Vivir en la Rumania de Nicolae Ceaușescu

Dos escritores rumanos, Gabriela Adameșteanu, autora de «Vidas provisionales» (Acantilado) y Cătălin Partenie, autor de «La madriguera dorada» (Impedimenta); narran en sus novelas la vida de Rumanía durante la dictadura de Ceausescu.

 

Texto: David VALIENTE

 

El 25 de diciembre de 1989, un tribunal militar condenó a muerte al dictador Nicolae Ceaușescu y a su esposa Elena Ceaușescu. Entre los cargos que se le imputaban al exlíder de la Rumanía comunista destacó el genocidio de cerca de 4.000 personas en Timișoara. En sus últimos minutos de vida, Ceaușescu entonó la La Internacional y juró que la historia le daría la razón. Más tarde se demostraría que las imágenes reveladas por los medios de comunicación internacional fueron un fraude, pues los cadáveres no pertenecían a disidentes ejecutados por Ceaușescu, sino a personas desenterradas de un cementerio para pobres. Ninguna relación había entre los desmanes del expresidente de la República Socialista de Rumania (que los hubo) y ese conjunto de huesos que pulularon en la prensa y en la televisión de millones de personas.

Esas imágenes fueron la causa de que Occidente le retirara su amistad. El Conducator, como le conocía el pueblo rumano, mantuvo relaciones cordiales hasta ese momento con muchos líderes del Oeste, entre los que se encontraba Richard Nixon, que visitó Bucarest en 1969. En cambio, la relación con sus vecinos del Este, especialmente con Moscú, se caracterizó por la desconfianza mutua. Ceaușescu criticó con dureza que el Kremlin, apelando al Pacto de Varsovia, se inmiscuyera en los asuntos de Praga y su esperanzadora primavera. No llegaron a romper relaciones, aun así la Rumania de Ceaușescu dio continuas muestras de querer volar lejos del nido socialista.

En lo económico, Rumania tuvo su época dorada gracias a un incremento en el esfuerzo industrial y al abandono campesino de las áreas rurales por la ciudad, entre 1940 y 1971. La sociedad disfrutó de salarios más elevados, una educación universal gratuita, pensiones y asistencia médica también gratuita, a unos niveles no tan prominentes como los disfrutados en el lado occidental.

Sin embargo, la bonanza rumana no fue capaz de superar la grave crisis del petróleo de la década de los setenta. Se creó una dependencia energética tras la crisis, que tiene su origen en la mala praxis extractora del propio carburante y en un ineficiente empleo del mismo. La necesidad de divisas llevó al dirigente a realizar una política de exportación virulenta y a limitar las importaciones. Esto se tradujo en una sociedad necesitada de productos básicos ya en 1982.

Dicho esto, Ceaușescu fue un dictador que mediante la Securitate extendía sus largos tentáculos y controló a los ciudadanos, anulando sus libertades sociales y políticas (en menor medida la económica). La vida personal de los individuos era un infierno. Así nos lo hace saber el último libro publicado en español de la escritora rumana Gabriela Adameșteanu (Târgu Ocna, 1942), autora de Vidas provisionales, (Editorial Acantilado). Su libro nos envuelve en un paisaje gris, lleno de trabas y obstáculos. Uno de los temas centrales se centra en las relaciones extramatrimoniales de Letiţia, una académica que huye del tedio matrimonial y mantiene un romance con Sorin, un hombre que busca el amor con cierto desespero. Los dos amantes dejan volar su imaginación entre cuatro paredes e intentan escapar, aunque sea por unas horas a la semana, del asfixiante ambiente creado por la Securitate, mientras buscan en los brazos del otro no solo el alivio carnal, sino también una persona en quien poder confiar. “En las dictaduras de los años 70-80, bien sea de derechas o bien de izquierda, la gente tenía miedo. Sentían la necesidad de poder confiar en los demás, situaciones que los jóvenes de hoy no conocen más que por los libros”, comienza Gabriela Adameșteanu.

Tenemos la imagen de una Rumania precomunista puritana y poco amiga de la sexualidad, ¿el régimen de Ceaușescu adoptó este elemento y lo introdujo a la idiosincrasia de los años comunistas? ¿Queda algo del puritanismo de antaño en la Rumania de nuestro siglo?

