Una noche con la familia de Anne Frank

La artista y escritora francesa Lola Lafon pasó una noche en el Museo de Ana Frank y de esa experiencia nació su libro «Cuando escuches esta canción» que publica ahora en España la editorial ADN. 

Texto: David VALIENTE

 

Nació en Francia. Muy pronto, sus padres, profesores de literatura francesa, se mudaron a Bulgaria y después a Rumania, hasta que la joven cumplió 12 años. Domina varios idiomas, pero dicen que la sangre tira (y mucho) y, al final, ha escogido la lengua de Zola, Dumas y Hugo como vehículo para contar historias o, como en el caso que nos atañe, la parte más oscura de la historia de la humanidad.

Sin embargo, Lola Lafon no comenzó su andadura artística en el mundillo de las letras. Primero trasmitió emociones con las bellas formas de la expresión corporal. Pero no se ha centrado en exclusiva en la danza clásica. Hasta la fecha, ha publicado dos discos (con el grupo Leva) y varios libros; el último de ellos, Cuando escuches esta canción (Editorial AdN), Premio Decembre 2022 y Gran Premio de las Lectoras ELLE 2023, es un ensayo en el que reconstruye los últimos meses que la familia Frank pasó encerrada en un zulo de 40 m2 en el anexo de la empresa familiar. También intenta desmontar algunos mitos que todavía pululan por los mentideros del mundo. Y todo esto a través de las reflexiones que hizo una noche que pasó encerrada en el Museo de Anne Frank, en ese famoso y desolador anexo.

“La directora de la Unión de Museos me dio la oportunidad de pasar la noche en el museo que yo eligiera”, comenta Lola Lafon, quien se encuentra de viaje promocional de su libro por España y ha concedido una entrevista a Librújula. “Sin dudarlo escogí el museo de Anne Frank por una serie de razones, algunas completamente inconscientes”. Entre aquellas razones que no escapan a la acción de la consciencia está que “mi familia hizo el mismo recorrido que la familia de Anne Frank”. Sus abuelos, él de origen bielorruso y ella de origen polaco, los dos judíos, tuvieron que huir de Europa del Este y encontrar refugio en Francia, en un momento de la historia donde el Viejo Continente no era seguro para la gente de su condición. “Mi abuela me regaló una medallita con la efigie de Anne Frank y me dijo que nunca lo olvidara. Lo que no me quedó muy claro es si se refería a la medalla o la figura de Anne Frank”.

 

En el libro, comenta como este proyecto le obligó a enfrentar una parte de la historia de la (des)humanidad y de su propia familia que antes no se atrevió a mirar directamente, ¿por qué ese recelo a esa época y a tu propio relato genealógico?

Creo que fue el hecho de formar parte de una familia que sufrió el holocausto, que contó en su seno con muchas víctimas, pero que ha dejado muy pocos rastros. Durante mi adolescencia no quise confrontar esta realidad, y abracé otras identidades. Sin embargo, ahora, con el auge del antisemitismo en Francia, considero entre mis deberes el no abandonar a toda esa gente que padeció esos horrores.

 

¿Qué es para usted la escritura? ¿Lo consideras un ejercicio intelectual similar a como lo practicó Anna Frank?

No le doy el mismo sentido que le dio Anne Frank. Desde el principio tuve claro que en mi proyecto no iba a establecer paralelismo entre mi vida y la de Anne Frank, es más, trabajé el ensayo a base de reflejos. Anna Frank estuvo escondida en un anexo de la empresa de su padre, Otto, donde el trasiego de la vida laboral unía bajo el mismo techo a un grupo de personas desde las ocho de la mañana hasta las seis de la tarde. Durante esas horas, la vida de Anna se limitaba a la escritura. Para que no fueran descubiertos, no podían hablar, ni caminar por la sala, ni dejar correr el grifo del agua. Escribir significó vivir. Yo escribo siguiendo el rastro de los personajes, mi trabajo ha sido perseguir las huellas de Anne, pero más importante aún es no borrarlas.

 

Ya ni hablemos de conectar con alguna de sus sensaciones…

No era el objetivo sentir lo mismo o algo similar. Lo que han experimentado los judíos perseguidos por el nazismo no lo podemos recrear en nuestras carnes. Cuando entré en el museo, por las calles había manifestaciones contra las medidas covid con carteles que decían que todos eran Anna Frank, pero en realidad nadie es consciente del miedo que llegaron a sentir, ya que salir del escondite suponía arriesgarse a ser descubierto e internado en un campo de concentración. Con mi estancia en el anexo he pretendido interrogar al ser humano: a esa dualidad que escondía en su interior que la conformaban su condición de chica joven y escritora. He querido devolverle su verdadera personalidad.

 

Ana Frank soñaba con ser escritora. Prueba de ello es su diario que con celo artístico pulía sin indulgencia, ¿cree que post mortem lo ha conseguido?

