Susanna Harutyunyán: “Los armenios nunca hemos dejado de narrar el genocidio”

La escritora armenia Susanna Harutyunyán publica la novela «La aldea escondida» (Armaenia).

Texto: David Valiente

 

Armenia sigue siendo un país enigmático para muchos occidentales. Su literatura, en contadas ocasiones, traspasa fronteras y su historia, a pesar de los lazos que nos unen, es una completa desconocida. Recientemente, la editorial Armaenia ha publicado La aldea escondida, un libro de la escritora armenia Susanna Harutyunyán (Karchaghbyur, 1963). “Es el lugar donde nací. Esta historia me la inspiró la gente que lo habita; quería que mis vecinos queden para siempre inmortalizados en el papel y no caigan en el olvido”, comenta la autora en una entrevista con Librújula. “Me he limitado a reflejar la realidad que vivió mi pueblo a principios del siglo XX. No he cambiado ni una coma ni un punto de la historia”. Harutyunyán asegura que muchas de las historias que refleja en su novela nunca fueron contadas por sus protagonistas: “Son relatos muy dolorosos que se conocían por terceras bocas”.

La protagonista de su libro, Najshún, es una mujer violada por los turcos que llega a la aldea donde Harut establece un orden opuesto al caos del exterior: “Uno de mis propósitos ha sido dar voz y recordar a todas las mujeres que como Najshún fueron violadas durante el genocidio y quedaron embarazadas de sus agresores. Quería mostrar todo el sufrimiento que un pueblo puede provocar en estas mujeres y sus descendientes”.

 

En su historia, el dolor atraviesa cada una de las páginas. Como usted ha dicho, esta novela cuenta la historia real de un pueblo. ¿Cómo afrontó ese dolor al escribir?

Mis amigas me hicieron la misma pregunta: cómo logré gestionar mis emociones para escribir una historia tan dura. Sin embargo, aunque resulte sorprendente, el proceso ha sido placentero. He disfrutado mucho jugando con el lenguaje armenio y dando voz a mis vecinos. Además, en la historia también se pueden apreciar momentos hermosos; para mí, no todo se reduce a lo trágico.

 

He percibido ciertos toques de ironía, cierta sátira sutil, ¿puede ser?

Sí, en algunos momentos recurro a la ironía y en otros adopto un tono más cercano al cuento. Lo hice así para que la historia se digiriera con más facilidad, no todo el mundo está preparado para enfrentarse a relatos que pueden producir ansiedad y miedo. Quería suavizar su impacto.

 

Comencemos a profundizar en la novela hablando de un tema muy armenio: la memoria. En español se publicó El libro de los susurros, de un autor rumano de origen armenio, Varujan Vosganian, donde también se aprecia la importancia del recuerdo en su cultura. ¿A qué se debe esto?

Los armenios valoramos profundamente la memoria porque es lo que nos permite seguir vivos y tener presente a los nuestros. La literatura está impregnada de memoria porque la mayoría de nosotros tenemos un miembro superviviente del genocidio. Se estima que entre un 80% y un 90% de los armenios actuales descendemos de alguien que logró escapar de las garras de la muerte. Esa memoria colectiva no solo compone la historia de mi pueblo, sino también conforma la biografía de los individuos. Mi abuelo escapó del genocidio. Si no lo hubiera hecho, yo no estaría hablando con usted ahora mismo. El genocidio marcó un antes y un después, y nunca hemos dejado de narrarlo.

 

¿No cree que hay cierta obsesión?

Tenemos nuestras razones. Turquía ha manipulado la historia, ofreciendo una versión sesgada que ha calado en el imaginario de otros países. Los armenios queremos dar a conocer la verdad, sobre todo porque esos actos nunca fueron juzgados, nadie fue castigado, ni se nos ha pedido perdón. Sentimos que no se ha hecho justicia.

 

Usted describe cómo su pueblo se conformó con diferentes oleadas migratorias…

Sí. La primera fue en 1828, tras la guerra ruso-persa. Muchos armenios del entonces Imperio persa se asentaron allí. Luego, a principios del siglo XX, llegaron los que huían del genocidio turco. Estas personas traían historias de exilio y dolor que, de una u otra forma, han marcado a sus descendientes.

 

Es interesante cómo muestra que esas oleadas no eran aceptadas de inmediato por la comunidad.

La gente de la aldea eran campesinos. Los armenios de origen turco, por el contrario, eran urbanitas y estaban mejor posicionados en la jerarquía social. Se produjo como una suerte de choque de clases. Los locales incluso llegaron a culparlos por haber vivido en el país que tanto daño los había causado. Esa tensión se trasladó a las nuevas generaciones a las que se les prohibía casarse con descendientes de los refugiados.

 

De ahí que Najshún construya una tumba simbólica, más para albergar el recuerdo que para enterrar el cuerpo de la madre.

Najshún quiere dar raíces a sus hijas. Al no tener antepasados sepultados en esa tierra, siente que no pertenecen del todo. Es una manera de fundirse con el lugar.

 

Najshún, la protagonista de la novela, es un personaje fuerte, casi disruptivo dentro de la sociedad conservadora. ¿Cree que representa a la mujer armenia?

