Ulbe Bosma: “Desde un punto de vista medioambiental, el actual ritmo de cultivo del azúcar no es sostenible”
Veinticinco años de trabajo del historiador y sociólogo neerlandés Ulbe Bosma han dado como resultado «Azúcar: una historia de la civilización humana» (Editorial Ariel), un ensayo que explora diferentes etapas de la historia, regiones e intereses intelectuales.
Texto: David Valiente
A través del azúcar, este producto tan común y potencialmente perjudicial para la salud cuando se consume en exceso, el historiador Ulbe Bosma muestra la transformación de las sociedades y los caminos que nos han llevado a la globalización actual en el libro Azúcar: una historia de la civilización humana.
Profesor Bosma usted dice que: “El azúcar no solo ha tenido repercusión en la actividad culinaria, sino que también ha transformado los contextos culturales debido principalmente al impulso del capitalismo y las dinámicas globalizadoras”, por lo tanto, se puede afirmar que la historia del azúcar es una especie de prólogo del sistema económico actual…
Al menos te invita a reflexionar acerca de cómo estamos estructurando la industria alimentaria y el consumo de bienes. La producción de comida en masa requiere de insumos procedentes de todo el mundo. Los fertilizantes que potencian la germinación, por ejemplo, se exportan a las regiones donde están las tierras de cultivo. Este flujo de materias primas y productos es una herencia del siglo XIX.
Esta circulación de productos también estuvo acompañada de grandes movimientos migratorios.
En su mayoría vinculados a la esclavitud, sí. No obstante, este fenómeno comenzó en la Edad Media. En España ya encontramos personas de origen africano, aunque no muchas, eso sí. Individuos originarios del Mediterráneo oriental se asentaron en Chipre y, en el siglo XVI, Sicilia atrajo a mano de obra de zonas que hoy pertenecen a Albania. Se produjeron profundas conexiones entre la industria del azúcar y los flujos migratorios, dos caras de una misma moneda llamada globalización. No olvidemos que ese trasiego de personas también se produjo en Asia, con las comunidades chinas emigrando a los campos de cultivo de Taiwán y Batavia.
Precisamente, la burguesía azucarera intentó industrializar la extracción y la producción del azúcar, aunque no logró acabar con el sistema esclavista. ¿Por qué?
En el siglo XIX, la burguesía había mecanizado casi por completo todos los sectores de la industria de extracción y producción. Sin embargo, en el caso concreto del azúcar no se consiguió hasta un siglo después, cuando las primeras máquinas iniciaron su actividad en el campo. Resultó decepcionante comprobar que la mecanización no eliminó las tareas más arduas, ya que tanto en Estados Unidos como en Europa se duplicó la demanda del producto. En lugares como Cuba, Brasil o Luisiana, la esclavitud se mantuvo. Por otro lado, aquellos que pensaron que las lógicas del liberalismo terminarían de manera definitiva con la esclavitud se equivocaron. Así que, hasta que no se profundizó más en los procesos de mecanización y las poblaciones rurales no emigraron en masa a las ciudades, el sistema no desapareció. De hecho, su final se produjo de una forma inesperada.
El sistema laboral tardó más en transformarse, pero es interesante comprobar de qué forma la producción y el refinamiento del azúcar contribuyeron a modernizar los Estados.
En cierto modo fue así. El Estado se involucró en la regulación del comercio, creando marcos legislativos e instituciones que salvaguardaran las propiedades. De hecho, también participó en la producción de azúcar, prestando dinero para la construcción de infraestructuras. La construcción de una fábrica requería de un gran esfuerzo inversor para la época. Isabel II de España concedió préstamos a las empresas cubanas para que construyeran el primer ferrocarril en la isla. Los gobiernos gastaron millones de dólares y libras en el proceso de mecanización.
Curioso, ahora apenas hay participación estatal.
No diría eso en el caso de Europa, al menos hasta 2005. En la Unión Europea, sus políticas subvencionaban todas las áreas de producción y, por supuesto, el azúcar no se excluía. Además, jugaba un papel importante a la hora de alentar, organizar y proteger la industria. Sin embargo, la OMC ordenó a los Estados miembros que abandonaran el dumping en el sector azucarero.
La industria azucarera no solo ayudó en la configuración estatal y económica también forjó identidades nacionales.
El presidente de México usaba la panela, un tipo de azúcar local, cultivado por campesinos y refinado con molinos del siglo XVII, para endulzar el café. Rechazaba el azúcar industrial porque lo consideraba un producto imperialista y racista. El azúcar también formaba parte de la identidad y, en toda Latinoamérica, se hizo popular el consumo de panela o rapadura. Lo mismo sucedió en la India con el gur, que sigue siendo una parte importante de la dieta local. El capitalismo chocó contra estas elecciones de la vida cotidiana; el único azúcar que consumían las comunidades locales de Asia y América Latina era el refinado local y no industrializado.