Rumanía no es un país puritano. Los viajeros que llegaban a los principados rumanos en los siglos XVIII y XIX enfatizaron la disponibilidad erótica de las mujeres, especialmente aquellas de clase alta. Eran frecuentes los adulterios y la religión ortodoxa hacía la vista gorda ante el “pecado”. Aunque casados, los sacerdotes no eran santos. Nacieron hijos ilegítimos, particularmente en las familias de los gobernantes, y algunos de ellos incluso obtuvieron acceso al reinado. Desafortunadamente, los boyardos abusaban con frecuencia de las esclavas gitanas (la esclavitud se suprimió en 1866). En el campo, sin embargo, donde vivía la mayoría de la población, la moral patriarcal obligaba a las chicas a llegar vírgenes al matrimonio. Pero en realidad la gente no era puritana en su pensamiento. Los historiadores húngaros consideraban a los rumanos personas sensuales por el gran número de hijos que engendraban. En la Rumanía moderna, después de 1866, hay incluso menos huellas de puritanismo. El rey Carol I, de origen alemán, adaptó la industria, la economía, pero también la moral impulsada desde Europa, que dio lugar a muchos divorcios y abortos y en la década de 1920 al surgimiento de movimientos feministas. El campo se mantuvo patriarcal y de allí salieron  Nicolae Ceaușescu y su mujer Elena con un “puritanismo de partido” que no era ni de la doctrina comunista, ni de la clase política del período. Era solo una característica de Nicolae y Elena, que introdujeron la “moral proletaria”, prohibieron el aborto para combatir el declive demográfico, endurecieron los procedimientos del divorcio e implementaron algunas medidas más. Se trataba del puritanismo del dictador, no del país. Menos aún podemos hablar de puritanismo en la Rumanía de hoy, pero todavía se pueden encontrar las huellas de un pensamiento patriarcal de origen rural, por ejemplo, con respecto a la homosexualidad.

Los métodos anticonceptivos que muestra en su novela son muy rudimentarios o están importados del extranjero.

Nicolae Ceaușescu prohibió el aborto en 1966 y en la farmacia no encontrabas píldoras anticonceptivas. Con ello, como ya mencioné, querían impulsar el crecimiento demográfico. Por supuesto, su decisión acarreó consecuencias trágicas: cientos de miles de mujeres murieron en abortos ilegales o quedaron mutiladas. Algunas personas trajeron píldoras anticonceptivas del extranjero, pero solo un número limitado de ellas pudo hacerlo. Esta situación queda plasmada en mi libro Vidas provisionales.

¿Podríamos suponer que el sexo era tabú?

El sexo se practicaba a gran escala, a pesar del riesgo de las mujeres de quedar embarazadas. La prueba es la enorme cantidad de niños nacidos en esa época. Desafortunadamente, los asilos de huérfanos recogieron a algunos de ellos. El sexo no era tabú, pero el número de abortos ilegales era enorme y con trágicas consecuencias.

Da la impresión, leyendo su libro y el de otros compatriotas escritores, de que no resultaba fácil salir de Rumania en época de Ceaușescu.

Muchos rumanos quisieron emigrar, pero el régimen apenas les dejó salir al extranjero. Los jubilados tenían más fácil salir del país, puesto que el mercado laboral prescindía de ellos. Sí hubo expertos enviados al exterior para que asistieran a congresos y reuniones profesionales, pero eran ciudadanos bien vistos por el Partido Comunista y sus jefes. Además, dejaban en casa a sus familiares como si de una especie de rehenes se tratara – algunos de los cuales, no obstante, fueron abandonados-. De hecho, se obtenía con más facilidad el pasaporte si el destino era uno de los países del bloque soviético, ya que las estancias eran temporales, no había posibilidad de emigrar. La gran mayoría de la población no tuvo pasaporte hasta 1990 y, no sé si es por haber sufrido tantas restricciones para salir, que hoy en día los rumanos viajan mucho y se mudan al extranjero.

Pero la Primavera de Praga cambió la situación, ¿no?

El Pacto de Varsovia (establecido en 1955) aseguró el control de Moscú sobre Europa del Este. Rumanía no lo abandonó hasta que fue suprimido en julio de 1991. Aunque Ceaușescu no participó en la invasión de Checoslovaquia en 1968, mantuvo relaciones con Moscú. Las relaciones se tornaron tensas en época de Gorbachov y la Perestroika, algo que Ceaușescu rechazó. Mantuvo una dictadura política de tipo estalinista hasta 1989, cuando estalló la revolución y fue asesinado tras un breve juicio.

¿Cómo fue el proceso de cambio de Rumanía hacia una democracia liberal y la entrada en la Unión Europea? ¿Tuvisteis que pagar un alto precio?

