«Arde ya la yedra»

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Arde ya la yedra
Gonzalo Hidalgo Bayal
Tusquets
344 páginas | 19,90 €

 

Desde lo más hondo de la tradición metaliteraria, surge Arde ya la yedra (Tusquets Editores, 2024), una novela que se lee como si el autor la estuviera escribiendo para ti en ese mismo instante; o como si el libro fuera un objeto vivo que se construye a sí mismo y que, al terminar la lectura, se autodestruirá.

Un misterio pegajoso y sospechoso -sensación que acompaña en cada página- está presente desde la misma lectura del título. Arde ya la yedra. Vuelve atrás y léelo de nuevo. ¿No lo has visto todavía? Estamos ante un palíndromo, una palabra que se lee igual de atrás adelante, en otra palabra, capicúa. Estamos, de hecho, ante el primer juego literario de muchos que propone la novela, una narración trufada de trucos y guiños que funcionan a la manera de una novela negra, donde late una pregunta sin resolver y cuya fuerza de atracción -que no quiere sino que la respondamos- nos arrastra página tras página, a medida que se hace más grande, engordada por una cornucopia imaginativa.

Con una prosa exquisita y preciosista que, al inicio, recuerda a Landero, y que luego, por su aguda ironía cargada de sorna, nos evoca las novelas metaliterarias de Vila-Matas, el narrador nos cuenta a dónde le llevó la maldición o bendición -según se mire, como bien reflexiona-, de sufrir un profundo aburrimiento estival con veinticuatro años: a escribir una novela para presentarla a un certamen de palindrómico nombre. La desesperada búsqueda de la forma y contenido de esa primigenia novela, no será sino la misma forma y contenido del libro que tenemos en las manos, un artificio muy inteligente que contiene su propio libro de instrucciones y que, a veces, parece erigirse como algo más que un libro y que exige, por parte del lector, una afilada atención.

Cuidado, el camino de Arde ya la yedra está lleno de símbolos de cuyo desciframiento dependerá que la espesura se aclare. Como en las paradójicas novelas-enigma de Trias de Bes, esta lectura también será activa, un reto para los lectores cómodos. Guillem Borrero