Austenmanía, 250 años de pasiones y convenciones

Una noche de invierno de 1775, en Steventon (Inglaterra), nació Jane Austen. 250 años después, su obra y su vida siguen fascinando a millones de lectores —lectoras— de todo el mundo.

Texto: Susana Picos   Ilustración: Ana Jarén

 

El nombre de Jane Austen es sinónimo de Elizabeth Bennet, Emma o las hermanas Dashwood, protagonistas de algunas de sus novelas más icónicas: Orgullo y prejuicio, Emma o Sentido y sensibilidad. Si alguien le hubiera dicho a Jane Austen que, 250 años después de su nacimiento, sus obras (un total de seis novelas) se venderían por millones de ejemplares y su vida sería objeto de estudio se quedaría asombrada, pero si además le dijésemos que sus personajes han sido llevados a la gran pantalla y todavía hoy, en 2025, se estrenan biopics sobre ella —el último: la serie de cuatro capítulos de la BBC Miss Austen en Movistar+— no se lo podría creer; pensaría que está sufriendo una alucinación.

Pero esta es la realidad. A la vez que siguen saliendo adaptaciones audiovisuales, también se publican nuevas ediciones de sus obras y libros que ahondan en la personalidad de Jane Austen.

Una de las escritoras de nuestro país que más sabe sobre la autora inglesa es Espido Freire, quien hace unos meses publicó Dos tardes con Jane Austen (Alianza), el último de los tres ensayos que ha firmado sobre ella. En este libro, Espido Freire reivindica una imagen de la escritora alejada de la idea edulcorada que se ha ofrecido de Austen, identificando su persona con sus personajes de ficción. “Cuanto más entras en su vida privada, más cuenta te das de hasta qué punto ha sido confundida con las protagonistas de sus novelas o dulcificada para el gusto de las sucesivas épocas”. Explica que “la escritora es mucho más fácil de atrapar porque está en las novelas, incluso en las cartas, y puedes acercarte a ella desde todas las perspectivas que quieras: la historiográfica, la literaria, la lingüística, la social. La mujer continúa siendo un enigma”.

De ese enigma nos habla también una reciente biografía publicada por Lumen, Jane. Una biografía literaria, de Cristina Oñoro, con ilustraciones de Ana Jarén. El libro va de atrás hacia delante en la vida de Jane y el primer capítulo la sitúa a los 40 años de edad, cuando empieza a disfrutar de sus logros como escritora. Hija de reverendo, con seis hermanos y una hermana (Cassandra, su gran apoyo y a la que nombrará testaferro de su obra), Jane estaba destinada, como las mujeres de la época, a dedicarse al hogar y la familia y, aunque, nunca dejó de hacerlo, logró desarrollar su talento y traspasar el tiempo para entrar en el reducido círculo de la literatura universal; a pesar de que al principio no aparecía ni su nombre en la portada de sus libros.

Virginia Woolf comparó el genio de Austen con Shakespeare y se inspiró en ella para impartir su conferencia Un cuarto propio, donde afirmaba que «una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”, y Jane Austen encontró su lugar para escribir en Chawton, un sitio, como nos cuenta Oñoro, de visita obligada para todos los fans de la escritora inglesa.

“Me cuesta imaginar un entorno más propicio que Chawton para una novelista de comienzos del siglo XIX . Con razón el último hogar de Jane es hoy un lugar de peregrinación al que acuden miles de lectores tras sus huellas. A diferencia de otros sitios en los que vivió, como Steventon, Londres o Bath, Chawton se alza como un auténtico santuario literario. Pues fue en aquella casita de ladrillo rojo, en la que su madre se ocupaba del jardín y Cassandra y Martha de las tareas del hogar, donde Jane por fin pudo convertirse en escritora. Fue allí, en el seno de lo que hoy parece una utopía feminista, donde encontró la tranquilidad necesaria para revisar sus novelas de juventud y publicarlas; es el caso de Sentido y sensibilidad y Orgullo y prejuicio, aparecidas en 1810 y 1813, respectivamente. Y también fue en Chawton donde escribió Mansfield Park (1814), Emma (1815) y Persuasión (1818), los grandes títulos que cambiarían la historia de la literatura”.