El precio de estos cambios lo pagaron quienes salieron a las calles contra Ceaușescu y su régimen el 17 de diciembre de 1989. Más de 1.400 personas murieron, con muchos otros heridos, en su mayoría jóvenes. Siguieron meses de tensión política y luego una transición democrática con dificultades económicas, marcada por el desempleo, la alta inflación y con una fuga de cerebros porque en su país no encontraban la manera de ganarse la vida. Pero especialmente después de 2007, cuando Rumanía ingresó en la UE, apareció una clase social nueva y joven, y un nuevo entorno democrático, comparable a otros países.

¿Cuál ha sido la reacción del pueblo rumano ante la invasión de Ucrania? ¿Ha despertado recuerdos y miedos?

La experiencia de los últimos 200 años, en las que Rumanía sufrió varias ocupaciones rusas y perdió territorios, ha creado en la población un sentimiento de miedo a una nueva invasión. Así, los más de 1 millón de refugiados de Ucrania que transitaron por el país fueron recibidos calurosamente y algunos se quedaron aquí. Los funcionarios rumanos aprobaron todas las sanciones contra Rusia y contribuyeron a la ayuda de Ucrania, especialmente con el comercio de cereales en el Danubio y el puerto de Constanza.

El erudito en Platón, Cătălin Partenie (Pitesti, 1962), que ha publicado hace unos meses en la Editorial Impedimenta La Madriguera dorada, una enternecedora historia enfocada en narrar “las peripecias de dos jóvenes, Paul, un baterista que estudia filosofía, y Fane, un adolescente de 14 años interesado en tocar la guitarra”. Sus vidas se ven anexadas por su amor a la música y encuentran en un viejo almacén un espacio donde sustraerse del mundo y olvidar los amargos y postreros momentos de la Rumania comunista de Nicolae Ceaușescu. Sin duda, es  difícil analizar los últimos estertores del régimen rumano, pues las investigaciones cada vez son más críticas con el relato oficial sobre la caída de Ceaușescu; sin embargo el texto de Cătălin Partenie está plagado de experiencias vitales y no cae en la argumentación poco fundamentada. Al igual que Platón, el autor de la Madriguera dorada distingue entre opiniones y argumentos, o lo que es lo mismo, entre lo que uno cree y lo que se puede comprobar. Por eso, su obra es un cuadro compuesto de claroscuros con todos los grises que existen en la paleta de un pintor.

¿Por qué relatar los últimos años del régimen de Ceaușescu, a través de la visión de dos jóvenes apasionados del rock?

El relato es una ficción basada en experiencias personales. Yo fui un adolescente al que le gustaba tocar la guitarra eléctrica en diferentes bandas de rock. A finales de los 80, me inscribí en la Universidad de Bucarest para estudiar filosofía. A mediados de los 80, en plena adolescencia, la música conformaba mi madriguera dorada; unos años después, a finales de esa década, descubrí una segunda madriguera: la filosofía. Ambos fueron momentos importantes, pero durante los años que viví en mi primera madriguera experimenté las sensaciones más fuertes. Tiempo después decidí escribir sobre las dos experiencias.

¿Cuándo nació su interés por la música?

Tenía 14 años y un amigo me dejó el casete de Made in Europe de Deep Purple; su música me impresionó muchísimo y despertó mis ganas de tocar la guitarra. Quería hacer vibrar las cuerdas a todas horas. No buscaba fama, solo tocaba para mí mismo. Encontré un grupo de amigos con las mismas inquietudes musicales, queríamos tocar rock por los mismos motivos; no nos interesaba ni la fama ni el dinero, tocábamos para nuestro propio deleite. Ahí comenzó todo.

¿Cómo era pertenecer a una banda de música rock en la Rumania de Ceaușescu?

Resultaba muy difícil. No disponíamos de buenos instrumentos. Una guitarra decente o un amplificador que sonara bien solo se encontraban en el mercado negro y eran caros. Aun así, disfrutábamos con intensidad de todas las experiencias que nos brindaba el mundo del rock. Era increíble.

En la novela, los instrumentos mencionados pertenecían al mercado negro y por lo general eran de segunda mano.

En el mercado oficial escaseaban los instrumentos nuevos. Las marcas más populares provenían del bloque del Este (encontrabas Vermonas de la RDA) y eran de menor calidad. En el mercado negro, por el contrario, encontrabas instrumentos occidentales, pero una guitarra Fender y un amplificador Marshall te costaban lo mismo que un coche nuevo de los caros.