Creo que no. Anna Frank se ha convertido en todo un icono, y su imagen ha aplastado todas las cualidades ficcionales que la pudieran definir. Por desgracia, el Diario sigue siendo malentendido: se le considera el testimonio de una muchacha. En algún momento deberemos cambiar su título, porque, además, ella escribió las líneas literariamente y tenía el sueño de publicarlo bajo el nombre de Relato del anexo secreto.

 

¿Qué le parece la calidad literaria de su diario? ¿La historia se ha perdido a una gran escritora?

Desde luego. Ahora hay muchas publicaciones que precisamente hacen referencia a esta cuestión. Asimismo, conocí a Laureen Nussbaum, amiga de las hermanas Frank y profesora de literatura que ha centrado sus esfuerzos como investigadora en estudiar la calidad literaria del Diario de Anne Frank. De hecho, es muy interesante leer las notas y los cuadernos y después contraponerlos con el resultado final del Diario porque compruebas lo trascendentales que son las elecciones para el trabajo de la joven en la composición de los capítulos, el ritmo que impregna a las frases, la precisión de los retratos y los cambios en el estado de ánimo.

 

Sobre la figura del padre, Otto Frank, hay ciertas discrepancias. ¿Qué opinión le merece?

Son argumentos muy viejos. Otto era un inmigrante en los Países Bajos e intentó salir de allí, pero su condición de judío, en esa época, lo limitaba. Le denegaron los papeles y tampoco podía enviar a sus hijas a otras casas, donde podían haber sido víctimas de abusos sexuales. Otto Frank lo hizo lo mejor que pudo. Respecto al diario, se tienen muchas falsas creencias (yo al principio también las tenía). Se piensa que fue Otto quien suprimió los pasajes con contenido sexual, pero no. Los eliminó la propia autora, Anne, pues en una relectura, algo muy normal, buscó nuevas perspectivas para su trabajo. Cuando Otto encontró el diario, acababa de ser liberado del campo, ni su mujer ni sus dos hijas sobrevivieron. Sí es cierto que la edición que hizo de los diarios no es la más acertada, pero este señor, que no era editor, manejó cantidades importantes de materiales literarios: 250 páginas más los cuadernos. El asunto con Hollywood es más complejo: los guionistas y los directores se encargaban del proyecto y no informaban de los cambios al padre de Anne. Ellos decidieron suprimir todas las menciones sobre religión que había en la obra. No está de más decir que el proyecto se le escapó de las manos.

 

¿Entonces, el antisemitismo no tiene nada que ver con que ocultaran la verdadera identidad de la joven?

No la escondieron exactamente. Los guionistas, que además estaban especializados en comedias familiares, rescribieron el relato y lo adaptaron a un canon más universal. En este sentido, crearon la historia de una adolescente con problemas, pero dejando a un lado asuntos de calado histórico. En los años 50, ni estadunidenses ni franceses querían oír hablar de deportaciones. También suprimieron los temas políticos, no se mencionan el pasaje donde habla del atentado a Hitler o aquellas escenas que tratan sobre sexualidad.

 

Hay un personaje menos conocido: Margot Frank, la hermana de Anne. ¿Qué me puede decir de ella?

Me desconcierta mucho el hecho de que se la trate como a un mero figurante, cuando la historia de la familia empieza con ella porque fue quien recibió el requerimiento que obligaba a los judíos de entre 15 a 40 años a presentarse en la comisaria. Durante la noche que pasé en el anexo, me conmovió mucho ver sus fotos, donde se pueden percibir a una adolescente (tenía 16 años), deportista, alegre y cercana, por supuesto, antes de que se publicasen todas las leyes antijudías.

 

En su libro se pregunta constantemente a quién pertenece Anne Frank.

Es una cuestión que me rondó la cabeza durante toda la noche que pasé en el anexo, y es verdad que es un personaje que los unos se lo quitan a los otros de las manos, desde historiadores a gente del mundo de las artes escénicas. De hecho, yo quería evitar apropiármela.

 

¿Cree que ha habido una instrumentalización de su figura?

Más bien al contrario. Durante mucho tiempo su imagen ha estado despolitizada. Dentro de su vida, no se suele mencionar que murió de tifus en el campo de Bergen-Belsen, es como si quisieran alejar a la muerte del mito. Se ha hablado mucho del amor que hemos profesado por Anne, pero yo también hablaría del odio.

 

Hábleme de ello.

Los negacionistas del holocausto se obsesionaron con la publicación del Diario, porque era una prueba que recogía todo lo que la radio contaba sobre la resistencia y los terribles sucesos, algunos ya conocidos en el 1944. Todos los negacionistas la atacaron.

 

Durante la pandemia, se han visto resurgir sentimientos antisemitas.

Estamos regresando a una especie de estado complotista, paranoide, banal y atávico. En la Edad Media, a los judíos se les acusó de transmitir la peste.