Un Duque que señala lo extremadamente absurdo de la figura omnipotente del rey
En “The King Is dead” el realizador de documentales Andrés Duque, acompañado del artista visual Robert Wilson, nos lleva del torbellino de «Ubú Rey» al silencio de Beckett en este documental de planteamiento minimalista y contenido profundo. Ahora puede verse en Caixaforum+.
Texto: Sabina Frieldjudssën Foto: Archivo
Andrés Duque ha ido conformando una mirada propia en el terreno del documental de No-Ficción que intenta romper las ataduras formales y buscar la reflexión sin renunciar a la chispa de la improvisación y lo inesperado. Sus obras han obtenido reconocimientos en festivales de cine de todo el mundo (Punto de Vista, Cinéma du Réel, Dokufest, D’A, Unicorn Awards, Premios Goya) y han sido exhibidas en centros culturales como el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), Museo de Arte Moderno de Viena (MUMOK), Museo de Arte Contemporáneo de Moscú (GARAGE) o Museo del Hermitage en San Petersburgo.
En The King Is dead (El rey ha muerto) indaga en el absurdo de la figura plenipotenciara del gran mandatario que, en su grandilocuencia, resulta patético. Para ello se apoya en tres autores que han dejado huella en la historia de la literatura para mostrarnos tres maneras de ser rey o mandamás, a cuál más disparatada: Nikolái Gógol, Alfred Jarry y Samuel Becket. Y la manera que utiliza Duque para introducirnos en su mundo es compincharse con Robert Wilson, un singularísimo artista con amplio reconocimiento internacional y maneras creativas muy personales, que lleva más de medio siglo manteniendo una premisa: ni la palabra, ni el gesto, ni la escena… lo más importante en el teatro es la luz.
Andrés Duque explica que “Un día le pedí a Robert Wilson que interpretara a tres reyes absurdos, y él aceptó encantado y con complicidad. Gracias a ello, pude hacer una película en la que visibilizo a tres reyes absurdos” y enseguida añade que “Habitamos la paradoja del absurdo. Y casi podría decir que el absurdo ha perdido su capacidad de sorprender. Se ha convertido en algo tan presente en nuestra realidad cotidiana que ya no provoca la misma reacción. La exposición constante a lo irracional, a lo inesperado, ha hecho que se vuelva casi previsible, perdiendo esa chispa de sorpresa que alguna vez nos desconcertaba. Invocar hoy el absurdo se convierte en una tarea doblemente difícil”.
Para él trabajar con Robert Wilson ha sido una experiencia única: “casi como entrar en un mundo paralelo donde el tiempo y el espacio se perciben de manera completamente diferente. Sus propuestas son bastante radicales, especialmente en lo que respecta a su estética visual y el uso del espacio. Sus producciones son tan estilizadas que parecen pinturas vivientes, donde cada movimiento, cada luz, y cada sombra cuentan una historia en sí mismas. Es un enfoque que se aleja por completo de los convencionalismos del teatro tradicional, que suele centrarse en la narración verbal o emocional. Lo más fascinante es verlo sentado, casi aislado, pero completamente presente, estudiando cada composición visual como si fuera un pintor ante su lienzo. El ritmo y el tiempo en las obras de Wilson son una de sus características más radicales. Sus obras son marcadas por una lentitud extrema, donde todo se mueve con una calma inquietante, y los actores mantienen un ritmo pausado, casi contemplativo. Eso crea una atmósfera de suspenso, donde cada segundo cuenta, y donde la tensión se construye lentamente, sin prisa, descolocando al espectador acostumbrado a la rapidez de las dinámicas teatrales convencionales. Es una experiencia profundamente transformadora, tanto para los actores como para el público”.
En este documental de menos de media hora, Duque nos plantea un tríptico en el que Robert Wilson actúa en solitario para ofrecernos su versión de Gogol y Beckett, y asistimos a una parte del montaje sobre Ubú Rey de Alfred Jarry orquestado por el propio Wilson. No esperen un relato convencional, casi mejor que no esperen un relato: se trata de dejarse abducir por la luz, la cadencia de la voz, el torbellino del esperpento e, incluso, el peso moral del silencio.
Este documental que desafía las convenciones de las producciones audiovisuales comerciales ha sido posible gracias al empeño de la inquieta productora Mallerich Films que empuja Paco Poch, que ha hecho que una ensoñación creativa como esta se convierta en una realidad filmada y a disposición del público. Paco Poch ha convertido el oficio de productor ejecutivo en un arte. Puede asistirse desde la platea de nuestro propio salón al visionado de The King Is Dead a través de la plataforma Caixaforum+, que ofrece un interesante despliegue de contenidos en vídeo y pódcast de cultura y pensamiento contemporáneo.