Xesús Fraga: “No se puede renunciar al pasado, hay que mirarlo para entenderlo”

Hacía casi veinte años que el Premio Nacional de Narrativa no recaía en una obra escrita originalmente en gallego. Lo ha logrado “Virtudes (y misterios)” (Galaxia/Xordica), una historia familiar marcada por la emigración en la que el autor sigue los pasos de su abuela Virtudes, emigrada desde su Betanzos natal hasta Londres en 1961.

Texto: Javier Pintor Foto: Asís G. Ayerbe

 

 

Virtudes emigra a Londres cuando tiene 27 años y deja tres hijas en Galicia, una de ellas Isabel, la madre de Xesús Fraga. El marido de Virtudes se había marchado a Venezuela y de él apenas se volvió a saber. Su historia es la de la clase trabajadora gallega que puso rumbo a Europa entre 1951 y 1975 en busca de una vida mejor y a la que, en este caso, la cultura le abrió otros horizontes.

Xesús Fraga es redactor de la sección de Cultura en La Voz de Galicia, ha publicado tres libros anteriormente y ha traducido del gallego al castellano a Nabokov, Jack Kerouac o Sylvia Plath. Es una persona tímida, introvertida y reflexiva, que ha tenido que hacer un ejercicio mayúsculo de introspección para escribir un relato muy personal en el que desvela algunas intimidades de su historia familiar. Ese mismo tono íntimo domina nuestro encuentro, salpicado, como en toda conversación con él, por notas de erudición, anécdotas asombrosas y toques de fino humor.

¿Qué sentiste cuando recibiste la llamada del ministro comunicándote el premio?

Llevaba unas horas de jornada laboral cuando recibo la llamada del Ministerio de Cultura. Como ya se habían fallado todos los otros galardones de ámbito cultural de este año, tuve la certeza de que había ganado el premio. Me pareció un sueño pero que este sueño obedecía a una lógica por el trabajo bien hecho. Me inundó un gran alivio, una euforia tranquila. Era la confirmación de que tantos años dedicados a este libro, con una inversión emocional tan grande, había merecido la pena. Me sentí un poco como Nadal después de un largo partido lleno de tensión. Me liberé de tanta presión tirándome en la moqueta del periódico con los brazos en cruz y las piernas abiertas. Había conseguido lo que cualquier escritor anhela.

Esta historia te llevaba rondando desde hacía mucho tiempo, tanto como corresponde a una historia que es la de tu propia vida. ¿Cuándo decides que tienes que ponerte con ella?

Tuvo que ser la muerte de mi padre la que me situó ante el espejo y me hizo consciente de la fragilidad de nuestras vidas y me dio el impulso definitivo de la escritura. Tardé mucho tiempo en decidirme, pero todos estos años de espera me sirvieron para reflexionar más hondamente sobre todas estas vivencias familiares. Desde que me pongo con el proyecto definitivo me paso cuatro o cinco años dándole forma, aunque la idea estaba en mi cabeza desde mucho antes.

¿Desvelar algunos episodios incómodos de tu historia familiar fue un freno durante el proceso creativo? En una ocasión te escuché contar que Julian Barnes te había aconsejado que guardases la historia en un cajón y que la publicases solo cuando ya no estuvieran vivas las personas de tu familia a las que pudiera afectar lo narrado en este libro.

Yo tenía claro que era una historia que solo podía contar yo, que tenía que tratar de contarla lo mejor posible. Me cargué seguramente con un exceso de responsabilidad que paralizaba y me impedía seguir adelante. Era excesivamente riguroso con lo que llevaba escrito. Esta fue una de las grandes dificultades que tuve al empezar con este libro. Cuando hablaba con mi familia sobre los avatares de su vida y me relataban algunos episodios para mí desconocidos de la historia familiar, me daba cuenta de que el abandono y la ausencia de mi abuelo habían creado un trauma profundo en la familia, sobre todo en mi madre y en mis tías. Si yo escarbaba en esas heridas corría el riesgo de que se volviesen a abrir. No quería causar un dolor gratuito a mi familia, ni hacer un ajuste de cuentas ni juzgar a nadie. Tampoco quería hacer de mi abuela una heroína y de mi abuelo un demonio. Yo solo pretendía entender lo que había pasado y contarlo de la manera más sencilla y digna posible, sin caer en sensacionalismos ni en sensiblerías. No se puede renunciar al pasado, hay que mirarlo para entenderlo.

En esta historia aparecen tus abuelos, tus padres, tus tías, junto con una cantidad de personajes secundarios también fascinantes. También estás tú mismo, pero el eje de la narración será tu abuela.

