Anthony Pagden: «Trabajando por separado no vamos a ninguna parte»

«En busca de Europa. Una historia» (Alianza Editorial), el politólogo, historiador y profesor Anthony Pagden indaga en el pasado de la actual Unión Europea, atendiendo a cuestiones históricas, filosóficas, políticas y de actualidad.

Texto: David VALIENTE

 

 

“Paso la mitad del tiempo en Italia y la otra mitad en Francia; hablo el italiano con mi esposa e imparto mis clases en inglés, apenas tengo tiempo de practicar mi español”, dice el politólogo, historiador y profesor Anthony Pagden a modo de disculpa tras terminar la entrevista con Librújula. Su español está atravesado por léxico en francés e italiano, apenas introduce vocablos en inglés, solo cuando la memoria le falla en los otros tres idiomas o cuando el concepto empleado solo ha sido captado por la lengua de Shakespeare.

Algo extraño a primera oída si no desconocemos que es de origen británico; pero entendible cuando comprobamos que ha realizado estancias como alumno y profesor en un gran número de universidades de medio planeta. De hecho, el profesor Pagden ha impartido clase en esa tríada de universidades a la que toda persona disciplinada y dispuesta a desarrollar una carrera prometedora quiere acceder, pero la mayoría solo lo hacen en sueños; me refiero a Oxford, Cambridge y Harvard.

Sus publicaciones, traducidas a diversos idiomas, tratan sobre temas que van desde la imposibilidad actual de replicar los sistemas democráticos occidentales en los países musulmanes (Mundos en guerra. 2.500 años de conflictos entre Oriente y Occidente) a temas relacionados con el desarrollo histórico de los imperios europeos en siglos pasados (Señores de todo el mundo: ideologías del imperio en España, Inglaterra y Francia). En su último libro publicado en español por Alianza Editorial, En busca de Europa. Una historia, indaga en el pasado de ese gran ente transnacional con pies de papel que parece ser la actual Unión Europea, atendiendo a cuestiones históricas, filosóficas, políticas y de actualidad.

¿Ha sido la Unión Europea resultado del azar?

Para nada. Mi intención con este libro es mostrar al público que hay un proyecto político en Europa que comenzó más o menos en 1.815 (las fechas pueden variar) y que tiene su continuidad hasta nuestros días. Es cierto que los objetivos han cambiado a lo largo de estos siglos y seguirán cambiando (como ocurre con todos los proyectos políticos inconclusos), a causa, sobre todo, de la acción humana y la ventura que han condicionado y condicionarán los acontecimientos históricos. Pero para nada es un hecho azaroso. En verdad, y en el libro insisto, tampoco es una respuesta exclusiva a la grave crisis acontecida tras la Segunda Guerra Mundial. Si rastreamos la historia de nuestro continente, hallaremos anteriores intentos (tras la guerra Franco-prusiana o la Primera Guerra Mundial, pongo por caso) de construir una estructura política supranacional. Con cada nuevo intento, el objetivo cambia, aunque la esencia permanece, y esta tiene que ver con crear lazos de unidad entre los pueblos europeos.

 

¿Qué hay de cierto en lo que Napoleón dijo de querer construir la “familia europea”? ¿Esas fueron sus intenciones?

Existe la disyuntiva de poderes (y Napoleón lo expuso) entre la concepción de imperio, en el sentido clásico de la palabra, y de federación. El esquema federativo suele generar problemas porque una nación puede cooptar el poder dentro de la estructura política. Napoleón dijo esas palabras en el exilio cuando necesitaba generar una imagen más favorable de su persona. Él, en realidad, proyectó una construcción política que continuara los esquemas de imperio clásicos y estableciera en Francia, con su capital París, el centro del poder imperial. Pero lo presentó al mundo como una recreación de lo que denominó la ‘Gran Familia’, algo así como unos Estados Unidos o una especie de Ligas Anfictiónica de la antigua Grecia. En el libro, también recojo otras versiones teóricas de unificación europea, un ejemplo lo traza Víctor Hugo, que compartía elementos similares a los defendidos por Napoleón: la lengua franca tenía que ser el francés y la capital se debía establecer en París. Por supuesto, su modelo también es inaceptable si quieres obtener una construcción federal.