Las mujeres armenias hemos jugado un papel crucial para el país. Mientras los hombres iban a la guerra— y muchos no volvían—, nosotras nos ocupábamos de las labores del hogar y de traer el pan a casa. En la actualidad, la demografía armenia muestra un desbalance: hay más mujeres que hombres. Debido a esto, las mujeres siempre hemos disfrutado de la misma libertad que los hombres: hemos podido estudiar, viajar, trabajar. Pero la libertad sexual ha sido otra historia. Muy pocas se atreven a desafiar esta tabú.

 

Harut, el otro protagonista, custodia el orden de la aldea, aunque a veces sus medidas parecen atentar contra los cambios.

Está inspirado en mi tío abuelo materno. Él creó un sistema legal para mantener la paz y evitar que los habitantes traspasaran ciertos límites. Su obsesión era conservar el orden.

 

¿Llegó a conocerlo?

No. Todo lo que conozco de su persona es gracias a las historias que la familia contaba de él, sobre todo mi abuela. Harut no tuvo descendencia. Llegó con sus hermanos y rehabilitaron el pueblo. Mi abuelo decidió convertir su nombre en el apellido de la familia. El núcleo familiar, asimismo, tuvo cuatro personas que se llamaban Harut; el último murió hace unos seis años.

 

De Harut comenta: “El santo es aquel que carga con su propio peso hasta el final”. ¿Qué lectura hace de esta frase?

La frase se puede interpretar en un sentido literal y metafórico. Me refiero al peso de la vida, a la experiencia que uno lleva consigo. Cada persona carga su destino. En el fondo, mi novela es una historia de amor, aunque muy pocas personas se han dado cuenta de ello…

 

Yo sí lo percibí: es la historia de amor entre Harut y Najshún.

Una de mis objetivos era mostrar cómo el amor físico no estaba bien visto en esa época. No se permitían besos ni abrazos en público, ni siquiera entre esposos. Esta represión iba más allá de la pareja: tampoco estaba bien visto que una madre mostrara afecto a sus hijos en público. En la relación entre Harut y Najshún se refleja esa tensión: el respeto como forma de amor en una sociedad que imponía límites.

 

Límites que una de las hijas de Najshún se atreve a superar…

Ella es fruto de una violación y, por ello, los hombres ejercen violencia hacia ella y su hermana. El pueblo las trata como si fueran objetos, las dos jóvenes han aprendido a expresar su amor a través del contacto físico, es la forma de desafiar las normas que tanto estigmatizan. En la edición francesa cambiaron la edad de las hermanas. En el original tienen trece años y la editorial no veía con buenos ojos que el texto trasmitiera violencia explícita sobre personas de esa edad. Pero en aquella época se casaban siendo niñas. Hay un elemento muy interesante de la idiosincrasia armenia: el pueblo no solo considera a las dos hijas de Najshún prostitutas por mantener relaciones sexuales con hombres, sino que también por no cumplir las reglas estipuladas por su madre. En Armenia, la imagen de una madre se respeta mucho, y no hacerlo está, incluso, peor visto que tener relaciones sexuales. Hoy en día, todavía hay hombres de cincuenta años que entregan el sueldo a sus madres todos los meses.

 

¿Cómo recuerda la época comunista?

Mis recuerdos son buenos. Los cuento en un libro que publiqué después de La aldea escondida. Mi abuelo y mis tíos maternos eran miembros destacados del partido regional, lo que seguramente contribuyó a que disfrutáramos de lo mejor que podía ofrecer el régimen. La represión, la censura y el exilio habían terminado y se valoraba la cultura y la formación intelectual de las personas. Eso sí, en la escuela aprendimos una versión edulcorada de la historia. En casa, los niños preguntábamos a la abuela cómo fueron realmente las cosas. Queríamos saber detalles, incluso morbosos, como cuántos exilios había ordenado el abuelo. En 1937 hubo deportaciones masivas. Si uno no obedecía al partido, podía acabar en Siberia. Pero en mi familia, las historias del comunismo no hablan de violencia.

 

Desde España se percibe que Armenia está librando una batalla por modernizarse.

Armenia ha sufrido un bloqueo a todos los niveles por parte de Azerbaiyán y Turquía. Dicho bloqueo ha sido tal que hasta hace unos diez años ni siquiera nos dejaban importar comida. Irán tampoco nos podía ayudar, pues en esos momentos afrontaba sanciones internacionales muy duras y nuestra relación tampoco era la más boyante. A través de Georgia, la comunicación se dificulta en invierno y primavera, cuando los caminos se congelan y luego se embarran por el deshielo y las lluvias intensas. De hecho, la migración masiva se debe más a este aislamiento que a los conflictos. La gente quería salir, conocer el mundo. Ahora estamos cambiando, nos estamos abriendo rápidamente a otras culturas.

 

En marzo se anunció un principio de acuerdo con Azerbaiyán. ¿Hay esperanza de que se logre una paz definitiva?

El acuerdo aún no se ha firmado porque Bakú sigue mostrando pretensiones de anexionarse el territorio armenio, lo que ellos llaman la Azerbaiyán Occidental. Evidentemente, no podemos firmar un acuerdo bajo esas condiciones. Además, la postura de Ankara tampoco ayuda a conseguir que los dos países nos reconciliemos, solo nos presionan para que firmemos el acuerdo.