¿Qué papel jugó el azúcar en la configuración de la política internacional?
Entre los siglos XVII y XVIII se aprecia el desarrollo de los monopolios azucareros en Reino Unido, Francia y Holanda. Londres trató de sacar el mayor rendimiento comercial a su producto, impidiendo que el azúcar de otros países inundara su mercado. Durante estos siglos, el azúcar se convierte en un producto importante dentro de la economía mercantilista europea. Por lo tanto, a nivel geopolítico, las medidas que se tomaban estaban relacionadas con tratar de perjudicar la economía del rival. A principios del siglo XIX, la acción imperial se empezó a desligar de los intereses azucareros, pero este desentendimiento duró poco, porque, más entrado en el siglo XIX, las dinámicas de épocas anteriores vuelven a estar a la orden del día. En Europa, la industria azucarera cobró importancia y Estados Unidos invirtió esfuerzos en crear su propio monopolio del azúcar, en el cual tuvieron un protagonismo especial Cuba y Filipinas, ambas eran antiguas colonias españolas. Por lo tanto, vemos un fenómeno similar al europeo: el imperio financiero se conecta con los intereses estatales.
China es el tercer productor de azúcar a nivel mundial. Sin embargo, continúa importando grandes cantidades, y estas seguirán aumentando porque cada vez más gente sale de la pobreza en el país. ¿Qué podemos esperar?
La respuesta es sencilla: este crecimiento sin pausa es insostenible. Si todo el mundo llegara a consumir tanta azúcar como en Europa, no habría suficiente tierra para el cultivo de la caña. Es verdad que requiere un área de cultivo relativamente pequeña, pero consume las tierras más ricas y valiosas; además necesita muchísima irrigación y fertilizantes. Por lo tanto, desde un punto de vista medioambiental, el ritmo de cultivo actual del azúcar no es sostenible.
¿Cree que se puede revertir esta situación?
Solo podemos esperar que países como China sigan las indicaciones de la OMS y conciencien a sus ciudadanos para que no excedan el consumo de azúcar diario establecido por la organización. Por otro lado, los ciudadanos tanto estadounidenses como europeos deberán reducir considerablemente su consumo de azúcar; hemos pasado de consumir 2 kg anuales en el siglo XIX a entre 20 y 40 kg en la actualidad en Europa, y hasta 60 kg en Estados Unidos. Esta es nuestra única esperanza. Resulta irónico que, como individuos, no seamos capaces de cambiar el patrón de un sistema alimentario basado en una oferta excesivamente dulce y calórica.
Ha mencionado antes al medioambiente: usted comenta en el libro cómo el etanol, un compuesto químico obtenido a partir de la fermentación de los azúcares, no es el sustitutivo adecuado de las fuentes de energía fósil.
Creo que el etanol como solución para la crisis climática parte de la sobreproducción de azúcar. La industria y el mercado se plantean qué hacer con este producto y buscan nuevos nichos de mercado donde introducirlo. Sin embargo, no parece la solución más acertada; si no, que les pregunten a las poblaciones brasileñas cercanas al Amazonas o a los holandeses, que ya están rodeados de pesticidas y fertilizantes. ¿Vamos a deteriorar una parte del medioambiente para intentar salvar otra? Debemos buscar nuevas soluciones que arreglen nuestros problemas con el medioambiente y respeten la salud humana. Desde luego, el tema es muy complejo y no creo que la solución esté en el etanol. No deberíamos dejar de plantearnos preguntas ni indagar en otras perspectivas. Tal vez el empleo de la energía solar sea una medida más lógica y nos evite los problemas de salud derivados de los compuestos químicos y del consumo excesivo de azúcar. Estamos en el momento de hacer las preguntas adecuadas.
En la actualidad, vemos que en países como la República Democrática del Congo la extracción de materias primas, como el cobalto, lo llevan a cabo empresas chinas que emplean a nativos en condiciones cercanas a la esclavitud. ¿Ha cambiado tanto nuestro modelo de extracción y producción desde el siglo XVII?
En realidad, no ha cambiado tanto. En el siglo XVII aprendimos a explotar la mano de obra y hemos perfeccionado el sistema. Aun con la legislación internacional que prohíbe la esclavitud y el aumento de los medios de control, la mayoría de las veces se pasan por alto estos abusos. Soy pesimista al respecto: si los seres humanos obtienen grandes beneficios al explotar a personas o a la naturaleza, seguirán haciéndolo y el proceso de destrucción seguirá su curso y más todavía en países como el Congo, donde las instituciones son mucho más débiles.