 

¿De qué modo ha contribuido Napoleón a la construcción de la unidad europea?

Aunque Napoleón no pergeñó un plan para crear una jurisprudencia universal, su huella en la historia nos acercó a una idea crucial dentro de las estructuras federativas actuales: el código napoleónico unificaba los sistemas legales de los países, un elemento imprescindible si persigues algún tipo de unidad. Por otro lado, Napoleón también presentó dentro del contexto de la Revolución Francesa una configuración estatal parecida a un sistema democrático liberal, aunque a los pueblos europeos no se les vendió así y la terminaron rechazando. Sin ir más lejos, la reacción en España al Imperio napoleónico fue la creación de una nación liberal que, cierto es, no duró más que dos años. En suma, Napoleón luchó por organizar Europa bajo el Gobierno de un Imperio francés, pero, aunque no tuvo éxito, dos aspectos básicos, como son la creación de una constitución universal homogeneizadora de los gobiernos bajo un sistema federativo y la presencia de una concepción liberal, han sobrevivido al paso del tiempo. Pero esto solo fue el principio.

 

En el libro, comenta cómo la nación moderna se libró del concepto de ‘padre de la patria’. ¿Cree que si no se hubiera matizado este aspecto la Europa democrática, liberal y republicana hubiera podido existir?

Lo dudo mucho. Immanuel Kant y un discípulo suyo contemporáneo, Jürgen Habermas, sostienen que la disociación entre la idea de Estado y de familia (coronando la cúspide del poder familiar la figura del padre) no encaja con los sistemas republicanos, democráticos y liberales, es decir, que una constitución que defienda esos principios, sobre todo los republicanos, solo tendría cabida si se desecha esa concepción de la nación como una extensión de la familia. Sin embargo, dicha disociación es muy difícil de extinguir, vivió en el imaginario fascista durante el periodo entreguerras y continúa apreciándose en las formas de fascismo moderno, así lo hemos podido comprobar en Estados Unidos con Donald Trump.

 

Ahora el nacionalismo no tiene la buena prensa que sí tuvo en el siglo XIX. ¿Qué ha sucedido en estos siglos para que haya experimentado un cambio tan brusco?

En el libro, he intentado explicar que los nacionalismos, tanto en Europa como fuera de ella, fueron herramientas liberalizadoras porque se convirtieron en la expresión de grupos concretos dentro de una estructura política más grande e imperial. Piense en Italia y Alemania y de cómo unificaron los países tomando de base el concepto de nación. De hecho, describo esos procesos empleando el marco teórico proporcionado por los escritos del gran pensador y político italiano del siglo XIX, Giuseppe Mazzini, quien concibió el nacionalismo como una doctrina liberalizadora, pues permitía la creación de una estructura federativa independiente, autosuficiente y construida por diferentes Estados. No obstante, los neohegelianos a finales del siglo XIX se apropiaron de las ideas de nación de Giuseppe y durante los años 20 y 30 del siglo XX le dieron la vuelta. Ni Italia ni Alemania terminaron sus respectivas unificaciones en el siglo XIX, sino que el proceso se prolongó durante unos cuantos años más y terminó por asumir el ideario neohegeliano más proclive a instar a los Estados a competir que a cooperar. Entonces, aprovechando los colapsos de la República de Weimar y de la Monarquía italiana, los sistemas políticos de ambos países se reconstruyeron tomando de base la imagen de nación neohegelina. Algunos le dirán que los nacionalismos tienen esa tendencia, que, además, hemos visto en los movimientos populistas europeos: ellos son los mejores y, por lo tanto, no quieren colaborar con el resto de países. Sin embargo, el verdadero desafió de nuestra época es construir un concepto de nación liberal que nos impulse a colaborar con otras naciones.

