Yoko Ogawa, cuando recordar es delito
Se publica por primera vez en España «La policía de la memoria» (Tusquets)
Texto: Antonio ITURBE Foto: KODANSHA
La Policía de la Memoria (Tusquets) es ideal para entrar en la narrativa japonesa, que tiene esos ingredientes de lo real y lo fantástico fundidos en el relato con la misma naturalidad con que comen con palillos. A través de la historia de una joven novelista, Ogawa muestra con mucho talento cómo las cosas desaparecen de la vida cotidiana en una isla de cuyo nombre no quiere acordarse: peces, árboles, fotografías. Se borran tanto los objetos como los recuerdos en la mente de las personas… salvo en algunos resistentes, a los que la policía de la memoria persigue con ahínco para llevárselos a un lugar del que ya no regresan. Fascinados por el poder hipnótico de esta historia escrita hace dos décadas pero que acaba de publicarse en España, nos pusimos en contacto con Yoko Ogawa. Nos ha respondido con la misma delicada precisión de su novela.
Las reflexiones sobre el poder y la pérdida de referentes en la sociedad de La policía de la memoria han dejado a los lectores igual de sobrecogidos que cuando se publicó en 1994 en Japón. Que el mensaje de la novela siga vigente veinticinco años después, ¿qué reflexión le provoca?
La novela aborda los problemas clave que se cuelan por los intersticios abiertos entre la sociedad y el ser humano, y la médula de dichos problemas no ha cambiado desde el momento en que fue escrita. De hecho, no importa la época. Siempre andarán a nuestro acecho sistemas de poder y control con inclinación a olvidar o subestimar lo más profundo de nosotros, lo que nos define como seres humanos. Con La Policía de la Memoria nunca me planteé vaticinar el futuro, sino contar una historia que se desmarca de épocas y lugares para tratar asuntos universales.
En La fórmula preferida del profesor, uno de sus libros más conocidos en Europa, también indagaba en la pérdida de la memoria. ¿Somos nuestra memoria?
El papel de la memoria en nuestra percepción del mundo es vital. Perderla es también perder la realidad misma de aquello que en algún momento formó parte de nuestra experiencia. Cierto es también que, no pocas veces, la memoria se encarga de subvertir y modificar nuestros recuerdos, modificando así nuestra propia realidad. Eso juega a veces a nuestro favor: nos refugiamos en nuestra versión de los hechos y no tanto en una verdad inmaculada y objetiva. Supongo que ello se debe, al menos en parte, a la íntima conexión que existe entre nuestra emotividad y nuestra memoria.
La policía de la memoria persigue a los que incumplen las leyes del olvido impuestas. Pero la intransigente policía solo cumple órdenes. ¿Quién los manda?
Cada miembro de la policía sigue las órdenes de su superior. Este sigue las órdenes de su superior, quien, a su vez, sigue las órdenes de… En fin, ya me entiende usted. Es el cuento de nunca acabar. Uno nunca llega asaber de dónde parte el edicto. Y eso es precisamente lo terrible: todo el mundo se (auto)exime de responsabilidades y al auténtico instigador no llegamos a verle la cara.
Hay en la novela un episodio sobre la quema de libros que remite a las quemas de libros a lo largo de la historia. ¿Leer es una forma de resistencia civil?
Así lo creo. Fíjese en que los poderes autoritarios siempre han temido al libro y lo han tratado con recelo. El acto de la lectura es, en apariencia, sosegado e inofensivo, pero en la mente del lector puede estar desencadenándose todo un aluvión de ideas que no habrían brotado sin el estímulo de la lectura. La acción de leer invalida las armas: te enseña a abrirte paso en la vida como persona con criterio y autonomía.
Personalmente, empecé a leer el libro pensando en el totalitarismo, pero terminé pensando en otra dictadura a la que no derrota ninguna revolución: el deterioro biológico inevitable, el Alzheimer, la desaparición de la memoria y de la conciencia. ¿Esos pensamientos pesaron en usted cuando escribió el libro aunque solo tuviera 30 años?
La verdad es que me rondaba la idea de que todos estamos abocados a un mismo destino, de que todos avanzamos hacia un mismo final. Pero no quería plantearlo como una tragedia. Quería poner el énfasis en el largo y frondoso camino que se extiende ante nosotros antes de alcanzar ese fin, en las alegrías y emociones que vivimos al recorrerlo; y quería tratar todo ello en un tono vital, esperanzado y esperanzador. Yo siempre pienso en el ajedrez: 64 pequeñas casillas son suficientes para que en el tablero se dé rienda suelta a una infinidad de posibilidades. En cierto modo, y aunque resulte paradójico, la limitación es precisamente aquello que nos abre a un mundo de infinitas posibilidades, a todo un abanico ilimitado de opciones desde las que otorgar sentido a nuestra propia vida.
En el libro se muestran acontecimientos terribles de desaparición, pero no provocan en la mayoría de la población un efecto trágico. Sorprende la capacidad de aceptar la situación, adaptarse y seguir adelante. ¿Nada es tan trascendente como creemos?
En la isla donde se desarrollan los hechos de la novela, las desapariciones se suceden de manera natural, no como resultado de maniobras o artificios creados malévolamente por el hombre. Donde sí vemos la acción de la mano humana es en tratar de acallar a aquellos en quienes, por la razón que sea, las desapariciones no surten efecto, es decir, a aquellos que mantienen intacta su memoria. La postura que respecto a ellos toma la autoridad es la de expelerlos del seno social como si de cuerpos extraños se tratasen. Por eso, la resistencia activa se centra en escapar a las inspecciones que lleva sistemáticamente a cabo la policía, no en rehuir los efectos del paulatino proceso de desmemoria, puesto que este ocurre de manera natural.
Pero si nada es tan trascendente y nada es importante… ¿por qué cree que vale la pena levantarse de la cama cada mañana?
Basta sentirse agradecido de haber nacido, de existir, estar aquí y ahora. Esa es la sencilla realidad, y eso está bañado de trascendencia. Existir es, precisamente, lo importante.
Como escritora, ¿a dónde querría llegar? ¿Qué querría conseguir?
No me propongo alcanzar propósitos ni superar cumbres. Solo me centro en escribir la siguiente línea, la siguiente palabra. La constancia y repetición en dicho proceso acabará alumbrando una nueva novela.
¿Por qué dos lugares tan lejanos geográfica y culturalmente como España y Japón sienten esa fascinación mutua?
Porque somos humanos. El ser humano se reconoce en lo más íntimo de lo que le hace humano, por exóticas y distantes que sean sus culturas. El otro funciona, en este caso, como un espejo en el que nos reconocemos a nosotros mismos.