60 años del estreno de la película «El camino», basada en la novela de Miguel Delibes

Un rodeo literario a la novela “El camino”, de Miguel Delibes,  y su adaptación cinematográfica, cuando se celebra el 60 aniversario del estreno de la película.

Texto: Sergio NÚÑEZ VADILLO

  

Lo que no sabía al despertar esa mañana luminosa de 1980 es que ese día fuese uno de los momentos más determinantes de mis escasos cuatro años de vida.

Mi madre insistía en que terminara el desayuno cuanto antes porque tenía que llevarme a la escuela, ¿escuela? Llevaba unos días escuchando esa palabra, ya que tenía que incorporarme al nuevo curso escolar. Tuvo que sacarme a tirones de casa ante mi desazón infantil. Atravesamos el jardín bajo una luz espectral que parecía señalar el camino hacía un nuevo rumbo.

Fuimos atravesando las calles estrechas del pueblo a paso ligero hasta llegar a una tienda de comestibles, de esas que venden de todo, cerca de la plaza del “Moral”. Allí aproveche su despiste mientras ojeaba material escolar para salir corriendo en dirección a casa de mi abuela en la Plaza Nueva. No pasaron ni cinco minutos lo que tardo mi tía en llevarme de vuelta a la tienda ante el sonrojo de mi progenitora: «¡vaya mañana que me estás dando chaval!», masculló.

Salimos de la tienda dirección la fuente de los 4 caños, se me antojó echar un trago de agua para aliviar mis llantos. El agua fresca proveniente de la Sierra de Gredos calmó el desasosiego. Enfilamos la Plaza Vieja camino de “las Eras”, topónimo popular utilizado para nombrar la plaza donde se ubicaban en los años 80 y 90 aquellos viejos barracones del Colegio público de Poyales del Hoyo, al sur de Ávila.

 

Han pasado cerca de 43 años desde aquello. Ahora estoy sentado en el borde del pilón de la mítica fuente de los 4 caños y un reguero de recuerdos asaltan mi memoria.

Contemplo como en la lontananza del Valle del Tiétar el sol se desvanece tímido, como si deseara simbolizar el paso del tiempo, que se resiste a transcurrir. El agua de la fuente como metáfora del ciclo de la vida. Y es que desde aquella lejana reminiscencia del pasado han surgido numerosos caminos iniciáticos en mi particular devenir existencial.

Con una mirada retrospectiva y melancólica pienso en los caminos emprendidos desde aquel lejano mes de septiembre de 1980 cuando desde esta fuente enfilé un camino sin retorno hacia el aprendizaje, y, por ende, la vida misma. Hasta entonces, lo máximo que había viajado era a Ávila. Un puñado de años después inicié un periplo que, todavía, no tiene objetivo final. Como si fueran rodeos en el camino hacía mí mismo.

En 2012 la providencia decidió trasladarme a la capital de Castilla y León, Valladolid. Fue allí donde descubrí que mi estancia en la capital castellana no había sido por azar, sino porque el destino ya tenía decidido mi ventura: encontrar mis verdaderas vocaciones, la literaria y la docente.

Paseando por la orilla del Pisuerga me reencontré con mi maestro literario, el inolvidable Miguel Delibes. Por mis manos habían pasado sus novelas, que ya de joven alimentaron el alma. La primera fue La sombra del Ciprés es alargada, ambientada en Ávila y Premio Nadal en 1947; siguieron La hoja rota, El Príncipe destronado, Diario de un cazador, Mis amigas las truchas, Cinco horas con Mario, Los Santos inocentes, El hereje… Pero la que verdaderamente me condicionó es, sin duda, El camino. Una novela que se llevó al cine de la mano de Ana Mariscal en 1963. Parte de la película se filmó entre Candeleda y Poyales, casualmente, una escena en esta fuente de los cuatro caños. 60 años después del estreno evoco con gratitud la figura de Miguel Delibes y su obra narrativa que tanto me han aportado como persona y novelista.

 

El camino no es solo la novela con la que Delibes se siente más identificado, desde un punto de vista filosófico, símbolo de lo que el propio autor y yo mismo fuimos en un pasado remoto; sino que, también, es una ensoñación de lo que el escritor pretendía ser en la vida, desde una cosmovisión literaria

Treinta años tenía Miguel Delibes cuando la editorial Destino publico en 1950 El camino. Era su tercera novela, la mas trascendental. Hoy en día sigue teniendo vigencia para entender una época y generación que tuvo que lidiar con la posguerra y el medio rural. En la novela está todo lo que su literatura será después, pues condensa todo su pensamiento presente y futuro.