 

Reino Unido rompió la colaboración con la Unión Europea ¿Le ha salido caro el Brexit?

Carísimo. A nivel económico ha sido desastroso; y a nivel político, también. Se han creado una serie de disfunciones entre los diferentes partidos que antes no existían (quizá, después de este momento de crisis se produzcan reformas en el espacio político y resurja de nuevo una alternativa centrista). Han robado a esta generación y a las futuras la posibilidad de ampliar sus horizontes: estudiar, trabajar y vivir experiencias en Europa para ellos es mucho más complicado. He vivido en varias partes del mundo, pero también he pasado mucho tiempo en Reino Unido y he podido apreciar los cambios experimentados por esa sociedad que en los años 70 adoraba a The Beatles. Gran parte de mi generación todavía alberga la imagen de Reino Unido como la gran vencedora de la Segunda Guerra Mundial, y son ellos los que han votado por la desconexión, por un desconocimiento instrumentalizado por la extrema derecha y otros grupos también de izquierda que aseguran que si la Unión Europea se hubiera organizado en 1944, Reino Unido no hubiera podido crear su sistema de seguridad social. La izquierda británica siempre ha considerado que la Unión Europea es un sistema político defendido por el centroderecha. No obstante, estas visiones son anacrónicas porque el imperio ya no existe y en todos los países europeos encontramos una base de beneficios sociales similares. La Inglaterra que apoyó el Brexit no hace más que recordar un pasado glorioso que, si bien existió, no deja de ser pasado. O si no piensan que tienen una relación especial con Estados Unidos, que en realidad es pura fantasía, no digo que no funcione bien a nivel de cultura popular, desde luego, los estadounidenses están entusiasmados con Harry y Megan, pero en los estratos políticos y económicos no es así. Por supuesto, Reino Unido tiene importancia porque es una potencia militar que, además, forma parte de la OTAN, pero hasta aquí se puede leer el vínculo con Washington. Ahora mismo en el mundo se están desarrollando un conglomerado de federaciones, ¿qué puede hacer un país pequeño como el británico contra ellos? Lo que toca ahora es configurar un estado social que funcione y coopere con el resto de Estados miembros de la Unión, porque, la verdad, no sé a dónde se encamina Reino Unido en estos momentos.

 

Habría quienes sí estuvieran a favor de permanecer en la Unión Europea…

Es cierto que en 1930 Churchill dijo: “Estamos en Europa, pero no en ella. Estamos vinculados, pero no comprometidos”. Estas palabras han estado en la mente de muchos dirigentes ingleses. Pero otra parte de la clase dirigente ve en la Unión Europea un mercado común y cuando comenzó la unidad aduanera la acogieron con gran entusiasmo. Ellos aseguraban que el futuro no estaba al lado de los Estados Unidos ni en el imperio, el cual ya no existía. En contra, el futuro estaba en la nueva unión que se creaba en Europa, e insistían que Reino Unido debía contribuir a dicho esfuerzo comunitario. Eso mismo se decía en España, tanto desde la izquierda como desde la derecha, durante los últimos estertores del franquismo. Los políticos con visión de futuro afirmaban que debían estrechar lazos con Europa. Sí, podía haber Estados excepcionales, ahí están los casos de Suiza e Islandia, que no necesitarán de la cooperación, pero son contadas excepciones.

 

¿La Unión Europea debería dotarse de una Constitución?

