Tove Jansson, la madre del trol

La editorial Salamandra publica en España las aventuras de los Mumin.

 

Texto: Milo J. KRMPOTIC

 

Mucho antes de que los Mumin contaran con su propio parque temático en la ciudad finlandesa de Naantali, antes de que llegaran al cine, antes de la serie televisiva con más de cien episodios que los volvió “big in Japan”, como reza el tópico anglosajón, dos eran las maneras de asomarse a las ingenuas y entrañables aventuras de esa familia de troles y su peculiar galería de amistades. La primera, la literaria, nació de la pluma de Tove Jansson, ciudadana finlandesa perteneciente a la minoría sueca del país, allá por 1939, pero tuvo que esperar hasta 1945 para ver la luz editorial bajo unos rasgos más o menos definitivos porque unos tales Adolf Hitler y Josip Stalin se cruzaron en su camino (volveremos a ello, tal y como el invierno siempre regresa al mundo de los Mumin). La segunda, en forma de tiras cómicas, fue consecuencia directa del fenómeno que provocaron tanto en Escandinavia como en Inglaterra los tres primeros volúmenes de la saga: aunque el Mumintrol ya había hecho sus pinitos en los diversos medios con los que Jansson colaboraba como ilustradora, a menudo a modo de pequeño acompañamiento a la firma de los dibujos y caricaturas con los que comentaba la actualidad política, siempre desde una postura antifascista, fue una oferta del periódico inglés Evening News la que le condujo a la fama viñetera. A partir de 1954, Tove se encargó durante un lustro tanto de los guiones como de las ilustraciones; en 1958, Lars Jansson pasó a ocuparse de la parte textual para reducir la carga de trabajo de su hermana y para que la labor novelística de esta no se resintiera; y, entre 1961 y 1975, el propio Lars fue el responsable único del asunto. El caso es que, desde la primavera de este 2022, Salamandra ha recogido el testigo Mumin que en diferentes ocasiones enarbolaron Noguer, Alfaguara y Siruela, y está publicando tanto sus títulos literarios, que llegaron a ser nueve, como unos preciosos volúmenes en los que se recopilan sus tiras cómicas (ya van dos). Y eso nos permite apreciar las pequeñas diferencias entre ambas versiones, menos debidas a la bicefalia creativa ya señalada que a las necesidades y posibilidades de cada medio: en las tiras, el personal y melancólico sentido del humor de la autora, así como la necesidad de resolver la acción (a la espera de la siguiente entrega) en solo tres o cuatro viñetas, conducen a una sequedad y una resonancia adulta paralelas, por momentos, a las que podríamos encontrar en los Peanuts de Charles Schulz.

Pero no hemos comenzado por el principio, así que ya va siendo hora de retomarlo. Tove Jansson, niña prodigio de la pintura, autora de un primer libro ilustrado a los 14 años, estudiante de arte en los Estocolmo-Helsinki-París de antes de la guerra, quien desafió a la misma debutando en el mundo de las exposiciones en solitario allá por 1943, sin haber cumplido aún la treintena… Tove Jansson, decía, creó a su trol en un acceso de rabia, tras perder una discusión filosófica con su hermano (se ve que las familias finlandesas se dedican a esas cosas), ansiosa por dibujar a la criatura más fea posible en una de las paredes del cuarto de baño familiar. Con el tiempo lo añadió a su firma profesional, como ya hemos visto, aún con rasgos demoníacos y bajo el nombre de Snork o Niisku. El de Mumin se lo regaló su tío materno de Estocolmo, cuando le habló de un trol homónimo que, escondido en la alacena de la cocina, proyectaba su aliento gélido sobre la nuca de los niños que acudían a picotear fuera de horas. Y, en su primera aventura literaria, el Mumintrol iba a experimentar una completa metamorfosis por culpa de los dichosos Hitler y Stalin (¿lo ven?, siempre vuelven, es imposible librarse de ellos).

El desastre, la responsabilidad de su país en el mismo (Finlandia colaboró con el nazismo a fin de recuperar el territorio que la Unión Soviética le había arrebatado durante la guerra del 39) y sus propias circunstancias personales, incluida la ruptura de su compromiso matrimonial con el periodista y parlamentario de izquierdas Atos Wirtanen (volveremos a la cuestión sentimental, tal y como la primavera regresa siempre al valle para despertar a los Mumin de su sueño invernal), sumieron a Tove Jansson en una depresión. Necesitada de energías positivas, Jansson recuperó a su trol, lo volvió benévolo y bonachón, le consiguió una pareja y modeló a ambos a imagen y semejanza de sus padres, el escultor Viktor Jansson y la diseñadora gráfica e ilustradora Signe Hammarsten. Para rematarlo, sus recuerdos de infancia prestaron tramas y aventuras a una familia que iría creciendo con cada nuevo libro a partir del título inicial, La gran inundación. Y, como reza el tópico, el resto es historia (cuando menos escandinava, británica y japonesa). A las adaptaciones citadas al principio del artículo habría que añadir, en aras de ofrecer una medida más acertada del fenómeno, que los Mumin han protagonizado obras de teatro y hasta un ballet, y que su valor en términos de mercadotecnia es tan grande que la familia Jansson ha rechazado en varias ocasiones vender la marca a la Disney.

Fallecida en 2001, a los 86 años de edad, Jansson se dio también a la novela adulta, recibió los principales galardones mundiales de las letras infantiles y juveniles (el Hans Christian Andersen, el Selma Lagerlöf…), y compartió los últimos 45 años de su vida con la artista Tuulikki Pietilä (lo dicho: a todo invierno le sigue su primavera). De hecho, en 1992, Jansson y Pietilä fueron la primera pareja homosexual que asistió a la recepción por el día de la independencia finlandesa en el palacio presidencial. Y no hay que ser demasiado perspicaz para adivinar que, bajo las faldas de la una o de la otra, debió de esconderse un pequeño, entrañable y ya legendario trol, ansioso por sumar una nueva experiencia a su catálogo de aventuras llenas de magia.