Amin Maalouf: “Exageramos al afirmar que Occidente se hunde”

El escritor libanés, afincado en Francia, Amin Maalouf publica el ensayo «El laberinto de los extraviados» (Alianza Editorial).

Texto: David VALIENTE  Foto: B. MOYA (Anaya)

 

Amin Maalouf,  Premio Príncipe de Asturias, se encuentra en España para promocionar su nuevo ensayo, El laberinto de los extraviados, donde muestra de un modo muy didáctico y amable una serie de enseñanzas que Occidente puede sacar de la historia de dos civilizaciones, la china y la japonesa, y de dos imperios, el soviético y el estadounidense. El nuevo libro del escritor de origen libanés se puede leer en clave histórica o actual. En Librújula, hemos preferido hablar con él de su visión internacional, para que nos ilumine con esas dosis de cordura tan imperantes en sus obras literarias y tan escasas en las circunstancias presentes. Pero antes quisimos saber cómo estaba viviendo esa nueva misión para con las letras francesas, como secretario de la Academia Francesa: “Lo vivo con una enorme responsabilidad. Me ha cambiado por completo la vida; acostumbrado como estaba a grandes periodos de soledad para dedicarme a la escritura, este cargo me obliga a dirigir la administración de la Academia y de cuidar las relaciones institucionales con sus hermanas en otras lenguas. Es una carga más pesada de lo que yo pensaba”, dice con una sonrisa que no oculta su cansancio. “Mis atribuciones se han duplicado; tengo muchos proyectos de escritura y mucho menos tiempo para llevarlos a cabo. Me han dado un puesto vitalicio en la Academia Francesa a la edad en que todas las personas están jubiladas”, dice Amin Maalouf.

 

¿Usted cree que Occidente se encuentra en un proceso de decadencia, como aseguran algunos analistas?

No lo creo. Aunque es verdad que se puede apreciar un cierto declive; hoy por hoy, en su conjunto, los países que configuran el bloque occidental siguen siendo los más importantes a nivel político, militar, económico y tecnológico. Exageramos al afirmar que Occidente se hunde. Pero también es cierto que otros países cuentan con mayor capacidad de influencia e impugnan el papel interpretado por los occidentales hasta el momento. Me refiero a China, India y Rusia, aunque este último no es una potencia nueva, ya que son poderosos, cuentan con mucha población y su importancia crece por momentos. Por lo tanto, necesitamos que los países se entiendan y que Occidente busque nuevas formas de relacionarse con esos países que lo desafían.

 

Hay voces que aseguran que el panorama internacional estará marcado por un equilibrio de poderes, en el que, presumiblemente, las cabezas más destacadas serán Estados Unidos, China, India y Rusia. ¿Este nuevo orden internacional será más calmo que el experimentado durante la Guerra Fría?

No puedo hablar de preferencias entre un tiempo y el otro. Durante la Guerra Fría hubo una serie de problemas y unos modos de funcionamiento que la historiografía nos acabó revelando. Había gente muy especializada que conocía las sinergias del conflicto y sabía evitar una escalada del mismo. Pero ahora, los actores son más numerosos y las reglas del juego están menos claras. Necesitamos un nuevo orden que comprometa la voluntad de cooperar de los actores internacionales.

 

En dos ocasiones, Japón se convirtió en un ejemplo para los países colonizados. Habían conseguido lo que todos los oprimidos del mundo deseaban: desafiar a Occidente. Salvando las distancias, ¿Rusia puede desempeñar el papel que jugó Japón a finales del siglo XIX y mediados y finales del XX?

No lo creo. Japón inspiró al resto de países por su éxito en el desarrollo económico acelerado. Los países lo veían como el modelo a seguir si querían salir de la pobreza y convertirse en una nación próspera y respetada. Sin embargo, Rusia (ni la Unión Soviética) tiene (ni ha tenido) un modelo económico funcional. Los países del sur global que se inspiraron en el modelo soviético alcanzaron la ruina. El talón de Aquiles de Moscú ha sido siempre el sector económico, por cosas ya de sobra conocidas. Creo que, hoy en día, el país que sí puede servir de modelo a esos países más rezagados es China, porque ha experimentado un crecimiento económico espectacular en 40 años. De todos modos, tampoco creo que sea un modelo a seguir más válido que Rusia; al menos, no tengo noticias de que ningún estado haya expresado su deseo de parecerse a ella.

