«Filósofos en libertad», de Umberto Eco

Con veintipocos años, Umberto Eco escribió los poemas y dibujó las viñetas que componen “Filósofos en libertad” (Libros del Zorro Rojo), delicioso volumen dedicado a los grandes del pensamiento y las letras que permanecía inédito en España.

Texto: Milo KRMPOTIC  Ilustración: Umberto ECO

 

Es lo que diferencia al genio del común de los mortales: siempre que servidor ha asistido a un congreso, salió del mismo con dos o tres ideas en la cabeza y, en la mano, diversas hojas plagadas de garabatos carentes del menor interés, por no mentar su nula capacidad artística, indigna de la más caótica obra expresionista. Umberto Eco, en cambio, acudía a los que organizaba la universidad de Turín a mediados de los años cincuenta y, quizá por aburrimiento, quizá porque era la manera que tenía de concentrarse, iba sumando viñetas cómicas dedicadas a sus grandes especialidades, la filosofía y las letras, disciplina en la que se había doctorado en 1954. Animado por sus pares, les añadió una serie de poemas rimados que acabaría leyendo en la plaza de San Marcos, durante el Congreso Internacional de Filosofía que se celebró en Venecia en 1958. Y el éxito de la propuesta llevó a que esta viera de inmediato la luz editorial con un volumen que nuestro erudito autor quiso firmar con el joyceano seudónimo de Dedalus.

Con el tiempo y las escasas nuevas ediciones que se hicieron de estos Filósofos en libertad, casi siempre cortas en su tirada y largas en su cuidado, Eco fue añadiendo algunas piezas (como la dedicada precisamente a Joyce, pero también las de Marcel Proust y Thomas Mann), y eliminando otras que, a su juicio, requerían quizá de un conocimiento demasiado profundo sobre sus protagonistas.

La selección definitiva, editada en Italia allá por 1992 y que Libros del Zorro Rojo publica ahora por primera vez en España, ofrece una serie de estampas deliciosas; retratos rimados y plagados de conocimiento que sin duda habrán representado todo un desafío para Bernardo Valdés, su traductor.

Así, por estas páginas desfilan Aristóteles (“De Andrónico a Tomás, estagirita/ y de él hasta nosotros han cambiado/ tus rasgos y ya nadie te hace caso./ Oh, reencontrar aún inalterado/ tan solo aquel amor por la verdad…”), René Descartes (“Con estas nociones/ nos tiende la mano/ y da las razones/ de un método sano/ que pueda aclarar/ los varios problemas/ sin miedo a soltar/ perfectos teoremas”), Immanuel Kant (“Propongo aquí la solución siguiente:/ si me traiciona la Razón ura/ paso a la Práctica, que es más segura”), Karl Marx (“Este dialéctico materialismo/ impele al hombre por necesidad./ Tener conciencia de su lucha agónica,/ eso sí es humanismo, la verdad”), el existencialismo en su conjunto (“Para qué nombrar aquí/ al héroe de Dostoievski,/ que, angustiado entre rejas/ porque asesina a las viejas/ y excusando su demencia/ en la trágica existencia,/ a la Siberia más bruta/ se lleva a la prostituta”) y el ya doblemente citado James Joyce (“Con este fin todo lo deja/ y de su patria pronto se aleja,/ pues junto a Nora, su musa, atiende/ esa su obra que nadie entiende”).

Pese a su tono jocoso, las piezas están presididas por una clara voluntad de corrección científica. En la introducción, Eco comenta que más de uno las utilizó para preparar los exámenes del equivalente italiano de nuestra Selectividad. Y acaba firmando unas palabras. que quizá representen un buen epitafio para su trayectoria toda y su añorada figura intelectual: “Bromear, sí, pero seriamente”