Antenas de un mundo oculto
En “Hongos fantásticos” (Blume), el micólogo Paul Stamets reúne su conocimiento e impresiones sobre el mundo de los hongos y las setas junto a destacados expertos. Nos sumerge bajo tierra en un universo asombroso, crucial para la vida en el planeta.
Texto: Silvia Rinlo Foto: Blume
Paul Stamets salió una mañana de verano a regar su huerto de setas y observó que había una veintena de abejas de sus colmenas sobre la superficie de astillas de madera. Se percató de que las abejas estaban sorbiendo las pequeñas gotas que supuraban los hilos blancos de micelio, los inmensos hilos que forman las redes de conexiones subterráneas de los hongos. Constató que había una romería de abejas día y noche entre el panal y aquel campo impregnado de jugo de setas. Tiempo atrás, un amigo, el cineasta medioambiental Louie Schwartzberg, le había expresado su preocupación por la gran mortalidad de las abejas, las mayores polinizadoras que contribuyen al ciclo de la vida, afectadas por los virus que les contagian los ácaros Varroa. Stamets estaba en un proyecto de estudios con hongos reductores de los virus de la gripe y la viruela, y pensó que tal vez el instinto de las abejas las llevaba a sorber ese goteo del micelio de los hongos porque les resultaba benéfico. Cuatro años más tarde, ese proyecto de investigación en colaboración con la Universidad de Washington certificó que los extractos de micelio de los hongos políporos de bosque reducen los virus que matan a las abejas.
Hongos fantásticos nos muestra todo un mundo asombroso bajo nuestros pies. En la magnífica fotografía que acompaña esta noticia se muestran en un corte longitudinal del suelo los hilachos blancos del micelio, que forman una compleja red que recuerda al sistema nervioso del cuerpo humano. Las setas son la punta del iceberg de ese mundo sumergido que mantiene entrelazada toda la vida vegetal bajo el bosque. La profesora de ecología Suzanne Simard la describe como “una vibrante red de hilos casi microscópicos que reciclan el aire, el suelo y el agua en un ciclo continuo de equilibrio y reposición”. Nos explica cómo los hongos, con sus enzimas, realizan el proceso de descomposición de la madera y absorben sus nutrientes, una parte de los cuales pueden convertirse en nutritivas setas.
Tradd Cotter, microbiólogo y micólogo, explica que los hongos son el pegamento en los reinos de la vida, que incluyen a insectos, plantas y animales. Hacen que los nutrientes sean biodisponibles para los demás organismos.
Paul Stamets insiste en que “la historia de los hongos es la historia de nuestra unidad esencial”. Nos dice que todo el mundo mira por encima del suelo para buscar soluciones a nuestros problemas medioambientales, pero podemos encontrar algunas en los hongos para abordar muchos de los retos a los que nos enfrentamos. La primera lección de los hongos es que trabajan en simbiosis y en red de manera colaborativa con los árboles, insectos y organismos del bosque. Los hongos micorrícicos establecen relaciones de mutua supervivencia con los árboles. El hongo absorbe nutrientes del suelo que el árbol no es capaz de procesar y se los traspasa a sus raíces. A cambio, el árbol proporciona al hongo azúcares. Los hongos absorben una parte muy importante del CO2 que captan los vegetales durante la fotosíntesis (y crea el temido efecto invernadero) y lo bloquean bajo tierra.
El libro también se adentra en esas antenas del mundo subterráneo que son las setas. Su origen bajo tierra, en esos complejísimos intercambios de nutrientes, azúcares y substancias, las hace únicas. Stamets, una de las personas que más saben del tema, nos dice que “las setas son un misterio”. Nos habla de los diferentes tipos, su cultivo, sus aplicaciones terapéuticas y también psicodélicas. Desde la noche de los tiempos, los chamanes y aquellos que han querido conectarse con lo sagrado han recurrido a los hongos alucinógenos en una relación entre la química y la conciencia de la que todavía ignoramos muchas cosas. El relato de los experimentos médicos con psilocibina extraída de hongos resulta sorprendente, y se considera que va a ser muy importante su uso en los próximos años en tratamientos contra la depresión y la ansiedad. Mary Cosimano, que lleva años trabajando en la Fundación Johns Hopkins en experimentos con psilocibina con voluntarios, explica que combinan su administración con la escucha de música suave para que trabajen juntos en la mente. Dice que lo que sucede “es difícil explicarlo con palabras. Con casi todos los voluntarios con los que viajamos surge algo primigenio y hermoso”.