Es un tema complicado. Los tratados, dice la Corte europea, conforman una constitución. Por supuesto, la Corte tiene razón, no es necesario tener un texto constitutivo para desarrollar un proyecto político, existen casos en el pasado que lo confirman. Sin embargo, creo que con la construcción federal que Europa tiene ahora entre manos, sería muy útil. Es cierto que las constituciones escritas pueden generar ciertos fetiches: por ejemplo, la americana permitía en el año 1868 portar armas y, hoy, en pleno siglo XXI, la constitución sigue avalando esa ley, sin tener en cuenta que las armas eran diferentes y las consecuencias también. Y aunque los padres fundadores advirtieron de que la constitución debía modificarse al compás de los tiempos, la derecha estadounidense ha olvidado precisamente esto y se han transformado en una especie de fundamentalista, que sigue ciegamente el texto al pie de la letra. De hecho, cada vez que se propone dotar a Reino Unido de un texto constitucional, los argumentos en contra son precisamente los que acabo de exponer; aunque también es cierto que en España y en Italia han sido capaces de adaptar sus leyes a los tiempos que corren. Sí, sería útil una constitución escrita en la Unión Europea (quizá no necesaria). Pero no una constitución con doscientas y pico páginas, más bien una cosa breve que nos muestre las directrices básicas y las competencias de la Unión. El Brexit fue en gran medida un acto de ignorancia. Partamos de la idea de que una parte importante de los ciudadanos no tienen interés por la política, no se han leído la constitución de su país y votan sin conocer los programas de los partidos políticos. Sin embargo, si los británicos hubieran tenido un documento breve de referencia donde buscar si Bruselas actuaba de la misma manera que un imperio y tenía competencias sobre la gran isla, hubieran conocido los límites de su poder y se hubieran convencido de que nadie en Bruselas contaba con la potestad para abolir las navidades; asimismo, hubieran podido intuir algunos de los sucesos que acontecieron tras la desconexión. En Estados Unidos, cada estado y caca individuo tienen acceso a un documento donde se explicita las competencias del poder central.

 

¿Los sucesos ocurridos en el último lustro han cambiado de alguna manera la Unión Europea?

Yo diría que sí. Aún desconozco con exactitud las relaciones entre causa y efecto, pero creo que se ha reforzado el sentimiento de unidad. El Brexit ha supuesto un gran shock no solo para Reino Unido, también para Europa, y ha provocado que los movimientos de extrema derecha del continente cambien sus discursos: Marine Le Pen, por ejemplo, ya no habla de la necesidad imperante que tiene Francia de salir de la Unión Europea y abandonar el euro; por su parte, Giorgia Meloni, en Italia, cada vez hace más referencias a una unión tipo ‘marshelliana’, es decir, que los pueblos mantengan su nación dentro de una estructura supranacional. Por otro lado, la pandemia ha dejado al descubierto la debilidad de nuestros sistemas sanitarios y nos ha demostrado que la forma más segura de salir lo más ilesos posible de una crisis como la que comenzó en 2020 es mantenernos unidos. Lo mismo ocurre con el cambio climático. Francia se está dando cuenta de que su Estado no puede combatir sin ayuda los problemas que la agricultura en el sur del país está afrontando debido al cambio climático, necesita el apoyo de los socios europeos. Trabajando por separado no vamos a ninguna parte. En cuanto a la guerra en Ucrania, estamos ante un conflicto con una doble lectura: por un lado, Rusia muestra su músculo imperial y reclama unos territorios perdidos, mientras que Ucrania lucha por mantener la independencia de su nación. Ambos emplean un lenguaje que nos remite a las ideologías del siglo pasado. Sin embargo, en esta guerra hay un tercer elemento que juega un papel importante, la OTAN. La OTAN está constituida por países europeos y no europeos que colaboran entre ellos a título personal dentro de una especie de conglomerado militar diverso y diferente. Emmanuel Macron dijo que debemos ir pensando en la construcción de unas fuerzas armadas europeas; él entiende que dentro de la OTAN, donde conviven tres potencias militares, el equilibro de intereses y el juego político resulta complicado. No soy adivino y los acontecimientos del presente están en continuo cambio, pero quizá la coyuntura que vamos a afrontar empuje a los países europeos a una mayor unión y, quizá, a una mejor relación con Reino Unido y los Estados Unidos.