bebió con mucha delectación, imaginamos que saboreando cada trago como si se tratase del néctar de los dioses. Por supuesto, este tipo de bebidas no son muy recomendables para nuestros cuerpos paleolíticos; sin embargo, entendemos que la vida pública de un escritor es agotadora y más cuando la crítica te considera el Stephen King europeo.

Sabemos que la actividad literaria de Bernard es frenética. Le sucede como a su compatriota Pierre Lemaitre: empezó a publicar entrado en años, por lo tanto, hay cierta prisa en conformar una obra y recuperar el tiempo que perdió ganándose la vida en el servicio de aduanas francés, aunque es consciente de que nunca será capaz de escribir 200 libros. Mucho más sí se sumerge en esos procesos de documentación largos y profundos. Los editores, primero, y los lectores, después, se habrán dado cuenta de que Minier no es el típico escritor que espera con su culo apoltronado en la silla a que las novelas caigan del cielo como una especie de maná literario. Le gusta conocer de primera mano los territorios que contextualiza en sus obras. Eso implica que pase muchas semanas en el camino. Así, sus fieles admiradores, en esa etapa de documentación, podrán encontrarlo en alguno de los valles del Alto Aragón o en el Pacífico Norte, buscando el escenario ideal para que su siguiente víctima literaria encuentre una muerte tortuosa a manos de algún psicópata.

Hemos descubierto que su madre es española y, que desde bien joven, siente una gran fascinación por la cultura de una parte de sus ancestros. De hecho, habla un español fluido que pugna con el francés para hacerse con el control de las erres, aunque, debemos ser sinceros, la lengua de Voltaire suele ganar la batalla en lo relacionado con el acento. En la década de su 20, se dio un garbeo por Madrid, la capital del imperio, para intoxicarse de la recién estrenada libertad y de la buena música que tanto daño, dicen algunos críticos, hicieron a los jóvenes de esa y la siguiente generación. Sabemos que en alguna parte de su casa esconde poemas juveniles escritos en la lengua de Cervantes de su puño y letra.

Bernard Minier es un conversador agradable y muy lúcido. Nos hicimos pasar por periodistas y fingimos que estábamos entrevistándole por la publicación de no sé qué libro ambientado en Salamanca para conocer en profundidad sus inquietudes intelectuales. Nos sorprendió el interés que mostró por la filosofía (la cuestión del bien y el mal) y la inteligencia artificial y los retos que supone para el ser humano.

Advertimos a los futuros interlocutores de Minier que cuiden sus palabras porque posiblemente acaben plasmadas en algún personaje ficticio. Su cerebro es una esponja que absorbe hasta el último de los detalles. Así que, si van a criticar a sus jefes, esperen a que Bernard salga de la sala. ¿Quién sabe? A lo mejor, sus enfados se convierten en materiales literarios a medida de algún personaje descontento con el sistema. También cuenta con una asombrosa capacidad de transmitir con fidelidad la esencia, la inteligencia, el valor y el duende de una persona de carne y hueso a un héroe o villano de letras y palabras.

Por último, y también muy enraizado con esta intuitiva forma que tiene el autor de pasar del mundo de la ficción al de la realidad y viceversa sin presentar ningún tipo de documento y sin tener tampoco que hacer una larga cola en un puesto de control, algunos de sus experimentos ficcionales resultan ser realidades tangibles y (muy tangibles). La Providencia le ha dotado de esa extraña suerte (o maldición, según como se mire) de inventar personajes que existen en la vida real y, podemos dar constancia por unas anécdotas que nos contaron, que cuando eso ocurre Bernard Minier no ha tenido contacto previo con dicha persona ni acceso a datos suyos.