Vázquez-Figueroa y la asombrosa historia de los lanzaroteños que colonizaron Texas

“El sueño de Texas” (Kolima Books) es el relato de cómo una docena de familias se embarcaron en 1730 rumbo a Norteamérica medio engañados con el sueño de una colonización que resultó una pesadilla. Eso sí, contada con el arte de fabulador, el ritmo de aventura y el imbatible sentido del humor de Vázquez-Figueroa.

 

 Texto: Antonio ITURBE

 

Vázquez-Figueroa es un contador de historias eléctricas que lleva muchos años moviendo a los lectores del Amazonas al desierto, pasando por África, Oceanía y los más recónditos lugares del planeta a través de las grandezas y las miserias humanas. En su último libro, El sueño de Texas, está de nuevo esa marca tan suya de relato de aventuras que chorrea vida escrito con un tono de fábula oral que consigue que no leas la historia, sino que la escuches en tu cabeza. En la peripecia de ese grupo de lanzaroteños que han de ir a conquistar el nuevo mundo con una mano delante y otra detrás pueden colgar un caballo del techo de un ricachón embustero y llevarse sus jamones o puede suceder que una chiquilla se zafe de bandoleros franceses o indios apaches con su ingenio. Todo es posible.

Al final del libro, un apunte histórico de José Manuel Ledesma, cronista oficial de Santa Cruz de Tenerife da fe de que lo que cuenta, con el aliño de la imaginación, son todo hechos reales. A principio del siglo XVIII la corona española tenía necesidad de poblar los territorios del Sur de Norteamérica, en disputa con los franceses. Fue en 1730, tras una infernal sequía de varios años que condenaba al hambre, que una docena de familias de Lanzarote aceptaron embarcarse como colonos hacia los remotos territorios al otro lado del océano de un lugar llamado Texas. Las aventuras, desventuras, momentos para reír y para llorar de ese grupo conducido por el guía Damián Durval son descritas por Vázquez-Figueroa con un tono de aventura y esperanza, incluso de juego con la vida, pese a las mil dificultades que van encontrando. En ese grupo iba la familia Curbelo, cuya hija María, que se fue haciendo mujer en el viaje, tendría un protagonismo histórico asombroso, pero eso deberán descubrirlo con la lectura del libro.

Vázquez-Figueroa, que lleva muchos años viviendo en Madrid, regresa en esta novela a Lanzarote, aunque seguramente, en su imaginación nunca se fue.  A sus 85 años está en plena forma: sigue riendo con esa risa ronca de fumador de puros, disfrutando de la vida y escribiendo a destajo. Nos responde desde su piso de Madrid con el alegre jaleo de fondo de la visita de dos de sus hijos.

¿Qué ha quedado de esa presencia fundacional canaria en Texas?

Hay una huella que no se ha borrado. En la capital de Texas, San Antonio, hay calles que llevan nombres de canarios. El Álamo, que es el monumento más visitado y venerado de Texas, lo fundaron los canarios. Santa Cruz de Tenerife y San Antonio son ciudades hermanadas oficialmente.

Retratas una época dura en tierras donde manda la ley del más fuerte. Incluso los franceses, que en ese siglo XVIII fundarán en Europa la era de la razón, en América eran bastante salvajes…

Los franceses iban buscando mujeres desesperadamente, por las buenas o por las malas, porque necesitaban descendencia para asentarse en el territorio. Pero los españoles no eran angelitos. Todos hacían barbaridades. En esas tierras y en esos momentos ninguno sabía muy bien ni dónde iban ni donde estaban, todo era nuevo y todo estaba por hacer, y tenían que sobrevivir en un medio hostil.

Pero pese a las dificultades extremas, es un relato esperanzado y con mucho sentido del humor…

Porque me ha divertido mucho escribirla. Lo más importante para un escritor es que te guste lo que estás escribiendo. Yo tenía la historia, lo que iba a pasar, no tenía que inventar porque la historia era tremenda, como la de los negros que huyen de Jamaica y dejan en ridículo a la armada inglesa incapaz de atraparlos, porque ellos no sabían mucho de artes de navegación y zarandajas, pero sabían remar y tenían coraje. Yo soy un contador de historias, no soy un escritor. Yo agarro y cuento la historia sin preocuparme si el lenguaje ha de ser así o asá. Mi novela Manaos la grabé en una ocasión en Aguadulce en que estaba aburrido en un hotel.  Cogí una grabadora y me puse a contar la historia.

¿Y qué te traes entre manos?

Estoy escribiendo una novela sobre los acontecimientos de La Palma, pero es difícil porque lo que sucede aún no tiene final. Y tiene un protagonista con el que no te puedes sentir identificado: no te puedes identificar con un volcán que lanza lava y está haciendo sufrir a la gente. Pero hay que recordar que Canarias es un archipiélago volcánico y de vez en cuanto echa sus vainas. Para vivir en ese lugar maravilloso con buen clima y una naturaleza prodigiosa, hay que pagar ese tremendo impuesto, porque vives encima de un volcán. Los primeros habitantes de las Canarias eran bereberes del desierto y al ver aquellos fuegos se quedaron alucinados, pero aun así decidieron quedarse a vivir. Yo estuve viendo la erupción del 49 en Tacoronte con mi madre, y la del 1971, y ahora esta. Lo maravilloso de la especie humana es su capacidad de adaptación: capaces de vivir en la arena del desierto, de construirse casas de hielo en el polo… o de vivir sobre un volcán

Has vuelto narrativamente a Canarias… Desde hace años vives en Madrid, a muchos kilómetros del mar. ¿No te llama el regresar?

El regreso a Lanzarote… creo que cada cosa tiene su época. Aquí vivimos bien y uno ya se ha ido acostumbrando.