¿Cómo vivía el rock?

No sabíamos lo que sucedía al otro lado del muro. Conocíamos algunos grupos gracias a los casetes que circulaban de mano en mano. Si te refieres a si vivíamos el rock al estilo estadounidense de los años 70-80, en la Rumania comunista las drogas estaban prohibidas y las relaciones sexuales eran escasas porque el aborto era ilegal y no teníamos método anticonceptivo. Así que: no drogas, poco sexo y mucho rock.

¿Qué tipo de música os permitía hacer el Gobierno?

Es compleja la respuesta. En la televisión y en la radio había muchas restricciones; en cambio recuerdo haber asistido a un concierto de la banda Red and Black en la que tocaron una canción de los Deep Purple llamada Maltratado. En la radio era impensable escuchar a este grupo y sus canciones. Todo era complejo.

¿Entonces, la censura no contaba con unas líneas claras?

Existía una censura que ejercía su poder e influencia en la televisión, en la radio, en el cine y en las obras de teatro. Sin embargo, en los conciertos de rock había mayor permisividad. Uno de los mensajes importante del libro y que me gustaría que quedara claro en esta entrevista es que no todo es blanco o negro, las situaciones revisten una mayor complejidad. Por ejemplo, empezó a correr el rumor de que iban a publicar Conversación en la catedral de Mario Vargas Llosa. Me presenté en la tienda de la editorial que iba a publicar el libro. El dependiente me confirmó que no era un rumor; se había traducido la obra de Vargas Llosa y se iba a publicar. Unos días después regresé a comprar el libro, pero aún no lo habían publicado. Acudí unas cuantas veces hasta que el librero me prometió que me guardaría un ejemplar. En esos momentos todavía existía  la censura, pero se publicaban los libros de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges y Franz Kafka, incluso en el mercado negro podías conseguir libros de Milan Kundera. En Bucarest existía una compañía de teatro llamada Pequeño Teatro. Por aquel entonces, todas las compañías de teatro eran estatales, no existían iniciativas independientes. Allí pude ver una versión teatral de El maestro y margarita de Mijaíl Bulgákov y Ricardo III de William Shakespeare.

Usted era muy joven cuando Ceaușescu cayó, ¿cómo recuerda esos últimos meses?

Fueron años duros: los alimentos escaseaban y en invierno la calefacción no calentaba lo suficiente nuestros pisos. En la televisión, a finales de los 80, solo veíamos un único canal y durante un par de horas al día. No obstante, entre los amigos circulaban películas americanas en formato VHS muy buenas conseguidas en el mercado negro, pongo el caso de Alguien voló sobre el vuelo del cuco.

Habla en su libro de personajes que para casarse con extranjeros tenían que pedir permiso; por favor, desarrolle un poco más esto.

Estaba permitido, pero era increíblemente difícil. Pongamos que en los años 80 yo hubiera conocido a una bella muchacha madrileña, y si nos hubiéramos querido casar, primero tendríamos que haber pedido permiso. Los trámites eran complejos y largos; algunas personas obtenían los permisos, pero muchas otras no lo lograban y no recibían ninguna explicación.

Salir del país también era complicado.

Sí lo era. Primero tenías que conseguir un pasaporte, después la visa y, por último, debías pedir permiso para salir. Así que, podías disponer de tus papeles en regla, pero no haber recibido el permiso. De todos modos, tanto la visa como el pasaporte, una vez regresabas del viaje, tenías la obligación de devolverlos a la comisaría de policía. Los documentos solo te pertenecían durante el viaje. A finales de los años 80 era extremadamente difícil salir de Rumania si tu destino era un país occidental; viajar a uno socialista era una tarea algo más fácil.

Mientras leía su novela no dejaba de dar vueltas al mito de la caverna de Platón.

Con su mito, Platón nos dice que la verdad se encuentra fuera de la caverna; en cambio, en mi libro expreso que mis vivencias de la década de los 80 eran la madriguera. Espero que Platón me perdone.

Paul es un estudiante de filosofía en la universidad, continuamente hace alusiones a la filosofía y al estudio de la materia, ¿de qué manera interactuaba la filosofía y la dictadura?

El marxismo era la filosofía oficial, pero también aprendíamos una filosofía underground. Respecto al mundo intelectual, al igual que sucedía con la música, no todas las experiencias vestían una túnica blanca o una negra.