Realmente, ella fue el motor de la familia, ella fue la que dio el impulso para que la familia saliese adelante. Mi abuela Virtudes asumió el rol que se entendía que tenía que haber asumido mi abuelo. Emigra a Londres pensando en la familia. Como es una presencia habitual en tu vida y además es tu abuela, no eres consciente de sus posibilidades como personaje literario. Ella tenía una mezcla de mal genio y sentido del humor que la convertía en una persona irresistible. Cuando empiezo a tomar notas y a reflexionar sobre lo que tengo entre manos, me doy cuenta de que era una mujer excepcional. Y entonces, por derecho propio, sabes que tiene que asumir el protagonismo de la historia.

¿Cómo encaraste escribir una novela sobre la emigración siendo este un tema tan presente en la literatura gallega?

La historia de la emigración está repleta de epopeyas, historias de hombres hechos a sí mismos, de triunfadores y también de algún fracasado. Pero yo quería incorporar al repertorio de la emigración un relato más doméstico, basado en las emociones de esas mujeres que renunciaron a tantas cosas por ayudar a su familia y se incorporaron a la vida de urbes tan grandes como Londres. Ese fue el caso de mi abuela y de mis padres. La emigración gallega a Europa, acontecida mayormente en los años sesenta y setenta del pasado siglo, apenas estaba narrada. Me propuse hablar también de la emigración del retorno y contar el desajuste con el que se encuentra el emigrante que retorna a su lugar de origen y no encuentra la Arcadia con la que había soñado y que tantas veces había recreado en su imaginación. La emigración, con todo lo dura que es y las problemáticas que acarrea, tuvo sus ventajas y permitió reinventarse a muchas personas. A mi abuela le dio unas oportunidades laborales que aquí no tenía. Ella obtuvo un respeto por parte de sus patrones que aquí no alcanzó. Le dio la oportunidad de volver a empezar y de llevar una vida digna. Mi madre, gracias a la adquisición de otro idioma, pudo acceder a una cultura globalizada que la reafirmó en su idea sobre el poder transformador de la cultura y de las artes. Y todo esto me lo transmitió a mí. Para mi madre fue una llave de oro. También están latentes las circunstancias de la siguiente generación emigrante, la de los hijos de los emigrantes, que nacen con un pie en una cultura y otro pie en la otra.

No sé si podemos decir que este libro es una novela, una historia autobiográfica… ¿en qué molde genérico lo encuadrarías?

Cuando comencé este proyecto me planteé si escribir una novela o utilizar otro género narrativo. La novela implicaba recrear, fabular, crear una ficción a partir de hechos reales, lo que me daría más libertad creativa. También pensé en una novela sin ficción que recorriese no solo esos años de mi infancia londinense, sino todas las circunstancias que desembocaron en que yo naciese allí. Una historia de tanta entidad y fuerza como esta requería un registro más apegado a la realidad, así que finalmente se impuso este modelo. Al principio del libro digo que no quiero inventar porque sería un falso ejercicio de fabulación, pero luego admito que tiro de la memoria y eso también es fabular.

¿La historia de tu familia ha quedado definitivamente cerrada después de Virtudes…?

Como dijo Sean Connery, a quien mi familia conoció porque le limpiaba la casa, “nunca digas nunca jamás”, aunque por ahora ya he contado lo que tenía que contar. Quizás queden ángulos nuevos que varíen la historia familiar o nuevos episodios que puedan cambiar mi perspectiva de los hechos y me hagan replantear esta decisión. Hay historias maravillosas que tienen que ver con mi fascinación por la ciudad de Londres que quizás deban esperar porque no quiero escribir dos libros seguidos tan emparentados temáticamente. Desde la ficción he pensado en otras historias que tienen que ver con la familia. El tema de la familia es un entorno muy propicio para un narrador por ser un microcosmo donde está reflejado en miniatura el mundo. Todos los temas de la literatura están incluidos en una historia familiar. Muchos de nuestros libros favoritos tienen que ver con la familia. Desde la Biblia, la historia de muchas familias, o la Odisea. El comienzo de Virtudes (y misterios) es un homenaje a un libro para mí fundamental, Léxico familiar de Natalia Ginzburg.

¿Cómo piensas que cambiará tu vida de escritor después de este premio?

Por un lado, me abre perspectivas con las que no contaba. Ahora voy a llegar a más lectores y me va a abrir puertas que antes estaban cerradas. Para mí es la confirmación de que el esfuerzo ha valido la pena y de que hay un camino que merece la pena explorar. Ahora tengo la garantía de afrontar con garantías este camino. Si antes me atenazaba la responsabilidad de hablar de mi familia, ahora tendré la responsabilidad de llevar el premio conmigo y lo que eso supone. La literatura consiste en afrontar siempre nuevos retos.