 

Hablando de China, desde Occidente se está creando una imagen muy negativa del país. Indudablemente, es un desafío para los integrantes del bloque, pero la narrativa que se está desarrollando tiene un aura de creciente pánico. ¿Deberíamos tener miedo por el ascenso de China?

Si algo está claro es que el desarrollo que ha experimentado en estas últimas décadas lo ha convertido en una potencia a tener en cuenta en el ecosistema internacional. ¿Debemos tener miedo? En un mundo donde imperen las relaciones cordiales entre los Estados no habría que tenerlo. No es tanto una cuestión de miedo, sino de alcanzar un entendimiento y ser conscientes de que todos sacan beneficio del desarrollo de China. De hecho, muchos países deben su propia prosperidad al crecimiento económico de Pekín. Por lo tanto, yo no lo entiendo como una amenaza, aunque sí es verdad que debemos desarrollar un nuevo orden mundial que integre el nuevo balance de poderes. Necesitamos que las potencias cooperen y trabajen juntas para evitar los conflictos y resolver los grandes desafíos que a la humanidad le quedan por delante.

 

La ONU intenta crear un ambiente de concordia entre los países. ¿Ya no tiene validez?

Evidentemente, la comunidad internacional necesita nuevas instituciones o refundar las ya existentes. Las potencias han demostrado su incapacidad para cooperar, por lo tanto, esas nuevas instituciones internacionales tendrían que contar con el compromiso de que los actores implicados llegaran a acuerdos. Las instituciones internacionales actuales se crearon después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando un gran conflicto terminaba, acaecía un proceso de paz y un nuevo acervo jurídico internacional. Sin embargo, hoy tenemos que ser capaces de pensar un nuevo orden mundial anticipándonos al futuro conflicto, del cual desconocemos cuánto durará o cuánta destrucción producirá.

 

Al igual que en El desajuste del mundo, en este nuevo libro, a través de la historia de Japón de los años 30, nos habla de los problemas que tuvo la democracia japonesa cuando los militares tomaron las riendas del poder. En la actualidad, el mundo está cada vez más militarizado, el gasto en armamento ha aumentado desde la guerra en Ucrania, los países se están replanteando el establecer de nuevo el servicio militar… ¿Cree que esta militarización resentirá nuestras democracias liberales?

Tenemos esta sensación porque durante décadas fuimos capaces de evitar la guerra, y llegamos a pensar que un conflicto como el que está abierto ahora mismo en Ucrania no se iba a dar nunca en suelo europeo. Los acontecimientos evolucionan y las expectativas no son precisamente tranquilizadoras. No creo que esto constituya una amenaza grave para nuestro sistema político, lo que sí es evidente es que nuestro mundo viviría mucho mejor si hubiera menos conflictos y los presupuestos para armamento se destinaran a otras cosas. Por otro lado, hay un aspecto de este crecimiento armamentístico del que no se ha hecho mucho eco la prensa: esta nueva carrera centra sus esfuerzos en mejorar e incrementar el armamento más sofisticado, y esto nos puede abocar a conflictos muy distintos de los que conocemos hasta el momento. Y, desde luego, el ambiente actual no ayuda en absoluto a controlar esa carrera armamentística.

 

Usted habla siempre en sus libros sobre la importancia del diálogo intercultural y la educación, ¿cómo podría aplicarse este enfoque para aliviar las tensiones y promover la paz entre el pueblo palestino e israelí? ¿Cree que las futuras generaciones podrán marcar un punto de inflexión que les conduzca a un fin definitivo de las hostilidades?

Sigo esperando a que se encuentre una solución y debemos intentar alcanzarla. Creo que el conocimiento mutuo y sentir la cultura del otro podría ayudar a lograr una convivencia pacífica entre las comunidades que están pugnando o han pugnado en el pasado. Sigo esperando la solución de los conflictos, pero tanto en el Próximo Oriente como en el resto del mundo las previsiones son contrarias a mis expectativas. No podemos perder la esperanza, su antítesis no nos conduciría a nada, tenemos que seguir pensando que algún día se producirán cambios que de verdad nos permitan solucionar los conflictos que ahora mismo pensamos que no tienen solución.