Pero poco tiempo le duró esa paz a Jane Austen, porque en 1817 murió en Winchester por una enfermedad que ha dado pie a varias teorías, como detalla Oñoro: “El primero en ofrecer un diagnóstico serio fue el doctor Cope, quien en 1964 emitió un detallado informe en el que sostenía que Jane Austen tuvo la enfermedad de Addison. Se trata de un mal poco común que en la época era muy peligroso. Afecta a las glándulas suprarrenales y, entre otras cosas, provoca una producción deficiente de cortisol, la hormona del estrés, lo que explicaría la fatiga extrema que Jane sufrió. Hoy, la enfermedad de Addison tiene tratamiento y, administrado adecuadamente, habría permitido a Jane vivir mucho tiempo y continuar escribiendo. Unos años después del informe del doctor Cope, Claire Tomalin, destacada biógrafa de Jane, especuló sobre la posibilidad de que hubiera padecido un linfoma de Hodgkin. Argumentó que los fuertes dolores de cara que la escritora sintió en 1813, y de los que se lamentaba en sus cartas, podrían deberse a un herpes zoster como los que en ocasiones surgen con la inmunodepresión provocada por un linfoma. Lucy Worsley, otra autoridad austeniana, llegó aún más lejos lanzando la explosiva teoría de que, tal vez, Jane fuera envenenada con arsénico. Aunque de forma accidental e involuntaria, de eso no cabe ninguna duda. El análisis de uno de sus mechones de pelo que se conservan reveló que lo había tomado en grandes cantidades, seguramente en alguno de los tónicos que recetaban los farmacéuticos de entonces. Aunque es verosímil que padeciera cualquiera de estas enfermedades, lamentablemente nunca conoceremos el verdadero motivo de su muerte”.

Lo que sí sabemos es que, a pesar de haber logrado durante sus últimos años de vida cierto reconocimiento por sus novelas (“hasta el príncipe regente, a quien acababa de dedicar la última de ellas, Emma, se enorgullecía de poseer ejemplares por duplicado, repartidos por todas sus residencias palaciegas”) y haber conseguido un gran número de lectores, cuenta Cristina Oñoro que “como ella misma escribió en su testamento, gracias a sus libros había ganado un total de 84 libras y 13 chelines, una suma poco optimista que tampoco auguraba que su familia fuera a complicarse negociando nuevas ediciones. Además, los manuscritos de Persuasión, de La abadía de Northanger y de las inacabadas Los Watson y Sanditon se encontraban inéditos”. Sin embargo, la intervención de su hermana Cassandra fue fundamental en el legado austeniano que ha llegado hasta nuestros días. “Gracias a ella y a su hermano Henry, Persuasión y La abadía de Northanger vieron finalmente la luz en 1818, de manera póstuma”, pero también por sus acciones, Jane Austen nos es una gran desconocida, “Fue ella quien destruyó la mayor parte de las cartas de Jane —se calcula que escribió unas 3.000 a lo largo de su vida—, de las que únicamente salvó 160, llenas de palabrería insulsa que solo nos ofrece unas cuantas migajas para iluminar su vida. Lo hizo poco antes de morir, en 1845, seguramente porque la incisiva pluma de Jane se despachaba a gusto con las personas de su entorno”.

La mirada a la obra de Jane Austen ha ido variando con el tiempo y, tras sus argumentos románticos y de enredos amorosos, se ha apreciado el humor y el ingenio de esta escritora para ironizar sobre el papel de la mujer en la sociedad de principios del siglo XIX. Cuenta Cristina Oñoro en su biografía que: “En una obra más cercana a nosotros, La loca del desván, aparecida en 1979, Sandra Gilbert y Susan Gubar analizaron los textos de juventud de Jane Austen desde una perspectiva feminista, revolucionando la recepción que la autora había tenido hasta ese momento. En su análisis, estas críticas estadounidenses revelaron cómo nuestra escritora había parodiado las gastadas novelas sentimentales de su época, como Clarissa de Samuel Richardson, el bestseller que arrasaba entre las lectoras desde su publicación en 1748. Su Juvenilia no solo fue una escuela para curtir su talento —como señaló Woolf—, sino también el lugar en el que Jane Austen desmitificó las historias románticas que ella misma devoraba en la biblioteca paterna. (…) En sus novelas de madurez, Jane seguirá alertando del peligro que supone mantener a las jóvenes en la ignorancia, sin ninguna educación ni conocimiento del mundo, mientras se las atiborra de productos culturales escapistas, como la ficción romántica, que llenan sus cabecitas de absurdas fantasías. Defenderá el género narrativo como pocos autores lo han hecho, pero criticará también de manera subversiva las convenciones, tanto sociales como literarias, que limitan la vida de las mujeres”.

La obra de Jane Austen sigue siento tan actual como hace 250 años. Ella escribió sobre las convenciones y las pasiones humanas, y estas últimas poco varían, son las que mueven el mundo; por eso Jane Austen forma parte de esos escritores inmortales que siguen leyéndose y a los que auguramos lectores, por lo menos, durante 250 años más.