Una feliz evocación de un tiempo cuyo encanto y fascinación advertimos cuando ya se nos ha escapado entre los dedos, como el agua de esta fuente. El camino es, por su amalgama de nitidez realista, humor sutil, nostalgia contenida e irisación poética no sólo una de las mejores novelas de Miguel Delibes, sino también, como señalaba la crítica, «una de las obras maestras de la narrativa contemporánea».

 

Daniel “el Mochuelo” intuye a sus once años que su camino está en la aldea, junto a sus amigos, sus gentes y sus pájaros. Pero su padre quiere que vaya a la ciudad a estudiar el Bachillerato y progresar en la vida. A lo largo de la noche que precede a la partida, Daniel, insomne, con un nudo en la garganta, evocará sus correrías con sus amigos, Roque “el Moñigo”, Germán “el Tiñoso” y “Uca-uca”, a través de los campos descubriendo el cielo y la tierra, revivirá las andanzas de la gente sencilla de la aldea. La simpatía humana con que esa mirada infantil nos introduce en el pueblo, haciéndonos conocer toda una galería de gentes y tradiciones. Por todo eso me conmovió.

 

En Valladolid empecé a comprender parte de la idiosincrasia castellana, nuestra tierra y raíces. Sus nieblas espesas y prolongadas que paran el Pisuerga, o vientos fuertes del norte, con nubes blancas en el cielo, un frio secular que hiela la sangre, aparte de la historia que emerge de cada piedra. Fue en ese aura tan mágico y literario donde todo empezó a recobrar su verdadero significado. He llevado un macuto ficticio al hombro que ahora recobra su sentido: Delibes y sus libros; Ávila y Valladolid; la enseñanza rural y la Universidad; “El Norte de Castilla” y la SEMINCI; Gredos y “Campo grande”; el deporte y la pesca; mis textos y biblioteca, etc.

Y lo más importante de todo, me sentía plenamente identificado con la figura de Daniel, “el Mochuelo”, cuando no quería marchar a la ciudad para progresar porque intuía que iba a perder sus raíces, su contacto con la naturaleza. No quería que lo cambiaran. El propio Delibes pasó por el mismo trance cuando le ofrecieron dirigir un periódico importante en Madrid, no quiso abandonar su ciudad y perder aquello que tanto le hacía dichoso. Yo, en cierta manera, pasé por lo mismo cuando me fui del pueblo en mi primera adolescencia.

El agua purificadora de la fuente alivia mi sofoco al recordarlo. Me parece, por un momento, imaginar mi silueta de aquel entonces cuando venía a la fuente para llenar el botijo. Y lo que esto implicaba. Intento adivinar porque Daniel “el Mochuelo”, Delibes y yo mismo no queríamos partir del entorno rural, porqué nos negábamos a romper con nuestra tierra. Daniel “el Mochuelo”, cuando quiso darse cuenta en la novela y la película, se había pasado toda la noche en vela recordando aventuras, se levantó y tomó rumbo al nuevo camino que ante él se habría.

Delibes decía que, «la novela antes de divertir debe inquietar. El novelista auténtico se nutre de la observación y la invención tanto como de sí mismo». Digamos que esto lo ha conseguido con creces el genial escritor.

 

Cierro las paginas del libro con una mirada cándida. El sol ya se ha escondido tras la montaña de Gredos. Ya solo queda partir, una vez más, entre pasos perdidos en busca de conexión con el mundo real. El presente ya es pasado cuando lo queremos atrapar, como el agua de esta fuente que emerge de manantiales y que personifica el transitar del tiempo, que es implacable. Al partir, llegan dos ancianos cavilando sobre el clima. Los lamentos del campo ya se dejan oír sobre la falta de lluvia y la escasez de siembras.

Bajo por la calle Real golpeado por un aire bucólico sobre mi conciencia. Al fondo, observo una recua de chavales y chavales jugando a la pelota. No puedo evitarlo e intento vislumbrar cuál de ellos sería el protagonista de la novela, o la película, que se rodó por estas mismas calles. Desciendo de manera inconsciente con un caminar plácido. A lo lejos veo como se mantiene en pie el único edificio del antiguo colegio, justamente, aquel viejo aula donde inicié mi aprendizaje educativo aquella mañana luminosa en el ocaso estival de 1980.

De repente, empiezo a sentir el galope trepidante del corazón, y una emoción inusitada, arrebatadora y sincera que, tal vez, pudo ser la misma de aquel día. Todos los caminos comienzan y terminan dentro de uno mismo.