Un debate ecologista aventado por el dinero

El Green New Deal de Naomi Klein en “Llamas” versus el Humanismo ecológico de Michael Shellenberger en “No hay apocalipsis”.

 

Texto: David VALIENTE

 

A veces, cuando miramos las noticias, tenemos la sensación de que el mundo está agotando su reloj de arena y que nos advierte de que nos demos prisa. El baile que ahora mismo bailamos con la naturaleza debe finalizar; tenemos que volver a casa, reflexionar sobre nuestros actos y dejarla que respire para un nuevo baile en el que emitamos menos CO2. Durante las últimas semanas del confinamiento, en la televisión se veían reportajes sobre la belleza de la naturaleza. Esos momentos en que el ser humano estaba guardadito en casa, renacía esplendorosa y colosal como no se recuerda haber visto en siglos. Algunos expertos del clima argumentaban que esas imágenes se producen constantemente, pero los seres humanos, con nuestras vidas ajetreadas, no nos damos cuenta de las maravillas que aún perviven en nuestro entorno.

Son momentos difíciles para la especie que besa la cúspide de la cadena alimenticia, pero ¿y para el resto del planeta? A estas preguntas podremos responder con los libros publicados recientemente por Naomi Klein y Michael Shellenberger, dos periodistas preocupados por el medio ambiente que colaboran con prestigiosos medios de comunicación y han escrito varios libros divulgativos sobre el tema. Hay un debate activo sobre el cambio climático: qué lo produce y cuáles serán las consecuencias si la relación tierra-humanos continúa de la misma manera. Los dos autores aportan su propia perspectiva del asunto, sin caer en los delirios negacionistas, pero desarrollando de manera casi antagónica los dos discursos imperantes en foros y congresos del cambio climático.

¿Quién ha sustituido a Dios?

En En llamas, la autora canadiense Naomi Klein expone cómo en el siglo XVII la Revolución Científica terminó por expulsar a Dios del Edén social y lo sustituyó por la soberbia humana. Con la técnica de nuestro lado, los humanos nos consideramos nuevos dioses, indestructibles e indiscutibles, capaces de controlar todos los aspectos de la naturaleza y malearla a nuestro antojo, porque, supuestamente, la naturaleza tiene a nuestra disposición recursos imperecederos. Pensamos que “la naturaleza es ilimitada, que siempre podremos encontrar más de lo que necesitamos y que, si algo se acaba, se puede sustituir sin problema por otro recurso”. Según Klein, este discurso ficticio debe ser sustituido por una nueva mentalidad menos “extractora” y “expansionista” que reconduzca “nuestra relación con la naturaleza”.

De una manera diferente, en No hay apocalipsis Michael Shellenberger reconoce nuestro ostracismo de Dios y el vacío que esto provoca en el ser humano, que necesita “satisfacer algunas de las mismas necesidades psicológicas y espirituales” antes cubiertas por el ser supremo de los cielos. Por ello, y atendiendo a una serie de criterios que yacen en el subconsciente, el medio ambiente se transmuta en el nuevo Dios, pero a diferencia del que portaba barba luenga y túnica blanca, este precisa de una protección especial. “La nueva religión medioambiental sería una fuente de riqueza intelectual y social, si no se volviera cada vez más apocalíptica, destructiva y derrotista”, pues todo ello conlleva la demonización de los oponentes y restringe “el poder y la prosperidad en el país y en el extranjero”, con planes fanáticos como el Green New Deal.

Green New Deal vs Humanismo ecológico

El Green New Deal defendido por Naomi Klein es una propuesta que pretende superar los avances sociales conseguidos por el New Deal de Roosevelt durante la gran crisis de 1929. Redactado por la congresista más joven de la historia de los Estados Unidos, Alexandria Ocasio-Cortez, y su compañero demócrata Edward J. Markey, senador de Massachusetts, el Green New Deal insta al gobierno de Estados Unidos a “hacer trizas la ideología de libre mercado que ha dominado la economía global durante décadas” y a implementar una mayor presencia estatal, especialmente en cuestiones energéticas, ya que “el cambio climático es un problema de todos y requiere una acción colectiva”, escribe Naomi en su libro. Los combustibles fósiles deben ser sustituidos por energías renovables con el fin de reducir las emisiones de carbono a la atmósfera. Además, aporta Klein, el Estado ha de escarmentar a las empresas que con sus manos sucias han explotado el planeta Tierra sin compasión. Estos cambios desde arriba se deben producir mientras la sociedad experimenta una transformación de envergadura al reducir sus ansias consumistas y sustituirlas por alternativas saludables como el arte y la literatura, la interacción familiar o el contacto directo con la naturaleza.

No obstante, el Green New Deal incide en acabar con las desigualdades sociales a partir de la transformación del ecosistema. Un ecosistema más sostenible dará a todos los individuos las mismas oportunidades sociales sin importar el género, la etnia o el estatus. Además, con el Green New Deal las personas dispondrán de “salarios más altos trabajando menos horas, lo que redunda en una mayor cantidad de tiempo libre”. Sin embargo, para que esto suceda, los Estados — En llamas propone que este modelo se exporte a todos los países— deben reparar los desperfectos climáticos que el capitalismo ha producido desde la Revolución industrial en apenas cincuenta años (el tiempo que, según Klein, el reloj de arena nos concede para dar marcha atrás) o si no será demasiado tarde. La autora comprende que la educación tradicional nos enseña que la Tierra es una mina abierta que no agota sus existencias, pero la realidad es que tenemos “la obligación de cuidar: de cuidar de la tierra, el agua y el aire, y de cuidar unos de otros”.

