Leyendo «El eterno marido», de Dostoievski

La editorial Alba publica el clásico «El eterno marido», del escritor ruso Fiódor Dostoievski.

Texto: David PÉREZ VEGA

 

Ya he comentado más de una vez que Fiódor Dostoievski (Moscú, 1821 – San Petersburgo, 1881) es uno de mis escritores favoritos. Cuando vi que la editorial Alba sacaba seguidas tres obras de escritores rusos del siglo XIX (El eterno marido de Fiódor Dostoievski, Aguas de primavera de Iván Turgénev y ¿Quién tiene la culpa? de Aleksandr Herzen) decidí pedírselos para poder leerlos y reseñarlos. Un exceso que esta en consonancia con mi nueva política de leer más libros clásicos. He empezado con El eterno marido, a pesar de tener aún pendiente la lectura de El adolescente, también publicado por Alba.

 

El eterno marido se publicó inicialmente por entregas en una revista, que le había hecho el encargo a Dostoievski. Esta obra, que vio la luz en 1870, se encuentra entre El idiota (1867) y Los demonios (1872). El eterno marino siempre se ha publicado con la apostilla de «Relato», porque en principio Dostoievski pensaba que iba a ser más corto de lo que acabó siendo, una novela relativamente corta –de 225 páginas– comparada con otras de su producción, pero no una nouvelle.

 

Dostoievski escribe el primer capítulo del libro como desaconsejan hacerlo los talleres de literatura: en vez de mostrar al personaje mediante sus acciones, el narrador «explica» cómo es el personaje sin ponerlo aún en movimiento. Así, se nos contará que el protagonista principal de la novela es Velchanínov, que tiene unos treinta y ocho o treinta y nueve años (con esta imprecisión cuenta el narrador) cuando empieza la historia, pero que aún conserva un aspecto joven y que en el pasado ha tenido éxito con las mujeres. Sin embargo, desde hace una temporada le ha cambiado el carácter. Ha dilapidado ya dos fortunas y su vanidad empieza a resistirse. De repente, se ha convertido en un hipocondriaco y le han empezado a causarle inquietud recuerdos del pasado, con los que, hasta ahora, había podido convivir sin problemas. El capítulo, sin embargo, funciona a la perfección; así que en los talleres de literatura deberían enseñar que no hay que explicar al personaje sino mostrarlo, a no ser que seas Dostoievski, en cuyo caso puedes hacer lo que quieras. En cierta medida, la angustia vital de Velchanínov me ha recordado a la del personaje de Memorias del subsuelo de 1864.

 

Velchaninov no parece tener oficio conocido y se encuentra en San Petersburgo, desde hace semanas, porque está pendiente de la resolución judicial en un caso de herencia, que podría ser a su favor. Empezará a indagar en sí mismo sobre el origen de su congoja y se dará cuenta de que se siente inquieto desde que se cruza por las calles de la ciudad con un hombre, que lleva un sombrero con un crespón negro, que parece seguirle y que, de un modo u otro, sabe que forma parte de su pasado, pero no logra reconocerlo.

 

En el capítulo II. Velchanínov va a reconocer, al fin, al hombre del sombrero con un crespón negro. Se trata de Pável Trusotski, con quien coincidió hace nueve años en la ciudad de T. Velchanínov fue amante de su mujer, Natalia Vasílievna, muerta hace unos meses. Velchanínov no estaba muy orgulloso de su amante provinciana, pero sentirá su muerte. Dejó la ciudad de T, cuando el triángulo amoroso, que formaba con Trusotski y Natalia, se transformó en un cuarteto, al convertirse Natalia también en amante de un militar joven, y además Natalia le anunció a Velchanínov que era posible que estuviera embarazada de él.

 

Es muy significativo, para entender la atmósfera de la novela, el modo del que se sirve Dostoievski para crear la escena del encuentro entre Velchanínov y Trusotski: Velchanínov está teniendo una pesadilla, en la que mucha gente irrumpe en su casa, acusándole de un crimen, y en la mesa del sueño está sentado un hombre, con el que sabe que tuvo relación en el pasado, pero al que no reconoce. En el sueño se oyen tres sonoros campanillazos, que despiertan a Velchanínov porque quizás están teniendo lugar en la realidad. Sale de la cama. Es medianoche. A través de la ventana ve que en la calle está parado el hombre del sombrero con el crespón negro y que mira hacia su casa. Se dirige a ella y empieza a forcejear con el pomo de la puerta, como si quisiera entran sin permiso. Velchanínov abre la puerta y ya sí, reconoce a Trusotski.

 

La sensación de atmósfera onírica es constante, y no solo en esta escena, sino que un aire irreal va a rodear la relación que Velchanínov y Trusotski van a establecer a partir de este momento. De hecho, toda la atmósfera de la escena recuerda mucho a la que se puede leer en las novelas de Franz Kafka. Como ya he escrito, al comentar otras novelas de Dostoievski, el escritor ruso era uno de los referentes de Kafka y el lector puede rastrear sobre los orígenes de la prosa de Kafka en capítulos como los que contiene El eterno marido.

 

En gran medida, esta novela de Dostoievski me ha recordado a la segunda de Dostoievski, El doble, donde su protagonista se iba encontrando con una persona que él pensaba que se trataba de sí mismo. Velchanínov no se encuentra aquí con sí mismo, pero sí con su pasado, ya que Trusotski va a acabar despertando a algunos de sus fantasmas más íntimos, y su presencia –que en muchos casos parece surgir más de la nada que de las calles de San Petersburgo– parece imponerse a Velchaninov de un modo un tanto pesadillesco. De hecho, en algún momento los dos antiguos amigos han de compartir casa para dormir, y en la noche Velchanínov tendrá la sensación de estar viendo un fantasma, aunque seguramente se trate solo de Trusotski.

 

Velchanínov consideraba a Trusotski, cuando lo conoció en T, un hombre sensato; pero ahora en San Petersburgo, tras la muerte de su mujer, vaga sin rumbo, emborrachándose cada día y encontrando problemas. Para el soltero Velchanínov, Trusotski es solo un «eterno marido», alguien que no puede vivir sin estar casado, aunque su mujer no lo respete y siempre esté portando cuernos. Trusotski parece hallarse en San Petersburgo para ajustar cuentas con el segundo amante que él le conoció a Natalia, y se pregunta si Trusotski conoce realmente qué clase de relación tuvo con su mujer y si trama algo contra él.

 

Quizás El eterno marido no sea una de las novelas más conocidas de Dostoievski, aunque algún experto en la obra del ruso, como Alfred Liúdvigovic Bem, asegura que es «uno de los trabajos más completos de Dostoyevski atendiendo a su composición y desarrollo de la trama», así como una de sus obras «más logradas técnicamente». Es cierto, que algunos críticos han acusado al Dostoievski de las novelas más largas de cierta dispersión de sus tramas (aunque es algo que a mí me encanta) y que todo está más controlado y medido en esta novela relativamente corta. A mí me parece que las obras más largas y famosas de Dostoievski, como Crimen y Castigo, Los hermanos Karamázov, Los demonios o El idiota son superiores a El eterno marido; pero también debería apuntar que las cuatro obras que cito se encuentran entre mis favoritas de todos los tiempos. He disfrutado mucho de El eterno marido, una obra destacada dentro de la gran literatura rusa del siglo XIX. Me ha gustado volver con Dostoievski y espero no dejar pasar mucho tiempo para acercarme a El adolescente.