Por el contrario, Shellenberger considera que el Green New Deal aglutina el fanatismo de algunos ecologistas, y apuesta por un “humanismo, tanto en sus variantes seculares como religiosas” que plante cara al “antihumanismo del ambientalismo apocalíptico”. El cambio climático es un acontecimiento tangible, producido por las ansias de mejorar en los aspectos sociales y vitales de las personas: “El cambio climático, la deforestación, los desechos plásticos y la extinción de especies no son, fundamentalmente, consecuencia de la codicia y la arrogancia, sino más bien efectos secundarios del desarrollo económico motivado por un deseo humanista de mejorar la vida de las personas”. Apoya el consumo de combustibles fósiles o el empleo de la energía nuclear, porque se ha demostrado que las energías renovables no permitirán a los países en vías de desarrollo un rápido crecimiento industrial y económico. Si queremos proteger los ecosistemas, afirma Michael Shellenberger, la clave está en la rápida industrialización y en generar la suficiente riqueza para que los países en fase preindustrial abandonen el empleo de combustibles el doble de contaminantes que el carbón y el petróleo, e implementen proyectos que aseguren los ecosistemas. En definitiva: “Los efectos de restringir el consumo de energía podrían ser peores que los efectos del calentamiento global”.

Detrás de estas dos visiones existe también una mirada desconfiada hacia la clase política, a la que acusan de haberse vendido a las grandes industrias energéticas y de emplear el cambio climático como arma arrojadiza para mantener sus agendas de protección estatal.

El ecologismo, un campo de batalla

Pero los políticos no son los únicos que generan problemas. El ecologista, al igual que su homólogo político, debería brillar por su honradez. Sin embargo, le sucede lo mismo: de honradez por lo general andan justitos. Situación que, sin duda, preocupa tanto a Naomi Klein como a Michael Shellenberger. Los dos han salido a las arenas del activismo ecológico y han podido comprobar en primera persona los chanchullos que se gestan en los despachos de los directivos de las empresas energéticas, que luego, de cara al público, se traducen en guerras dialécticas o en actos subversivos de pequeños grupos organizados. Sin embargo, lo más destacable de las diatribas que se lanzan unos a otros es la hipocresía que revisten. Acusan a sus contrincantes de vendidos cuando ellos también han recibido alguna beca de investigación o el sueldo vitalicio de alguna empresa extractiva o energética.

Naomi Klein señala al think tank Heartland de haber recibido “más de un millón de dólares de ExxonMobil y de fundaciones vinculadas a los hermanos Koch y a Richard Mellon Scaife” y le acusa de defender “unos poderosos intereses que se benefician enormemente de enturbiar las aguas del cambio climático”. The Heartland Intitute acoge charlas de investigadores del clima de la talla mundial de Patrick Michaels y Willie Soon que aseguran no estar seguros de que el cambio climático se produzca por la interacción actual del hombre con la Tierra y niegan que se esté produciendo una alteración en los ecosistemas. Huelga decir que estos dos investigadores reciben una importante financiación por parte de empresas petroleras o de explotación del medio ambiente.

Por su parte, Shellenberger también reprocha a sus compañeros su falta de compostura ante el dinero, y denuncia que en realidad el reto más grave al que se enfrenta la ciencia climática no es el plástico en el mar o la desaparición de especies animales, sino el conjunto de guerras internas provocadas por la financiación de empresas energéticas no solo relacionadas con los combustibles fósiles. El autor de No hay apocalipsis pone la lupa en las industrias que proporcionan energías limpias y en las ONG que pretenden con sus acciones, supuestamente, mejorar la situación del problema. “La Fundación Sierra Club ha recibido dinero directamente de compañías de energía solar”, pero lo más llamativo del asunto es que también reciben dinero de empresas petroleras: “El donante fundador de Friends of the Earth fue el petrolero Robert Anderson, propietario de Atlantic Richfield. Le dio a Friends of the Earth el equivalente a 500.000 dólares”, y añade Shellenberger que “David Brower (uno de los fundadores de la ONG) fue el pionero en la estrategia del movimiento ambiental de recibir dinero de los inversionistas en petróleo y gas, a la vez que se promueven las energías renovables como forma de blanquear ecológicamente el cierre de plantas nucleares”.

Como podemos comprobar, pocos grupos relacionados con el cambio climático pueden afirmar que sus espaldas estén limpias y sus argumentos libres de hipocresía. Y resulta penoso que corporaciones que deberían velar por la salud de nuestro planeta y por la divulgación sobre el impacto de la huella humana en la Tierra se dediquen a tirarse los trastos a la cabeza para recibir financiaciones precisamente de aquellos a quienes deberían de vigilar.

El panorama es este: hay diferentes teorías sobre cómo nuestros actos hacen mella en el planeta Tierra. Unos te dicen que si no ponemos solución inmediatamente nuestro futuro será penoso; otros, que las expectativas no son tan malas, solo hay que reducir el consumo y permitir a los países en vías de desarrollo que se terminen de industrializar; los de más allá te aseguran que el cambio climático es un invento de los progresistas para instaurar políticas socialistas que nos conduzcan a gobiernos comunistas. Y yo me pregunto: ¿quién puede tener credibilidad, si detrás de todas esas plataformas hay dinero comprando el discurso de los expertos?